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Dado que cada cierto tiempo viene a colación una sorprendente duda sobre la españolidad histórica de Ceuta y Melilla, sobre el proceso de descolonización del siglo XX o la cuestión abierta del Sáhara Occidental, no está de más hacer un recorrido geográfico e histórico por nuestro pasado colonial en el norte de Africa.

Actualmente, las Ciudades de Melilla y Ceuta no forman parte del territorio aduanero de la Unión Europea, y por lo tanto, son considerados como territorios exteriores a efectos aduaneros.

Las entradas y salidas de mercancías desde Ceuta y Melilla también tienen la consideración de importaciones o exportaciones, aunque sean envíos dirigidos al resto del territorio nacional. Obviamente, en sentido contrario pasa lo mismo, los envíos entre la Península, Baleares y Canarias hacia Ceuta y Melilla también tiene la consideración de Importaciones y Exportaciones. Tendrían esta misma consideración los envíos entre los propios territorios de Ceuta con Melilla y viceversa.

Una característica que hay que resaltar en el comercio entre Marruecos y la Ciudad de Ceuta es que Marruecos no reconoce formalmente la existencia de recinto aduanero en Ceuta, sino simplemente puesto de control de paso de personas por la Aduana de El Tarajal. Esta situación dificulta en muchas ocasiones la obtención de los documentos comerciales y de origen de las mercancías para su correcta circulación entre Marruecos y la Ciudad de Ceuta. En Melilla la Aduana de Beni Enzar si tiene la consideración de Aduana comercial.

Pero remontándonos a los meses de noviembre de 1884 y febrero de 1885, el canciller Otto Von Bismarck, protagonista y artífice de la unificación alemana al dictado de Prusia, organizó en Berlín una conferencia internacional con el objetivo de ordenar la problemática de la expansión colonial europea en África. Como consecuencia de aquellos acuerdos, las principales potencias de Europa llevaron a cabo un proceso de ocupación efectiva del continente negro, repartiéndose la hegemonía de los distintos territorios con la aquiescencia del resto de países.

Sin embargo, siglos antes de la Conferencia de Berlín, España ya tenía plazas históricas en el Magreb. Sin pormenorizar puntos estratégicos como Argel, Trípoli u Orán, cabe citar la ciudad de Melilla, conquistada por los Reyes Católicos en 1498, o la de Ceuta, incorporada a la Monarquía Hispánica como parte de Portugal en 1580, ya en la centuria de los Austrias Mayores, y antes de la llegada de la dinastía alauita para promover la unificación de Marruecos en 1666.

Siglos más tarde, en el año 1860, también el territorio de Ifni, localizado en la vertiente atlántica norteafricana, le fue reconocido a España tras la firma en Tetuán del Tratado de Wad-Ras, que puso fin a la primera guerra contra el sultanato marroquí, originada precisamente por un ataque rifeño a Ceuta. No fue este el único incidente en el norte de África, toda vez que en 1893 tuvo lugar la denominada Guerra del Rif, tras el asedio de Melilla por tribus locales en plena regencia de la reina María Cristina de Habsburgo, y, ya en el siglo XX, la Segunda Guerra de Marruecos (1911-1927).

Con esta situación geográfica de partida, España reclamó en Berlín el control de una amplia franja norte del territorio de Marruecos, en torno a las ciudades de Ceuta y Melilla, quedando el resto del país alauí bajo dominio francés. Además, reclamó el territorio de la costa atlántica sahariana que estaba en frente de las islas Canarias, al sur de Ifni, con el objetivo de establecer un protectorado que acabó recibiendo el nombre de Sáhara Español.

Llegado el año 1912, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, y tras haber tenido lugar las denominadas crisis marroquíes provocadas por la política expansiva del II Reich alemán, el Tratado de Fez estableció formalmente el Protectorado Español de Marruecos, que englobaba la parte norteafricana y la zona del Cabo Juby situada por encima del Sáhara Español. Esta última región, formada por los territorios de Saguía el Hamra y Río de Oro, y nunca vinculada históricamente al sultanato marroquí, se acabó convirtiendo en provincia española en 1958.

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Cuando el proceso de descolonización impulsado desde la ONU, tras concluir la Segunda Guerra Mundial, fue impulsando la independencia de los distintos países africanos, España se vio obligada a conceder la independencia al Protectorado Español de Marruecos, que se hizo efectiva por completo en 1958. El Sáhara Español, sin embargo, no tuvo este reconocimiento, puesto que a todos los efectos era territorio soberano español. En paralelo, tuvo lugar una nueva guerra entre Marruecos y España, tras la reclamación de la región de Ifni por parte del rey Mohamed V, que, aunque se saldó con victoria española, fue el detonante de la cesión del territorio al país vecino en 1968.

En esta tesitura, la única plaza norteafricana que seguía bajo dominio español en esta segunda mitad del siglo XX, al margen de las históricas Ceuta y Melilla, era el Sáhara Español. El territorio también había sido reclamado por Marruecos, aprovechando el proceso de descolonización, aunque en este caso sin ninguna justificación histórica. En el año 1970, recta final del tardofranquismo la ONU aprobó un referéndum de autodeterminación para el Sáhara Español, al tiempo que nacía el Frente Polisario como grupo armado por la independencia del territorio.

La injerencia de Marruecos paralizó el proceso iniciado para la celebración del referéndum y, aprovechando la debilidad del régimen franquista, el rey Hassan II promovió la denominada Marcha Verde, con el objetivo de llevar a cabo una ocupación pacífica del territorio. Tras un acuerdo tripartito (Acuerdo de Madrid) entre Mauritania, Marruecos y España, el Gobierno de Carlos Arias Navarro ordenó la salida del Sáhara Español el 28 de febrero de 1976. Acto seguido, el Frente Polisario proclamó la República Árabe Saharaui Democrática e inició una lucha por la independencia contra Marruecos que continúa inconclusa.

Desde ese momento, el Sahara Español pasó a llamarse Sahara Occidental. Aunque el territorio está actualmente ocupado en su mayor parte por Marruecos, no existe reconocimiento por parte de Naciones Unidas, que no otorgó validez al Acuerdo de Madrid, hasta el punto de seguir sosteniendo que, a efectos jurídicos, se trata de un territorio no autónomo administrado por España. Así pues, se trata de unos de los actuales 17 territorios no autónomos que en el mundo están bajo supervisión del Comité Especial de Descolonización de la ONU.

De tal manera es así que España debe cuidar sus intereses como Nación Administradora del Sahara Español. A decir de un dicho muy canario y que, también, está incluido dentro de las pretensiones de Marruecos: «Cada cabrero guarda sus cabras», y España tiene la obligación de guardar las suyas.

Este decir se sustenta en los principales atributos que este oficio requiere, la experiencia y el gran conocimiento de su ganado que permite al cabrero mantener con sus cabras una relación que le hace insustituible para su ganado, como el Estado Nacional español lo es para todos los españoles en cualquiera de los territorios del mundo, mucho más en territorio nacional y, más, en territorios que son fuente de crisis internacionales.

Llegan así a afirmar que cada cabrero cuida sus cabras porque otro no las cuidará nunca como su propio dueño. Algunos cabreros prefieren que sus cabras coman, y ellos quedarse sin comer hasta que acaben. La experiencia adquirida con los años le obligaba a desvivirse por sus cabras, pues conocía de cada una de ellas hasta el mínimo detalle, lo que no sucede con ninguno de los dirigentes de este País que desconocen la historia hasta de su propia familia, mucho menos la historia y las especificidades de las Regiones que lo conforman.

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Es como en ese refrán castellano que reza «Buey viejo, surco derecho», pues también el campesino sabe por conocimiento y experiencia que el buey acostumbrado al arado no se tuerce, y ello facilitará en tiempo y forma su labor.

Comentábamos arriba de esa especial relación del cabrero con su ganado, que le permite sentenciar con este otro decir de «Quien las quiere es quien las tiene», pues sabe que tiene mucho que andar con ellas para buscarle alimento, y muchos son los enemigos de las cabras, que no quieren ni verlas, y critican que los pastores anden por lo ajeno con sus cabras. Este rechazo no obedece a que las tierras estén en cultivo, pues es el cabrero el primero que se preocupará por respetar los cultivos.

Para algunos será simplemente que no les gusta las cabras, no comprenden por qué el cabrero sufre ese desprecio. No aprecian que de la relación cabrero-ganado se ha cumplido aquel refrán castellano que reza «Con el roce, nace el cariño», pues no todo en el cabrero es aprovechar leche y carne, y al ganado le dedica buena parte de su cariño. Símil que bien pudiéramos utilizar con los impuestos a los que nos tiene sometidos este gobierno y al poco cariño que demuestra por la Nación española, que somos los ciudadanos de a pie, una e indivisible.

Probablemente esa percepción que tiene el cabrero de los enemigos que tienen las cabras, parece agarrarse a ese refrán castellano que reza «Piensa mal, y acertarás», pues la crítica pudiera estar enraizada en la propia historia moderna de las islas Canarias, donde siempre hubo conflictos entre ganaderos y cultivadores, donde los primeros representaban a la cultura conquistada y los segundos a los conquistadores.

Los documentos históricos dan cuenta que ya en el siglo XVI, la población aborigen de Canarias tenía una gran experiencia en el pastoreo «Los esclavos guanches se utilizaron principalmente como pastores. Nadie como ellos conocía las sendas de la Isla, los lugares con pastos más abundantes, las partes más adecuadas para tener el ganado en cada estación del año y, en fin, todo lo referente a la naturaleza y hábitos de los animales isleños. (…) Los pastores tenían la obligación de permanecer junto al hato que guardaban, de recoger cada noche el ganado en las majadas y de quedarse a dormir en ellas.

Igualito que nuestro Gobierno con la defensa de la integridad de la Patria y de sus ciudadanos; pero no sólo en Ceuta, Melilla y Canarias, sino en todas y cada una de las Comunidades que conforman la Nación española. No es un buen cabrero este Presidente, aunque se le puede confundir con el macho del rebaño y formando parte de él: el cabrón.

Autor

REDACCIÓN