14/06/2024 07:50
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Acabo de leer una carta que me ha hecho llorar. Sí, llorar, llorar por España… por ver que estamos dónde estábamos hace más de 200 años (219 en concreto) y que, ciertamente, no tenemos arreglo. Que los Señores Sánchez e Iglesias son una copia de los Godoys, que los Ministros de hoy son incluso más marionetas que aquellos que vendían su firma con sello a precio de rastro, que los «españolitos» está como los de «¡¡ Vivan las caenas!!» o los que se conformaban con  «Bueno, comer no comeremos, pero de reír y cantar no paramos»…

En fin, para qué seguir, si aquí y ahora ya está todo el pescado vendido y tendremos Sánchez-Coletas para un milenio (Hitler y Stalin no le llegan ni a los tobillos), lean la carta que yo he leído y díganme si no es para llorar:

 

«Al Primer Cónsul, mi querido hermano. ¡A qué país me has mandado! (Luciano y Paulina fueron los únicos hermanos que siempre se dirigieron a él sin protocolos ni títulos). Lo primero que puedo decirte es que después de un viaje muy accidentado llegué a Madrid casi como mi madre me trajo al mundo, ya que al cruzar la Sierra que rodea la capital, por el paso que llaman de Somosierra, mi vehículo y los que me acompañaban, y hasta la escolta, fuimos asaltados por un numeroso grupo de bandoleros que nos robaron todo. Solo nos dejaron el traje puesto y, de casualidad, los caballos.

Hermano, este país está descompuesto, arruinado y hundido, por lo que he podido indagar hasta ahora.

He salido algunas noches, para orientarme y ver con mis propios ojos (los madrileños viven más de noche que de día) y todavía no he digerido mi sorpresa. La depravación de las costumbres aterra. El amor sodomita y el amor sádico, la prostitución descarada y el desorden general me han recordado los años previos a la Revolución del 89.

En Madrid, los nuevos ricos -agiotistas, proveedores, especuladores- disfrazados de no sé qué pasean del brazo a sus amantes con vestidos transparentes o modales varoniles, y humillan con sus lujos y sus alardes prepotentes a los que solo pueden malcomer de tarde en tarde.

Es una sociedad -te lo aseguro- descompuesta, donde la fornicación, el adulterio, el crimen, el incesto, la desvergüenza, son una terrible realidad. Es el desorden y la anarquía moral. ¡Y yo que creía que España era la nación más católica del mundo!

Me dicen que aquí solo están bien organizados los bandidos, los salteadores de caminos, los ladrones, los desvalijadores de correos, los estafadores, los timadores, los criminales… pero, para robar o matar. La rapiña se ha erigido en soberana absoluta. Las calles están llenas de pobres, todo el mundo pide limosna hasta en la puerta de las iglesias y los palacios. Nunca había visto nada igual.

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¿Y la Nobleza?

En los días que llevo aquí ya he tenido que asistir a varias cenas y muchas fiestas, en Palacios más lujosos que los de París… ríete tú del Luxemburgo, de la Malmaison, incluso de las Tullerías. El vestido de una Dama es más un escaparate de joyas que algo para resaltar la belleza.

Anoche mismo estuve en una cena con fiestas que los duques de Osuna organizaron en mi honor (¡ser hermano del «grande» hombre de Francia, como ellos dicen, me está abriendo todas las puertas!) y te aseguro que todavía no he terminado de anotar los títulos de la Señora Duquesa (por cierto, ¡guapísima!), porque la Señora además de duquesa de Osuna por matrimonio, es por derecho propio Condesa­duquesa de Benavente, duquesa de Béjar, duquesa de Mandas, duquesa de Plasencia, duquesa de Arcos, de Gandía y de Mallorga. Princesa de Anglona y de Esquilace. Marquesa de Lombay y de Jabalquinto. ¡Oh!

A la otra Duquesa Grande, la de Alba, todavía no he tenido el gusto de conocerla. Al parecer está muy enferma. Sí he conocido ya a los Duques del Infantado y a los de Medina­Sidonia. ¡Qué personajes!

España es de ellos, de unas cuantas familias, entrelazadas y familiares, que se reparten las tierras, los pueblos, los Castillos, los Palacios, las provincias, los ríos y hasta las costas. Esto es la Edad Media.

¿Y la familia Real?

Ya sé que por ellos debiera haber comenzado este informe, pero ellos son la cúspide de esta pirámide que es España. Curiosamente una pirámide cuya base es la pobreza y el hambre y va subiendo del oro a los diamantes. Pues, allí, arriba del todo, casi tocando el cielo, están los Reyes y su familia … ¡Y el famoso guardia de Corps, don Manuel Godoy!

Por ser estas mis primeras impresiones voy a ser breve a la hora de presentarte a los «personajes».

Carlos IV es como un retrato, un doble, de Luis XVI, un pobre hombre que solo piensa en la caza y en vivir bien y tranquilo. No quiere problemas y le molesta pensar.

La Reina María Luisa es un engendro de mujer, la más horripilante que he visto en mi vida, y además de esas personas que no miran de frente. Según se dice en la Corte es la amante de Godoy desde 1775, o sea el año que yo nací. Así que aquí quienes mandan son los amantes, la Reina y Godoy, pero por lo que me han dicho y yo mismo he comprobado a S.M. el Rey no le importa. Yo diría que incluso le complace, si no no llamaría siempre al Primer Ministro «querido Manuel».

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Por tanto, ya sé a quiénes tengo que conquistarme y con quiénes tengo que tratar para conseguir nuestros objetivos. Te escribiré. Un abrazo de tu hermano. Luciano».

 

Ya lo ven. ¿Es para llorar o no? «Hermano, este país está descompuesto, arruinado y hundido, por lo que he podido indagar hasta ahora». O sea, que estamos donde estábamos. Porque ¿qué escribiría aquel Luciano Bonaparte si viniese hoy de embajador a España y viese lo que están haciendo con esta histórica nación los locos y «podridos» Pedro Sánchez y Pablo Iglesias?… Y el pueblo, mientras tanto como aquel: «Me dicen que aquí solo están bien organizados los bandidos, los salteadores de caminos, los ladrones, los desvalijadores de correos, los estafadores, los timadores, los criminales… pero, para robar o matar. La rapiña se ha erigido en soberana absoluta. Las calles están llenas de pobres, todo el mundo pide limosna hasta en la puerta de las iglesias y los palacios. Nunca había visto nada igual.»

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.