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Releyendo estos días ¡cómo no! a mis amigos Ortega,  Marañón, «Azorín» y  Pérez de Ayala, me he encontrado con frases que tenía subrayadas y que leídas hoy  me han hecho hasta reír, porque si los jóvenes de hoy leyesen estas cosas no estarían tan seguros de las libertades que les ofrecen los Partidos del Progreso como se llaman ahora los comunistas y sabrían lo que les espera con los vencidos de 1939 si consiguieran imponer su III República. 

VAYAMOS CON AZORÍN: Estando un día en París, 1937,  de tertulia con otros exiliados, como algunos de ellos le censurasen que hubiese firmado  el «Manifiesto de los Escritores antifascistas»  en favor de la República les dijo:

“¿Y qué queréis que hiciera con aquellos locos apuntándome con sus fusiles? Pues sí, me cagué en los pantalones y firmé. Claro que firmé… de una firma te puedes arrepentir y justificar pero del cementerio no vuelves”.

Y AHORA CON MARAÑON, el más liberal de los liberales españoles. También ya en el exilio, contó cómo pudo salir de España y es de antología:         

 —Aquel día –se refería al 22-23 de agosto de 1936–  en cuanto me llegó la noticia de la matanza de la Cárcel Modelo y supe que entre los fusilados se encontraba Melquíades Álvarez no me pude contener y me fui a ver sin pedir audiencia al Presidente de la República, mi viejo amigo Azaña, y en cuanto lo tuve enfrente le dije.           

— Señor Presidente ¿sabe usted ya lo de Melquíades?  

— Sí, Marañón, lo sé y estoy tan apenado como usted. Ha sido un crimen, más que un crimen, un disparate, Melquíades era un hombre bueno y demócrata.

— Entonces, ¿sabrá usted a lo que vengo?

— Doctor Marañón, pida usted lo que quiera y le será concedido.

— Quiero marcharme de España, yo no puedo vivir ni un día más en una España asesina, la que ustedes han querido hacer.  

— ¿Y qué cree usted, Marañón, que pienso yo? ¿Usted cree que a mí no me gustaría también marcharme de esta España?… Pero, no puedo, estoy, como Prometeo, amarrado con cadenas.

— Señor Presidente, pues yo no estoy amarrado ni esta es ya mi República, ni mi España… así que espero que me dejen, al menos, salir vivo y con mi familia.

— Espero que pueda hacerlo… aunque yo le sugiero que se busque un motivo para justificar su salida.  El Gobierno está ya en manos de Largo Caballero, y ese se ha vuelto loco, quiere hacer la revolución que hizo Lenin en Rusia  e implantar en España la dictadura del proletariado.

Y gracias a las gestiones que le hizo su amigo Andrés Gide pudo salir  invitado  por la Sorbona de París, y allí, y en una conferencia para intelectuales franceses,  les dijo al ser preguntado por la situación de los intelectuales y escritores españoles de dentro:

«No hay que esforzarse mucho, amigos míos; escuchen ustedes este argumento: el ochenta y ocho por ciento del profesorado de Madrid, Valencia y Barcelona (las tres universidades que, junto a la de Murcia, habían quedado en manos de los republicanos) ha tenido que huir al extranjero, abandonando España. ¿Y saben ustedes por qué? Sencillamente porque temían ser asesinados por los rojos, a pesar de que muchos de los intelectuales amenazados eran tenidos por hombres de izquierda».

¿Y CÓMO LE FUE A JOSÉ ORTEGA Y GASSET con sus amigos los republicanos?

Pues, lean lo que describió.

Tan sólo 4 días después una tarde se presentaron en su domicilio particular un grupo de milicianos armados que tras aporrear la puerta con sus fusiles entraron con un manifiesto que tenía que firmar. En aquella situación se produjo la siguiente escena (que más tarde, ya en el exilio, recordaría en su obra “En cuanto al Pacifismo”):

 —“¿Qué queréis? –les preguntó la hermana, con el miedo reflejado en sus ojos, y más sabiendo como sabía que su hermano estaba muy enfermo en la cama.

— Venimos a que el “Sabio” firme este “papel”.

— ¿Y qué es eso?

— Un Manifiesto. ¡Hay que acabar con los asesinos fascistas!

—¡Que lo firme ahora mismo o lo matamos!

Y la hermana cogió aquel papel y se lo llevó al dormitorio. Naturalmente cuando Ortega leyó el texto gritó furioso: “Eso no lo firmo yo ni aunque me maten”.

— Por favor, Pepe, que estos son capaces…

— ¡Pues que me maten!, yo no firmo esa locura… Sal y se lo dices así. 

Y  con espanto, aunque tratando de evitar lo peor, trató de ganar tiempo y les dijo:

— Mi hermano dice que esto no lo puede firmar él, pero que si se cambian algunas cosas está dispuesto a firmarlo.

Y aquellos radicales se miraron, dudaron y dijeron:

— Está bien, así se lo diremos a los del Comité, pero volveremos.

— ¡Sí, volveremos, Don José tiene que dar la cara para acabar con los asesinos fascistas!

Y dando patadas a la puerta salieron de la casa.”

Y LAS PALABRAS DE RAMÓN PÉREZ DE AYALA

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“La República española ha constituido un fracaso trágico. Sus hijos son reos de matricidio… He profesado al general Franco mi adhesión, tan invariable como indefectible. Me enorgullece y honra tener mis dos hijos sirviendo como simples Soldados en la Primera Línea del Ejército Nacional.”

 

Pero, hubo mucho más. Porque para saber realmente lo que hicieron los «rojos» con los intelectuales,  los escritores, los médicos, los catedráticos y los profesionales liberales habría que montar un «Agit-pro» de derechas y anticomunista, que escribiese LA VERDAD SOBRE EL EXILIO DEL MIEDO y eso sólo lo saben hacer en Moscú.         

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.