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Inmediatamente a la publicación del libro Regreso de la URSS –en noviembre de 1936–, André Gide pasó de ser un icono de la causa comunista a convertirse en pieza a abatir por el Partido. Como el también “traidor” Boris Souvarine, autor de Staline. Aperçu historique du bolchevisme (1935) –esto es, Stalin. Reseña histórica del bolchevismo–, Gide fue puesto en la diana y sometido a una feroz campaña de descrédito.
Ante el ataque de sus compatriotas Fernand Grenier[1], Jean Pons y Pierre Alessandri, acusándole de irreflexivo, Gide respondía: “[…] mi único deseo era dejarme seducir para poder a mi vez seducir a otros. Y dado que resulta muy agradable seducir y ser seducido, quisiera que los mencionados se convenzan de lo poderosas que han de ser mis razones para que me insurja contra esta seducción; y de que no lo hago, como se ha dicho «a la ligera»”[2]. Y en otro pasaje escribía en el mismo sentido: “Examen superficial, juicio precipitado, he aquí las sentencias que se ha granjeado mi libro. ¡Como si no fuera precisamente la apariencia primera la que nos sedujera de la URSS! […] Si me hubiera limitado a admirar, no me habríais echado en cara mi superficialidad […]”[3]. “En los catorce días que (Grenier, Pons y Alessandri junto a sus 159 compañeros) han estado en Rusia (del 14 al 28 de agosto de 1936) […] han podido ver mucho; pero únicamente lo que les han enseñado. Ninguno de ellos (me refiero a mis tres acusadores) hablaba ruso. Espero que no tengan inconveniente en que a mi vez considere sus declaraciones un tanto superficiales”. Al contrario, la estancia de Gide fue bastante más larga –desde el 14 de junio hasta septiembre de 1936– y, de las seis personas que conformaban su grupo –Jef Last, Jacques Schiffrin, Eugène Dabit, Louis Guilloux y Pierre Herbart, además del propio Gide–, dos de ellos hablaban ruso, lo que les permitió una cierta toma de contacto directa, independiente del filtro-censura de los guías-intérpretes que les acompañaban[4].
Tales hechos, inapelables, ponían en evidencia el doble rasero de sus antiguos camaradas devenidos ahora en enemigos, y Gide no dudó en señalarlo, denunciando la ley del embudo con que le juzgaban: “Ocurre demasiado que los amigos de la URSS se nieguen a ver lo malo, o cuando menos a reconocerlo; de ahí que, con excesiva frecuencia, la verdad sobre la URSS se diga con odio, y la mentira con amor”[5].
Gide señalaba así el sectarismo y mala fe de sus antagonistas; no sólo el autoengaño o ceguera voluntaria[6], sino la voluntad activa y consciente de engañar a los demás. Cinismo e hipocresía al servicio de la mentira. Exactamente la misma llaga sobre la que Solzhenitsin puso el dedo al afirmar: “La violencia sólo puede cubrirse con la mentira, y la mentira sólo puede mantenerse con la violencia […] sólo exige de nosotros sumisión a la mentira, participación diaria en la mentira, y en esto consiste ser un súbdito fiel. Aquí yace precisamente la clave que despreciamos. La más sencilla, la más asequible para alcanzar nuestra liberación: ¡La no participación personal en la mentira! Que la mentira lo cubra todo, que lo avasalle todo; pero obstinémonos en lo más pequeño: ¡No a través de mí!”[7]
El caso es que el duro testimonio de Gide a su regreso de la Unión Soviética llevó al Partido a emprender una campaña en toda regla contra el otrora admirado “compañero de viaje” y, enseguida, un ejército de “detractores” perfectamente coordinados se puso en marcha para encubrir las vergüenzas del sistema soviético desacreditando al infame traidor. Por un lado, atacar el mensaje; por otro, al emisor. Primero, negar los hechos denunciados; después, quitarles importancia; más tarde, justificarlos. Y por otra parte, combatir la crítica misma, considerándola infundada, exagerada o inoportuna. Simultáneamente, matar al mensajero; es decir, calumniarlo, intimidarlo, acallar su voz.
El problema es que el prestigio del escritor era tal entre sus camaradas comunistas hasta la publicación del libro, que resultaba imposible hacer creer a todo el mundo, de la noche a la mañana, que era un “fascista” o que se había vuelto loco. A pesar de que muchos lo intentaron, retratándose al desatar su odio en los medios afines al Partido; véase el diario L’Humanité, el semanario Vendredi (Viernes); la revista Europe o el diario vespertino Ce Soir (Esta noche). Así, es interesante ver cómo, aparte de los citados, los intelectuales de izquierdas como Georges Friedmann, Romain Rolland, André Wurmser, Paul Nizan, André Malraux, Jean Cassou o Jean Guéhenno se lanzaron en tromba contra quien había sido mascarón de proa de la “intelectualidad comprometida” –con el comunismo–, agrupándose en torno a la vieja consigna de repetir una mentira una y mil veces según la premisa “miente, miente, que algo queda”.
La principal línea de ataque la apuntó el sociólogo comunista francés Georges Friedmann en su artículo “Gide et l’URSS”, eligiendo el “argumento” ad hominem para desacreditar el contenido del libro a partir de la descalificación de su autor: “burgués”, “distanciado de la realidad” e “ignorante”[8] fueron algunos de los cariñosos epítetos con que Friedmann obsequió a Gide. Bien es cierto que tampoco podía sorprender esta estrategia. No en vano, el calificativo “burgués” siempre fue muy socorrido para dar el tono proletario a cualquier discurso socialista y el citado “resentimiento de clase” fue esgrimido mil y una veces, por ejemplo, por Jean Guéhenno en todas sus disputas con Gide[9].
Casi a renglón seguido, Romain Rolland, en su artículo “L’URSS en a vu bien d’autres!” (¡La URSS ha visto otros como él!)[10], arremetía igualmente ciego de ira contra Gide y Regreso de la URSS: “Este mal libro es, además, un libro mediocre, asombrosamente pobre, pueril y contradictorio”. Acusaba a Gide de narciso y egoísta por no saber callarse situando los elevados fines sociales de la “patria universal de los trabajadores, fundada por la Revolución de Octubre” por encima de la verdad.
No son de extrañar las palabras de André Gide sobre aquéllos que explicaban los “desajustes” del régimen soviético como males pasajeros y, por supuesto, justificaban su silenciamiento: “[…] me explicáis sabiamente que este mal es necesario, que usted, intelectual, […] lo acepta como provisional y porque debiera conducir a un bien mayor. Usted, comunista inteligente, acepta conocer ese mal; pero le parece más adecuado esconderlo a aquellos menos inteligentes que usted, que tal vez se indignarían con ello…”[11].
¿Cómo podría encubrirse la hipocresía de todos aquellos “intelectuales” cómplices de la injusticia y del terror al servicio de una idea?
Lo cierto es que las citadas malas artes respondían a aquellas palabras de Gide en que definía certeramente el Comunismo como una religión: “¡Cuán controlada, cuán ganada tiene Stalin la partida! Bajo los aplausos fervorosos de los comunistas del mundo entero, que aún siguen y seguirán creyendo por mucho tiempo que, al menos, en la URSS han salido victoriosos, y que tachan de enemigo y traidor a todo aquel que no aplaude”[12].
Términos que se ajustaban perfectamente a aquellos viejos camaradas, como el crítico de arte Jean Cassou, que instaban a Gide a no decir ni escribir nada que pudiera debilitar “la causa a la que servimos”. Exigencia reiterada en la llamada de Jean Guéhenno a mantener literalmente la disciplina del rebaño: “¡Te vimos tan disciplinado hace tres años, André Gide! ¡Te vemos ahora tan rebelde!”[13]
Y es que Gide explica muy claramente el porqué de su libro: “No hay partido que valga […] y que pueda impedir que prefiera la verdad al propio Partido”[14].
Justamente el pensamiento contrario al de los siervos fanatizados para quienes el Partido está por encima de todo, incluidas la verdad y las personas.
[1] Dirigente del Partido Comunista Francés.
[2] Retoques a mi “Regreso de la URSS” (1937), Alianza, Madrid, 2017, capítulo dos, p. 101. Pueden encontrarse otros testimonios similares en el libro recopilatorio de Richard Crossman titulado El Dios que fracasó (1949).
[3] Ibíd., capítulo dos, p. 97.
[4] Léase a este respecto “Diario de Rusia” (1948) de John Steinbeck.
[5] Regreso de la URSS (1936), Alianza, Madrid, 2017, nota preliminar, p. 17.
[6] Tomado del libro de Christian Jelen titulado L’Aveuglement. Les socialistes et la naissance du mythe soviétique (1984) ; en español La ceguera voluntaria, Planeta, Barcelona, 1985.
[7] “¡Rechacemos la mentira!”, 18 de febrero de 1974. En Alerta a Occidente, Ediciones Acervo, Barcelona, 1978, pp. 41-48, p. 45.
[8] Revista Europa, 15 de enero de 1937. Aunque tampoco pueden escandalizarnos semejantes artimañas en el autor del libro titulado De la Santa Rusia a la URSS (1938), donde Friedmann, testigo de los primeros juicios de Moscú en 1936, todavía fue capaz de hallar el resquicio para interpretarlos como un rescoldo de la era zarista. Como si la responsabilidad de aquella farsa macabra que fueron las purgas públicas de 1936 a 1938 no hubiera sido de Stalin, sino de la herencia recibida.
[9] https://books.openedition.org/pur/35228?lang=es
[10] “L’URSS en a vu bien d’autres. Une Lettre de Romain Rolland à propos du livre d’André Gide”, L’Humanité, 18 de enero de 1937.
https://publishing.cdlib.org/ucpressebooks/view?docId=ft538nb2x9;chunk.id=nsd0e5790;doc.view=print
Léase también: Frederick John Harris. André Gide and Romain Rolland, two men divided, Rutgers University Press, Nueva Jersey, 1973.
[11] Retoques a “Regreso de la URSS”, Alianza, Madrid, 2017, capítulo nueve, p. 148. “
[12] Ibíd., capítulo seis, p. 129.
[13] Jean Guéhenno, “Carta abierta a André Gide”, Vendredi, 17 de diciembre de 1937. https://books.openedition.org/pur/35227?lang=es
[14] Ibíd., p. 149.
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