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   Artículo publicado en «Fuerza Nueva», 30 de octubre de 1.971

 

Tanto los Principios del Movimiento como la doctrina que de su estudio dimana, vienen proclamando como un factor indispensable para la paz y el progreso de la nación, el mantenimiento y el fortalecimiento de la unidad. Franco, en esa línea, de la que hay que considerarlo como su más fiel y autentico intérprete, pidió, una vez más el uno de octubre pasado, unidad firme entre los hom­bres y las tierras de España,

En torno a la unidad, que se requiere y predica, se han hecho ensayos filosóficos distintos. Por lo que a nosotros respec­ta, queremos subrayar de nuevo lo que ha sido una constante de nuestro semanario desde el mismo día de su aparición, a saber: que si la unidad no puede confundirse con la uniformidad -lo que sería, por otra parte, demasiado aburrido-, la diversidad o variedad tam­poco puede confundirse con la dispersión o la división, lo que se­ría caótico y, en última instancia, suicida.

Sin embargo, frente a la tendencia centrífuga, a la que somos tan proclives, que ahora se acentúa con mayor insistencia y que el enemigo, al que Franco tan claramente alude, estimula y aprovecha, no queda otra solución que insistir y reforzar la tendencia centrípeta y aglutinadora, limando u olvidando las diferen­cias de matiz ideológico o de procedimientos tácticos, para vigorizar todo lo que hace más sólida y pujante la unidad. Si en otros momentos la insistencia sobre lo que diversifica puede favorecer la unidad, en el instante político que el país vive, creemos que tal insistencia la perjudica de un modo grave.

La tendencia diversificadora y divisora centra su atención en varios puntos neurológicos de la comunidad:

La divide y recorta de su pasado, amputándola de sus tradiciones y de su historia más reciente, tratando de conseguir unas generaciones nuevas desenraizadas, sin gravedad y, por ello mismo, dóciles a cualquier embesti­da del enemigo denunciado;

La fragmenta y opone, según la línea de pensamiento marxista, en clases que pugnan en conflicto permanente y acaban destrozando la armonía social y la economía del país;

La escinde en regiones insolidarias, atentas a su propio interés, con olvido y quebranto de los intereses na­cionales y mengua del destino universal de la patria; y

La resquebraja en grupos políticos contendientes que se disputan el poder en todas sus escalas, alientan el recelo y encienden un odio fratricida.

Estos cuatro frentes de penetración para lograr una España dividida que, como Franco dijo «sería una España vencida», han cedido a la presión desencadenada.

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Basta, en efecto, observar desde los carteles publicita­rios hasta las librerías, desde la calle hasta los espectáculos públicos, para percibir que la ruptura, no con las formas, que son accidentales, sino con la manera de entender la vida y de comportarse en ella, propias de nuestro pueblo, se ha producido y avanza de manera alarmante.

La desaparición de la huelga, lograda entre nosotros por la actividad de un Estado al servicio de la justicia social y de un Sindicalismo integrador de todos y cada uno de los sectores empresariales, comienza a ser un objetivo olvidado e inasequible, ante los paros que se reiteran en algunas ramas de la producción y el cariz violento que adoptan en ciertas ocasiones.

Los actos de terrorismo de los comandos separatistas, concienzudamente adiestrados en el exterior, la propaganda que vienen realizando y la coacción que ejercen sobre determinadas pobla­ciones, con amenazas cumplidas en muchos casos, pone de relieve que el enemigo no abandona su propósito de descuartizar el país y con­vertirlo en un reino de taifas.

Por último, las campañas de prensa, las múltiples declaraciones de hombres públicos y hasta una primera decisión del Consejo Nacional del Movimiento, parecían anunciar que abandonábamos un régimen que se desentendía de los partidos, para iniciar otro en el que se admitían con el marchamo de asociaciones.

A este último punto conviene que le dediquemos alguna atención. Con la salvaguarda que nos ofrece el criterio y el discurso del Jefe del Estado, queremos averiguar quiénes coadyuvan a romper la unidad de la patria, favoreciendo la aparición de los partidos.

Para mí es de una evidencia insoslayable que si el Jefe del Estado no firmó y, por tanto, no promulgó la ley que autoriza­ba la constitución de las asociaciones de acción política, fue porque no veía clara la distinción, al menos en el orden práctico, entre asociación y partido. Ahora, en su discurso del uno de octu­bre ha dicho, reiterando su pensamiento: «en nuestro sistema lo único que no cabe son los partidos políticos». Luego, si ha recha­zado las asociaciones políticas de base es, sencillamente, porque no son ni pueden ser otra cosa que partidos políticos.

Si tal es el pensamiento de Franco, parece lógico que el mismo se comparta o al mismo se plieguen el de sus más altos cola­boradores. La realidad es, sin embargo, que entre sus colaboradores ha habido una contradicción flagrante, pues mientras el Minis­tro de Obras Públicas, señor Fernández de la Mora, ha rechazado las asociaciones políticas, el Comisario del Plan de Desarrollo, señor López Rodó, y los ministros de Asuntos Exteriores y de la Vivienda, las han defendido.

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El asunto, después de la rotunda y enérgica afirmación del Jefe del Estado, debería estar resuelto de un modo definitivo. Pero no es así. Otro ministro, el de Industria, señor López de Le­tona, en unas declaraciones publicadas en «Nuevo Diario», acaba de decir: «creo que habría que encontrar una vía libre para, un proyecto de asociaciones de acción política, como en su momento definió el ministro Secretario General».

A mi juicio, las posturas del Jefe del Estado y las de algunos de sus ministros son opuestas. Si Franco dice, por ejemplo, que «el pueblo se mueve en el área en que vive y que más le interesa: la familia, el Municipio y el Sindicato, que conoce y en los que discurre. Su integración en las Cortes de la nación, a través de estos cauces, ha demostrado su eficacia en los años transcurri­dos; el señor López de Letona, después de pretender lo imposible, que una asociación de acción política no pueda convertirse en un partido político, agrega que tales asociaciones «respaldarían los hitos de nuestra democracia orgánica familia, municipio, sindica­to».                                                

Si queremos mantener y fortalecer la unidad de España y sabemos cómo se está intentando su división, hora es ya de que to­dos, pero de un modo especialísimo los que constituyen el equipo gobernante, se esfuercen en secundar las directrices del Jefe del Estado, no sea que nos encontremos, con quiebra de la ejemplaridad, con el anti testimonio de que hoy tanto se habla en otros ambientes.

Autor

REDACCIÓN