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El 1 de noviembre de 2021 se celebró en Glasgow una nueva cumbre para combatir un colapso climático que no acaba de llegar nunca. Se trataba de la COP26. COP es el acrónimo de Conference of the Parties (Conferencia de las Partesen inglés) en su 26ª edición. La “Partes” son los firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), un tratado de 197 agentes (196 países y la UE) acordado en 1994, año en el que se celebró en El Cairo la crucial Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo. A nuestro entender esta conferencia fue el pistoletazo de salida de un urdido plan mundialista por reducir estratégicamente la población mundial. A diferencia de otras conferencias y encuentros internacionales esta vez se iban a poner sobre la mesa una ingente cantidad de medios para llevarlo a cabo.

La conferencia de El Cairo permitió a la vez relanzar los viejos argumentos de un colapso del planeta debido a la superpoblación, pero esta vez acompañado de un cada vez más refinado “relato ecológico” que se resume en la siguiente ecuación: más población = más calentamiento global = crisis mundial. La cumbre de COP26 llegó a nuestros oídos simplemente porque la protagonista fue Greta Thunberg que hizo de contestataria contra la cumbre contestataria. Este es un divertido juego del mundialismo: presentarse como una contestación a lo establecido y capaz de crear, a su vez, sus propios contestatarios amaestrados[1]. El último show de la Thumberg lo vimos en la COP25 de Madrid en 2019. La pandemia mundial interrumpió las cumbres, pero sirvió para inventar otro argumentario: “si seguimos deforestando el planeta aparecerán nuevas pandemias”.

Como ya hemos señalado en artículos anteriores que el “miedo” sigue siendo un doble instrumento del mundialismo: por un lado, frena las resistencias al cambio y, por otro, consigue que se supliquen cambios que nos llevarán irremisiblemente a una nueva forma de esclavitud. Retomadas las cumbres climáticas, esta se nos antoja especial por dos motivos. El primero es que se ha señalado un “hito” que los medios de comunicación repetirán como leitmotiv programático: “El objetivo es evitar que a final del siglo la temperatura del planeta aumente 1,5º C”. Cualquier climatólogo sabe la humanidad no tiene capacidad de controlar el clima a esa escala y si nos apuran a ninguna. En segundo lugar, sutilmente, en la cumbre de Glagow hemos visto expedirse la partida de bautismo del eco-capitalismo. No es que no existiera antes, pero por fin se empiezan a desvelar las líneas estratégicas del “gran circo climático”.

Inicios conservadores y neoliberales del eco-capitalismo

En este escenario no podemos perder de vista el desconocido, para el gran público, Triodos Bank. Se trata de una entidad financiera holandesa que despliega todos sus esfuerzos económicos para la afamada “transición ecológica”. Esta sin duda exige una inversión bimillonaria que contará con agentes como Triodos Bank capaces de sacar la mayor rentabilidad posible en el futuro y de paso, tener un control financiero sobre el sistema energético mundial. Lo que menos se ha dado a conocer de la COP26, es la formación de La Alianza Financiera de Glasgow para Zero net (en inglés, The Glasgow Financial Alliance for Net Zero, GFANZ), una colaboración entre el ex gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, y el Centro de Finanzas Privadas de la COP26 y junto con la CMNUCC. Se ha estipulado que esta alianza financiera moverá 100.000 millones de dólares en inversiones. Mientras que el público cree que en esta cumbre se habló de salvar alguna tierna foca del deshielo, en realidad, entre bambalinas, se estaba diseñando una gigantesca operación de inversiones financieras.

Esta superestructura económico-financiera globalista financia desde finales de los años 80 del siglo XX, a sus propios expertos como el GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático o IPCC en sus siglas en inglés)[2], bajo los auspicios de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Paradójicamente, y contra lo que pudiera parecer el GIEC (o IPCC), instrumento ideológico de los sostenedores del cambio climático, fue promovido por la heroína de los neoliberales conservadores: Margaret Tatcher y no tanto por la “izquierda”. Pongámonos en situación. Tatcher sabía que la desindustrialización de gran Bretaña era ya un hecho inevitable e irreversible. La única vía de mantener la gloria del viejo imperio era la transformación económica inglesa de productiva a la financiera. Para ello iba a tener un papel estratégico el control de la energía tanto petrolífera como atómica. Margaret Tatcher, en un discurso ante Royal Society, el 27 de septiembre de 1988, describió las claves del relato climático que ahora se han hecho suyas la izquierda más recalcitrante y ala vez posmoderna. Tatcher declaró que los gases de efecto invernadero, el hueco de la capa de ozono y las lluvias ácidas exigían respuestas intergubernamentales.

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La intención de este discurso también era doble. Por un lado, se trataba de ganar -como así fue- el pulso a la economía minera y sus sindicatos (y ese fue el fin del obrerismo inglés para siempre); por otro lado, la City londinense debía convertirse en la regidora mundial de los precios y beneficios de la energía mundial. La riqueza de Gran Bretaña estaría definitivamente en la economía especulativa de la City y no en las industrias y las minas que debían pasar a la historia. No es de extrañar que así se iniciara el “relato ecológico” de los gases invernadero y las emisiones de los combustibles fósiles. Por aquella época el relato todavía era suave pues la comunidad académica internacional aún mantenía un relativo nivel de independencia y libertad de pensamiento. Por ejemplo, el GIEC, en 1990, en su primer informe, declaró como “poco probable” el recrudecimiento de un efecto invernadero en las próximas décadas. Hoy en día, el efecto invernadero en un “dogma irrefutable”.

El reseteo económico

Publicábamos hace poco el artículo titulado El gran reseteo, contado por uno de sus factótums sobre la cuestión de la necesaria reconversión del sistema capitalista en sus niveles estructurales más profundos al precio que fuera. Ya habíamos contemplado primigenias estrategias, hoy podríamos considerarlas burdas, como el llamado Efecto 2000. Una campaña convenientemente orquestada a nivel mundial, por el mismísimo Al Gore, atemorizaba y alertaba que los aparatos electrónicos y ordenadores dejarían de funcionar, que los aviones caerían en pleno vuelo, que los viejos ordenadores personales o de empresas colapsarían. Ello llevó a una reinversión mundial en material informático y de programas. El Efecto 2000, el único efecto real que tuvo fue consolidar la fortuna de Bill Gates y de los sectores de Silicon Valley. En la tercera década de este siglo, ya está en marcha otro reseteo que deja en pañales el del año 2000.

La COP26 ha estado organizada por el Reino. Cuatro británicos fueron los responsables de ese encuentro: Alok Sharma (ex ministro de Economía, Industria y Estrategia Industrial), Anne-Marie Trevelyan(ex ministra de Desarrollo Internacional), Mark Carney ‎‎(ex gobernador de los Bancos del Reino Unido y Canadá) y Nigel Topping, el lobista y “fontanero” climático frente a las grandes petroleras. De todos ellos, ninguno tiene ni idea de climatología. De hecho, mientras que de puertas afuera en el encuentro de Glasgow se hablaba del clima, de puertas a dentro se estaba debatiendo la reestructuración de las dos históricas instituciones surgidas de la Conferencia internacional de Bretton Woods de 1944: el Fondo monetario International (FMI) y el Banco Mundial (BM).

Actualmente tanto el Banco Mundial y como el Fondo Monetario Internacional ‎‎(FMI) han perdido toda credibilidad. En sus documentos fundacionales se presentan como “instituciones que forman parte del sistemade las Naciones Unidas y comparten un idéntico objetivo, a saber, mejorar el nivel de vida de los países miembros. Las formas en que encaran la consecución de este objetivo se complementan entre sí: el FMI se ocupa de cuestiones macroeconómicas, mientras que el Banco Mundial se concentra en el desarrollo económico a largo plazo y en la reducción de la pobreza”. Pero el tiempo ha hecho inevitable que se evidencia la verdad. Estas dos instituciones han servido para imponer condiciones leoninas a todos aquellos países pobres que les han pedido préstamos.

Por eso, hoy en día, la mitad de países africanos atrapados por impagables créditos, miran a China como única esperanza y están dispuestos a abandonar Occidente y entregarse al Imperio del Medio. La cumbre del cambio climático en Glasgow, la COP26, se han entretejido los intereses económicos del capitalismo occidental en todo el mundo. Se han pergeñado los primeros pasos para crear una nueva entidad financiera supranacional que pueda seguir prestando dinero (por tanto, controlando) a países en vías de desarrollo con la excusa de ser fondos dedicados a la “transición ecológica” que ha de salvar el planeta. No es de extrañar que Rusia y China, bajo estas condiciones, no aceptaran asistir al encuentro de Glasgow.

La “Bolsa del Clima” y la eclosión del eco-capitalismo

El montaje climático de Tatcher, visto ahora como un simple juego estratégico, fue retomado por los progre-demócratas norteamericanos: esa elite putrefacta de dinero que pretende que todos los norteamericanos sean progresistas como ellos, pero en modo arruinado. Ello ocurría bajo la presidencia de Bill Clinton. Estados Unidos retomó el GIEC (o IPCC). Gracias a ello impulsó el famoso Protocolo de Kioto (1997) desde la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), mencionada más arriba. El protocolo de Kyoto comprometía a los países firmantes a limitar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y a controlarse mutuamente a base de periódicas informaciones. Curiosamente Estados Unidos, el impulsor, no firmó el propio tratado que sí aceleraba la desindustrialización de otros países.

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Mientras, el que sería el gran héroe del mundialismo ecológico, Algore, pero entonces aún vicepresidente. Entre sus “méritos ecológicos” de entonces tenemos el respaldo de a guerra de Kosovo para que se pudiera construir un oleoducto a través de los Balcanes que pusiera en jaque el monopolio ruso de suministros a Europa. Otra de las genialidades de Algore fue la promoción de una “Bolsa climática”. Los Acuerdos de Kyoto siempre se quedaron en buenas intenciones. Para resolverlo, Al Gore, ya entonces como ex vicepresidente de Estados Unidos, fundó, junto a varios banqueros de Goldman Sachs y con financiamiento de Blackrock (uno de los dos grandes inversores mundiales), la Chicago Climate Exchange(Bolsa del Clima de Chicago) o “Bolsa climática”. ¡Oh sorpresa! El responsable de redactar los estatutos del Chicago Climate Exchange (Bolsa del Clima de Chicago) no fue otro que un tal Barack Obama que desde ahí inició su carrera política que le llevaría a la Casa Blanca.

La “Bolsa climática” que empezó en Estados Unidos y ahora se ha extendido a todo el mundo consiste en la siguiente perversión. Los miembros de la Bolsa del Clima de Chicago firman un acuerdo legalmente vinculante para reducir sus emisiones. A cambio de las “emisiones no emitidas”, las empresas reciben un determinado número de créditos que pueden usar o vender. Las empresas a las que les sobran créditos puedan venderlos a otras empresas que no han cumplido con su compromiso de reducción de emisión de gases. Así pueden sobrepasar su límite de emisiones de COsin recibir penalizaciones administrativas. Igualmente, ya existe un negocio de compra-venta de derechos de emisión entre países. Aún hoy, Al Gore, padre de la criatura, percibe una comisión por cada intercambio de derechos de emisión de CO. Ello no le ha impedido en convertirse en un héroe ecologista[3].

Todas estas tramas han llevado a que los responsables de los diseños mundialistas se lancen al asalto final. La COP26, quiere consagrar un sistema financiero consolidado que pueda permitir conceder créditos (eufemismo de endeudar) a los países para que financien su reducción de emisiones de carbono u otras políticas “indispensables” para la “transición ecológica”. Ellos no se esconden. La página web de la COP26 explica que se trata de: ”Movilizar financiamiento. Para alcanzar nuestros objetivos, los países desarrollados deben mantener su promesa de movilizar al menos 100.000 millones de dólares de financiamiento climático. Las instituciones financieras internacionales deben desempeñar su papel y nosotros debemos trabajar para liberar los miles de millares de millones de dólares de financiamiento del sector privado y del sector público necesarios para el cero neto mundial”.

Para ello cuentan con el Banco Africano de Desarrollo, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, el Banco Caribeño de Desarrollo, el Banco Europeo de Inversiones, el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo,el Banco Islámico de Desarrollo, el Banco Mundial y 450 grandes entidades y empresas supranacionales.

El eco-capitalismo ha eclosionado.

Blog: Javier Barraycoa

NOTAS:

[1]La Conferencia de Glasgow, comenzó con un espectacular video, donde un dinosaurio subía a la tribuna de la Asamblea General de la ONU para lanzar una llamada de alerta sobre la posible extinción de la especie humana. Prosiguió con el discurso del primer ministro británico, Boris Johnson, sobre lo que haría James Bond ante la amenaza del cambio climático. Mientras, en la calle Greta Thunberg declaró ilegítimos todos los gobiernos del mundo y denunció el «fracaso» de la conferencia, que sólo estaba comenzando.

[2]El GIEC no se trata de climatología sino de política climática. La gran mayoría de sus miembros no son científicos sino diplomáticos. Los expertos en climatología que pertenecen al GIEC, dependen de su delegación gubernamental, o sea como funcionarios. Todas sus intervenciones públicas se hacen bajo el control de sus gobiernos. Y carecen de ninguna libertad científica o de cátedra. En caso de disidencia son apartados del mundo académico fulminantemente.

 

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