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Juan Villoro escribe en La tierra de la gran promesa, con acierto, sobre ese “vacío superintenso de quienes descubren que el corazón solo existe al destrozarse”. Pocas cosas pueden destrozar el alma de un hombre con la efectividad del desamor: un corazón roto equivale, al igual que ocurre con una ilusión perdida, a una muerte en vida. Es decir, a la caída en la desesperación. Con los amores frustrados siempre se entra, de forma más o menos literal, en un mundo de fantasmas poblado únicamente por recuerdos, sombras y espectros. El escritor Luis Racionero, que murió el 8 de marzo de 2020, decía haber sobrevivido “a un gran amor seis veces”; con todo mi respeto, me permito dudarlo: o aquello no era un gran amor o entonces la supervivencia era una mera ilusión. Y aunque dicen que los gatos tienen siete vidas, hoy solo vamos a hablar de El poder del perro.
Jane Campion, en El poder del perro (2021), nos está hablando exactamente de eso: de cómo el amor nos destruye justo en el momento de perderlo. Porque cuando lo sentimos como verdadero nos resulta imposible seguir viviendo en su interior y ya solo podemos habitar en él como quien se asoma, dubitativo, a una ventana empañada. Solo que Campion, que adapta en este caso una novela de título homónimo escrita por Thomas Savage, nos da el puzzle para que lo montemos desde el final: cuando la historia de amor queda muy atrás en el tiempo y debe ser el espectador, intérprete de los intensos silencios y rastreador de las mil y una sutilezas dejadas astutamente por la directora en la película, quien vaya recomponiendo los fragmentos del pasado.
El poder del perro cuenta la vida de dos hermanos dedicados al ganado en los años 20; en sus vidas se cruzan, de pronto, una viuda cuyo marido fue presa del suicidio y un niño amanerado superado de manera constante por el ambiente hostil. No es un western (¿lo eran, acaso, Las puertas del cielo, Días del cielo o Pozos de ambición?), la película de Campion, como se viene repitiendo, sino que es una historia ambientada en el far west que podemos calificar sin miedo a equivocarnos de thriller psicológico o de melodrama de época. Sus personajes están trazados con maestría, el bello paisaje dice lo que los actores callan y nada de lo que aparece ante la cámara lo hace en vano; la banda sonora, la fotografía, la puesta en escena y la ambientación son también sublimes. Sin embargo, los grandes protagonistas de la película son su directora y su actor protagonista: dos candidatos inmediatos a arrasar con todos y con todo en la próxima temporada de premios.
Jane Campion ganó la Palma de Oro en 1993 por una obra maestra llamada El piano donde los dos protagonistas, Harvey Keitel y Sam Neil, representaban dos tipos de masculinidades contrapuestas y conectadas únicamente por una mujer, Holly Hunter, con unas personalidades similares a las de los protagonistas de El poder del perro: Benedict Cumberbatch, Jesse Plimons y Kristen Dunst (los últimos, por cierto, son pareja tanto en la película como en la vida real); ahora, por El poder del perro, Campion ha ganado el premio a la mejor dirección en el Festival de Venecia y se postula como firme candidata al Óscar.
Benedict Cumberbatch es uno de los actores más versátiles y completos en activo que ha interpretado al dragón de El Hobbit, protagoniza una saga de superhéroes en Dr. Strange, ha dado vida a una de las miniseries más memorables de las últimas décadas en Sherlock Holmes y ha encarnado a varios secundarios de lujo en, por ejemplo, 12 años de esclavitud o en 1914; sin embargo, con El poder del perro ha realizado su mejor actuación hasta la fecha: su personaje, y más aún su interpretación, carga sobre sus espaldas todo el peso de la película. Si Kristen Stewart apunta a Óscar por su intensa creación en Spencer (2021), Benedict Cumberbatch lo hace por su genial trabajo en El poder del perro.
El amor masculino es el tema de la película en particular y del cine de Campion en general; siendo una directora, como lo es ella, obsesionada por las distintas formas que puede adoptar el amor de un hombre y las consecuencias que ello tiene sobre el mundo femenino. Película llena de aristas y tan compleja en su conjunto como un poliedro, El poder del perro es un monumento a la sutileza cinematográfica hecha para disfrutar en los detalles (que son muchos) y en los silencios (que son intensos). Un cine al que hace mucho tiempo que no estamos acostumbrados, por desgracia, y que en este caso concreto se encuentra sin exagerar a la altura de algunos grandes melodramas del cine clásico, aunque haya dos películas recientes cuya alargada sombra tanto en intención —una en cuanto a temática; la otra en cuanto a estilo— terminan por oscurecer (tan solo un poco) el resultado final: Brokeback Mountain (2005) y El asesinato de Jesse James por el cobarde de Robert Ford (2007).
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