22/11/2024 00:42
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Roque Yarza, guipuzcoano de la villa de Tolosa, más tarde afincado en Cataluña y padre de cuatro hijos, todos ellos carlistas, decidió en su juventud ir a saludar a don Jaime III en el castillo de Frohsdorf, donde a la sazón moraba. Sin apenas blanca y a pie, contra el consejo del ventero de Don Quijote, que aconsejaba a los caballeros andantes que siempre llevasen consigo dineros y camisas limpias, se puso en camino y tras un pintoresco viaje llegó al castillo de Frohsdorf, situado en una llanura de la baja Austria, a unos cincuenta kilómetros de Viena.

Le franquearon la puerta y se quedó en el vestíbulo, con la boina roja cubriéndole la cabeza, esperando al pie de la noble y majestuosa escalera de honor por la que aparecería la figura del Rey. Con aire señoril y sencillo a la vez, tan acorde con su manera de ser, iba don Jaime bajando los peldaños de la noble escalera. Roque Yarza, visiblemente emocionado, se quitó la roja boina para saludar al Rey. Don Jaime, no consiente esta situación, y afectuosamente le dijo: “Ponte la boina, que la boina siempre está bien en la cabeza de un carlista”.

Roque Yarza, hombre sencillo y leal de pies a cabeza, obedeció en el acto y cubrió su cabeza con la airosa boina roja. Besó fervorosamente la mano de su Rey y desde entonces entraba en todas partes con la boina puesta, diciendo jovialmente y no sin cierta emoción, que se permitía hacerlo porque era caballero cubierto ante el Rey.

Hablaron todavía de muchas cosas. Y al despedirse, don Jaime le hizo un dadivoso ofrecimiento: “Si quieres, le dijo, puedes quedarte como trabajador de estos campos”. La explotación de estos, por cierto, dirigía don Jaime con extraordinaria eficacia. Roque Yarza, al fin y al cabo sencillo hombre del pueblo, respondió al Rey con el lenguaje directo y sin florituras con el que el pueblo suele hablar: “¡Señor! De todo corazón, gracias, muchísimas gracias. Voluntario, siempre y sin paga; criado, ni del Rey”. Y volvió a pie a España, caballero cubierto y con su pobreza a cuestas.

Autor

César Alcalá
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