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La paradójica táctica de no confesionalidad de las J.O.N.S.
“En España, el nacionalismo -que es hoy la aspiración y será mañana la encarnación única del Estado español- no tiene por qué ser un movimiento dedicado a defender la religión: no puede ser confesional en la lucha, sin perjuicio de lo que la Nación quiera que sea en el triunfo”. Onésimo Redondo. Libertad. N° 39. 7 de marzo de 1932.
Las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (J.O.N.S.) nacen en octubre de 1931 como consecuencia de la unión de dos grupos preexistentes: el compuesto por los integrantes del semanario La Conquista del Estado, dirigido por Ramiro Ledesma Ramos; y el reunido en torno al semanario Libertad, cuyo director era Onésimo Redondo Ortega, creador de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica.
Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo son, pues, los fundadores de las J.O.N.S., y sus principales teóricos.
La coincidencia en muchos aspectos importantes de sus respectivos pensamientos políticos, hizo posible la colaboración de ambos personajes en un proyecto político común como las J.O.N.S. Pero eso no significa que sus planteamientos, sus motivaciones y sus intenciones fueran idénticos en todo, ni mucho menos.
Ramiro reconoció años después, que el grupo de Onésimo “no ofrecía muchas garantías de fidelidad al espíritu y a los propósitos de las J.O.N.S., pues estaba compuesto, en su mayoría, de antiguos “luises”[1], y con una plena formación reaccionaria”, “situado entonces en una zona ultraderechista” y acaudillado por un “antiguo discípulo de los jesuitas”, “con los que seguía en íntimo contacto”[2].
El jonsista, José María Martínez Val, opina en su libro ¿Por qué no fue posible la Falange?, que en las recién nacidas JONS se encontraban “elementos en parte comunes y en otra parte, probablemente muy superior, dispares en absoluto. Debemos el testimonio a Juan Aparicio, que fue Secretario General de la nueva organización y luego de la revista que llevó el mismo nombre: JONS. Dice así: “Convivíamos los dos fermentos más fanáticos del nacionalismo en España: Antiguos lectores y colaboradores de El Cruzado español, el intransigente portavoz del carlismo… y los camaradas de Ramiro Ledesma Ramos[3]”.
Es muy posible que esas diferencias influyeran en el hecho de que, cuando en enero de 1935, Ramiro Ledesma es expulsado de FE de las J.O.N.S., Onésimo optase por permanecer en la Falange junto a José Antonio, en lugar de seguir a su antiguo correligionario jonsista.
En el tema religioso, que es el que ahora nos interesa, existen, ciertamente, algunas coincidencias entre Ramiro y Onésimo.
A pesar de que el enunciado del tercero de los puntos programáticos de las J.O.N.S. reza así: “Máximo respeto para la tradición religiosa de nuestra raza. La espiritualidad y la cultura de España van enlazadas al prestigio de los valores religiosos”, es verdad que tanto Onésimo como Ramiro se declaran partidarios de la no confesionalidad del movimiento nacionalsindicalista.
En una circular dirigida a los mandos y militantes de las J.O.N.S. por el Triunvirato Ejecutivo Central, lo dicen bien claro:
“No constituimos un partido confesional. Vemos en el catolicismo un manojo de valores espirituales que ayudarán eficazmente nuestro afán de reconstruir y vigorizar sobre auténticas bases españolas la existencia histórica de la patria. Todo católico “nacional”, es decir, que lo sea con temperatura distinta a los católicos de Suecia, Bélgica o Sumatra, comprenderá de un modo perfecto nuestra misión. No somos ciertamente confesionales, no aceptamos la disciplina política de la Iglesia, pero tampoco seremos nunca anticatólicos”[4].
Este texto lleva la firma de ambos dirigentes, Ramiro y Onésimo, aunque su redacción se atribuye al primero.
Ahora bien, si estudiamos por separado los escritos de uno y otro, da la impresión de que no son exactamente las mismas las razones que les mueven a adoptar la no confesionalidad, ni mucho menos es idéntica su visión del hecho religioso, y de la relación entre fe y patriotismo y entre el Estado y la Iglesia.
De la lectura atenta de los escritos de Ramiro -que desde La Conquista del Estado proclamaba que la Iglesia no podía estar por encima o al margen del Estado-, lo más que se desprende es que la religión católica debe ser respetada, no por su veracidad y bondad, sino por ser la de la mayoría de los españoles; es decir, por ser, histórica y sociológicamente, la nacional.
Desde ese punto de vista, no duda en afirmar públicamente que las J.O.N.S. son católicas[5].
En cuanto a Onésimo Redondo, no sólo es indudable que, en consonancia con el programa de las Juntas, es partidario de la no confesionalidad de lo que él llama nacionalismo español, sino que dedica varios artículos del semanario Libertad a defender y explicar dicha postura.
Para Onésimo, la no confesionalidad del nacionalismo español[6] durante la lucha por la conquista del Estado no es una cuestión de principio, sino solamente una postura táctica, que responde, sobre todo, a la constatación de tres hechos para él penosos, pero que cree ciertos:
1º Millones de ciudadanos españoles -según él, la mayoría efectiva de la nación-, hundidos en el desdén hacia lo espiritual, en la frialdad religiosa, y en la hostilidad contra la tradición y aun contra la moral, viven y obran distanciados de la espiritualidad tradicional y no se muestran propicios a entrar en un partido católico militante, de los que tienen por fin específico la defensa de la religión.[7]
2º Los partidos y sindicatos anticristianos, ofreciendo a esos españoles religiosamente tibios o escépticos, presuntas soluciones a los problemas que más les afectan e interesan, se ganan su confianza, sus votos y su militancia, y aprovechan esa circunstancia para convertir la tibieza y escepticismo de sus nuevos adeptos, en odio y enemistad hacia Dios o hacia la Iglesia.
3º Gracias a ello esos grupos triunfan, y van preparando el terreno para el advenimiento de una revolución anticristiana inminente.
Ante esa realidad, Onésimo cree que no se puede perder el tiempo en convencer a esos españoles para que se hagan católicos militantes, porque mientras se convencen unos, y otros se resisten, la política corre, los hechos se apresuran, y los partidos anticristianos siguen avanzando con su apoyo.
No se les puede abandonar, porque sería lo mismo que entregarlos en manos de los partidos antiespañoles y anticristianos.
Y tampoco se les puede rechazar, porque prescindiendo de ellos no sería posible al nacionalismo español alcanzar la victoria en un corto plazo; y no cabe, por otra parte, aplazar esa victoria por mucho tiempo, porque la revolución marxista se prevé inmediata y es necesario adelantarse a ella[8].
Así pues, en opinión de Onésimo, hay que captar a esos españoles urgentemente. Especialmente, hay que “disputar, amplia y rápidamente, a las organizaciones marxistas, la hegemonía de la masa obrera”[9] que, en su mayoría, no es católica militante. Hay que “rescatar a la opinión media de la servidumbre masónica de prensa y partidos, y al proletariado de la aberración marxista”[10]. Hay que dar cabida, pues, a “los católicos tibios que no quieren militar en un partido confesional, los indiferentes y los descreídos”. Eso sí, no de manera indiscriminada, sino con dos condiciones: “que no lleven anhelos persecutorios encubiertos”, y que “sintiendo a España en su grandeza espiritual y aspirando a fortalecerla, respeten la religión de nuestra progenie histórica y encarezcan francamente sus libertades y derechos”[11]. Y para ello, el nacionalismo español debe relegar a un segundo plano la defensa explícita de la religión, e incidir principalmente en la reivindicación de otras cuestiones que puedan atraer mejor y más fácilmente el respaldo de esos compatriotas espiritualmente fríos[12].
A esa renuncia a manifestar públicamente como primer postulado del nacionalismo la defensa de la religión católica, es a lo que Onésimo llama no confesionalidad.
Pero que el nacionalsindicalismo no se determine “de modo directo y específico, a enarbolar la religión como uno de sus lemas, a su defensa como uno de los fines característicos del partido”[13], “a llevar en vanguardia, como bandera de guerra, la consigna religiosa”[14], es decir, que esté “desprovisto de una especial profesión de fe católica”[15] no parece significar, en la mente y en la intención de Onésimo, que el nacionalsindicalismo no sea un movimiento católico. Simplemente –por razones coyunturales y contingentes- renuncia a hacer alarde y ostentación de ello.
Por eso, más allá de ese planteamiento táctico –y como táctico, discutible, revisable y mudable- Onésimo afirma –cosa que no hace Ramiro- que “en España, el nacionalismo -que es hoy la aspiración y será mañana la encarnación única del Estado español- no tiene por qué ser un movimiento dedicado a defender la religión: no puede ser confesional en la lucha, sin perjuicio de lo que la Nación quiera que sea en el triunfo”[16], esto es, cuando las circunstancias que aconsejaban la táctica no confesional hayan sido superadas.
Si es innegable que Onésimo propugna una cierta no confesionalidad del nacionalismo durante la lucha por la conquista del Estado, no lo es, sin embargo, que postule la no confesionalidad del Estado una vez alcanzado el poder.
Además Onésimo afirma que el movimiento nacionalsindicalista no ve mal, sino excelente, que cuantos católicos quieran, militen en partidos confesionalmente católicos, porque cree que “la provocación de tantos elementos conjurados por la masonería contra Cristo, de sobra justifica que todo el que sienta ardor militante religioso escriba el lema de religión en el primer lugar de sus programas políticos”, y que “mientras la Iglesia se ve perseguida o en peligro de serlo, es justo que los fieles se agrupen en torno de ella para defenderla en política”. “Bien están los partidos católicos”, escribe Onésimo[17], que, por cierto, como católico practicante y convencido que era, sin duda se contaría entre esos fieles que, por justicia, han de agruparse en torno de la Iglesia para defenderla.
Pero, ante todo, a diferencia de Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo no sólo estima la religión católica por ser la española, sino por ser la verdadera, y en coherencia con el Magisterio de la Iglesia, dedica numerosas páginas de las publicaciones de las J.O.N.S. a postular la sujeción de la sociedad, la ley civil, el Estado y sus autoridades, a la moral y a la verdad cristianas; y a exigir que la comunidad política defienda el patrimonio religioso del pueblo español, y respete la independencia, la libertad y los derechos temporales de la Iglesia católica.
¿No es razonable pensar que en tales postulados van implícitas –y en determinados aspectos explícitas- las características propias de un Estado confesional?
Si ya antes de su incorporación a las J.O.N.S. Onésimo escribía que la revolución hispánica “incorporará de verdad al mando del Estado los viejos hábitos de justicia cristiana impresos en la fibra de la raza[18]”; y daba por cierto que la Iglesia Católica es la encargada “por Cristo de mantener y extender la ley moral y su Evangelio”[19]; desde las J.O.N.S. Onésimo sostiene que la defensa de un “orden político cristiano” es uno de los principios esenciales para la formación de un “frente de resurgimiento nacional”[20]; y que, en concreto, el nacionalsindicalismo reconoce en el cristianismo “la verdad moral”. Una verdad que es “la primera interesante desde el punto de vista político”, que constituye “la raíz de nuestra civilización”, y a cuya defensa “debe dedicarse la vida y el entusiasmo de las generaciones jóvenes”[21].
En consecuencia, el movimiento nacionalsindicalista, tal como lo concibe Onésimo, “respeta eficazmente a la religión católica”[22], hasta el punto de convocar a todos los españoles a una “cruzada por la religión”[23], porque, “lícita es la guerra de defensa”[24] contra quienes “atacan grave y certeramente a España en sus valores cristianos incuestionables”, ya que “Fe, patriotismo, tradición y moral son el protoplasma espiritual de la nación”[25]. Por eso, la revolución nacionalsindicalista, “con la mira puesta en la derrota definitiva de las fuerzas enemigas de la España cristiana y eterna, de la masonería, el marxismo y el separatismo”[26], combatirá “la persecución de la honestidad familiar”, la equiparación de “la familia a las uniones carnales viciosas”, “la destrucción oficial de la libertad de enseñanza y la coacción pública contra la enseñanza religiosa”, así como “la abolición de los derechos temporales de la Iglesia”[27].
El nacionalsindicalismo jonsista, no sólo no está en contra de “los principios inmutables de justicia, honestidad y fraternidad cristianas, regentados por la Iglesia”[28], sino que, considerando que “la suprema y primera ley es la decencia cristiana”[29], y acogiéndose “a la justicia inmutable de las normas cristianas, y precisamente tal como supieron traducirlas en reglas de política los grandes filósofos españoles”[30], procederá a la “sustitución del liberalismo filosófico por el respeto positivo del Estado y de la colectividad a las verdades cristianas, que son la fuente moral de la civilización”[31]; restaurará “las costumbres cristiano-españolas para regir la administración y cumplir los deberes sociales”[32], y “el poder y la aptitud de civilización que Dios confirió a nuestra raza y cultura”[33]; promoverá “la profesión social de la moral cristiana”[34]; garantizará “los derechos individuales y familiares ante el poder público” conforme se hallan definidos “en la tradición y costumbres civilizadas de nuestro pueblo como nación cristiana”[35], rechazando “el concepto liberal de las libertades y derechos individuales, por un lado” y encomendando, por otro, “a la ley moral y a la fe en los hombres encargados de respetarla y traducirla desde el Gobierno, la garantía que ofrecen y no dan las constituciones”[36]; convertirá “en una realidad”, y dará “forma orgánica, a los principios cristianos de redención obrera”[37] por medio de un “sindicalismo cristiano”[38] que implantará una “nueva justicia social” que “-no es posible ni conveniente ocultarlo- ha de tener un sentido cristiano positivo”[39]; conservará “el patrimonio religioso”[40] del pueblo español, contando con la religión como uno de los medios principales de su educación regeneradora[41]; y fundará “las relaciones de la Iglesia y el Estado en un régimen concordatorio que para nada atente a la sagrada libertad de la Iglesia, y singularmente al derecho superior de los padres católicos, que son casi todos los españoles, de educar religiosamente a sus hijos en las escuelas oficiales o privadas.”[42].
En conclusión, lo máximo que se deduce de las escasísimas referencias sobre el tema religioso en Ramiro Ledesma, es un frío, distante –y tal vez interesado- respeto a la religión católica en consideración a su papel histórico y a su implantación social en España, y en la medida en que se amolde a las exigencias, para él supremas e inapelables, del poder estatal. Es decir, la instrumentalización y sumisión del cristianismo al servicio del Estado[43].
Por el contrario, lo que propone el fervoroso y militante católico Onésimo Redondo, desde las J.O.N.S., conduce a la instauración cristiana del orden temporal, la construcción de un orden social cristiano, la impregnación cristiana de las leyes, la constitución de un Estado cristiano. Esto es, la subordinación de la nación y del Estado al Imperio de Cristo.
En esto coincidirá, más que con Ramiro Ledesma, con José Antonio, fundador y máximo exponente del ideario de la Falange Española, con la cual acabarían fusionándose las J.O.N.S. Ideario que, prescindiendo –a diferencia de Onésimo- de toda declaración de no confesionalidad, confesará –como veremos- que la interpretación católica de la vida es la verdadera, además de la española, para afirmar, en consecuencia, que toda reconstrucción nacional ha de tener un sentido católico y que el nuevo Estado que la Falange aspira a implantar se inspirará en la religión católica y tributará a la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos.
[1] Los Luises son una Congregación dependiente de la Compañía de Jesús.
[2] Ramiro Ledesma Ramos. Antología. Breviarios del pensamiento español. Ediciones FE. MCMXL. Página 93.
[3] ¿Por qué no fue posible la Falange? José María Martínez Val. Dopesa. Mayo de 1975.
[4] JONS. Julio de 1933.
[5] “¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se han realizado con el alma misma de España; es la historia de España”. (El Fascio. 16 de marzo de 1933. Página 15).
[6] Onésimo utiliza el término “nacionalismo” no en un sentido idolátrico, sino como sinónimo de la virtud cristiana del patriotismo. José Antonio, para evitar confusiones, rechazará la palabra “nacionalismo” y utilizará preferentemente “patriotismo”.
[7] Igualdad. N° 12. 30 de enero de 1933.
[8] Libertad.N° 40. 14 de marzo de 1932.
[9] Libertad. N° 38. 29 de febrero de 1932.
[10] Libertad.N° 39. 7 de marzo de 1932.
[11] Libertad.N° 39. 7 de marzo de 1932.
[12] También Ramiro piensa que “media nación vive fuera de la disciplina religiosa” y siendo así, “mal va a aceptar soluciones “políticas” que se incuben o tengan su origen en la Iglesia”; que “en España tenemos la perentoriedad del hecho marxista, vinculado al socialismo, que se dispone a polarizar toda la energía descontenta, el “revolucionarismo izquierdista”, anticlerical, la subversión de los trabajadores, en torno a su bandera roja”; que “hay, pues, peligro marxista en nuestro país, y peligro inminente”; y que “oponerle una táctica contrarrevolucionaria tradicional, conservadora, en nombre de los intereses heridos, sean espirituales o económicos” es cosa inane (JONS. Enero de 1934). En mayo de 1934 escribe en la revista JONS: “Una justificación de nuestra actitud revolucionaria es la realidad de una inminencia marxista cercando el solar de España. Hay, en efecto, nutridos campamentos rojos, que sólo de un modo revolucionario, de rápida eficacia e intrepidez, pueden ser vencidos. Se nos disputan, pues, las semanas, y frente al marxismo podremos disponer de todo menos de la facultad de aplazar y dar larga a los choques”.
[13] Libertad. N° 38. 29 de febrero de 1932.
[14] Libertad.N° 40. 14 de marzo de 1932.
[15] Libertad. N° 38. 29 de febrero de 1932.
[16] Libertad.N° 39. 7 de marzo de 1932.
[17] Libertad.N° 40. 14 de marzo de 1932.
[18] Libertad. N° 7. 27 de julio de 1931.
[19] Libertad. N° 12. 31 de agosto de 1931.
[20] Libertad. N° 26. 7 de diciembre de 1931.
[21] Igualdad. 10 de abril de 1933.
[22] Libertad. N° 38. 29 de febrero de 1932.
[23] Libertad. N° 44. 11 de abril de 1932.
[24] Libertad. N° 56. 4 de julio de 1932.
[25] Igualdad. N° 12. 30 de enero de 1933.
[26] Libertad. N° 63. 2 de noviembre de 1933.
[27] Igualdad, N° 6. 19 de diciembre de 1932.
[28] Libertad. N° 38. 29 de febrero de 1932.
[29] Libertad. N° 19. 19 de octubre de 1931.
[30] Igualdad. N° 16. 27 de febrero de 1933.
[31] Igualdad. 24 de abril de 1933.
[32] Libertad, N° 29. 28 de diciembre 1931.
[33] Igualdad, N° 15. 20 de febrero de 1933.
[34] Igualdad N° 6. 19 de diciembre de 1932.
[35] Igualdad. 15 de mayo de 1933.
[36] Igualdad. 20 de marzo de 1933.
[37] Libertad. N° 40. 14 de marzo de 1932.
[38] Reproducido en Onésimo Redondo, página 46.
[39] Libertad. N° 66. 4 de diciembre de 1933.
[40] Libertad. N° 126. 18 de marzo de 1935.
[41] Igualdad. 5 de junio de 1933.
[42] Libertad. N° 63. 2 de noviembre de 1933.
[43] Así se manifiesta durante su etapa anterior a la expulsión de Falange, porque, posteriormente ya no vacila en acusar de adulterado y corrupto al patriotismo nacido al calor de las iglesias, y en propugnar la sustitución de la cruz por el yugo y las flechas, la creación de una moral nacional totalmente independiente de la católica, y la invención de un nuevo proyecto de nación española completamente desvinculado de la tradición religiosa que dio su ser, su identidad y su grandeza a la España de siempre: la tradición católica: “El servicio a España y el sacrificio por España es un valor moral superior a cualesquiera otro. El hecho de que los españoles –o muchos españoles- sean católicos no quiere decir que sea la moral católica la moral nacional”. “Ha habido en España un patriotismo religioso y un patriotismo monárquico, pero no un patriotismo directo, no un patriotismo popular surgido de las masas y orientado hacia ellas. No, camaradas, la moral nacional, la idea nacional como deber, ni equivale a la moral religiosa ni es contraria a ella. Es simplemente distinta, y alcanza a todos los españoles por el simple hecho de serlo, no por otra cosa que además sean”. “La empresa de edificar una doctrina nacional, un plan de resurgimiento histórico, una estrategia de lucha, unas instituciones políticas eficaces, etc., es algo que puede ser realizado sin apelar al signo católico de los españoles y no sólo eso, sino que los católicos deben y pueden colaborar en ella, servirla, en nombre de la dimensión nacional, en nombre de su patriotismo, y no en nombre de otra cosa”.
A pesar de todo, Ramiro no deja de afirmar también que “parece incuestionable que el catolicismo es la religión del pueblo español y que no tiene otra. Atentar contra ella, contra su estricta significación espiritual y religiosa, equivale a atentar contra una de las cosas que el pueblo tiene, y ese atropello no puede ser nunca defendido por quienes ocupen la vertiente nacional. Todo esto es clarísimo y difícilmente rebatible, aun por los extraños a toda disciplina religiosa y a toda simpatía por la Iglesia”. (Ramiro Ledesma Ramos. Discurso a las juventudes de España. 1ª edición. 1935. 7ª edición, Madrid, 1981, Sucesores de Rivadeneyra, S.A., Cuesta de San Vicente, 26-34. Madrid. Páginas. 62; 63; 94).
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