14/05/2024 14:27
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Una de las clases que más recuerdo de las que impartió el profesor don Gonzalo Herranz fue con ocasión de un curso de Doctorado que llevaba por título «Metodología de la investigación científica». En aquella ocasión nos exhortaba a los doctorandos a evitar en la medida de los posible los anglicismos, galicismos u otros vocablos de procedencia extranjera, cuando en español teníamos palabras que significaban lo mismo o podían tener una raíz latina. Siempre agudo en sus apreciaciones y ejemplos, en aquella clase el profesor fue tomando un carácter cada vez más jocoso e hilarante que llegó al punto de las carcajadas cuando señaló el abuso que se hacía en nuestro idioma de la palabra «test«, tan empleado en medicina. Su importación al castellano, señalaba, ya la hacía odiosa por su pronunciación extraña a nuestra fonética. Pero incluso ponía en un brete a la Real Academia de la Lengua que, según sus normas de formación de plurales, al acabar la palabra en consonante el plural debía hacerse con la terminación «-es», ya que si «test» es compleja de pronunciar, «tests» se hacía todavía más ardua sin escupir saliva. Y formar el plural conforme a la regla vigente, implicaba que el plural de test tuviera que ser testes que en castellano es sinónimo de testículos.
El profesor Herranz nos hacía ver la conveniencia de sustituir, como debía hacerse, el anglicismo test por unas palabras tan castellanas como prueba o examen. Hacer un test psicológico o un test de citología, o un test de aptitud o un test de habilidad podía convertirse en un apuro al referirnos al plural de esos exámenes como «testes». Inténtelo. Y no digamos ya, si hablamos de los «testes» de provocación, como para que te pongan una denuncia por exhibicionista.
También extendía el problema al emplear la palabra test referido a su función: no sabemos si un test testa o testea. Porque «testa» significa cabeza (que algunos no saben dónde la tienen) y testar es hacer testamento. Y testear se ha traducido como examinar, verificar, controlar, si bien en su origen derivado del castellano sería más adecuado un significado como sopesar o tantear los testes, algo así como tocar los cojones.
Un titular de prensa asegura que durante estas fechas de Navidad se han vendido en las farmacias más de un millón de test (lo ponen en singular) de antígenos. Lo que la noticia no aclara es qué testeaban (si es que testeaban algo) o con qué grado de seguridad controlaban o verificaban lo que decían que estaban examinando. Y con esto no quiero dejar esta noticia como sospechosa de «contradecir los dictados de la OMS», Dios nos libre de los inicuos. Simplemente apelo al lector para que le traslade a su médico, cada cual al suyo, si realmente sabe en qué se basan esas pruebas para saber si realmente aportan algo útil en relación a la salud de las personas que se las hacen. Si lo hace, comprobará que la inmensa mayoría de los médicos no tienen ni idea de en qué se basa la prueba supuestamente diagnóstica, ni de su sensibilidad ni de su especificidad y, desde luego, ni de su utilidad. En el mejor de los casos oirá a su médico decir, «no sé, lo que diga el prospecto», porque podrá comprobar que su médico no se ha tomado la molestia de leerlo y mucho menos de analizar el contenido para saber si es un sacacuartos más. O bien, alguno le dirá algo así como «no sé, se la hizo usted porque quiso, yo no se la he mandado». En el fondo, lo sabemos los médicos que vemos pacientes, muchas pruebas de las que se piden solo sirven para quitarse al paciente de encima, utilidad real para la salud de las personas, cero. Y beneficio para las empresas que comercializan pruebas y más pruebas sembrando miedos. Un poco de reflexión para los miedosos que han engordado las arcas de los laboratorios. Sean un poquito más racionales, que no es solo por malgastar, sino que no se están dando cuenta de que la hipocondría crece con la ignorancia.
Vaya este artículo en memoria del profesor don Gonzalo Herranz, referente en el mundo de la deontología médica, que un día me hizo ver que los únicos que padecen patologías son los estudiantes de medicina.

Autor

Doctor Luis M. Benito
Doctor Luis M. Benito
Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0
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Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Es una cuestión de dignidad nacional elemental no ceder frente al humillante papanatismo anglófilo. Lo mismo pasa en otras disciplinas. Por ejemplo, en contabilidad o en gestión de inventarios, el uso de FIFO o LIFO en lugar de PEPS (primero en entrar, primero en salir) o UEPS (último en entrar, primero en salir). Para abordar correctamente esta problemática, hay que entender porqué pasa. No pasa porque en español carezcamos de recursos para expresar lo que se expresa en otros idiomas. A veces es una mera cuestión de hábito y de cómo éste afecta a lo que suena natural o no. Por desgracia, por lo general, es una cuestión de falso prestigio y de manifestación de sumisión a culturas dominantes. Es el objeto de estudio de la sociolingüística. No es casual que los de Newtral se llamen a sí mismos, pomposa y ufanamente, «fact-checker» en lugar de corroboradores. Lo hacen para mostrar su sumisión al globalismo de la anglosfera y para negar la Hispanidad. El sueño húmedo de la alta gentuza sorosiana es que el español se disgregue en una colección de jergas heterogéneas, habladas en el barrio o en la familia, y sin la posición social del inglés. El chistema educativo ejpañol se ha puesto a su servicio últimamente y vemos hordas de niñatos que no saben expresarse ni medio bien pero tratan de compensarlo con un salpicado de términos en inglés. Por supuesto, tampoco saben expresarse bien en ésta o en ninguna otra lengua. Los hispanohablantes más conscientes tenemos la obligación de proponer el uso de neologismos mejores, en consonancia con el espíritu de la superior lengua castellana. Por ejemplo, yo propongo blocadenas en lugar de «block chain», tajar/tajador en lugar de «to hack/hacker»,

Aliena

Los mensajes plagados de «WTF», «LOL», «IMO», amén de la exclamación «Wow» ( ni las interjecciones se libran ). Respecto a las pilas y las colas ( LIFO y FIFO ) yo las estudié para algoritmos y con el álgebra de Boole… booleana, que ahora se ha convertido en «boolean» igual que los transpondedores han pasado, por arte de birlibirloque, a ser «transponders» y hurra.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Efectivamente pero no es lo mismo el problema de la asimilación de un neologismo extranjero que relegar términos propios por ignorancia de la propia lengua en favor de términos extranjeros, que a veces son mucho menos precisos. Pongamos por caso, «manager» para encargado, jefe, director, gerente, gestor, etc.. Es lo típico de gente que no tiene un vocabulario de más allá de 3.000 palabras en castellano, a pesar de ser su lengua materna. La clase social tendría que venir determinada por la riqueza no superflua del vocabulario y la precisión no frívola de la expresión. Sin embargo, en la España actual, como consecuencia de la rebelión orteguiana del hombre masa, lo que está mal visto y denostado públicamente es hablar bien. Y llevar razón ya no digamos. Como en el tango Cambalache, donde los inmorales nos han igualado; pues lo mismo para los que, acorralados, se revuelven como alimañas tildando de pedante al que no huele como ellos.

Billemark

Como siempre Doc, me encanta su ironía.
Por fin lo he podido leer.
Un abrazo y feliz año 2024🙋‍♀️

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