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Gracias a ese don de la sabiduría, que los dioses regalan a sus elegidos, llegan las obras de los inmortales a alcanzar el reconocimiento universal. Don Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura, en el cenit de su gloria literaria, estaba en su casa, situada en lo alto de una colina de la Alcarria. Ambiente silencioso: apenas dibujado por solemnes cancioncillas de los pájaros, en la mañana soleada de febrero. Parecía imposible que allí mismo estuviera el Inmortal.

En un ángulo claro del salón, revisaba lentamente los periódicos. Sentado, humildemente, como un pobre ser humano; con una paciencia de camello que ignora que tiene sed. Escrutando los papeles como un casto amanuense. Inició su caminar en el año 36, «Pisando la dudosa luz del día», al descubrir el poeta que lleva dentro. Como marinero sin puerto, frente al horizonte ilimitado, orientó sus barcos rumbo al infinito. Cual heroico Odiseo resistió el canto seductor de las sirenas, y se salvó de Polifemo, describiendo el huracán o acariciando tibiamente las palabras, como el sol acaricia las montañas al ocaso. Hoy, tras haber cruzado el umbral de la «dudosa luz» del horizonte, está sobre la claridad cierta de la Historia. Don Camilo, pisando siempre la arena, tan lejos de la torre de marfil que le ha correspondido.

Don Camilo, campechano y familiar, con esa humildad patrimonio de los sabios. El Académico y maestro de escritores. El constructor de maravillas; creador de una obra desconcertante, por lo variada y grandiosa. El Viejo Venerable, que está aquí hoy, con nosotros, para hablarnos…

Así le presentamos periodísticamente aquel día. Fue la entrevista más larga que realizó un servidor, dos horas y media, y la más grata, también. Previo a su localización en el silencio reinante de la urbanización montaraz y poco habitada entre los pinos, Madrid, por su cercanía, aun se dejaba sentir a lo lejos, como un prolongado monstruo, cuyo último aliento se adivinaba no lejano. Dudé por algún momento que estuviera allí el inmortal como enterrado entre tanto silencio y soledad. Su nueva y advenediza señora, recién estrenaba, no quería que fuéramos a visitarle, porque siempre me remitía a Palma de Mallorca, donde residía Rosario su esposa de toda la vida, y cuando yo siempre llamaba a Guadalajara. No sé quien nos abrió la puerta a la casa vivienda, o si se abrió sola, lo cierto es que don Camilo apareció dentro como un espejismo. Al identificarnos, entramos, el fotógrafo, el conductor que nos llevaba y un servidor. Es impecable don Camilo en cuanto a atención y cortesía se refiere. Al hilo de la conversación desarrollada, que llenó las cintas magnetofónicas, destacamos algunas frases… La primera se refiere a sus escarceos literarios por la Alcarria, poco después de acabar la guerra, casi entre huidos y maquis. Nadie entendía que no supiera a dónde iba. Él tampoco lo sabía. Sólo hacia delante:

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«El alcalde de Budia me metió en la cárcel por indocumentado y vagabundo; y dormí en la cárcel con un gitano que había robado un burro.»

«Yo nunca me pongo nervioso; yo creo que ponerse nervioso es una falta de educación.»

«La Guardia Civil aparece en mis novelas, y más en mis libros de viajes. Porque es una evidencia. Yo me he pateado España de lado a lado. Constantemente se encontraba usted con la Guardia Civil.»

«La paz no es la paz de los sepulcros, sino el orden jurídico y la Guardia Civil es la encargada de mantener ese orden jurídico.»

«Yo estuve catorce años en la Universidad y no me licencié en nada. Porque mi verdadera vocación no era ninguna de esas carreras. Se da la paradoja de que tengo siete doctorados y ninguna licenciatura.»

-y qué les diría a todos esos que tienen una vaga idea de lo que es Camilo José Cela y que, porque les suena algo de que lo han visto por televisión, o les suena algo de un premio, etc., piensan que Camilo José Cela es un señor poderosísimo, como un político, o una cosa así...

-(Ja, ja). Se creen que tengo tanta fuerza como la política. Los escritores en España no representamos nada. Tengo una carta de Estocolmo, de un indio, pidiéndome dinero para casar una hija. Y otra carta aquí, con la dirección correcta, desde Mongolia, pidiéndome dinero también para comprarse un coche. He recibido también varias cartas, seis u ocho o diez, pidiéndome un piso. Yo se lo daría muy gustoso, pero… no sé de dónde saco yo un piso (ja, ja).

-Conocido es que la cultura da libertad, usted lo vino decir en su discurso en Estocolmo. «Libertad», última palabra de ese discurso. ¿No cree que dado lo poco avezados que somos los españoles las letras, debemos ser poco libres?

-Hoy el español tiene libertad, condicionada por muchas circunstancias, pero, en todo caso, si todo el mundo leyera y se culturizase, podríamos tener más libertad probablemente. Esto es, donde no está la libertad, es en la actitud contraria, esto es evidente. En la cerrazón no está la libertad.

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-Bueno, pues creo que ya no se me ocurren más preguntas, aunque personalmente le haría otras muchas, pero los gustos personales no siempre coinciden con los de la audiencia. Usted que es periodista también, ¿cómo sabe lo que le interesa a la gente?

-No es sólo lo que le interesa a la gente, conviene también saber lo que se le debe servir a la gente. Porque si se deja usted llevar sólo por el criterio de la gente, al final no verán más que partidos de fútbol en televisión.

-Muchas gracias por esta entrevista, y que viva usted muchos años, don Camilo, para poder seguir escribiendo.

– Y usted que lo vea. ¡Gracias a ustedes!

Y así fue como despedimos a nuestro escritor, para dejar paso a otras personas que le estaban esperando, y no cesaban en intentarlo. Un hombre del pueblo con alma de sabio, y un hombre sabio con espíritu de niño. Así me pareció al atender una llamada y hablarle en gallego: un hombre de pueblo. Con su espíritu de niño, todo le sorprende gratamente. No en vano escribe en cuadernos infantiles que tienen en sus tapas traseras las tablas de multiplicar. Escribe a mano, muy lentamente… como un niño que aprende a hacer palotes. Y no hay correcciones. O sea que las grandes frases le salen a la primera. Y nadie sabe cómo se produce allí el milagro. El gran milagro de la creación literaria. El intelectual y buen escritor, concediendo igual importancia a lo grande que a lo pequeño, interesado por el mundo entero. Sabiéndolo todo; habiéndolo escrito todo, porque todo está en sus libros.

Don Camilo, un hombre tremendamente correcto y educado; amigo de la paz y la justicia. Perseguidor de libertad y de utopías. Es único en su género: es hoy el Cervantes español vivo. El «Fénix de los Ingenios», Modestamente califica sus obras como un mensaje de «sinceridad y reflejo de la realidad circundante». Sólo queda rendirle el homenaje que se tiene merecido: leer sus obras y tratar de comprender el mensaje que subyace en su significado.

(Así terminamos hace 32 años, aquel 20 de febrero de 1990, tempus fugit)

Fin