En el primer caso de este tipo, el Papa Francisco ha beatificado a toda una familia polaca. Al igual que los mártires de la guerra civil -entre ellos 13 obispos, 4.172 sacerdotes diocesanos y seminaristas, 2.364 monjes y frailes y 283 monjas-, la familia Ulma se está convirtiendo en una especie de causa célebre nacionalista y exponiendo una división en la política de la nación. Una carta del episcopado polaco afirma que los Ulma, del pueblo de Markowa, son “una inspiración para los matrimonios y las familias modernas; su actitud heroica, un testimonio de que el amor es más fuerte que la muerte”.
Martirizados por dar cobijo a judíos durante la ocupación alemana, la causa de beatificación de la familia se trasladó originalmente junto con otras miles en 2003, pero se separó del resto por sus detalles inusuales. No se ha atribuido ningún milagro a su intercesión y, singularmente, el séptimo y más joven de los hijos aún no había nacido en el momento de la ejecución pública de la familia, algo de especial importancia para Polonia, cuyo gobierno saliente introdujo hace unos años leyes sobre el aborto aún más estrictas.
El caso de los Ulma recuerda tanto al de los Santos Inocentes, considerados santos por la tradición, como al de Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco que aceptó sacrificar su vida a cambio de la de otro polaco en Auschwitz. El caso de Kolbe sentó un precedente moderno de santidad en el que el Papa Juan Pablo II aclaró que basta con que un mártir haya dado su vida por otro, renunciando al requisito de que el beatificado haya realizado un milagro.
Los ancianos de Markowa recuerdan a los Ulma como innovadores y honrados, fascinados por la tecnología. Además de su explotación frutícola, Jozef criaba abejas y experimentaba con el cultivo de gusanos de seda.
Conectando un molino de viento a una dinamo, se convirtieron en el primer hogar del pueblo con electricidad, y su gran interés por la fotografía nos proporciona un amplio registro de sus cortas vidas.
Sin embargo, las fotografías de Jozef, Wiktoria y sus seis hijos ocultan el terrible peligro que corrieron cuando, en 1942, aceptaron acoger en su casa a las familias Szall y Goldman.
En Polonia, como en España, es una tentación para la derecha católica utilizar a los mártires como ejemplo para la nación, pero los Ulma no pertenecían a la resistencia polaca en ninguna capacidad oficial. Al igual que nuestros mártires, su preservación de la vida de la nación fluía de su fe, y no al revés.
Si hay que extraer algún mensaje político del gran sacrificio de los Ulma, es que, durante dos años, los ocho miembros invisibles de una familia con creencias diferentes participaron en el trabajo de la granja de los Ulma, hasta que un chivatazo hizo que llamaran a su puerta la noche del 24 de marzo de 1944.
Jozef y Wiktoria, junto con sus hijos Stasia, Basia, Władzio, Franuś, Antoś, Marysia y un séptimo niño por nacer, fueron beatificados por un enviado papal el 10 de septiembre, en una misa celebrada en Markowa. El aniversario de su conmemoración no coincide con el aniversario de su martirio, sino con el 7 de julio, aniversario de boda de Jozef y Wiktoria.
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Usar la beatificación y la canonización como instrumento de política es un ultraje horroroso a Dios y a sus santos y santas verdaderos, muchos de ellos mártires en vida, por mucha «caridad» que se atribuya a la diabólica política (mentira, engaño e hipocresía para alcanzar el poder, como Lucifer).
Desde luego, rara vez (y nunca con gran propaganda) se canoniza ni beatifica a los mártires católicos (más de un millón de hombres y mujeres) de Rusia desde 1917, ahogados en sangre por Lenin y paulatinamente exterminados los restos supervivientes por Stalin, en un Estado infernal que oficializó el odio y la condena a Dios Nuestro Señor, prohibiendo todo tipo de culto a Jesucristo y destruyendo sus templos o convirtiéndolos en cuadras, salas de cine, silos, almacenes, destilerías de vodka, etc. Y el aviso sobre este asunto nos vino del Cielo mismo. Es como si los marxistas de entonces y los de hoy (China), gozasen de una especie de «indulgencia plenaria política», como si los crímenes de unos fuesen buenos y los de otros malos, el aborto de unos es aceptable y el de otros es pecado, el racismo de unos es perseguible y el de otros enaltecible, etc. Es como si muchos se empeñasen en demostrar que Pío XII no fue el «papa de Hitler», sino el «papa de Stalin, Roosevelt y Churchill» (desde luego, no hubo consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, ni comunión reparadora de los cinco primeros sábados como mandato de la Iglesia por ser mandato de Dios mismo), teniendo en cuenta que desde Rerum Novarum (1891), la política domina la jerarquía eclesiástica mientras Dios no nos libre de la política para siempre (si la política es «caridad», entonces que nadie rechace el carácter de comunistas, socialistas, marxistas, liberales, conservadores, ecologistas, etc., de papas, cardenales, obispos y sacerdotes, porque mentiría. Si la política es «caridad», y sin caridad, como enseña San Pablo, nada somos, los que rechazamos la política, rechazamos a Dios mismo. Solo Dios puede aclararnos quien es fiel a la Verdad y quien es falso profeta y miente). Es la prueba, esperemos que definitiva y final.
Y respecto a Polonia, escasamente si acaso algo, se ha beatificado ni canonizado a los incontables mártires católicos víctimas del Ejército Rojo de Stalin, que invadió el país eslavo entre 1944 y 1945, saqueando, asesinando y violando por todo lugar, cual hordas del demonio. Ni siquiera se beatifica y canoniza a las innumerables monjas de clausura polacas salvajemente violadas por los soldados del Ejército Rojo y asesinadas en no poco número (éstas no cuentan ni siquiera para los polacos democráticos de hoy, socialistas o conservadores, por lo que se ve).
Tampoco se aclaran, por cobardía o conveniencia, todos esos crímenes, decenas de miles sino cientos de miles, de católicos polacos exterminados por las autoridades comunistas soviéticas en los primeros años de la ocupación, atribuidas en no poco número a los «nazis», como a éstos se les atribuye el exterminio en innumerables fosas como las de Katyn, de la oficialidad y soldados del ejército polaco, altas magistraturas, catedráticos, profesores, escritores, científicos, intelectuales, ingenieros, empresarios, artistas, músicos, etc., polacos, que, ante el avance alemán por suelo polaco, fueron a refugiarse al este del país, y cayeron, casi por sorpresa, bajo dominio del Ejército Rojo de Stalin, que invadió la parte este de Polonia sin repercusión o respuesta alguna por parte de UK y Francia, que se supone que luchaban por «defender Polonia». Esa parte de la población polaca que fue exterminada por Stalin, como hizo con innumerables minorías y mayorías en la URSS siendo comisario de nacionalidades, seguían el ideal bolchevique según el cual, exterminadas las «élites», el pueblo asumiría el comunismo sin oposición material o «intelectual». El caso es que Stalin no contó con que los corazones de los humildes y sencillos, el corazón de los pobres de espíritu, está cerca de Jesucristo y extremadamente alejado, y cada vez más, de su ideología sin Dios salvajemente satánica, algo que ni sus aliados y cómplices plenos conservadores (los de Winston) y liberales (los de Franklin) tampoco comprendieron entonces, ni comprenden hoy día (tan contentos y enriquecidos con Xi Lin Ping).
Lo que queda inequívocamente claro y verídico entre tanto engaño «historicista» al servicio de la política, es la Santísima Voluntad de Dios expresada en 1917 en Fátima, y, en la propia Polonia, a finales de 1936, Voluntad diametralmente opuesta a la de la mayoría de hombres y mujeres de esta generación pervertida y perversa. Y esa Santísima Voluntad de Dios se oponía a Rusia desde el Reino de los Cielos, queriendo evitar que extendiese sus errores por el mundo, como ya lo ha hecho profusamente, por desobediencia. Jesucristo Nuestro Señor, incluso afirmó no poder soportar a ese país, pidiendo que no se le atasen las manos. Por desgracia, los santos fueron derrotados y se impuso el anticristo, es decir, el político, vástago de satanás. Y se sigue imponiendo, por desgracia para incontables almas que van con ellos a la perdición eterna.