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Aquel día era martes y trece. Durante aquella jornada debía de quedar inaugurada una nueva legislatura. Los diputados electos habían de jurar o prometer sus cargos y ocupar los correspondientes escaños. Aquel martes y trece, era una fecha borracha de licores liberales y ebria de aromas evocadoras de la ¿libertad? soberana del pueblo español.
Aquel martes y trece, durante mi paseo a lo largo de la Carrera de San Jerónimo, llegaba hasta mis adentros -sin entrar por mis oídos- una misteriosa voz ronca, de aguardentosa amargura que, con tristes lamentos, entonaba los desazonados sones de un fandango.
Quizás la causa de aquella voz armónica, aunque rota y bronca, se debiera a la influencia del martes y trece frío y gris. Pero también podía tener su fundamento en que en mi mente vieja de renqueante jubilado, aparecieran alucinadas imágenes de aquel otro festín hispano de ¿libertad? de hace apenas dos siglos, en el cual, con ya casi desgranado en su totalidad el Imperio Español y empachados los españoles de este lado del Atlántico de analfabetismo, miseria y hambre, en nombre de la sacrosanta Libertad se produjo la guerra malagueño-sevillana con un enlutado saldo de cuatrocientos muertos y un sinfín de heridos. No sé. No puedo precisar la causa real. Lo que sí puedo asegurar es que el doliente fandango, quejoso y atormentado, seguía inundando cada una de las retículas de mis entretelas.
Mi mente vieja me conducía hasta hechos de nuestra Historia. Hechos que los españoles hemos protagonizado, bailando muy apretaditos con la ¿libertad?, como, por ejemplo, aquella declaración de independencia de Carmona con respecto al soberano cantón de Sevilla; o aquellas otras imágenes de la fragata Almansa saliendo del puerto del independiente y libérrimo cantón de Cartagena dispuesta a bombardear “una potencia enemiga: Alicante”; ciudad que se libró de dicho ataque naval a cambio de dieciocho mil duros. La que no se libró fue Almería. Que al negarse a pagar la cuota, se la cargó. Y por supuesto fue bombardeada.
Aquellos 18.000 duros constituían todo un símbolo. Aquel dinero se me presentaba como una bandera a la cual tantas veces habían prestado juramento muchos políticos españoles que decían estar consagrados a la defensa de la ¿libertad? de sus paisanos. Esos 18.000 duros marcaron, en su día, el motivo último por el cual unos políticos españoles bombardearan una ciudad de su propia nación, o por el contrario la dejaran en paz. Esta cifra, que simbolizaba el criterio, el basamento y el norte de la hispana ¿libertad?, se mezclaba en mi mente con la voz salida de aquel cantaor fantasmal que, con rostro arrugado y boca desdentada, entonaba un fandango de negrura infinita.
La puerta principal del Congreso de los Diputados lucía espléndida, allá, en la Carrera de San Jerónimo el martes y trece. Hasta parecía adornar el rostro de los dos leones que la flanquean una complacida sonrisa, no exenta de un matiz, casi imperceptible, de sarcástica ironía. Los diputados de punta en blanco hablaban en corrillos.
En aquella puerta estaban reunidos la flor y la nata de los ideólogos españoles.
Sí. Los ideólogos españoles. O lo que es lo mismo, según proclamaba don José Ortega y Gasset: aquellos que esgrimen ideas inventadas para ocultar bajo ellas sus intereses, disfrazando éstas con bellas imágenes y perfectos razonamientos.[i]
Unos, comentaban cómo iban a luchar por la independencia de sus respectivos cantones. Otros, se afanaban en cálculos sobre las subvenciones a recibir, no ya solo por parte de sus respectivos partidos, sino aquellas canalizadas hacía la gigantesca y colosal tela de araña formada por entidades encaminadas a la manutención y enriquecimiento de sus militantes, pues, como dijera uno de los principales dirigentes de la que, en esos días, era tercera fuerza política por número de escaños, en el Congreso de los Diputados, en discurso formativo a los cuadros electos de su partido: “la militancia no se mantiene del aire”[ii]. Y con este objetivo instruía a sus camaradas para poner a la nación entera, incluso a las casetas de las ferias, al servicio del partido a fin de dotar a éste de una “estructura económica autónoma” que además les pudiera servir de “refugio cuando perdamos las elecciones”.
De modo congruente a estas pautas, las distintas administraciones se habían convertido en lugar de refugio y tranquilo pacer para miles y miles de españoles militantes, allegados y simpatizantes de los diversos partidos políticos.
Son decenas de miles de ñus -bóvidos corredores africanos- los que todos los años trashuman miles de kilómetros desde el Serengueti meridional, en Tanzania, hasta la reserva Masai Mara en Kenia persiguiendo las lluvias que habrán de engendrar abundantes y ricas praderías, huyendo de la hambruna que la sequía produce. Del mismo modo habían venido trashumando decenas de miles de españoles tras la estela luminosa y prometedora de los partidos políticos hasta conseguir llegar a las verdes praderas de jugosos pastos tal como les ofrecen sus ensoñaciones de sueldos fijos, gabelas innumerables y corruptelas sin fin.
Pero este transitar no es fácil. De forma semejante a los ñus, los cuales han de enfrentarse en su masiva y periódica migración, al peligro de predadores de todo tipo que esperan su paso para saciar su voraz apetito, y sobre todo al horroroso y espeluznante paso del rio Mara donde un sinfín de cocodrilos esperan agazapados para diezmar la colosal y gigantesca estampida; así los españoles saben que la senda de la militancia en un partido político, con objetivos socio-económico-laborales [iii]no es sencilla. Conocen que solo la proximidad a los cuadros dirigentes les proporcionará sustanciosos beneficios, y para esto es necesario tener la intuición precisa, el olfato adecuado, la perspicacia suficiente como para elegir adecuadamente la corriente de opinión, la familia política, la fuerza-vector adecuada en el seno del partido. El medrar en este tipo de entidades es tarea reservada para sujetos sagaces, para individuos temerarios.
Son conscientes los españoles de que en el camino que esa aproximación exige, habrán de competir con cientos de aves rapaces que aguardan a cada paso. Saben que manadas sin fin de hienas permanecerán vigilantes para, al menor descuido, devorar sus despojos. Conocen que la senda está sembrada con plantas carnívoras. Saben que el camino de la militancia con metas lucrativas es para hombres y mujeres con almas de acero, con corazones de hielo, con escasos escrúpulos.
Muchos desisten, igual que el quebrantahuesos abandona su putrefacto festín cuando intuye la presencia del buitre leonado. Esto no quiere decir que el afán de los más pusilánimes por la carroña desaparezca. Ahí queda toda la infinita estela con la que los partidos políticos impregnan todo el cosmos social.
Aquel martes y trece, frio, lluvioso, nublado y triste, mientras el cantaor fantasmal hería mi alma con las puñaladas de un fandango roto, ronco y seco, en la puerta del Congreso estaban, en grupos, charlando los diputados pertenecientes a los diferentes partidos políticos, que los españoles habían elegido para que su esfuerzo revirtiera en la prosperidad del pueblo al que representaban, para que sus trabajos confluyeran en el bien de la nación que todos conformaban.
No tenían en cuenta los españoles cuando votaron que para “los partidos, en el sentido contem-poráneo de la palabra (…) nada habrá de ajustarse a la verdad, al buen sentido, a lo justo y a lo oportuno. No hay una verdad ni una justicia: hay solo lo que al partido convenga, y esa será la verdad y la justicia; se entiende que habrá otras tantas cuantos partidos haya”.[iv]
No tuvieron en cuenta los españoles cuando votaron que las aguas naturales en las que los partidos políticos bucean, tal y como dice don José Ortega y Gasset, es el conflicto y cuando el conflicto no existe lo crean. El conflicto es el oxígeno que respiran. El conflicto es el alimento del que se nutren. El conflicto configura su naturaleza. El conflicto es su única razón de ser. Los partidos son como embarcaciones pesqueras que bogan incesantemente por la mar social, cebando sus aguas con elementos conflictivos, la mayor parte de ellos creados de forma cuidadosa y escrupulosamente artesanal, con el fin de llevar a término el mayor número de capturas que les permita su supervivencia, asentada en el mayor poder ostentado, en la mayor riqueza conseguida.
Un buen número de viandantes se paraban y comentaban. Unos trataban de convencer al que se encontraba a su lado de que el grupo al que él señalaba era el perteneciente al partido que había robado a los parados mil millones de euros.
-Que no. Que no -replicaba el otro con tono castizo y airado- Que esos son de los que se quedaban con el tres por ciento de todas las obras públicas y encima decían que los españoles somos producto de una avería en las tuberías de la evolución.
-Pues miren, sin ánimo de ofender, claro. Yo diría que esos son de los que ciertas potencias extranjeras financian con el ánimo de desestabilizar España y con ella a la Unión Europea -intervino una anciana de cabellera albina, rostro deliciosamente dulce y vocabulario muy cuidado.
-Pero ¿qué dice usted señora? ¿No ve que esos son de los que su tesorero está en la cárcel por apañar de los empresarios muchos millones y repartirlos con la comparsa? -rectificaba el cañí a la anciana de albinos cabellos, dulces facciones y esmerado vocabulario.
Conversaciones de este jaez mantenían los grupos de peatones que, diseminados, poblaban la Carrera de San Jerónimo a la altura del Congreso de los Diputados.
El viejo cantaor cesó un momento su desesperanzado fandango para beber un trago de vino. Durante esos instantes solo se escuchó en mí alma el llorar de una triste guitarra.
También había grupos de diputados que, vestido su espíritu de mugre y maldad, soñaban con repetir una muy lejana guerra civil en la que se enfrentaron a muerte los bisabuelos de los jóvenes españoles actuales. Ese era su afán. En ese objetivo se cimentaban sus sueños. Tan solo esa, además del enriquecimiento, era su meta. Toda su actividad iba dirigida en esta única dirección adornada siempre con la codicia obsesiva por el dinero y por el poder. Sus únicas y eficacísimas herramientas eran la mentira y el odio.
Terminado el vino de aquel vaso, el viejo cantaor inició un nuevo fandango de rebosante amargura. La letra de aquella canción era extraña. Se dolía el cantaor como si estuviera hablando con una mujer amada que le hubiera sido infiel. ¿Dónde estás tú? -se preguntaba- que antaño fuiste respetada por tu fe, en el saber admirada y por tus tercios temida? ¿Dónde estás tú? ¿Dónde estás tú? Con la voz rota concluía el fandango con aquellas palabras de Valle Inclán: “en España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero, en España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza[v].
Todos los viandantes se estremecían cuando contemplaban el negro aparecer, el macabro deambular de los diputados herederos de aquella banda de criminales cuyas espaldas se cargaban con casi mil asesinatos traicioneros, viles y cobardes. Hasta los leones realizados con el acero fundido de cañones tomados al enemigo en pasadas guerras, y que dan escolta a la puerta del Congreso de los Diputados, dejaban que se sonrojara su majestuoso, metálico y felino rostro con un velo de vergüenza.
Las palomas y gorriones que por allí pululaban, picoteando en las losas del pavimento, comentaban entre sí, con palabras de silencio, que a la estatua en bronce de Cervantes, situada frente al Congreso de los Diputados en la Plaza de las Cortes, le habían salpicado a la cara unas briznas de porquería, y que de sus ojos brotaban lágrimas muy grandes que empapaban toda su metálica corporeidad.
Mientras, en la otra acera, en el contenedor de la basura de un hotel de lujo, cinco ancianas hurgaban, buscando algo con lo que poder comer aquel martes y trece. Lejos de allí, al otro extremo de Madrid, el mismo martes y trece, en una cola muy larga, muchos jóvenes ingenieros, en la puerta de la embajada de un país extranjero, esperaban turno para poder salir huyendo de un estercolero.
Bajé paseando hasta la plaza de Neptuno. Ya, la voz doliente que, en mis adentros, entonaba un dolorido fandango, incomprensiblemente, había enmudecido. Continué mi deambular por el Paseo del Prado. Allí fue donde me encontré con mi amigo; un perro flaco, vagabundo y libre que, en ese preciso momento estaba meando en el tronco de un árbol seco, fue él quien me dijo que el cantaor de arrugado rostro y boca desdentada, acababa de morir de pena.
[i] José Ortega y Gasset. Ideas y Creencias. Ed. Espasa Calpe S.A. Colección Austral. Pág. 192 a 193. Madrid. 1968.
[ii] Se adjunta texto parcial del discurso formativo a militantes electos del partido para el desempeño de cargos públicos por Iñigo Errejón. Cofundador y dirigente -entonces- del partido político Podemos, de ideología marxista. Texto transcrito del video tomado de You Tube. Título del video: “Iñigo Errejón planeando su derrota…Los militantes no viven del aire”. Fecha en la que fue visualizado el documento: 21 de septiembre de 2019.
“A los compañeros que gobiernan en Barcelona, o que gobiernan en Zaragoza o que gobiernan en Madrid ¿Cuál sería una de sus tareas? Asumir que cuando perdamos las elecciones, dejar sembradas instituciones populares que resistan y, por cierto, donde refugiarse cuando gobierne el adversario. Hace falta que (…) haya asociaciones de vecinos enraizadas y con poder en cada distrito, hace falta que haya clubes de montaña y agrupaciones juveniles, hace falta que haya más espacios culturales, hace falta que estén enraizadas las casetas populares en todas las fiestas, hace falta que haya asociaciones deportivas coordinadas…hace falta una estructura económica autónoma que vaya a permitir, por ejemplo, acoger a una buena parte de los cuadros militantes que hoy se están dedicando a los trabajos institucionales. Uno de los dramas de Argentina es que al perder el gobierno nacional y popular las elecciones y ganar las elecciones el señor Macri, pues lo que ha pasado es que no hay estructura para sostener tanta militancia. Y la militancia, como todo el mundo sabe, no se mantiene del aire. Conseguir construir en cada espacio, en cada municipio, en cada distrito las estructuras económicas que hagan que afrontar la tarea de la oposición mucho más fuertes. Bueno se trata de haber dejado las políticas públicas, las estructuras jurídicas para que cuando haya que emprender la batalla, la podamos emprender con mucha más fuerza…y no solo fuerza en el plano discursivo. Estoy poniendo ejemplos muy concretos de fuerza material para emprender la siguiente batalla y por cierto donde refugiarse cuando gobierne el adversario”.
[iii] Por supuesto quedan excluidos de este conglomerado tropel todos aquellos hombres y todas aquellas mujeres, cuya incorporación formal a una fuerza política obedece a sus altos y sublimes ideales, a su eximio y generoso ánimo y a sus anhelos incontenidos de servicio desinteresado a sus conciudadanos.
[iv] José Ortega y Gasset. o.c. Pág 191-192.
[v] Luces de Bohemia. Obra de teatro de Valle Inclán. Estreno1924.
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