22/11/2024 00:50
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Tenía razón Edmundo Bal, de Cs, cuando se declaró «indignado» por el reparto de puestos, en diversas instituciones del Estado, entre PP y PSOE, entre la derecha tradicional y los socialistas. Ese vergonzoso (para la democracia) reparto de sillones es una muestra del deficiente estado de libertades que sufrimos. Incluso el diario El Mundo subrayó, sin rubor, que «el acuerdo mete presión al PSOE si quiere controlar el Tribunal Constitucional en 2022». Solo una democracia de baja calidad y unos medios ya rendidos, sostenidos con nuestro dinero y contra nuestros intereses, pueden soportar la desvergüenza de repartirse, sin luz ni taquígrafos, las Instituciones.

Esta voltereta del PP parecería incomprensible, a la vista de las encuestas que le dan ganador en unas eventuales elecciones y tras muchos meses de negarse, públicamente, a tales acuerdos con los socialistas. Solo se entienden en el marco de una realidad (no la publicada) que empuja a una reedición angustiada de un bipartidismo «de aquella manera», amenazado por el hartazgo de muchos españoles.

Una «gran coalición», de tapadillo y por la puerta de atrás, es lo que nos estamos encontrando y este repartirse los cargos institucionales, de manera precipitada, como garantía de que va a ser difícil pedirles responsabilidades, a los dos partidos principales, por sus dislates. Se aseguran también que «no se van a hacer daño» con el cambio de colores. Como en el chiste del dentista, ambas formaciones se confabulan para que no salgan demasiados cadáveres de los armarios.

Una izquierda convertida en un adorno, mientras disfrutan de coche oficial, está lanzando al abismo a millones de trabajadores que no entienden que sus elegidos parezcan más preocupados por el maquillaje de esta temporada que por el desplome de los servicios públicos, la subida de precios, la precariedad y el deterioro de nuestras vidas. Unas limosnas en forma de paguitas quedan bien, en esos telediarios o portadas que cada vez sigue menos gente, pero no proporcionan ningún futuro a nuestros jóvenes, más allá de la dependencia de los poderosos.

Unos líderes también muy contentos, con ese reparto, a cambio de un servilismo y una docilidad que dan vergüenza ajena, como ante las exigencias (que se van a cumplir) del brazo político de Iberdrola y las grandes eléctricas: el PNV. Son rebeldes de pacotilla, revolucionarios de morrito y trajes de diseño, al servicio del enemigo. Observemos como los mismos «expertos» fabrican casi todos esos líderazgos artificiales y no dejemos que nos engañen con celofanes de colores.

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Crisis de credibilidad y monopolios

También, en el horizonte, la crisis de la narrativa oficial sobre la pandemia y sus implicaciones económicas, políticas y sociales . Las dudas, para cualquier persona que no haya hecho dejación de su pensamiento racional, ante el pánico que han difundido, se multiplican.

Muchos ya se dan cuenta de que el Covid19 tiene menos de cuestión sanitaria que de proyecto político e intereses económicos. Es menos de salud que de control social y represión. Obligan a servidores públicos a obedecer a ciegas, nos han prohibido preguntar, debatir y hasta informarnos, aprovechando el enorme poder que las grandes tecnológicas tienen sobre nuestra vida cotidiana y nuestras comunicaciones, incluso las más privadas.

Unas tecnológicas que son parte de ese proyecto de los grandes magnates porque forman parte de su club. Con unos medios casi totalmente integrados, comprados, exigiéndonos que abandonemos toda pretensión de pensar con nuestra cabeza y ofreciendo unos mecanismos de censura que silencian y denigran cualquier disidencia. Basta darse cuenta de que los mismos que dirigen esas redes sociales son los que financian a los «verificadores» para entender que no tienen ningún interés en la verdad sino en el objetivo de convertirnos en rebaño sumiso que no protesta.

Ahí están el Foro de Davos, la OMS, la Comisión Europea o el FMI, amenazándonos con nuevas pandemias a la carta, con crisis económicas y sociales prefabricadas para someternos, para que aceptemos su dirección incontestable en un proyecto que nos quiere más pobres, más aislados y que seamos menos.

Y detrás, un «filantrocapitalismo» que no logra ocultar del todo que es el capital monopolista, cada vez más concentrado en menos manos. Al menos una cuarta parte, de las 500 mayores empresas occidentales, están bajo control de 3 grandes fondos de inversión. Blackrock, Vanguard y State Street son decisivas para el conjunto del sistema capitalista y monopolizan, de hecho, una gran cantidad de sectores donde la mayoría de la producción y del negocio están en manos de media docena de compañías. Desde la alimentación al transporte, desde la banca a las semillas, desde la cerveza a las noticias… estamos en manos de unos pocos. Que, además, cada vez son menos. Por ejemplo, en 1983, el 90 por ciento de los medios (prensa, cine, radio, tv…) en Estados Unidos, pertenecían a 50 compañías. En 2021, ese porcentaje lo manejan 5.

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No es capitalismo filantrópico. Es concentración monopolista.

Ha llegado el momento de empezar a pensar en trocear esos monstruos que ahogan la libre competencia, la libertad de empresa, la libertad, en suma. En seguir el ejemplo de la Pacific Bell, de los años 60 y 70 para que Google, Facebook o BlackRock y otros monopolios dejen de eliminar a sus competidores y esclavizar a sus usuarios.

Unos enormes conglomerados que, además de la economía, quieren controlar también la política, la sociedad y nuestras propias vidas. Ya no solo colocan a sus políticos: tienen un proyecto mundial y saberlo es el principio imprescindible para derrotarlo. Porque no es un plan que nos lleva a la felicidad y la libertad. Es todo lo contrario y nos jugamos el futuro, digno de tal nombre, si no los vencemos.

Por eso podemos empezar dudando de lo que nos cuentan, informándonos por nosotros mismos, vigilando la veracidad de lo que dicen los grandes medios, creando redes de comunicación y organizándonos. Controlando la limpieza de las elecciones, votando en libertad a la opción que prefiramos y exigiendo responsabilidades a los embaucadores.

Exigiendo una democracia que pueda ser considerada como tal.

Autor

REDACCIÓN