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Si se hubiera llamado Paco, Pepe o Manolo, la cosa no hubiera tenido la mayor trascendencia; pero se llama Mayte Éboli, y eso tiene su punto, la verdad sea dicha. Si la criatura hubiera nacido en Villanueva del Trabuco, en Bollullos del Condado o en Peralejos de las Truchas, nobles pueblos donde los haya, casi nadie se hubiera enterado del tema; pero nació en Venezuela, y ese es un detalle a tener en cuenta. Si, ya para terminar, se tratara de un hombre, es decir, un machote de los de toda la vida, los medios de comunicación ni se hubieran percatado del asunto; pero es mujer.

Y esas tres cosas juntas: llamarse Mayte Éboli, ser sudamericana y mujer, eso pone muy cachonda a nuestra izquierda gobernante, y por eso aquí en mi tierra, Jaén, un día sí y otro también, nos han estado dando la matraca con la noticia de que la tal Mayte Éboli ha sido el número uno de la 127 promoción de guardias civiles de la Academia de Baeza, “la primera mujer de la historia merecedora de tal honor”, nos proclamaban con machacona insistencia.

Yo no dudo de los méritos de la muchacha para con la actividad castrense, que es evidente que los tendrá, pero se ha obviado en este asunto algo crucial: que también se le ha allanado un poco el camino para llegar al final del curso siendo la primera.

No hablo por hablar, sino con conocimiento de causa. Hay que tener en cuenta que quien escribe estas líneas, es decir, un servidor de ustedes, ha trabajado diez años en Baeza, que es donde está la Academia de la Guardia Civil. He sido tutor de bastantes hijos del Cuerpo, trabando yo amistad con los padres de algunos de ellos, destinados unos en el Cuartel de la ciudad, y otros en la referida Academia, y me tienen contado cómo funcionan ahora las cosas por allí, por Picolandia, es decir, que para que la Guardia Civil actual parezca un Cuerpo más tolerante, abierto, multicultural, progresista y todos esos tópicos que tanto le gustan a la izquierda, hay que favorecer a determinados colectivos, en detrimento de otros, claro está.

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Pero es que esto que acabo de decir, yo no me lo estoy inventando. Hace relativamente poco tiempo (consulten ustedes las hemerotecas), la actual directora general de la Guardia Civil, para conseguir incrementar la presencia de mujeres en el Cuerpo, proponía que éstas, las mujeres, por el simple hecho de serlo, tuvieran más puntuación, de entrada, que sus compañeros varones, algo que a muchos de ustedes les parecerá bien, pero que yo lo considero una injusticia descomunal, y que en caso de llevarse a la práctica debería hacer intervenir, de oficio, a la Fiscalía General del Estado, pues, repito, de hacerse una realidad la propuesta de la directora general de la Benemérita, se demostraría, ya sin tapujos, que en esta desquiciada sociedad española en la que nos ha tocado vivir, no todos somos iguales ante la ley.

En este estado de cosas, el padre de un viejo alumno mío, guardia civil destinado en la Academia de Baeza, y cuya graduación voy a omitir, por razones obvias, me decía hace poco lo siguiente: “tenemos que estar preparados, pues dentro de poco el número uno de cualquier promoción de guardias, será un negro”. Se refería mi amigo a que se tratará de una persona de tez morena, pues yo conozco bien al padre de mi alumno y sé que en sus palabras no había ninguna intención de imprimirle a la palabra “negro” el carácter peyorativo que algunas personas mal pensadas ya se estarán imaginando.

Se supone que a la tal Mayte Éboli no le habrán explicado en la Academia quién era el capitán Cortés, ni lo que sucedió en el Santuario de la Virgen de la Cabeza, o en el Cuartel de la Guardia Civil de Tocina (Sevilla). Es posible que tampoco le hayan comentado a la muchacha aquélla anécdota, gloriosa, que sucedió con motivo de la inauguración del Teatro Real de Madrid, al poco tiempo de fundarse la Guardia Civil. El acto iba a estar presidido por la entonces reina de España, Isabel II, y entre las medidas de seguridad, como es lógico, se procedió a cortar al tráfico algunas calles adyacentes. El Duque de Ahumada le ordenó a un cabo del Cuerpo que, por la calle que estaba bajo su control, no pasara nadie. Es estas llegó un carro de mucho lujo, y el cabo le prohibió el paso. Entonces se bajó del carromato nada más y nada menos que Ramón María Narváez que, además de general, era el presidente del Consejo de Ministros. Intentó Narváez intimidar al cabo, dada su condición de general, pero ni por esas. Narváez accedió finalmente al Teatro Real, pero transitando por otra calle, y cuando intentó que el Duque de Ahumada sancionara al cabo, el Duque de Ahumada se negó a hacerlo, argumentando, con razón, que el cabo lo que había hecho era cumplir con las órdenes recibidas, es decir, cumplir con su deber.

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Y digo yo que no le habrán explicado nada de esto a Mayte Éboli, tan mona ella, con su moño, porque seguramente no se habría enterado de nada. Pues para comprender todas estas cosas, es condición “sine qua non” haber nacido en España, conocer bien nuestra historia, y amarla profundamente. Sólo así se puede cumplir con el deber, y con el honor, que antes era la principal divisa de la Guardia Civil. En la actualidad, yo no sé exactamente si sigue siendo así.

Autor

Blas Ruiz Carmona
Blas Ruiz Carmona
Blas Ruiz Carmona es de Jaén. Maestro de Educación Primaria y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Tras haber ejercido la docencia durante casi cuarenta años, en diferentes niveles educativos, actualmente está jubilado. Es aficionado a la investigación histórica. Ha ejercido también el periodismo (sobre todo, el de opinión) en diversos medios.