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Hoy me he pasado la tarde repasando papeles, recuerdos, fotos antiguas, que me ha enviado mi hermana encerrados en una vieja caja de cartón… o sea, un trozo de mi vida. Pero, me he detenido, especialmente, en ver, repasar, y leer un arrugadito, pero bien conservado ejemplar del Nº 1 del «Diario ARRIBA», con la fecha fundacional del 21 de marzo de 1.935, quizás porque en la portada venía, y en grande, un artículo firmado por el mismísimo José Antonio Primo de Rivera, que no me he resistido a leer. Es el que reproduzco en este «Correo de España» para que sus lectores y amigos, por supuesto, lo lean y mediten lo que es España y lo que somos los españoles. ¡87 años y parece que lo escribió para hoy!… Lo malo es que sin querer a uno se le viene a la cabeza el final de «aquello» y se echa a temblar…sobre todo si piensa cómo terminaron aquella España y el autor del artículo.
Pero, no digo más, pasen y lean… y relean estas frases que les señalo:
«Nuestra acusación contra los hombres del bienio es bien otra: «Tuvísteis a España en vuestras manos, entregada durante dos años. La tuvísteis blanda como cera. Pudísteis llevar a cabo la verdadera Revolución española y preferísteis reemplazarla por una política de secta, de disgregación, de dejaciones inútiles, de exasperación espiritual. Por culpa vuestra volvió España a manos de las viejas gentes reaccionarias, deseosas de escamotear la Revolución. Eso sí que no se os perdonará».
ESPAÑA ESTANCADA
NI AMBICIÓN NACIONAL NI JUSTICIA SOCIAL.–EL PARLAMENTO SESTEA. – SETECIENTOS
MIL PARADOS PREGONAN EL FRACASO DE UN ORDEN ECONÓMICO Y POLÍTICO. –
TRAGEDIA Y PALABRERÍA. – LLAMAMIENTO.
España se ha perdido a sí misma; esta es su tragedia. Vive un simulacro de vida que no conduce a
ninguna parte. Dos cosas forman una patria: como asiento físico, una comunidad humana de
existencia; como vínculo espiritual, un destino común. España carece de las dos cosas. El asiento
físico de España, de la comunidad de españoles, es absolutamente indefendible. Tenemos un
territorio enorme en el que hay muchísimo por hacer, y, sin embargo, millones de habitantes viven
peor que los cerdos en las cochiqueras. No ya los parados del todo, esos setecientos mil españoles
cuya existencia es un milagro, sino los pequeños labradores, arrendatarios o propietarios de
minifundios, que recogen al año veinte o treinta fanegas de trigo; y los campesinos andaluces, que
cobran al año cien jornales; y los habitantes en los suburbios de la misma capital, hacinados en
casas infectas, en que los más rudimentarios servicios higiénicos se comparten entre cuarenta
familias. Esto, mientras se engordan armeros, Intermediarios, administradores, banqueros,
propietarios, rentistas, consejeros de grandes empresas y toda esa muchedumbre ociosa que parece
ser el remate de un país apoplético de gran capitalismo, y no la dorada envoltura de nuestra pobre, y
ancha, y esquilmado España.
Sobre esa base económica está asentado el pueblo español. ¿Y qué misión colectiva lo mantiene
unido? Nadie lo sabe. Por eso, menos cada vez piensa nadie en remediar su mal remediando a
España, sino escaparse del mal común lo mejor que pueda. Cada clase por su lado, insolidaria con
las demás. Cada región, cada comarca, por su lado. Como en un barco que zozobra, todos parecen
haber oído la voz de: «Sálvese el que pueda.» Cuando lo que hay que salvar es el barco.
* * *
La alegría del, 14 de abril no fue la que expresaron los camiones cargados de carne humana y
engalanados de rojo. Aquello fue lo de menos y lo de los menos. La callada alegría del 14 de abril fue
la que sintieron en las casas millones de españoles al imaginarse el principio de una nueva ruta
abierta y soleada. Fue una alegría un poco melancólica; no en balde se iban viejos símbolos que
fueron gloriosos en otro tiempo. Pero en compensación, el 14 de abril anunciaba las dos cosas de las
que está huérfana España: un orden social nuevo hasta el fondo, que redimiera a sus gentes sufridas
de la miseria en que se arrastran y un quehacer colectivo: el de levantar el Estado nuevo, el de
acometer la empresa de rehacerse, todos unidos en el mismo afán.
La tremenda responsabilidad de los hombres del 14 de abril estriba en haber malogrado aquella
esperanza colectiva, en haber reformado el sentido de su revolución. Ahora se pretende enredar a
Azaña y Casares Quiroga en un fangoso proceso sobre si consintieron o no el traslado de armas a
Portugal. ¡Qué estupidez! Las derechas, dejadas de la mano de Dios, no ven que eso equivale a la
glorificación de Azaña. Si después de tantas abominaciones contra el bienio resulta que lo único
punible es aquella irregularidad, ¿quién osará, en adelante, vituperarlo? Esos torpes leguleyos de las
derechas, que aún no han visto cómo los procesos políticos de responsabilidades se vuelven
siempre contra los acusadores, marchan alegremente contra el zarzal de la acusación por lo del alijo.
Allá ellos. Nuestra acusación contra los hombres del bienio es bien otra: «Tuvisteis a España en
vuestras manos entregada durante dos años. La tuvisteis blanda como cera. Pudisteis llevar a cabo
la verdadera revolución española y preferisteis reemplazarla por una política de secta, de
disgregación, de vejaciones inútiles, de exasperación espiritual. Por culpa vuestra volvió España a
manos de las viejas gentes reaccionarias, deseosas de escamotear la revolución. Eso sí que no se
os perdonará.»
* * *
¿Alijo de armas? ¡Bah! El capítulo de cargos del bienio terrible es mucho más grave.
Primero.–Estatuto de Cataluña. Era urgente retribuir a la Esquerra, por su ayuda política. Se laretribuyó con un trozo de España. No se dio el Estatuto después de bien asegurada en todo el pueblo
español –comprendido el de Cataluña– una fuerte conciencia de unidad. Se dio aprisa y corriendo,
con criminal largueza, entregándolo todo, incluso los instrumentos para afirmar en el alma de la
infancia catalana una emoción separatista. El Estatuto hizo posible la rebelión de la Generalidad,
frustrada por la cobardía de los rebeldes. Aquél fue el momento de los fusilamientos por la espalda, y
no estas zarandajas del alijo.
Segundo.–Destrucción del Ejército. No se hizo con criterio nacional. No se comprendió la reforma
profunda que el Ejército necesitaba.
Tercero.–Ofensa de los sentimientos religiosos. Fue una verdadera complacencia en la mortificación.
Se llegó a la blasfemia, a la persecución por profesar ideas religiosas, al apogeo de un
anticlericalismo soez, ya barrido del mundo.
Cuarto.–Burla de la Reforma Agraria. Porque la Reforma Agraria no se hizo. Todo quedó en su
promulgación. Para que no faltase la característica del bienio, se añadió a última hora una norma
excepcional, injusta, basada, no en razones económico sociales, sino en un impulso de rencor. Pero
casi todo quedó en palabras. Un poco de indisciplina en el campo durante unos meses, y nada más.
Después, los campesinos siguieron viviendo su miseria y el régimen de la tierra casi como estaba.
Quinto.–Desquiciamiento económico. La política del bienio no fue, ciertamente, una política
anticapitalista. Nunca fueron tan mimados los Bancos y las grandes Empresas. Aumentaron las
emisiones de valores públicos, y con ellas, naturalmente, las personas que viven del cupón sin
trabajar. Pero como esto se combinaba con un desenfreno verbal en sentido demagógico, no se hizo
otra cosa que conservar el sistema capitalista y amedrentarlo al mismo tiempo, es decir, desquiciar lo
que había sin reemplazarlo por otra cosa. De ahí el colapso, con su secuela del aumento terrible en
el paro obrero.
Sexto.–Política antinacional. En esta acusación se resumen todas. Durante el bienio España fue la
colonia de tres poderes internacionales: la Internacional Socialista, la masonería y el Quai d’Orsay.
Herriot vino en persona a inspeccionar su zona de reclutamiento o su camino de paso para las tropas
senegalesas.
Es decir, lo contrario de lo que la revolución prometía. Ni política nacional, ni política social: un mal
Gobierno burgués, cruel y antipático, en medio de una grillera detestable de falsos energúmenos.
* * *
A fines de 1933 salimos del bienio terrible para entrar en el bienio estúpido.
Esto sí que ya no conserva ni rastro del propósito revolucionario del 14 de abril. Ni reforma agraria, ni
transformación económica, ni remedio al paro obrero, ni aliento nacional en la política. Chapuzas
para remediar algún estrago del bienio anterior y pereza. Pereza mortal para dejar que los problemas
se corrompan a fuerza de días, hasta que llegue otro problema y los quite de delante. La revolución
del 14 de abril se ha estancado en esto.
¿Político social? Ni pensarlo; menos que nunca; menos que antes del año 31; hasta los Jurados
mixtos se suprimen. Vuelve a hablarse de jornales de dos pesetas. No hay reforma agraria. La Ley
de Arrendamientos nace tan inservible que al día siguiente de su aprobación sale un proyecto de ley
modificándola. Setecientos mil hombres están en paro forzoso. El Parlamento, que ni siquiera ha
aprobado unos presupuestos para 1935, se concede a sí mismo vacaciones de Carnaval. Fuera de la
vacaciones, sestea.
¿Política nacional? ¿Alrededor de qué? ¿Qué quehacer interesante y alegre se presenta a España?
Se empieza a no contar con ella en el mundo. Italia y Francia arreglan el problema del Mediterráneo
en nuestra ausencia. Sudamérica recibe, como única noticia de España, una pastoral por «radio» del
señor Rocha. Francia, cuya balanza comercial con nosotros ha mejorado en su favor, todavía nosaprieta las clavijas en el Tratado comercial…
El marxismo, cauto y peligroso, ha logrado salir casi intacto del percance de octubre. Ahora rehace
sus fuerzas y revisa sus armamentos. Mientras la fuerza pública descubre saldos de viejas escopetas
y revólveres caducos, nadie sabe dónde se guardan los arsenales apilados para la revolución de
octubre que no llegaron a salir. Además, el socialismo sabe mover los hilos de la desesperación
proletaria cuando esa desesperación tiene tantos fundamentos. Se trabaja por el frente único con
comunistas y anarquistas.
Mientras tanto, cada día nos sale un curandero para el mal. Gil Robles sigue pronunciando discursos
prometedores, como si no tuviera tres ministros en el Gobierno y la minoría más numerosa en las
Cortes. El Bloque Nacional luce suntuosamente. Este ya trae palabras nuevas, para que no se diga:
¡habla de unidad de mando, de estado corporativo y de otras cosas fascistas! ¡En seguida le van a
creer! Un orden nuevo traído por las ultraderechas, es decir, por los partidos privilegiados en el orden
antiguo. ¡En seguida lo van a creer los obreros y estudiantes y todos los añejamente descontentos
contra el caduco tinglado español!
* * *
¡Basta de falsificaciones! La tarea española está intacta: la tarea de devolver a España un ímpetu
nacional auténtico y asentarla sobre un orden social distinto. Basta de palabrería mal copiada y
vamos a la busca de la palabra decisiva, de la mágica palabra del resurgimiento. Otra vez hay que
salir contra los que quieren arrancamos del alma la emoción española y contra los que amparan bajo
la bandera del patriotismo la averiada mercancía de un orden burgués agonizante. ¡Estudiantes de
España, obreros de España, intelectuales de España: otra vez a la tarea! Contra lo uno y contra lo
otro. Por la España completa de los mejores días. Por el pan y la gloria. ¡Arriba España!
(Arriba, núm. 1, 21 de marzo de 1935)
Por la transcripción Julio Merino
Autor
-
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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