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Es hora de rescatar la democracia americana eligiendo gobernantes que pongan en práctica el mandato de los votantes expresado en las urnas.

Según las estadística más confiables el planeta Tierra está poblado por casi 8 mil millones de seres humanos. La mayoría de ellos odian y admiran al mismo tiempo a un «imperio» que con sólo el 5 por ciento de la población mundial consume el 24 por ciento de los recursos del globo y ha mantenido por 245 años un sistema de libertad y democracia para todos sus ciudadanos. Por eso todos quieren venir a este país y a ninguno se le ocurre emigrar a esas sucursales del infierno en la Tierra que son Cuba, Venezuela o Nicaragua.
De hecho, la inmigración ha sido un factor importante en la vitalidad económica y cultural de los Estados Unidos desde que los 102 peregrinos a bordo del Mayflower pisaron tierra en Cape Cod en el año 1620. Alrededor de esos años otros colonos ingleses fundaron el enclave de Jamestown, en el actual estado de Virginia, que sirvió de escenario a la novela romántica de John Smith y Pocahontas.
Andando el tiempo, entre 1892 y 1954, 12 millones de inmigrantes−la mayoría irlandeses e italianos− llegaron a la isla de Ellis, en la bahía de Nueva York. En aquella época no eran necesarios pasaportes, visas o papel alguno. El proceso de entrada al país de estos inmigrantes se realizaba en unas pocas horas. Eran tiempos en que los Estados Unidos necesitaban la mano de obra y los conocimientos técnicos de aquellos inmigrantes. Los padres fundadores de 1776 crearon las instituciones políticas y jurídicas. Los 12 millones de inmigrantes de la isla de Ellis echaron los cimientos de los Estados Unidos como la mayor potencia económica del mundo. La segunda no habría sido posible sin las primeras.
Para mediados del Siglo XX las prioridades nacionales habían cambiado y, con ellas, las causas que promovían la inmigración. Los Estados Unidos ya se habían consolidado como potencia política, económica y militar del mundo.  Su nueva política migratoria estaba motivada por la generosidad más que por la conveniencia. Los Estados Unidos se convirtieron entonces en el refugio de los pobres y perseguidos del mundo.
En 1956, el Presidente Eisenhower abrió los brazos a los húngaros que habían sobrevivido la masacre perpetrada por los tanques soviéticos en las calles de Budapest. En 1959, comenzó el éxodo masivo de los refugiados políticos cubanos que escapaban de la orgía de sangre de la revolución castrista. En 1965, el Presidente Johnson firmó la Ley de Inmigración y Naturalización que puso en vigor un sistema de preferencias de la reunificación familiar. Por su parte, el Presidente Carter firmó la Ley de Refugiados de 1980 en la que aumento a 50,000 las visas anuales que se otorgarían a los refugiados políticos.
Y precisamente en 1980 una multitud de 10,000 cubanos tomaron por asalto la sede de la Embajada de Perú en La Habana como vía para salir del país después que el tirano Fidel Castro dijera que podían irse todos los que quisieran. Este fue el detonador que desató el traumático «Puente del Mariel» en que más de 125,000 seres desesperados retaron a la muerte en todo tipo de artefacto flotante en busca de libertad. El resultado ha sido una población de casi dos millones de cubanos residentes en los Estados Unidos, la mayoría de los cuales disfrutan de libertad y prosperidad. Lo que han ganado los Estados Unidos lo ha perdido Cuba.
En 1986, el Presidente Reagan firmó la Ley de Reforma y Control de Inmigración por la cual se le concedió amnistía a más de 3 millones de inmigrantes ilegales que vivían en los Estados Unidos. Pero aquí Reagan fue víctima del engaño de los promotores de fronteras abiertas. La promesa consistió en amnistía primero y cierre de fronteras después. Se produjo la amnistía pero las fronteras siguieron abiertas. Una prueba más de que no se puede negociar con los tramposos.
Durante el gobierno de George W. Bush y después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, el Servicio de Inmigración y Naturalización fue sustituido por el Departamento de Seguridad Interna. Fue una época en que se le dio prioridad a la seguridad en las fronteras, a la vigilancia en los aeropuertos y a la extensión de visas.
Por su parte, el Presidente Obama dio un  giro de 180 grados cuando el Departamento de Seguridad Interna redujo las deportaciones, ofreció visas de trabajo a inmigrantes ilegales y aumentó de 70,000 a 100,000 los refugiados que serían  admitidos todos los años en los Estados Unidos. Estas medidas tuvieron lugar en medio del conflicto en el Oriente Medio, África y el Sur de Asia, que desató la mayor migración global desde la Segunda Guerra Mundial.
Afortunadamente se hizo la «luz al final del túnel» con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016. Una semana después de tomar posesión Trump firmó un decreto sobre prevención del terrorismo que suspendió el programa de refugiados por 120 días, puso fin de manera permanente a los refugiados procedentes de Siria y rebajó a 50,000 el número anual de refugiados. También suspendió por 90 días el ingreso a los Estados Unidos de nacionales de Irán, Iraq, Libia, Somalia, Sudán y Yemen.
Pero en la primera mitad de 2019 aumentó el número de migrantes de Centroamérica que solicitaban asilo, al mismo tiempo en que los guardias fronterizos daban cuenta de 600,000 detenciones. Trump puso remedio a la situación con un decreto fechado 15 de julio en que se estipulaba que se le negaría el asilo en los Estados Unidos a los migrantes que viajaran a través de un tercer pais y no pidieran asilo en el mismo.
Sin embargo todo cambió en el mes de noviembre de 2020. Llegaron juntos el virus de Covid 19 y el virus de la trampa electoral que pusieron en la Casa Blanca al fantasma corrupto y decrépito de Joe Biden. El odio sustituyó a la razón y todas las medidas exitosas adoptadas por Trump fueron anuladas por los fanáticos de izquierda que manipulan a Biden. La más dañina fue la invitación que Biden les hizo a todos los que quisieran cruzar la frontera sur. Los coyotes aumentaron sus fortunas, los demócratas sus filas de votantes y los empresarios de ambos partidos su mano de obra barata.
La solución propuesta por Biden y su vicepresidenta Kamala Harris es mejorar las condiciones de vida de los inmigrantes en sus países de origen. Pero estos dos personajes no fueron electos para resolver los problema ancestrales de Centroamérica. Fueron electos para resolver los problemas actuales de los Estados Unidos de América.
Y otra contradicción, aunque Biden se pasa el tiempo mencionando la necesidad de crear trabajo para los millones de americanos desplazados por la pandemia del covid 19, esta amnistía que está proponiendo para los inmigrantes ilegales los hará elegibles para competir por esos trabajos con los obreros americanos.
Las élites izquierdistas se refieren con desprecio a los miembros de la clase media que muestran indignación ante esta crisis migratoria. Pero estos privilegiados son unos hipócritas porque ninguno de ellos es afectado por la crisis. La peor es la serpiente del pantano de Washington Nancy Pelosi. Pero ella no es la única. La acompañan los multimillonarios del Valle de Silicón y de Wall Street que lucran con la mano de obra barata que atraviesa la frontera sur. ¿Ha ofrecido alguno de estos reformistas como Mark Zuckerberg o Michael Bloomber alguna  de sus residencias como albergue temporal para los necesitados inmigrantes de centroamericanos?  ¿Por qué universidades como Yale y Stanford no ofrecen albergue a los inmigrantes en sus dormitorios, muchos de ellos vacíos?
Y sigo con mi asombro. ¡Qué extraña y egoísta alianza la de estos magnates corporativos, cínicos políticos de izquierda y chauvinistas étnicos que han conspirado para erosionar las leyes americanas y promover sus mezquinos intereses al mismo tiempo en que califican de xenófobos, racistas y nativistas a quienes se les oponen!  
Y cierro con una pregunta: ¿De qué manera estos inmorales intereses especiales han secuestrado las leyes de inmigración y se han arrogado el derecho a decidir a nombre de 300 millones de americanos quienes pueden entrar en los Estados Unidos? La respuesta es simple. Es hora de rescatar la democracia americana eligiendo gobernantes que pongan en práctica el mandato de los votantes expresado en las urnas.

Autor

REDACCIÓN