20/09/2024 13:30
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Empiezo el día empapándome con la información relativa al fiasco del empadronamiento de Macarena Olona. Estas pequeñas victorias nos dan ánimos para seguir aguantando a esta gentuza mientras destrozan España con sus vilezas ante la pasividad desesperante de la monarquía, el ejército y las instituciones. Una vez más, los indeseables han vuelto a sus añagazas y mentiras para poner palos en las ruedas de la veloz bicicleta de Vox que ya sopla la nuca del PSOE, y no como les gustaría a ciertos ministros. Ante esto la banda se inquieta y, haciendo uso de una desvergüenza ejemplar, censuran a todos los demás mientras están encausados por ladrones y prevaricadores en cualquiera de los sitios donde han gobernado. Pese a todo, hay un sector de borregos incalificables que siguen “amarrados al duro banco de una galera turquesa” deleitándose con las mentiras del truhan, y la verdad es que, en las aguas turbias de nuestra ciénaga democrática, los traidores, masones y sarasas se encuentran a sus anchas colaborando a la putridez del medio. Y, por si esto fuera poco, tenemos la visita del trilero regatista que se ha amorcillado y no solo no se refugia en tablas, sino que sale a los medios con nuevos bríos y en actitud desafiante. ¿Llegará a competir políticamente con su hijo al igual que el incalificable Carlos IV y el felón Fernando VII? La historia se repite, solo que, en la actualidad, nuestro Borbón hijo es tan pusilánime que ni de felón puede calificarse, y las infamias corren a cargo de un plebeyo emparentado con la prostitución masculina, enfermo de psicopatía y enamorado de sí mismo que, gracias a los abusos democráticos, se ha encontrado al mando de un cortijo que considera suyo, donde todo el mundo roba, y el propietario se divierte disfrazándose, al igual que un Madelman, con brillantes uniformes que no dignifica, dedicándose a limitar su asistencia a actos públicos cuando el capataz se lo permite, deleitándose con los aplausos recibidos de una multitud que trata de evidenciarle desesperanzada que tiene el apoyo del pueblo, el mismo que silva y abuchea al capataz. ¡Qué pena! que la sangre de los Borbones solo trasmita la hemofilia y el amor por la buena vida ignorando el sacrificio de sus súbditos. Y lo digo yo que, aunque sea por el principio de acción y reacción, me considero monárquico dado que la prevención que me inspira la actual monarquía es infinitesimal ante la repugnancia que me producen los fallidos intentos de implantar la república en nuestra patria, intento en los que fueron colaboradores principales, por acción u omisión, movidos por el rechazo que les inspiraba el frívolo Alfonso XIII y los cantos de sirena de algún “soplanucas” inteligente y cínico encumbrado por una masa de intelectuales desquiciados y asesinos cargados de odio.

Cuenta el brillante escritor D. Vicente Blasco Ibáñez en su libro La vuelta al mundo de un novelista, como el Emperador de China, un tonto debilitado por la carencia de sangre nueva en sus venas, pasaba su existencia confinado en el Palacio Imperial de inmensa superficie, circundado por murallas, donde convivía con unos cincuenta mil cortesanos y sirvientes, sin poder abandonar aquel recinto cuyos confines desconocía y cuyos muros, únicamente, podía traspasar una vez al año cruzando el barrio de las Legaciones camino del templo, a donde el ingenuo prisionero se dirigía escoltado por una legión de feroces guerreros que no dudaban en decapitar a aquel infeliz que osase levantar la vista a su paso, y una vez concluido el protocolo de la ceremonia volvía sobre sus pasos a su mazmorra de oro.

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A veces espoleado por el ansia de libertad y de conocimiento de su pueblo, el pobre ingenuo se disfrazaba y, con mucho sigilo, se movía por los extensos jardines de palacio visitando pequeños pueblos, obra de los tramoyistas a su servicio, y convivía con sus “humildes súbditos”, que no eran otra cosa que sus propios cortesanos convenientemente ataviados para la ocasión, y de este modo el Emperador recibía la percepción de gobernar un pueblo feliz y bien alimentado que adoraba su persona.

Esta historia que trasmite, con tristeza infinita, que la corrupción convierte en marionetas a ciertos líderes mientras continua activamente con sus trapicheos ante las narices del tonto que simula gobernar y se mantiene prisionero de lujo del sistema donde, al igual que le ocurrió a nuestro Juan Carlos, se le riega con una copiosa lluvia de relojes, coches, bragas y comidas, y lentamente se le va enseñando a meter el dedo en la tarta y camuflar para sí un trozo de ella, mientras su tropa se harta a comer. ¡Y así vino lo que vino! Juan Carlos tan poco patriota como cualquier miembro de su dinastía, pero reteniendo en su cerebro el recuerdo de una infancia con estrecheces, para lo que él consideraba propio de su rango, mientras papá trasegaba profusión de espirituosos y sableaba a un reducido grupo de románticos fieles a la Corona que lo alquilaban para bodas y bautizos. Luego vino el choque con la realidad ofrecida por un militar austero que le abrió las puertas de las academias castrenses donde profesores de la vieja escuela, que habían vivido múltiples guerras, trataron de convertir en sólido patriota a un botarate que, como buen español, “follaba con la cabeza y pensaba con los cojones”. Pronto el Estado, sabedor de la pobre materia prima que significaba Juan Carlos, como base de su magna obra, le procuró una legión de solícitos maestros de Charme que trataron de embridarlo, pero el inconsciente, una vez conocido su papel de futuro rey heredero de Franco, fue preparándose para curar su hambre endémica atiborrándose de excesos, muchos de los cuales pasaron desapercibidos gracias a la labor callada de nuestro antiguo CESID, en la actualidad CNI que dedicó, un sector de sus miembros, a cubrir de descrédito a aquellos valientes que se jugaron la vida en misiones peligrosas actuando como infiltrados. Este servicio “doméstico”, que debería haber sido segregado de la entidad para crear un grupo operativo de “mamporreros y palanganeros del Rey”, surgió por arte de magia del servilismo cortesano y, comandado por un grupo de gerifaltes con decidida vocación de “paños higiénicos”, convirtió en trampantojo de canción de ciego y leyenda la intimidad de este “glotón de la buena vida” simpático pero cáustico y rencoroso, que hoy se arrastra entre dos guardaespaldas con ayuda de un bastón que, ante las circunstancias imperantes, sustituyó al cetro real.

Luego vino la convivencia con un ser enigmático que aspiraba, por el bien de su familia destronada, volver a sus antiguos esplendores. Como mosquita muerta, pese al cabreo de nuestra ministra de Igualdad, cayó, como cualquier mujer inexperta, ante la virilidad efervescente y la sonrisa pícara del fauno, y de ahí surgieron tres hijos: dos mujeres, soberbias y obstinadas como cualquier varón de la estirpe, y un niño, bonachón y falto de carácter como nuestro actual monarca, y ¡de aquellas aguas vinieron estos lodos!

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Luego infinidad de aventuras galantes, más o menos dignas, y profusión de asesinatos que señalo, por mi amor a los animales, el del pobre oso Mitrofán que tuvo que ser emborrachado, según las malas lenguas bien informadas, para que sacase reaños ante nuestro Tartarín de Tarascón y Borbón, haciendo sentir al “pobre bobo” la adrenalina de haber luchado “a muerte con un oso feroz” que vio truncada su existencia cuando estaba disfrutando su jubilación circense, y qué decir del pobre elefante de Botsuana, que solo sirvió para posar junto a un estrafalario Indiana Jones de melena rubia. NO LO VOLVERÉ A HACER ¿RECUERDAN? Y, mientras tanto, operaciones de mediación rentables para el Reino, que iban dejando jugosas miguitas para asegurar las reservas de la real hormiguita, y su legión de camándulas a los que tenía que redondear las cutres asignaciones que el Estado les pagaba por su condición de familia real.

La oferta presentada por el PSOE por mano de Felipe González no dejaba de ser tentadora (lujo, vivienda, estudios y futuro de los hijos garantizado, mujeres y la mejor gastronomía) pero solo tenía un factor que inducía a la duda, conociendo al corruptor y su capacidad de jugar con cartas marcadas ¿Quién podría garantizar con solvencia la continuidad del acuerdo? Ante esta duda la relación se enturbió con la irrupción de un nuevo factor entre ambos ¡la desconfianza! Y así fue como el Tahúr se encontró en la mesa de juego con un oponente que de tonto solo tenía la cara, alumno aventajado que muy pronto igualó y hasta superó a sus mentores mientras una vocecilla interior le decía ¡Qué ricas están! ¡A por ellas que hay para todos! Y pronto olvidó las instrucciones de sus consejeros: “Un rey no debe disfrutar de la vida en demasía”, y así fue que estos se vieron abandonados en la cuneta mientras respiraban el humo del escape de las veloces motos de nuestro real garañón.

Y, una vez expuestas las circunstancias, emitiré mi veredicto: No quiero contarme entre el colectivo de hipócritas hijos de puta que, olvidando su condición de rateros sin nada que esgrimir en su favor, pueda atenuar su condición de parásitos nocivos enemigos de la Patria, que hoy se rasgan las vestiduras ante el tamaño escándalo que conlleva la condición humana. Muchos de los que hoy lo anatemizan han practicado sus mismos excesos, pero por conducto equivocado.

En lo que a mí respecta, yo he disfrutado todos los excesos que el emérito, dentro de mi falta de medios, y no solo eso, sino que comparto todas sus aficiones, y ambos disfrutamos de la prescripción de nuestros pasados desmanes, y dado el ganado de la política nacional tal vez yo, en su piel, hubiese hecho lo mismo, pero ¡eso sí! con mis recursos y sin la colaboración del CNI en su condición de “valet de chambre”.

Y COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO.

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REDACCIÓN