21/11/2024 11:46
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Es fácil escupir a la cara ajena el improperio de traidor. Lo que, frente a los demás, pone al vejador en la condición de lo contrario, de fiel. Bien, muy bien. Pero traidor y fiel a qué. ¿A la patria, a la Constitución, a los derechos humanos, a la historia reciente, a los muertos por causas políticas? ¿A qué se es fiel o traidor?

Pero esas expresiones de los ‘medios de comunicación’ y de las oligarquías de los partidos representan la antesala de todo el rosario de exabruptos que contiene el diccionario de la Real Academia Española, dirigidos a unos y a otros políticos.

Sin embargo, pienso, no es admisible razonar, en el universo político, dotado con conceptos subjetivos o morales. Eso dejaría de ser un comentario político para quedar en una mera opinión devaluada. Esas opiniones no pueden proyectarse sobre el fondo de la cuestión para interpretar y analizar correctamente lo que suceden en el ámbito de lo político.

Es necesario que en el discurso político crítico se elimine toda la bruma de moralina que levantan sus propagadores (los medios de comunicación, las redes sociales y toda esa red de inoculadores de ‘opinión’). Una vez eliminada esa hojarasca veremos, con asombro, la perspicuidad de la política, de sus proyectos, de su acción, de sus fines y medios, de sus jerarquías y verticalidades y de sus relaciones y entresijos.

Aquí, ni en los líderes políticos ni en los de más abajo o en los de más arriba, no hay traidores o fieles. ¿Entonces? Hay políticos, ese producto resultante del vaciado de la moral y del llenado de la avaricia. No añadimos absolutamente nada al sustantivo (político) con un epíteto: traidor, fiel … porque son cualidades no determinantes y dinámicas del sustantivo.

El debate de investidura. Quien ha ganado las elecciones, la minoría mayoritaria, ha perdido la investidura. Ya lo sabía, ya lo sabíamos. ¿Entonces para qué todo esa escenificación? Para hacer política y proclamar a los cuatro vientos el diseño de su nueva política: la representación política de una parte (el PP) de una lucha de fieles contra traidores.

Como si no fueran todos, sin excepción, renegados de la honestidad, de los principios y de los valores que han sido pisoteados desde hace más de cuatro décadas. Sobre todo han triturado aquellos valores como el servicio a sus conciudadanos, el del respeto a la nación … todo ha quedado intoxicado por sus repugnantes ideologías decimonónicas (etnicista, comunistas, liberales, etcétera) que no son más que el desgraciado secuestro por el pasado de las nobles aspiraciones futuras de la población.

No hay nada decisivo en peligro, como por ejemplo la nación (eso no desaparece por un acto político de negación sino, como comentaremos luego, por vías de otra índole más sutiles y no solo exclusivas de España). Lo que está en peligro, sin duda, es el Estado deforme y monstruoso que se ha levantando durante más de 45 años de putrefacción, de latrocinio y de corrupción sistémica producida por el sistema de partidos políticos y para su beneficio.

Es el Estado partitocrático, sus instituciones políticas, sus reglas, sus normas, sus instituciones, su legislación, … todo ese entramado es lo que constituye objetivo ‘político’ para que salte por los aires, pero ¡para ser reordenado de nuevo!

Estamos, pues, en un proceso irreversible de reforma del Estado de los partidos políticos. Pero nos olvidamos que lo principal no está en ese lugar (el Estado). Las políticas de los partidos políticos, que se manifiestan en plural pero que comparten una estrategia común y solidaria, están infectando a toda la población y están alterando todo el orden de convivencia de las sociedades complejas modernas.

Nadie, ningún político, ningún partido político, quiere irse del vergel de una nación de idiotas (en el estricto sentido griego del término). Mayor impunidad no pueden obtener. Menores depredaciones materiales tampoco. Todo se ha construido con la única finalidad de dar una forma ‘democrática’ al Estado que sustituyó y sucedió al Estado de Franco (un Estado pequeño, pero suficiente y viable) y legitimar con su Estado de Derecho el robo (los impuestos desaforados) y la corrupción sistémica (las formas de reparto del robo).

Esa reordenación, evidentemente, es la que todos los políticos temen o desean, porque nunca la planificación es perfecta y pueden aparecer resultados imprevistos. ¿El nuevo diseño del régimen de partidos políticos es necesario? No, es perfectamente prescindible. Pero corren nuevos tiempos y los impulsos imponen nuevas dinámicas y nuevos modelos de acción. ¿Es tan difícil de entenderlo?

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La política no es totalmente independiente en las sociedades complejas y está condicionada por el orden tecnológico. Y es en esa brutal interactuación del orden político y del orden tecnológico donde surge los estallidos, las transmutaciones tectónicas que producen corrimientos de placas y fracturas en el seno del Estado y en las poblaciones que se organizan dentro de su ámbito de competencia jurisdiccional.

La política es la expresión primera de esas convulsiones entre lo analógico y lo digital. Lo que podemos leer en su texto resulta dramático porque, ciertamente, ya no habrá nada de aquello que movió a generaciones enteras de población: la familia, el honor, la religión, el trabajo … Todo eso está a punto de concluir su ciclo. Aquí, en España, allí, en la Unión Europea y, por extensión, en todo el mundo anglosajón. El proyecto político futuro: la Agencia 2030 y las aspiraciones de las élites burocráticas de la Unión Europea.

Por tanto, es la política la instancia que expresa el estado de esas fuerzas en contienda, fuerzas tecnológicas con una inusitada capacidad de condicionamiento de los comportamientos, del pensamiento (del mundo subjetivo), de todo aquello que constituye nuestro nuevo medio ambiente (un universo artificial, ecológico, limpio y neutro) y nuestro nuevo acerbo interior (un universo virtual y de información pura). Hay quien piensa que esos planteamientos no son más que meras elucubraciones absurdas de malditos ‘intelectuales’ de pro. Prejuicios o pereza intelectual.

Tomemos un ejemplo decisivo: la familia.

Ahí está presente todo el compendio de fuerzas que actúan y que buscan reducir a cenizas la familia. Tenemos que entender, más allá de esa resistencia y comprender las cosas que suceden, porque ya no se trata de sustituir un modelo de familia (tradicional) por otro modelo de familia novedoso, excepcional y singular.

No, no se aspira a erigir un nuevo modelo de familia, ni siquiera se aspira a una nueva familia disfuncional sino a su exterminación perfecta. No me valen los argumentos de que la familia siempre fue, ha sido y será (lo que choca con todos los conocimientos de antropología y de prehistoria que actualmente tenemos de este fenómeno). Argumentos que se remiten a sí mismos como un pasmo en bucle o en espejo.

Todas las fuerzas disolventes que actúan contra la familia las podemos identificar en los defensores de esa exaltación radical de la subjetividad (la Ley Trans), en la despenalización de facto del aborto, en la radicalización de ideologías narcisistas (todo ese universo del fenómeno feminista), en el intervencionismo educativo … No hay lucha de sexos porque los órganos sexuales no tienen armas ni están dotados para el enfrentamiento ni tienen más estrategia que las bases instintivas (biológicas) a las que sirven por razón de su naturaleza.

Lo que hay no es más que una disuasión absoluta para expresarse sexualmente, lo que provoca la innecesaridad de conformar una familia (cuyo sentido principal es la de ser el cobijo para la reproducción de la especie) apostándolo todo a la expresión de una subjetividad insaciable (una especie de retorno a las antiguas tradiciones de la renuncia y de la privación, los nuevos penitentes del sexo, auto-excluidos del mundo) … todo ello genera una esterilidad vital, aceptada, como condición para ser y estar en un aislamiento espantoso en el mundo.

Ya no hay necesidad de la familia, ni siquiera de la familia con seres del mismo sexo, de personas con animales, de personas con cosas, de personas con nadie… El Derecho de Familia ha quedado anacrónico y resulta inane para resolver, para reglamentar, las nuevas orientaciones de esta reciente devastación que constituye el desorden amoroso, el desorden personal y el desorden de la convivencia.

Pues bien, no podemos ser incautos, y debemos admitir que toda esa nueva convulsión que busca eliminar la familia es la que se proyecta en la política y la que la política condiciona, suscita, refuerza y alienta. No reproducirse es el objetivo. Sin duda, pero también potenciar aquellas formas de dominio que ya no pasan por las relaciones padres/hijos sino por la del mundo de las aplicaciones digitales: el móvil como el vehículo imbatible de la nueva forma de sujeción universal.

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La política, pues, no constituye solo un apéndice subalterno de la tecnología digital sino la forma estratégica y de acción que desarrolla el nuevo sometimiento de la especie a la máquina. ¿Cuál creen, estimados lectores, que constituye la función principal de la política: la eliminación de la nación o, en el ejemplo que hemos tomado, la disolución de la familia, de toda familia? Veamos como se destruye la primera con la eliminación de la segunda.

La nación, la patria, me comentaba un amigo, es una comunidad continua en el tiempo que vincula las generaciones pasadas con las presentes en un ámbito territorial determinado donde se organizan con sus peculiaridades. Pues bien, si ya no hay reproducción en las nuevas generaciones (es factible que se sustituya en el futuro próximo por una reproducción artificial en laboratorios) ¿en qué queda esa nación generacional? En nada.

¿Y qué pasa si se importa población de forma masiva que carece de vínculos con generaciones nativas anteriores? ¿Qué sentido de pertenencia, de identidad, de sentimiento generacional pueden presentar esos inmigrantes con relación a la nación?

Por tanto, no lo duden, es la política lo que condiciona todos esos aspectos de la existencia y es la tecnología digital lo que lo permite y lo hace posible. Aquí no creo, igual me equivoco, que exista una alianza entre política/tecnología. Aquí lo que observo es una sociedad compleja transmutada por el orden tecnológico digital cuyo proyecto inherente, profundo, genético, esta siendo teledirigido por lo político.

Así pues, cuando escuchen a un político, desde una tribuna de oradores, desde un programa de cualquier medio de comunicación, no lo duden, siempre es un político peligroso y lo que tienen delante no es más que un instrumento de imposición sistemático y calculado:

-Para los analógicos, la política actual no es más que un medio para dar por concluido el mundo en el que han vivido hasta ahora, con sus valores y sus principios;

-Y, para los no analógicos, la política embriagada por lo digital, constituye una especie de abismo incierto, que ya intuyen sus protagonistas, que los dejarán sin la sustancia de la vida porque, desgraciadamente (así lo veo yo, un analógico), no tienen más finalidad, ni más sentido que la de ser parte de una máquina total, de una estructura en red que se determina como nuevo modelo de conducta, de pensamiento y de trascendencia: la agonía del ser.

Eso es la nueva política, una apariencia fatal, un proyecto de definición humana por la técnica, un medio de expresión de lo digital y de la muerte del orden analógico: la patria, la razón, la familia, el trabajo, la religión, las formas de producción y de distribución, la moral … todo aquello que fundamentaba un orden de convivencia donde el hombre estaba situado en el centro del universo entero.

Desde Copérnico, que descentró algo más que nuestro mundo en el universo, ya no hay más que una pérdida permanente de centralidad y de destrucción del ‘hombre’ de la civilización judeo-cristiana. No sé si eso podemos reputarlo como positivo. Pero sin duda sí lo podemos considerar como devastador para una civilización bimilenaria.

Nota bene: Por eso, lo digo claro, no me interesa ni los políticos ni sus partidos ni eso que llaman la investidura para proclamar el primus inter pares de los corruptos.

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Aliena

Un gran artículo con un pormenorizado análisis que señala causas y desgrana consecuencias. No conocía la palabra «perspicuidad», procuraré recordarla.

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