23/11/2024 00:24
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Habitamos una gran canica azul, debido a la composición de la hidrosfera y la atmósfera, y –sobre todo – a las fotografías realizadas por los astronautas. Dado que el hombre es el factor principal de la ecuación: desconfía.

Voy a centrarme en la geosfera, precisamente lo que no aporta ese color azul… pero dota a nuestro planeta de su peor cualidad: ser un planeta zoo. Y lo es por la intervención directa e imprescindible del hombre, ese animal que transforma los ecosistemas y somete al resto de especies animales… especialmente a la suya propia. Subyugación que ha llegado a su paroxismo con el congojavirus. Este control mundial absoluto de la población es un totalitarismo que deja en púberes a Lenin, Stalin, Mao y compañía. La inmensa mayoría de los seres humanos son una suerte de animales de zoo y/o animales de compañía. Y lo mejor es que la mayor parte de esta inmensa mayoría desconocen que lo son. Porque para adquirir esta sapiencia hay que tener una estructura mental desarrollada, un intelecto por encima de la media y sobre todo una sensibilidad vital surgida de la libertad experimentada, no experimental. No es este un mero juego de palabras, sino 2 parámetros imprescindibles para construir el axioma vital de cualquier hombre. No parece tan difícil llegar a este grado de conocimiento, pero si lo tildo de sapiencia es, precisamente, porque lo es; y empieza a ser casi imposible, por cierto.

Todos los humanos tenemos mascotas o conocidos que las tienen. Todos hemos ido a un zoo, un circo o, cuanto menos, los conocemos y los legitimamos expresamente con nuestro aporte económico e impositivo y tácitamente con nuestra aquiescencia. Vemos normal y necesario sacar a un animal de su hábitat o directamente desnaturalizarlo. Sí, las mascotas son animales desnaturalizados a través de siglos de ingeniería social que empezó con el secuestro de unos cuantos y siguió con su reproducción masiva en cautividad. Los ejemplos más claros son gatos y perros domésticos, sobre todo los primeros, que al ser muchos de ellos todavía callejeros, son sistemática y legalmente secuestrados por bienhechores; y sometidos a las más certeras torturas de confinamiento desnaturalizador, que van desde su encierro en una caja durante meses, para aclimatarse a la cárcel de su bienhechor, hasta su castración o esterilización.

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Pero el ser humano, debido a su cualidad de animal racional y de ser superior, ha optimizado todo este proceso de sometimiento animal y lo ha fagocitado haciendo de sus semejantes una especie animal más cercana a la mascota que al hombre. La paradoja es que ellos mismos tienen mascotas de otras especies. El plan perfecto: víctima y victimario en la misma persona.

Y aunque seamos una suerte de mascota, somos más bien cobayas de laboratorio y animales de tiro y carga. Sí, somos esclavos de nosotros mismos pero con la asunción de un rol de mascota, es decir, de agradecimiento a nuestro amo, pues es el ser omnipotente, omnisciente y redentor al cual debemos no sólo nuestra vida sino nuestra aparente felicidad, al igual que hace la mascota con su amo que le alimenta y le acaricia. El Estado es nuestro amo, pero sin llegar a definiciones complejas tipo Leviatán hobbesiano, sino a términos pueriles al alcance de todos, como el Gran hermano orwelliano. Necesitamos someternos a un fuerte poder protector, al igual que muchos necesitan someter a animales, domesticarlos y convertirse en su leviatán de andar por casa. “Introduzca su contraseña para proteger su seguridad” esta perla esclavizante y redundante me la suelta mi móvil todos los días. Y yo… introduzco la contraseña… porque si no, me quedo sin móvil. A ellos les da igual si yo creo estar seguro y protegido, lo que les importa es mi sumisión, y la tienen.

Esta dicotomía humana de ser víctima y victimario está nutrida colosalmente por una pírrica moral y una nula autoestima. Son victimarios creyendo hacer un bien –y de hecho aman a esos animales – y son víctimas creyendo recibir un bien –y de hecho aman a esos totalitaristas, les votan, les pagan impuestos, les idolatran, aspiran a ser como ellos y les aplauden –. No ha sido labor de un día este proceso deshumanizador. Abarca desde el primer cavernícola que aprendió a golpear a un coetáneo con un palo, hasta la última rueda de prensa que dé un Presidente de desGobierno, a colación del congojavirus.

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Persona humana” ya no es una tautología, sino un oxímoron. Traducido a los legos en retórica: somos una hediondez que merece extinguirse.

De momento, como esto no sucederá hasta dentro de miles de años, mi consuelo es saber que soy mortal y que algún día dejaré de introducir mi contraseña para proteger mi seguridad y de hacer el resto de obligaciones que el Leviatán me ofrece como un derecho, y hasta una virtud personal, para tenerme cada vez más enjaulado, física, moral y mentalmente.

Menos mal que, pese a todo, se puede vivir felizmente tras la asunción de todo lo que he desarrollado. Definitivamente, como ser único, individual e irrepetible que somos los humanos que asumimos nuestra condición servil, podemos intentar vivir al margen del sistema, para no perpetuarlo y, sobre todo, para gozar de esa libertad personal de actos y pensamientos que escapan del control del Estado. La cadena puede ser lo suficientemente larga como para creernos libres, si no aceptas sus reglas del juego; reglas que por ser tan conocidas no necesito relatar. Los libertos tenían todos marcas de latigazos en la chepa y de grilletes en las muñecas. Es mejor vivir con eso, pero en libertad aparente, que seguir esclavizado con manicura y una espalda bronceada en vacaciones.

 

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