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Sofístico argumento que pretende tolerar o justificar cualquier aberración inmoral, tan solo por venir del proceder humano, convirtiendo el hecho en un derecho, tan solo por el hecho de ser un hecho.
Es aquello que decía Adolfo Suárez de ¡legalizar lo que de hecho está en la calle”.
En la calle también está la delincuencia de la droga, el robo, la trata de blancas, la blasfemia o el atraco, lo que nada justifica el uso, ni ante la razón, ni ante la fe.
Pues da la triste casualidad que no todos somos hijos de Dios, sino criaturas de Dios (en la especie humana). Solo que algunos, estamos bautizados y liberados de la mancha original y somos hijos adoptivos, reconocidos legalmente por Dios.
Los otros, son criaturas humanas llamadas a ese estado de gracia sobrenatural, pero sin reconocimiento de la adopción, hijos espurios:
“Quien no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en e Reino de los cielos” (Juan, 1, 28).
Para algo el Señor nos redimió y puso condiciones, fundando su Iglesia Católica para nuestra plena realización humana y salvación en la gracia sobrenatural.
Por tanto, no todos somos hijos adoptivos de Dios, por mucha categoría de especie que tengamos como guinda del pastel de la creación en este mundo.
Escudarse en el florido discurso de “hijos de Dios”, no es argumento para meter gato por liebre, justificando la actuación de cualquier colectivo, grupo humano o hábito vicioso.
El sofisma “los homosexuales tienen derecho a tener una familia, porque son hijos de Dios”, no pasa de ser una demagogia liberal antinatural, viciosa y antifamiliar, preñada de infelicidades, contradicciones psicológicas y desarreglos afectivos por falta de verdadera complementación física, biológica y de trascendencia generativa a la vida social.
Por algo es pecado mortal la sodomía, que en teología moral revelada, se define como “concúbito carnal entre personas del mismo sexo, inversión sexual u homosexualismo”.
Está condenada en la Sagrada Escritura en textos como Génesis, 19, por su enorme deformidad al orden natural. En Levítico, 20, 13, dice: “Si uno yace con varón como se yace con mujer, ambos cometen abominación, ambos morirán”.
En 1ª. Corintios, 6, 9, dice lo mismo San Pablo.
La moral católica distingue entre el USO de la sodomía y la mera tendencia homosexual por afeminamiento temperamental, complejos sexuales, miedos…, etc. Esto último nada tiene que ver con el pecado.
Los Santos Padres como San Hipólito, San Juan Crisóstomo, San Agustín, y otros, escribieron condenas morales duras sobre este hecho degenerativo y hacer apología del mismo, ni es lógico, ni tomarlo por normal es el camino de la felicidad al contradecir las exigencias de la ley natural, que se concreta en la ley divino-positiva del Decálogo.
“Hijos de Dios” (según Bergoglio) también pueden ser los herejes, los adúlteros, los blasfemos, los terroristas y asesinos de nasciturus.
¿Dónde está el límite de los derechos verdaderos de los hijos de Dios?
El intento antropocéntrico, filantrópico, pacifista intramundano y alejado de la visión sobrenatural del Vaticano desde hace casi dos siglos.
La barbaridad de pedir “cobertura civil a los homosexuales”, es justificar el pecado de sodomía, contraviniendo heréticamente la revelación divina, favoreciendo otra Sodoma y Gomorra, en vez de silenciar el tema evitando el escándalo.
Falta a las cuatro virtudes cardinales, como ya he demostrado en mis escritos.
Ya solo falta a los okupas del Vaticano, que pidan cobertura civil y… eclesiástica, para el largo y ancho colectivo de blasfemos que tachonan nuestra geografía hispánica… porque ellos… también son “hijos de Dios”.
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