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Blas de Lezo y Olavarrieta (Pasajes, Guipúzcoa, 3 de febrero de 1689-Cartagena de Indias, Nueva Granada, 7 de septiembre de 1741).

El 5 de mayo de 1725, había contraído matrimonio en Lima con la dama criolla Josefa Pacheco de Bustos, natural de Locumba (actual Tacna), e hija de los también criollos José Carlos Pacheco y Benavides, y María Nicolasa de Bustos y Palacios.​ El matrimonio tuvo siete hijos: Blas​ Fernando, nacido en Lima y primer marqués de Ovieco (1726); Josefa Atanasia, nacida también en Lima (1728); Cayetano Tomás; Pedro Antonio; Agustina Antonia; Eduvigis Antonia, que profesó como su hermana mayor como agustina recoleta; e Ignacia, que casó con el marqués de Tabalosos ​ Los cinco hijos menores nacieron en la península ibérica y, de ellos, las dos hermanas menores, en El Puerto de Santa María

Jefe de la Escuadra del Mediterráneo

Estuvo inactivo en Cádiz un año, hasta que el 3 de noviembre de 1731 se lo nombró jefe de la escuadra naval del Mediterráneo.​ Esta contaba con tres navíos de línea, entre ellos el Real Familia, de sesenta cañones y almiranta de Lezo.​ La escuadra tenía un papel fundamental en las ambiciones políticas del rey, que deseaba recuperar los territorios perdidos en la península itálica en los tratados de paz de la guerra de sucesión.​ En reconocimiento de sus servicios al rey, este le concedió en 1731 como estandarte para su capitana la bandera morada con el escudo de armas de Felipe V, la Orden del Espíritu Santo —máxima condecoración francesa— y la Orden del Toisón de Oro —más alta condecoración española— alrededor y cuatro anclas en sus extremos.

Su primera misión fue participar en diciembre de ese año en la escolta del infante Carlos, que pasaba a Italia a adueñarse de los ducados de ParmaToscana y Plasencia.​ Lezo mandaba una escuadra de veinticinco navíos, parte de una flota mayor en la que participaban los ingleses. ​

Al demorarse los genoveses en devolver los dos millones de pesos pertenecientes a la Hacienda española que se hallaban depositados en el Banco de San Jorge, Patiño ordenó a Lezo partir a la capital de la república para reclamarlos. Lezo ancló en aquel puerto con seis navíos y exigió un inaudito homenaje a la bandera real de España y la devolución inmediata del dinero.​ Sus seis buques apuntaban los cañones al palacio Doria, como amenaza al Senado de la ciudad.​ Mostrando el reloj de las guardias a los comisionados de la ciudad, que buscaban el modo de eludir la cuestión del pago, fijó un plazo, transcurrido el cual la escuadra rompería el fuego contra la ciudad.​ De los dos millones de pesos recibidos, medio millón fue entregado al infante don Carlos y el resto fue remitido a Alicante para sufragar los gastos de la expedición que se alistaba para la conquista de Orán.

Hasta 1737, mantuvo un continuo litigio con el virrey de Perú por el sueldo que se le adeudaba, que este se negó hasta entonces a pagarle, aduciendo falta de fondos. Lezo, empero, no pasó apuros económicos, tanto por la fortuna de su mujer como por los ingresos que obtuvo de diversos negocios, entre ellos el comercio en plata, oro y esclavos, que había realizado mediante un representante durante su estancia en el Perú.​ Parte de las ganancias las invertía en rentables pagarés y deuda; a pesar de sus continuos combates con los ingleses, mantuvo una cuenta en un banco londinense.​

El 6 de junio de 1734 ascendió a teniente general de la Armada y se le nombró comandante general del Departamento de Cádiz.​ Tras realizar una visita a Madrid, dos años más tarde, en 1736, se le trasladó a El Puerto de Santa María como comandante general de los galeones, responsable de la seguridad del comercio transatlántico.​ Se dispuso a preparar la escuadra que escoltó a la última Armada de los Galeones de la carrera de Indias, la de 1737.​ Los preparativos se retrasaron tanto por las distintas dificultades —aprestar los buques de guerra, reclutar las tripulaciones, asegurar el matalotaje, etc.—, que Lezo suscitó el disgusto de Patiño, que le intimó que los acelerará.​ Cuando por fin la flota estuvo lista en noviembre de 1736, tuvo que esperar a que los barcos mercantes cargasen las mercancías y no pudo partir hasta el 3 de febrero de 1737.​ El convoy, formado por ocho mercantes, dos navíos de registro y los dos navíos de escolta de Lezo, realizó la travesía sin contratiempos y arribó a Cartagena de Indias. ​ La familia de Lezo —por entonces, formada por su esposa y seis hijos, ya que uno había fallecido— permaneció en El Puerto de Santa María y no acompañó al marino a su nuevo destino en América. ​

Almirante español —conocido por la singular estampa que le dieron sus numerosas heridas de guerra (un ojo tuerto, un brazo inmovilizado y una pierna arrancada), considerado uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española y conocido por dirigir, junto con el virrey Sebastián de Eslava, la defensa de Cartagena de Indias durante el asedio británico de 1741.

Blas de Lezo y Olavarrieta, nacido en Pasajes (Guipúzcoa) en 1689, y a quien sus contemporáneos conocieron como “pata­palo” o “medio hombre”, vinculó su vida a la Marina. Apenas contaba quince años cuando participó en la batalla naval que se libró frente a las costas de Málaga en el verano de 1704 entre una flota borbónica y una escuadra anglo-holandesa durante la guerra de Sucesión.

En aquel combate, a Blas de Lezo tuvieron que amputarle la pierna izquierda, destrozada por una bala de cañón. Poco después, en 1707, en otro combate librado en la base naval de Tolón contra los ingleses, volvió a ser herido. En esta ocasión, una esquirla de metralla le malogró el ojo izquierdo.

Nada de esto le impide continuar su carrera en la Marina. Lucha bajo las banderas de Felipe V apresando algunos barcos ingleses y socorriendo plazas asediadas. En el sitio a Barcelona, uno de los últimos episodios de la guerra de Sucesión, sufre una tercera herida que le deja inservible el brazo derecho. Terminada la contienda, Blas de Lezo, con solo 25 años, es cojo, tuerto y manco.

A partir de entonces, su carrera militar se desarrolla en diferentes escenarios, entre ellos el Caribe y los llamados mares del Sur, donde luchará, a las órdenes del almirante Bartolomé de Urdizu, contra los piratas y corsarios ingleses que operaban en aquellas aguas. 

También participará activamente en la conquista de Orán, plaza norteafricana que los berberiscos habían ocupado en 1708, y tendrá una actuación destacada en los socorros que se prestaron a la plaza en posteriores asedios, y que le valieron su ascenso a teniente general en 1734.

Desempeñó la comandancia general de Marina en Cádiz y, después de un tiempo en la corte, el rey le encomendó el mando de una de las plazas fuertes más importantes del Imperio: Cartagena de Indias. Allí fue donde escribiría una de las páginas más gloriosas de la historia militar española. Sería a cuenta del conflicto bélico que España mantenía con Inglaterra, conocido como la guerra del Asiento y también como la de la oreja de Jenkins, que había estallado en 1739.

El origen del conflicto fue la presa hecha por el capitán español León Fandiño de un barco inglés mandado por Robert Jenkins, un corsario, además de pirata y contrabandista. A Jenkins se le cortó una oreja y, según se cuenta, fue enviado a Inglaterra con un recado para Jorge II:

“Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.

Jenkins, con su oreja en la mano, compareció ante la Cámara de los Comunes, donde los tories (conservadores) acosaban al primer ministro Walpole, que gobernaba en nombre de los whigs (liberales), para que iniciase las hostilidades con la Corona española. Los ingleses enviaron tropas a América y una escuadra, al mando del almirante Haddock, a Gibraltar.

España respondió anulando el llamado “navío de permiso” (derecho de comercio, limitado a dos barcos) y reteniendo a los barcos ingleses que había en puertos españoles. La declaración de guerra se produjo en octubre de 1739.

En realidad lo que se disputaba era el control del comercio en las colonias españolas. Las mayores presiones sobre Walpole para desencadenar la guerra llegaron de la poderosa Compañía de los Mares del Sur. En el marco de ese conflicto se sitúa, en 1741, el ataque de la flota británica a Cartagena de Indias, cuya defensa estaba encomendada a Blas de Lezo.

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En noviembre de 1739, una flota inglesa mandada por el almirante Edward Vernon había atacado Portobelo, mal defendida por los españoles. En Inglaterra se magnificó la victoria, pese a que el botín fue poco importante. En Londres se hacían cuentas de que el poderío español en América tocaba a su fin, y las miradas se volvieron hacia Cartagena de Indias, en cuyo puerto se concentraban las flotas que hacían la carrera de Indias, la ruta entre España y sus colonias.

Los ingleses reunieron 195 buques y su potencia de fuego, en torno a los tres mil cañones, resultaba impresionante. A bordo había más de veinticinco mil hombres. Entre ellos se encontraba un cuerpo expedicionario de cuatro mil colonos de Virginia que dirigía Lawrence Washington, hermano de George Washington. También formaban parte de la expedición unos dos mil macheteros, reclutados en Jamaica, que serían utilizados como fuerza de choque.

Blas de Lezo contaba con los tres mil hombres que integraban la guarnición de la plaza, unos seiscientos flecheros indígenas, reclutados en el interior, y unos mil quinientos voluntarios civiles. Tenía las mil piezas de artillería que defendían las murallas y baluartes de Cartagena y seis barcos de guerra.

A pesar de la desigualdad, Blas de Lezo se aprestó a la defensa. Decidió utilizar en su favor la complicada geografía de la zona, y dispuso su media docena de barcos de manera que, en caso de necesidad, pudieran ser hundidos. Sería el modo de dificultar la entrada de los ingleses a las dos bahías que se abrían frente a la ciudad: bahía Grande y bahía Chica.

A la primera se accedía por un pequeño estrecho llamado Bocachica, donde Blas de Lezo situó cuatro de sus barcos: el Galicia, el San Carlos, el África y el San Felipe. Los otros dos, el Dragón y el Conquistador, los apostó en la llamada Bocagrande, por la que se accedía a la bahía Chica.

Los capitanes de los buques tenían orden de hundirlos llegado el momento. Serían poco más que una pantalla, porque Lezo había decidido que la lucha contra Vernon se librara principalmente desde los fuertes y castillos que protegían la ciudad.

El 13 de marzo aparecieron en aguas de Cartagena los primeros barcos de Vernon. En los días siguientes llegó el grueso de la flota, pero hasta el 19 no se libraron los primeros combates, al intentar una docena de navíos ingleses forzar la entrada de Bocachica. 

Las defensas de tierra españolas respondieron al fuego desde el fuerte de Santiago y el castillo de San Felipe, pero los ingleses lograron desembarcar medio millar de hombres el día 20 y muchos más al día siguiente. Los de Vernon se apoderaron de varias baterías de la zona.

Desde el 21 marzo hasta el 3 de abril se libró el llamado combate de Bocachica. Los españoles se vieron obligados a abandonar muchas de sus posiciones y agruparon la resistencia en los dos fuertes que protegían la entrada de la bahía, el San José y el San Luis, que sufrieron un intenso cañoneo.

En Londres la noticia se recibió con una explosión de júbilo. La caída de Cartagena de Indias suponía apoderarse de la plaza fuerte más importante del Imperio español. Tanta fue la alegría que se decidió acuñar una medalla conmemorativa para exaltar la figura de Vernon.

En la madrugada del 16 de abril, Vernon decidió dar el golpe definitivo. Lanzó al asalto de las murallas al grueso de sus hombres, con los macheteros jamaicanos como fuerza de choque. Sus tropas se dispusieron a tomar el castillo de San Felipe, la más importante de las defensas de Cartagena, pero se encontraron con una resistencia mayor de la esperada.

Blas de Lezo había ordenado ahondar los fosos que protegían la fortaleza, y las escalas inglesas resultaban insuficientes para encaramarse a las murallas. Todos sus intentos se estrellaron ante los lienzos de San Felipe en medio de una verdadera carnicería.

Los bombardeos continuaron sobre la ciudad, pero la desmoralización había cundido entre los ingleses, que recibieron la estocada final cuando los españoles efectuaron una salida y les obligaron a reembarcar. El 9 de mayo, Vernon comprendió que el triunfo se le escapaba. Sobre sus hombros pesaba ahora el correo enviado a su rey vendiéndole la piel de un oso que aún no había cazado.

Regresó a América con los navíos Fuerte y Conquistador en 1737 como comandante general de Cartagena de Indias, plaza que tuvo que defender de un sitio (1741) al que la había sometido el ataque del almirante inglés Edward Vernon.​ En los primeros años en Cartagena, Lezo se encargó de labores de guardacostas, que debían desbaratar el creciente contrabando, que acabó precipitando la nueva guerra con el Reino Unido.

​ Con este mismo objetivo, creó junto con el gobernador de Cartagena una compañía de armadores de corso.​ El contrabando británico había crecido aprovechando las concesiones comerciales que el Reino Unido había obtenido en el Tratado de Utrecht: al comercio legal —quinientas toneladas ampliadas a mil en 1716—, se unieron pronto los contrabandistas, que amenazaban el comercio español y trataban de no pagar los derechos (impuestos) a la Corona.​ A pesar de la renuencia del Gobierno británico a enfrentarse a España y favorecer así su acercamiento a Francia, las quejas de los comerciantes afectados por las actividades de los guardacostas y el debilitamiento del gabinete de Robert Walpole acabaron por aumentar la tensión entre los dos países y condujeron finalmente a la guerra. ​

La justificación de los británicos para iniciar un conflicto con España —la llamada guerra del Asiento— fue, entre otros muchos incidentes, el apresamiento de un barco mercante mandado por Robert Jenkins cerca de la costa de Florida en 1731.​ Juan de León Fandiño apresó el barco y supuestamente cortó la oreja de su capitán al tiempo que le decía: «Aquí está tu oreja: tómala y llévasela al rey de Inglaterra, para que sepa que aquí no se contrabandea».​ A la sazón, el tráfico de ultramar con la América española sufría los efectos del intenso contrabando a manos de holandeses y, fundamentalmente, británicos.

Rechazado en La Guaira el 22 de octubre de 1739,​ de la que había pensado apoderarse sin encontrar resistencia, Vernon conquistó la plaza de Portobelo (Panamá) en noviembre,​ y desafió a Lezo por carta en estos términos:

Portobelo, 27 de noviembre de 1739.

Señor: Esta se entrega a V. E. por Don Francisco de Abarca y en alguna manera V. E. puede extrañar que su fecha es de Portovelo. En justicia al portador, es preciso asegurar a V. E. que la defensa que se hizo aquí era por el Comandante y por los de debajo de su mando, no pareciendo en los demás ánimo para hacer cualquiera defensa. Espero que de la manera que he tratado a todos, V. E. quedará convencido de que la generosidad a los enemigos es una virtud nativa de un Ingles, la cual parece más evidente en esta ocasión, por haberlo practicado con los españoles, con quienes la nación inglesa tiene una inclinación natural, vivir bien que discurro es el interés mutuo de ambas Naciones. Habiendo yo mostrado en esta ocasión tantos favores, y urbanidades, además de lo capitulado, tengo entera confianza del amable carácter de V. E. (aunque depende de otro) los Factores de la Compañía de la Mar del Sur en Cartagena, estarán remitidos inmediatamente a la Jamaica, a lo cual V. E. bien sabe tienen derecho indubitable por tratados, aún seis meses después de la declaración de la guerra.

El Capitán Pelanco debe dar gracias a Dios de haber caído por Capitulación en nuestras manos, porque sino, su trato vil, e indigno, de los ingleses, había tenido de otro un castigo correspondiente

El marino español le contestó:

Cartagena, 27 Diciembre de 1739.

Exmo. Sor. — Muy Sr mío: He recibido la de V. E. de 27 de Noviembre que me entregó Don Francisco de Abarca y antecedentemente la que condujo la Valandra que trajo a Don Juan de Armendáriz. Y en inteligencia del contenido de ambas diré, que bien instruido V. E. por los factores de Portovelo (como no lo ignoro) del estado en que se hallaba aquella Plaza, tomó la resolución de irla a atacar con su esquadra, aprovechándose de la oportuna ocasión de su imposibilidad (de defenderse), para conseguir sus fines, los que si hubiera podido penetrar, y creer que las represalias y hostilidades que V. E. intentaba practicar en esos mares, en satisfacción de las que dicen habían ejecutado los españoles, hubieran llegado hasta insultar las plazas del Rey mi Amo, puedo asegurar a V. E. me hubiera hallado en Portovelo para impedírselo, y si las cosas hubieran ido a mi satisfacción, aún para buscarle en otra cualquiera parte, persuadiendome que el ánimo que le faltó a los de Portobelo, me hubiera sobrado para contener su cobardía.

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La manera con que dice V. E. ha tratado a sus Enemigos, es muy propia de la generosidad de V. E. pero rara vez experimentada en lo general de la nación, y sin duda la que V. E. ahora ha practicado, sería imitando la que yo he ejecutado con los vasallos de S. M. B. en el tiempo que me hallo en estas costas (y antes de ahora,) y porque V. E. es sabido de ellas, no las refiero, porque en todos tiempos es sabido practicar las mismas generosidades, y humanidades con todos los desvalidos; y si V. E. lo dudare podrá preguntárselo al gobernador de esa isla quien enterará a V. E. (le todo lo que llevo expresado, y conocerá V. E. que lo que yo he ejecutado en beneficio de la nación inglesa excede a lo que V. E. por precisión y en virtud de Capitulaciones debía observar.

A continuación y de acuerdo al plan trazado, que los españoles conocían por los informes de un espía que trabajaba en Jamaica, Vernon se dirigió en marzo de 1741 contra Cartagena.​ Antes había realizado dos ataques exploratorios, con escasas fuerzas, en marzo y mayo de 1740, que Lezo rechazó.​

La flota británica sumaba dos mil cañones dispuestos en casi ciento ochenta barcos, entre navíos de tres puentes (ocho), navíos de línea (veintiocho), fragatas (doce), bombardas (dos) y buques de transporte (ciento treinta), y en torno a treinta mil combatientes entre marinos (quince mil), soldados (nueve mil regulares y cuatro mil de las milicias norteamericanas) y esclavos negros macheteros de Jamaica (cuatro mil).​ Las defensas de Cartagena incluían tres mil hombres entre tropa regular (unos mil setecientos ochenta), milicianos (quinientos), seiscientos indios flecheros traídos del interior, más la cuantiosa marinería y tropa de desembarco de los seis navíos de guerra de los que disponía la ciudad (ciento cincuenta hombres): el Galicia, que era la nave capitana, el San Felipe, el San Carlos, el África, el Dragón y el Conquistador. ​ Tras tomar algunas de las defensas de la ciudad, el asalto británico al castillo San Felipe de Barajas, el último baluarte importante que la defendía, fracasó el 20 de abril; con gran parte de la tropa enferma, grandes bajas sufridas en los combates y la llegada de la época de lluvias, los británicos optaron por destruir las defensas a su alcance y abandonar el asedio. ​

Las pérdidas británicas fueron graves: unos cuatro mil quinientos muertos, seis barcos perdidos y entre diecisiete y veinte muy dañados. ​ Estas últimas obligaron al Gobierno británico a concentrar sus fuerzas en las defensas de la metrópoli, el Atlántico septentrional y el Mediterráneo, y a desechar nuevas campañas en las colonias españolas en América.​ La derrota en Cartagena desbarató los planes británicos para la campaña y permitió que continuase el dominio español en la región durante varias décadas más.107​ Los ingleses, que contaban con la victoria, se habían precipitado a acuñar monedas y medallas para celebrarla.​ Dichas medallas decían en su anverso: «Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741» y «El orgullo español humillado por Vernon

La estancia de los Lezo en El Puerto de Santa María tuvo varias fechas. El almirante ya había estado en 1719-20 y en 1730 en Cádiz. De allí partió, ya viviendo en El Puerto de Santa María, el 3 de febrero de 1737 hacia Cartagena dirigiendo la que sería la última carrera de Indias y donde encontraría, como ya se ha reflejado, su fatal destino.

Tras las investigaciones realizadas en los padrones de la época de la iglesia Mayor Prioral portuense, se ha constatado que Blas de Lezo, su mujer, sus hijos y un criado afroamericano llamado Antonio Lezo, vivieron desde 1736 en una casa de la calle Larga, para ser más exactos en Larga, 70, hoy reconvertida en apartamentos de alquiler.

Casa natal de Blas de Lezo

Tras su muerte, su viuda —conocida en la localidad como «La Gobernadora»— y sus hijos permanecieron en ella hasta la muerte de ésta el 31 de marzo de 1743

Josefa Pacheco fue enterrada en el convento de Santo Domingo, sito en la calle del mismo nombre. A partir de esta fecha, los descendientes de Blas de Lezo desaparecen de los padrones portuenses.

Durante su residencia en la ciudad, el Cabildo Municipal, siendo conocedor del prestigio del almirante, hizo a su familia diferentes concesiones, entre las que destacó una toma de agua para la casa.

Hasta hace pocos años, la ciudadanía portuense siguió llamando a la mansión casa de «La Gobernadora».

La Real Armada Española honra la memoria de Blas de Lezo con el mayor honor que puede rendirse a un marino español: tiene por costumbre inveterada que uno de sus buques lleve su nombre. El último así bautizado es una fragata de la clase Álvaro de Bazán: la  Blas de Lezo (F-103). Anteriormente portaron dicho nombre un cañonero de la clase Elcano, llamado General Lezo, que en 1898 se encontraba en Filipinas, aunque no llegó a participar en los combates al tener las calderas desmontadas, el crucero Blas de Lezo, que se perdió en 1932 al tocar un bajío frente a las costas de Finisterre y un destructor procedente de la ayuda estadounidense, el  Blas de Lezo (D-65). La Armada Colombiana también tuvo un buque con el nombre del almirante, el ARC Blas de Lezo (BT-62), un petrolero de clase Mettawee, adquirido a la Armada de los Estados Unidos el 26 de noviembre de 1947 y dado de baja en enero de 1965

 Aunque se ha dicho de forma contemporánea que se le conoció como Patapalo y Mediohombre, por las muchas heridas sufridas durante su carrera militar, no hay evidencia histórica para tales afirmaciones. Aparece como Admiral One-Leg en la novela de James Michener de 1989 Caribbean, mientras que sólo se le denomina «Medio hombre» en el manual escolar Historia de Colombia para la Enseñanza Secundaria, por Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, cuya 3.ª edición se publicó en Bogotá en 1920:

… el famoso general de los galeones don Blas de Lezo, marino vascongado, quien en combates anteriores, en Málaga, Tolón y Barcelona había perdido la pierna izquierda, el ojo izquierdo y el brazo derecho a la edad de 25 años; este medio hombre contribuyó poderosamente al triunfo que obtuvieron las armas castellanas.

 

Don Blás, un héroe español, que cualquier otro País, tendría monumentos por todos lados. Máxime que empezó a navegar con tan solo 12 años y se pasó toda su vida luchando contra todos sus oponentes a España.

Autor

Miguel Sánchez

Empresario. Licenciado en Marketing y en Dirección de Ventas. Escritor de varios libros, sin publicar, aún.  Aficionado a la escritura y a la historia de España.


Caballero Legionario que fue del  IV Tercio Sahariano Alejandro Farnesio, en dónde estuvo en Mando Bandera. Escogido para portar al Santo Cristo de la Buena Muerte, representando a la Xª Bandera.


Congregante del Santísimo Cristo de la Fe, Cristo de los Alabarderos y María Inmaculada Reina de los Ángeles, en la Catedral de las Fuerzas Armadas


Luchador nato por el  Valle de los Caídos y sus monjes Benedictinos, por nuestro Cristo Redentor, la Familia, contra el Aborto y la Patria Grande, Unida y Gloriosa, desde la muerte del General Invicto.


Amigo, seguidor y admirador de la figura más transcendental y entrañable del siglo XX español, D. Blas Piñar, mi Caudillo, siempre junto a él, tuve el honor de aplaudirle, ovacionarle, dialogar y abrazarle, porque era mi ídolo y lo seguirá siendo por toda la eternidad. Y tengo el orgullo, que de  sus magníficos libros escritos, poseo unos diez, dedicados, con cariño y con su pluma de oro, como escritor en la excelencia.