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Tal día como hoy, un 1 de septiembre de 1899, «Los Últimos de Filipinas» arribaban al puerto de Barcelona entre vítores y aplausos por una gesta que más tarde se estudiaría en las academias militares de todo el mundo. Y mientras en España se combatía el desastre moral del 98 rindiendo honores a quienes habían dado una lección de dignidad, cinco mil españoles quedaban en la isla de Luzón, cautivos y esclavizados por el ejército tagalo. Esta es la historia de los Olvidados de Filipinas
 
Junio de 1898. Nos encontramos en la Bahía de Tayabas, al sur de la Isla de Luzón. Las cosas se han puesto feas para los españoles. La revolución tagala es un hecho y los rebeldes crecen en número día a día. El comandante Pacheco, jefe militar de Tayabas reagrupa a las guarniciones fieles a España en torno al gobierno civil, la cárcel y la iglesia en previsión de lo que será un duro asedio. Dispone de 34 cañones que de poco sirven sin polvora, así que sólo su astucia y conocimientos militares conseguirán sacar de aquella ratonera a los 450 soldados que luchan bajo sus órdenes. En mayo se inician las hostilidades y los españoles plantan cara al enemigo con las pocas provisiones que han podido conseguir. La lucha es encarnizada y después de infligir 1.500 bajas a los rebeldes filipinos, Pacheco decide capitular tres meses más tarde en un intento por salvar la vida de los 20 oficiales y 175 soldados que quedan en pie. Una vez capturados por el enemigo, los españoles son desposeídos hasta de sus ropas y son entregados a la esclavitud más ignominiosa. Uno a uno van cayendo víctimas del paludismo y la malaria, hasta que en marzo de 1899, los oficiales deciden que ha llegado el momento de pedir ayuda a España. Convencidos de que la ausencia de correspondencia con las familias habría alarmado al Estado español y que estarían buscándoles, deciden cubrir la huída del comandante Pacheco, quien escaparía hacia Manila para informar a las autoridades de su paradero. Ilusos… Lo que quedaba de España en la capital filipina, sólo estaba interesada en salvar los últimos restos de la administración colonial y la petición de auxilio cayó en saco roto. 
 
Mientras tanto, las condiciones de los prisioneros habían empeorado. La fuga de Pacheco había sido descubierta y acarreó a los españoles un sinfín de castigos y crueldades.  Éstos, viendo la huída como único recurso para salvar la vida, deciden escapar; esta vez, todos juntos. La fuga fracasa y como represalia, los tagalos encierran a los oficiales españoles en unas celdas subterráneas que se inundan cada vez que el río crece. Cada tormenta en la superficie les supone la muerte por ahogamiento, pero es aquí donde entra en el escena un comandante apellidado Mediano. Su metro ochenta de altura y su imponente corpulencia le mantiene en pie sosteniendo en vilo a sus compañeros cuando la cueva se inunda. Llegado a este punto, hacemos un paréntesis para poner la lupa sobre la figura del comandante Mariano Mediano. Actos sobrehumanos como el compañerismo que mostró en la celda subterránea, le acarrearon tres intentos de fusilamiento de los que salió indemne en cada uno de ellos. La gran barba que lucía nuestro comandante, hizo que le confundieran con un fraile, siendo éstos los mayores damnificados durante el conflicto por el profundo odio que tenían los tagalos hacia la Iglesia católica. Mediano insistió en que era soldado y no fraile, pero no sirvió de nada. Cuando se encontraba ante el pelotón de fusilamiento, sacó su alianza de matrimonio del bolsillo y la besó, dedicándole ese último gesto a su mujer e hijas. Los tagalos, al ver aquello, comprendieron que el español no mentía y le devolvieron junto a sus compañeros.
 
El 1 de septiembre de 1899, Los Héroes de Baler, protagonistas de uno de los sitios más épicos de la Historia, regresaban a España entre gran alborozo, y sólo las familias recordaban a los 5.000 españoles que habían quedado en Filipinas. En enero de 1900 el comandante Mediano y lo que quedaba de la guarnición de Tabayas son enviados al campo de prisioneros en Rosario. Para entonces, la guerra ya no era contra los españoles, sino contra los norteamericanos, así que los nuestros vieron en éstos últimos la única posibilidad de verse libres. El problema es que Rosario no era una plaza importante para los planes americanos, así que hubo que forzar la situación. Una argucia de un español que había conseguido escapar, hizo que la caballería americana entrará en Rosario cargando con gran ímpetu, liberando así a los españoles que encontraron en el campo de concentración. Cinco oficiales y cincuenta y cinco soldados dieron voz a los cinco mil militares españoles que fueron abandonados a su suerte, una vez más, por el gobierno de España. Cinco mil historias de horror y supervivencia, cinco mil vidas silenciadas, cinco mil españoles olvidados en Filipinas.

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REDACCIÓN