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Agradecer toda información veraz, objetiva y edificante, es el verdadero objeto del derecho a la libre expresión y a la opinión documentada y beneficiosa para la marcha de la sociedad. “La verdad os hará libres” (Juan, 8).
Por ello, la categoría moral y erudicional del periodista y escritor Federico Jiménez, en su larga exposición de 700 páginas (Memoria del Comunismo, de Lenin a Podemos), expone la trayectoria del comunismo en sus cien años de existencia, con sus cien millones de asesinatos, torturas y guerras.
Es un documento de obligada lectura, si en el futuro, incluso próximo del mundo, no quiere verse envuelto otra vez más en los errores y culpabilidades de la inalterable naturaleza humana, propensa a caer en la misma trampa de vicios capitales y egoísmos tiránicos, pero completamente evitables.
Federico Jiménez, a sus 25 años, salió de la oscuridad del error comunista, tras leer “El Archipiélago Gulag”, sin duda por eso de que “la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo”, como les ha ocurrido a tantos como a él, gracias a Dios y al pensamiento informado y maduro del individuo.
Este libro es un tratado histórico detallado, con documentación de paso a paso, exhaustivo.
Repasa tantas personalidades del mundo clásico, filosófico y teológico, en contraste con el diabólico y encenegado mundo marxistoide: entre ellos varias personalidad del Siglo de Oro, como Francisco de Vitoria y Juan de Mariana, lumbreras de la teología, filosofía, economía, derecho, filología bíblica…, estudiados y más conocidos allende nuestras fronteras que en nuestra talentuda y universal Patria, tan poco aficionada a la lectura.
Insiste Federico Jiménez en la esencia de ese satánico error del comunismo marxista, y lo concreta en la negación de la propiedad privada, con lo que la libertad del individuo queda anulada, incluyendo su propio derecho a la vida, al convertirse en una pieza anónima de la maquinaria estatal, un verdadero esclavo moderno, sin Dios, sin esperanza, sin amor, sin propiedad, sin seguridad en nada: el colmo de la deshumanización absoluta.
Y es que el comunismo, negando a Dios, niega todo derecho en el hombre.
Todo sistema filosófico o teológico que parta de una base falsa, no gana para mentiras y contradicciones insalvables, por muchos agujeros que intente tapar para mantenerse en pie.
Lenin, en cinco años de poder, asesinó a cinco millones de personas, y Stalin, siguió el mismo sistema, masacrando a todo ser que le estorbase para su tiranía inimaginable humanamente, de no ser obra satánica para castigo y prueba de la Humanidad.
Recordemos las declaraciones de la Virgen en Fátima y su pronta realización ya en la Revolución de los bolcheviques en 1917, las guerras mundiales y las calamidades posteriores.
El comunismo prohíbe la libertad individual. El liberalismo, al menos, reconoce al individuo y su libertad, pero le queda colgado en ella como con un producto de consumo permisivista, sin darle sentido de la misma, acabando en el extremo opuesto del libertinaje, concediendo incluso más derechos que deberes, e ignorando que es instrumento religioso en la práctica limitada y orientada a la realización integral de la persona, creada a imagen y semejanza del Creador (libertad sin Dios).
Por eso el mundo descristianizado en extremos ateos, camina hacia la tristeza de lo absurdo y la infelicidad.
La ausencia de Dios en el humano le lleva o a convertirse en esclavo del Estado, o de sí mismo, o bien le aboca a la ley del más fuerte, bestializándose.
¿Y nos llamamos inteligentes?
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