15/05/2024 21:07
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Los últimos gritos de falsa indignación feminista nos hacen recordar, una vez más, que la maldad es un gran instrumento para conseguir mucho en la vida. Y si a la maldad se une el victimismo, estas y estos oportunistas y meritorios, políticos y sectarios de tramoya, se hallan en su salsa. Con sus falacias argumentales y sus empeños histéricos juegan en este caso con la inmoralidad como argumento individual de liberación; utilizan un feminismo progresista que se pretende liberador y es vesánico y cínico, un repugnante legado de hipocresía y una lamentable confusión de ideas que sólo pueden imponer mediante una asfixiante propaganda.

Tal vez todo granuja que con su malicia se proporciona la más ínfima ventaja en detrimento de su prójimo, por mínimo que sea el engaño y la sangre que cause, es tan malvado como los grandes monstruos de la humanidad; esa al menos era la razonada teoría de Schopenhauer. Todos ellos tienen ese egoísmo tan común que consiste en buscar su bien a expensas de los demás. Todos ellos han superado el desdoblamiento entre el hombre y la bestia.

Tal vez la única distinción entre una sardina y un tiburón, alegóricamente hablando, provenga exclusivamente de las circunstancias, de una coyuntura más favorable para sus abusos, aparte de una fuerza más grande para satisfacer esa voluntad perversa; una inteligencia o un instinto mayor, una presencia de ánimo, un valor o una capacidad de decisión más grande a la hora de demostrar su carencia de escrúpulos.

El caso es que cuando el espíritu libre analiza a muchos de nuestros políticos y dirigentes y los compara con esos monstruos con apariencia humana a los que se refería el filósofo alemán y de los que la Historia nos ha hablado, no puede sino darle la razón. En el fondo, muchos de los boquerones y sardinas que hoy pululan por el Congreso y por sus aledaños, por los innumerables lobbies, por las despilfarradoras autonomías, no tienen que envidiar a los más temidos prototipos de maldad, y sólo las circunstancias les han impedido o les impiden llegar a comparárselos. Y el caso Rubiales, con todas sus bifurcaciones y asociaciones, ha traído este cotejo a la mente de las gentes avisadas que abominan del Sistema y de sus millones de parásitos y subvencionados.

El caso es que nuestro mundo civilizado actual no es más que una gran mascarada. Se encuentran allí -además de los ominosos gobernantes- jueces y filósofos, educadores y guerreros, artistas y poetas, menestrales y pensionistas, sacerdotes y policías, menesterosos y potentados, comunicadores, contertulios, caballeros, doctores, abogados… Pero la inmensa mayoría no son lo que representan; son simples máscaras, bajo cuyos disfraces se ocultan sedientos buscadores de dinero.

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Nuestra casta partidocrática y sus excrecencias, este atroz bestiario que es el reflejo de la sociedad que los consiente y alimenta, se sirve de todos los ardides imaginables para enriquecerse y escapar de cualquier atolladero; estratagemas y enredos a cuál más repugnante por estar emparentadas con la impunidad, el narcisismo, la deshonra, la codicia, la deslealtad y la vileza. No son más que mentira, duplicidad y contradicción, y se ocultan y se disfrazan ante ellos mismos y ante su relato, porque para la gran mayoría de esa pandilla de aprovechados, ejercer el poder consiste precisamente en depredar y hacer injusticia. Viendo, como digo, el caso Rubiales, se comprueba que esta fauna tiene manos para esquilmar al pueblo en la cosecha y pies para escaquearse cuando truena el pedrisco. Y así siempre.

Lo que se observa, en definitiva, es un corporativismo perverso y codicioso en cuyas profundidades la envidia está excitada por riquezas, rango o poder, pero atemperada a menudo por el cálculo egoísta de que es posible conseguir apoyo, protección o ascensos de las personas envidiadas; también queda la esperanza de lograr uno mismo alguna vez todos aquellos bienes, mejor a costa de alguien que por el propio esfuerzo. Porque por éste, a base de dones naturales y perfecciones personales, hay pocas esperanzas, y entonces no queda más que el odio amargo e implacable entre los que tratan de repartirse el pesebre.

El único deseo entonces es tomar venganza. Una venganza que, como todo pecado secreto, se ocultará cuidadosamente y generará un inventar inagotable de astucias e intrigas para herir al adversario. Esa sed vengativa negará las cualidades de los otros, esforzándose en toda clase de conjuras e insidias, para que las ventajas de dichos adversarios no se manifiesten. Mientras tanto, por el contrario, alabará con entusiasmo a hombres insignificantes, tontos o malvados, de su misma especialidad, y se hará un experto en minar anónimamente a las figuras envidiadas.

Para el amor propio y el orgullo de todos los Rubiales que en el mundo han sido no hay nada más lisonjero que la taimada envidia espiando en su escondite e incubando maquinaciones; pero nunca debe olvidarse que la envidia está acompañada del odio, y la vanidad de los que merodean al rebufo de las sinecuras del poder, muy a menudo olvidan que tiene mucho peligro hacer un amigo falso de un envidioso; o de un cobarde, o de un oportunista, o de un malevolente…, especímenes muy abundantes por los ambientes cortesanos.

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El espíritu libre, en definitiva, se muestra escéptico con la rebeldía espuria de Luis Rubiales, y aunque muy lejos de esa inclinación humana dedicada a hacer leña del árbol caído, tampoco se acoge, sin más ni más, a aquello de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. El espíritu libre está convencido de que hay que impulsar y desarrollar la crítica sociopolítica y la rebelión, sí. La crítica al Sistema. Pero no una rebelión más, ni una crítica cualquiera, sino la crítica y la rebelión de los honrados.

Las gentes de bien están aburridas de rebeliones y críticas cuyos frutos sé limitan a cambiar de rufián, de oportunista, de hipócrita… Frente a la rebelión de los aprovechados, hay que oponer la rebeldía diaria, independiente, de los espíritus libres. El individuo frente a las convenciones o consignas de las masas abducidas y de los tiranos que las manejan; el yo frente a la muchedumbre acrítica, frente a los ventajeros y traidores. Esa es la labor hoy de los espíritus libres. Una rebeldía como mínimo pasiva, pero consciente y perseverante, hasta que por su propio peso caiga la rebeldía civil organizada, con líderes hábiles, nobles y prudentes.

Y casos como éste, desenmascaramientos de los tramoyistas, contradicciones y luchas entre los propios zorros, deben ser buena ocasión para que la sociedad civil renuente no deje de incidir en ellos, rentabilizándolos. Son oportunidades para golpear, como el relámpago sobre la nube, contra tantos que huyen de la virtud y de la justicia como de las serpientes.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Geppetto

La progresia feminazi ha vencido al estado de derecho destruyendo un poco mas la libertad, la justicia y las leyes
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Aliena

Terrible disección que, no obstante, concluye aportando un rayo de esperanza, como en otras ocasiones. Esperemos que los espíritus libres actúen como deben y los que nos creemos tales lleguemos a serlo de verdad.

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