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El mal engendra mal; el crimen, crimen. Como la maldad es muy activa, necesita alimentarse continuamente. Quien mal quiere, mal sueña; es decir, quien mal desea, mal comete. Más allá de su etiqueta ideológica y de sus bajas ambiciones y miserables envidias, lo que sobrevuela por las bancadas izquierdosas de nuestro Parlamento es la maldad. Una maldad sucia y triste, repugnante.
Y es que el socialcomunismo y sus variantes son como ese frasco de botica cuyo cartel dice: «Bicarbonato»; pero cuyo verdadero contenido es arsénico. Dada su naturaleza malsana, no pueden cejar en la excreción de su ponzoña. No hay mayor abyección que tratar de que condenen injustamente a una causa o a un hombre. Y eso es lo mejor que hacen estos Gobiernos sépticos, acostumbrados a actuar de mala fe.
Entre los muchos problemas que tiene España, el más grave es la manera en que está encarando el principal de ellos: la demagogia y la ambición personal de los socialcomunistas basada en su maldad intrínseca. Cuando un problema se aborda de modo erróneo, se diagnostica de forma equivocada o se pretende solucionar mediante medios ineficientes, el problema se vuelve irresoluble.
Y eso es lo que nos está pasando con las izquierdas resentidas y sus cómplices, porque la cuestión radica en que más que enfrentarnos a una ideología, que también, nos estamos encarando a la Maldad, con mayúscula. Esta casta inmunda, que vive permanentemente con la perversidad en los labios, inoculando gérmenes de odio; que han cegado los senderos del derecho, los caminos de la educación y la justicia; que saborean el pan robado al pueblo con traiciones porque lo encuentran dulce y sabroso, y que yacen en sombríos lazaretos, en los pestíferos infiernos de una doctrina moralmente sarnosa, actúan con malicia y temeridad, pues están jugando con el bien común.
No es justo que el hombre mejor llegue a sufrir por culpa del peor. Pero que los peores destruyan a los mejores, es algo habitual cuando los altramuceros rigen, circunstancia que los españoles estamos comprobando todos los días y que la crisis vírica ha subrayado. Sabemos que existen hombres dispuestos a recluir y matar para lograr sus fines, y no sólo eso, también de especular después con los cadáveres para fortalecer su poder, culpando de sus hidrofobias a los inocentes.
De la sabiduría empírica, extraída gracias a la reiteración de las experiencias humanas, se ha hecho doctrina a lo largo de los siglos. Por ella sabemos que la condición humana no ha variado desde el fondo de la historia. De ahí que, cuando en Proverbios 6,17 leemos: Los ojos altaneros, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que trama planes perversos, los pies expeditos en correr el mal, el falso testigo que dice mentiras, y el que siembra discordias entre hermanos.
Cuando leemos ésto, digo, comprendemos que aquel autor antiguo había conocido injusticias y desgracias como las que ahora, moral o materialmente, muchos padecemos por culpa de la maldad representada en el Congreso por las bancadas socialcomunistas y sus cómplices más genuinos.
Nunca podremos esperar de la malicia una adhesión a lo noble y ejemplar; de ahí que estos integrantes de la casta política desprecien el bien público, pues a nadie aman más que a sí mismos. Por eso se rodean de una secta cortesana que en lugar de recta doctrina venden en los despachos una torpe adulación que impide que se limpien las leyes y las costumbres de cizaña. Y de una horda de sicarios comprada para escarnecer la dignidad y ensangrentar las calles.
Los que mediante hipócrita promesa o zafio farfulle se obligaron a proteger a la verdad y al pueblo, en realidad sólo anhelan mandos y riquezas, disimulando su punible ambición tras el manto falsamente promisorio del bienestar y del progreso, llamando democracia al despotismo, paz al rencor, y estableciendo leyes totalitarias a favor de su ideología, mientras destruyen las que protegen a la legitimidad y a la vida ciudadana.
Para su naturaleza ninguna infamia es imposible; de ahí que sean incapaces de refrenar la codicia que los devora, de reprimir el odio que los domina y que los hace incurrir en el vicio de la tiranía. Sus acciones los muestran como fanáticos y rencorosos delincuentes, empecinados en convertir el país en un lodazal sobre el que imponer su malevolente demencia.
El socialcomunismo tiene a sus espaldas una historia de crímenes imposible de ocultar. Está compuesto por una serie de lealtades interesadas que defienden parcelas de poder para ellas irrenunciables. Esa conjunción de intereses está obsesionada con la corrupción, con la mentira sistemática, con el culto al poder por el poder, con la ética del dominio a toda costa, con la metódica utilización del fraude demagógico para perpetuarse en el atropello.
Por eso hay que verlo como un instrumento del Mal que, en este caso, lo siembra y difunde a través de formaciones políticas depredadoras, creadas para la conservación y aumento de ese idolatrado poder, y ajenas a cualquier referente ético; un colectivo de individuos irresponsables y corporativistas, que sólo responden unos de otros, y siempre en mutua defensa. De ahí que sea imperativo tener a la vista las hemerotecas para testimoniar la permanente contradicción entre sus dichos y sus hechos, entre la trampa de su discurso y lo repulsivo y catastrófico de su gestión.
Para quien haya observado con los dos ojos abiertos la deriva sociopolítica de nuestro país durante la llamada transición, no le resultará extraño el desahucio que padecen nuestras instituciones. Porque sólo con echar una mirada alrededor, es fácil constatar que durante todo este tiempo han estado siempre tambaleantes, en manos de estas izquierdas resentidas y de sus cómplices.
Es fácil, digo, descubrir la causa del mal, es decir, la falta de fe, originada por esta casta política, por la desobediencia de las leyes, por la corrupción y la inmoralidad; pero ellos, los verdaderos responsables, en cuanto ven asomar las orejas del lobo, buscan -ya lo están haciendo- las excusas propagandísticas o las víctimas propiciatorias para permanecer inaccesibles a la desconfianza y a las sospechas, poniéndose enseguida bajo el amparo protector, mientras salpican sus excrecencias a quienes los quitan la careta.
Es bien sabido que el socialcomunismo es el método más eficaz para convertir ricos en pobres, pobres en miserables y gobernantes en millonarios. Por fas o por nefas, su gestión es siempre aciaga y casi siempre luctuosa; y si no siempre son criminales, sí son siempre mentirosos. Es obvio que cualquiera de sus partidos se basta para poner en peligro la continuidad de nuestra patria tal como la hemos conocido hasta ahora. Si los dejamos, dichos partidos acabarán con ella, considerando el saldo desalentador de sus despropósitos a lo largo de su historia.
La faz de España -y del mundo- ha cambiado parcialmente en nuestra época, sólo porque los obstinados en la malevolencia y la destrucción están llevando su fanatismo hasta el último límite. Para preservarnos de su mugre y viendo, como digo, a estos gobernantes y a sus mandarines narrarnos diariamente el relato del coronavirus con esos gestos impostados, entre angélicos y mojigatos incluso, nos vienen a la memoria las palabras de Shakespeare en Medida por medida:
Ese hombre que parece un santo, cuyo grave lenguaje y rostro compungido hiela de espanto a la alegría, como el halcón a la perdiz, es simplemente un demonio; si sacaran de su corazón todo el fango que lo llena, nos parecería un abismo tan profundo como el del infierno. Viste la engañosa capa del infierno, que se complace en cubrir a los réprobos con mentidas y brillantes galas.
Mala gente, a eso se reduce todo. Esa es la diagnosis. Y es a la Maldad a quien debemos combatir con las armas específicas que el hecho determina. Por fortuna, una parte del pueblo ha dejado de acostumbrarse a las trampas ideológicas de los demonios y está abriendo los ojos para impedir que nos atrapen en su infinito círculo de mentiras. Que no decaiga el fervor popular, pues resulta obligado denunciar a esta cueva de Alí Babá interior y exterior constituida por los vampiros del Sistema, luchar contra la injusticia que representa, hasta lograr el encarcelamiento de sus agentes, y que el miedo se apodere de aquellos que se aprovechan de los que temen o callan.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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