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El 2 de enero celebramos la Toma de Granada, cuando en esa fecha de 1492, los Reyes Católicos culminaron la reconquista con la toma del reino nazarí de Granada. Y este tema nos da pie a reflexionar hoy sobre la identidad española.
Lo que se ha llamado por parte de diversos autores “el problema de España” es un problema de identidad, y es que el problema de España es apasionante por España misma. La conocida y bienintencionada definición de José Antonio de España, como una “unidad de destino en lo universal” se fundamenta en la de José Ortega y Gasset, de “un proyecto sugestivo de vida en común”.
Este siglo XXI va a estar marcado por el enfrentamiento entre el pensamiento único de la globalización y la defensa de las diferencias y las identidades en un mundo multipolar. La resistencia a la hegemonía mundialista sólo vendrá de los que sean conscientes de su “más larga memoria” como señaló Nietzsche, en nuestro caso, la de España y de los pueblos que la componen. Una España que sólo puede entenderse en virtud de su pertenencia – por su origen y por su futuro – a Europa, nuestra “gran unidad de destino en lo universal”.
España parece permanentemente una cuestión abierta. Cuestionada por unos, falsificada por otros, reducida a estrechos modelos y patrones por los de más allá, su nombre evoca cosas tan distintas y a veces contradictoras. Se hace necesario pararse a reflexionar y preguntarse ¿Qué es España? ¿Cómo se ha formado? ¿Qué pasado común esconde? ¿Qué futuro tiene en el mundo globalizado del siglo XXI?
Si hemos de empezar por algún sitio, mejor empezar por el principio, pues gran parte de los errores sobre lo «español» vienen de la ignorancia y la confusión sobre su más primigenia herencia. España, es ante todo, un pedazo de Europa, el nombre que nuestro continente y nuestra civilización adquiere en la Península Ibérica (lo mismo cabe decir para Portugal). Y lo es así desde la noche de los tiempos. No, Spain is not different, como gustaba repetir a los falsificadores de nuestra identidad. La identidad de los españoles tiene tres elementos principales: el celta, el romano y el visigodo.
Las invasiones indoeuropeas de 200 años a. de C. ocuparon la práctica totalidad de la península, y se sabe por la genética de poblaciones, que los genes indoeuropeos se imponen por vía paterna hasta un 70%.
Hispania, el Jardín de las Hespérides, la Keltiké de los griegos, tiene un proceso de etnogénesis paralelo al del resto de países de Europa occidental, donde el elemento céltico es el primer catalizador y formador de la personalidad hispánica. En este marco es donde hay que situar a la llamada «cultura ibérica», tantas veces usada como argumento «separatista» frente a Europa, ya que la hipótesis del “afroiberismo” está hoy completamente desechada, de hecho no existe ningún rasgo de la “cultura ibérica” en el norte de Africa. Los iberos eran un pueblo europeo integrado por hombres procedentes de la cultura indoeuropea de los Campos de Urnas, que se establecieron en un tercio de la península ibérica, desde el Guadalquivir hasta el Ródano, en su época de mayor expansión, y a los que se superponen influencias de griegos y celtas. Y en esa zona ibérica mediterránea donde se encuentran procesos de indoeuropeización de la península más antiguos que los celtas, por lo que es un error considerar esta zona como no indoeuropea, Del mismo modo, los celtas de la Meseta, se diferenciaban en su cultura de la del resto de celtas, por la influencia cultural ibérica, de ahí que fuesen llamados celtíberos los celtas de la península ibérica, que bien pudo haberse llamado península céltica. La lengua celtíbera es la lengua celta escrita más antigua de Occidente. Nadie escribió en lengua céltica antes que ellos, que utilizaron la escritura ibérica, que a su vez, usaba un alfabeto griego jónico muy antiguo, que a través de la escritura itálica pasaría a los germanos, y daría origen a las runas. De modo que la lengua celtíbera es una lengua celta muy antigua con muchos puntos de unión con las lenguas itálicas, ya que se supone que celtas e itálicos eran vecinos en Centro Europa antes de emigrar hacia el sur de Europa. Por tanto, la “cultura ibérica” se da sobre la base de la cultura indoeuropea de los Campos de Urnas, con las influencias de elementos culturales griegos e itálicos. Entre los vascos, sucede lo mismo, que genéticamente son indoeuropeos por vía paterna, aunque su lengua, el vascuence sigue siendo un código sin descifrar. Los primeros que hablan de los vascos como pueblo fueron los geógrafos griegos y los romanos, y concretamente Estrabón.
Un segundo elemento será vital en la configuración de los pueblos hispánicos. Del mismo tronco indoeuropeo que los celtas, los romanos que supusieron un aporte de un 15-20% de la población de la Hispania antigua, darán el Derecho romano, la organización territorial y, muy especialmente, el latín, del que derivan las lenguas hispano-romances que hoy hablamos todos los españoles (castellano, gallego y catalán principalmente) excepto ese tesoro de la Prehistoria que es el vascuence, cuyos testimonios escritos más antiguos son los de las glosas emilianenses del monasterio de Yuso, del siglo X. El castellano fue definido por el lingüista e historiador Ramón Menéndez Pidal como “el latín hablado por los vascos”, pues se originó en una zona bilingüe latino-vasca, y de ahí que en las glosas emilianenses aparezcan glosas en vascuence y en castellano. El nombre de Castilla procede de Castella (los castillos), pues surge de la antigua Bardulia como un condado para proteger la frontera oriental del viejo Reino de León, que se fortifica con castillos contra las incursiones musulmanas que venían del valle del Ebro.
El tercer elemento indoeuropeo determinante en nuestra historia es el germánico. Como bien dice el nunca suficientemente valorado historiador medievalista Claudio Sánchez-Albornoz, España es una «comunidad racial de rancio abolengo romano-germánico». Algunos historiadores consideran – no sin parte de razón – al reino visigodo de Toledo como el primer Estado hispano unificado, concretamente sitúan el nacimiento de la Nación española durante el III Concilio de Toledo, el 8 de Mayo del año 589, tercero del reinado de Flavio Recaredo, según la Crónica Albeldense (S. VIII). Su derrota y consiguiente invasión musulmana con los 700 años de ocupación islámica de nuestra tierra, significó la fragmentación del antiguo reino germano-hispánico. Núcleos de resistencia cristiana se formaron entorno a las grandes cordilleras montañosas de nuestra geografía, cada uno de esos núcleos fue generando una evolución propia y local del antiguo idioma hispano-romance de una gran uniformidad en toda Hispania durante época visigoda. Este idioma debía de parecerse mucho al mozárabe de las jarchas, el romance que hablaban los mozárabes, es decir, los hispanos que quedaron bajo dominio árabe. También las leyes y las costumbres fueron adaptándose en cada uno de aquellos núcleos de resistencia, pero siempre consciente de su común herencia. La nobleza visigoda fue la que en cada uno de ellos organizó y protagonizó la Reconquista del territorio arrebatado por los musulmanes con el objetivo de reconstruir el antiguo reino de Toledo. Esa es la historia de nuestra Reconquista y en última instancia el origen del concepto político de España.
Así, mediante la reconquista y la repoblación, no lo olvidemos, la España actual es consecuencia directa de la repoblación medieval, aquellos núcleos iniciales se transformaron en los diferentes reinos peninsulares. Del núcleo astur-cántabro nacería Castilla-León que llegará hasta el Estrecho de Gibraltar; del núcleo pirenaico oriental, Cataluña; de otro núcleo pirenaico contiguo Aragón, que se juntaría con Cataluña dando lugar a la Corona de Aragón y su posterior expansión en el reino de Valencia y Baleares. Del núcleo vasco, el reino de Navarra, aun ahí se puede rastrear cierto influjo político-ideológico visigodo, en un reino étnicamente vasco-navarro de etnogénesis vascona. El reino de Navarra será la aventura política del antiguo y valiente pueblo de los vascones.
Es preciso dejar claro que lo que somos los españoles actuales viene de la reformulación étnica que se produjo durante la Reconquista, que fue una operación de limpieza étnica llevada a cabo de norte a sur mediante la conquista militar, expulsión de la población de los territorios conquistados, y su repoblación con repobladores hasta llegar al Estrecho de Gibraltar. Así, hubo repoblación vasca de Castilla, y de los núcleos de resistencia astur y cántabro, más el del Pirineo oriental durante la Reconquista .Y este hecho desmonta la falacia de población árabe en el sur y en Levante, zonas que fueron repobladas en el caso de Andalucía por repobladores castellanos y leoneses, al mando del rey Fernando III El Santo, como se ve claramente en la heráldica de los escudos de las provincias andaluzas, con castillos y leoneses, y en el caso del Levante, el reino de Valencia fue repoblado por catalanes tras las campañas del rey Jaime I el conquistador, como queda patente en los libros del repartimiento (Llibres del repartiment). del Archivo de la Corona de Aragón.
El final de la Reconquista y la expulsión de árabes y judíos señalarán el nacimiento de la España imperial. Ni que decir se hace necesario desmentir la falsaria hipótesis de la «España de las tres culturas» germen ideológico del ridículo «diálogo de las civilizaciones». Ambos experimentos mentales fallidos, contestados por la realidad y la ciencia histórica y antropológica. Castillos de fuegos artificiales con pólvora mojada.
Tras la Reconquista, la vitalidad de nuestras elites hizo posible conquistar más de medio mundo y aún con garrafales errores que se cometieron en la conquista de América y el inútil desgaste de «la flor de nuestros Guzmanes» en fratricidas guerras de religión, la historia demuestra que el elemento hispánico – de matriz celta, romana y germánica – tenía aún la suficiente energía como para imponer su ley y su fuerza y crear el mayor Imperio jamás conocido.
Los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II marcan el cenit de nuestra historia. Además de las gestas bélicas, hay que subrayar su genial concepción política a la hora de mantener los equilibrios necesarios en la configuración de la nueva realidad estatal. Imbuidos de las mejores concepciones políticas de nuestra herencia europea aunaron un sólido poder central con el absoluto respeto a peculiaridades lingüísticas, culturales y legislativas de cada uno de sus territorios. Es necesario recordar como ejemplo significativo que en la «España imperial» tan añorada por algunos, en Cataluña se hablaba catalán y sólo catalán. Y eso fue así durante todo el reinado de la dinastía de los Austrias.
Es justo reconocer que la decadencia de España se inicia ya con los últimos Austrias. El conflicto por la sucesión al trono español surgido tras la muerte del último Austria, Carlos II, enfrentó a los fieles a la dinastía anterior – concentrado en Cataluña y Valencia especialmente – y los partidarios de la llegada de los Borbones, fuertes en Castilla. La victoria fue de los segundos, con la derrota austriacista también terminó con la España tradicional, plural y respetuosa con sus diferencias para importar un modelo centralista y uniformizador a semejanza del francés. La llegada de Felipe V de Anjou-Borbón marcó el inicio de la decadencia española, también marcó – como reacción a su imposición del modelo centralista – el inicio de las tensiones interiores y el rechazo de los territorios que serán oprimidos con los Decretos de Nueva Planta, a la nueva configuración territorial, y aquí está la génesis del movimiento nacionalista en Cataluña. Vasconia – favorable a los Borbones – mantendrá sus fueros hasta que en el posterior enfrentamiento entre liberales isabelinos y carlistas optarán por el segundo bando, por lo que la derrota carlista también será la derrota de los vascos, que nunca hasta entonces se habían sentido extraños a una España que integraba armónicamente sus peculiaridades.
La intención de este artículo no es otra que referirme a estos tres puntos sobre la identidad española: La europeidad de España desde el momento de su formación; la idea de Reconquista del Reino visigodo de Toledo como elemento creador del concepto político de España; y la crítica a la idea reduccionista y uniformadora de España que ha provocado tres siglos de tensiones internas y que sólo su superación y rectificación podrá asegurar la existencia de España como unidad en el próximo futuro.
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