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Cuando acabó su carrera, Unamuno se doctoró en Filosofía y Letras, preparando posteriormente oposiciones a una cátedra de psicología, lógica y ética, y luego a una de metafísica, fracasando en ambas. Tras de ello opositó a la cátedra de latín, que impartió en un Instituto de segunda enseñanza de Bilbao, para luego ganar la cátedra de lengua griega, ante un tribunal presidido por Marcelino Menéndez y Pelayo  (su maestro) y Juan Valera, en el año 1891, pasando a residir a la ciudad de Salamanca para terminar falleciendo en la misma. 

Viene al recuerdo Unamuno ante la actualidad de si, en la región catalana (para los que hemos estudiado el Bachillerato Elemental y Superior, en nuestra geografía solo existen regiones) se debe enseñar un porcentaje determinado en castellano. Cuestión que puede extenderse a Galicia, Vascongadas, Levante y Baleares, donde parece -más bien es objetivo y fin- que quiera eliminarse el castellano de forma absoluta. Propugnaba Don Miguel que se estableciera en España el estudio histórico y científico del idioma castellano frente a los planes que cada ministro de turno proponía en su época, evitando de este modo en que se cayera (como así acontecía en la realidad) en la anarquía del plan reinante.

Para Unamuno el saber ocupaba lugar puesto que el aprender ocupaba tiempo, y este es irreversible para nunca más volver, de ahí que reprochara como el mayor mal de su época -como lo es en la actual-  la ausencia en la cultura de una base general de la lengua. De ahí que Don Miguel propusiera que la lengua oficial de España fuese la “castellana” al estar llena de significación viva, y viva porque brotó del latín, como tantos romances, haciéndose la lengua nacional e internacional, caminando a ser la verdadera lengua española, la lengua del pueblo español al formarse sobre el núcleo castellano.

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En palabras de Don Miguel, “Castilla hizo la nación española” al ponerse a la cabeza con su espíritu (idea que adoptaría más tarde Laín Entralgo al querer explicar lo que es ser español), y de ahí que, para hacer la historia del castellano, es decir de Castilla y, en definitiva de España, no bastaba el latín clásico porque este era un dialecto literario, no la fuente misma latina viva de donde brotaron los romances, y sí lo era el bajo latín, transformación por el que pasó a la caída del imperio romano.

Para conseguir esa oficialización del “castellano” -según Unamuno-, no se podía polarizar el concepto de patria tirando, de un lado de la patria chica, de campanario, de aldea, frente a la gran patria, sino que ambas habían de fundirse y fecundarse mutuamente en la Patria completa y pura. Para este fin había que superar errores -los de su tiempo y hoy los actuales- superando la individualidad para alcanzar la personalidad, pero esta “personalidad” no podía lograrse por el peligro amenazante -en su época y en la actual- de la indesarraigable tendencia en España de ciertas regiones a cobrar autonomía. De ahí que Unamuno dictase que al Estado le cumpliese imponer ese idioma único –“el castellano”- en razón de esa  universalidad.

Ese “castellano” no solo es la lengua la española -conforme es definida en el artículo 3 de la Constitución de 1978, bajo la traición que supusieron los “Pactos de la Moncloa”–  sino el idioma español al haber atravesado fronteras y el que hablan -según el Anuario de 2021 del Instituto Cervantes-  591 millones de personas, y en cuya presentación de dicho Anuario, José Luis Garcia Delgado, Catedrático de Economía, acertó al decir que “España es el español. Es el español y algunas cosas más, como gran causa de la sociedad española”, tal vez recordando el argumento de Américo Castro de que el español comenzó su realización total cuando los visigodos, reducidos y diseminados por las tierras del norte, tuvieron un “para qué” reunirse en un mismo fin, que no fue otro que reconquistar el suelo cedido a la morisma. Si en la hoy España tuviéramos un mismo fin, un “para qué” que nos reuniese en un destino común que no fueran conceptos o ideas generales -venidas de un extranjero globalizante e implantadas por quienes para sentirse español es humillante- nuestro afán no sería la prever porcentajes en una determinada parte de la tierra española, porque volveríamos a sentir la Patria Grande, la Patria sagrada a través del espacio y de los tiempos, la Patria pura y completa que buscara Unamuno para el español en la lengua castellana.

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Fdo. Luis Alberto Calderón – Madrid, hoy dos de enero del año dos mil veintidós