17/05/2025 18:01
Lo descubrí en La Clave, en un programa que abordaba la crisis del teatro. Y enseguida me cautivó su erudición y su brillantez. Por aquel entonces yo era un joven estudiante de Derecho que residía en Madrid. Años después, instalado ya en Barcelona, le seguí la pista a través de los artículos que firmaba en la edición catalana de El País y, más tarde, en La Vanguardia. Sus columnas lo convirtieron probablemente en el mejor cronista de Barcelona de la segunda mitad del siglo XX.
Vástago del poeta y dramaturgo Josep Marina de Sagarra, autor de la novela ‘Vida privada’, que retrata la decadencia de una familia aristocrática barcelonesa, los Lloberola, a caballo entre la Dictadura de Primo de Rivera y la ll República, Joan de Sagarra sobrevivió a la alargada sombra de su padre con una identidad y una voz propias.
Hijo único, consentido y malcriado por su madre, Mercè Devesa, que en palabras de Nestor Luján, hizo de él un ‘pequeño monstruo’, las amistades de su progenitor en París, donde se establecieron sus padres y su tía monja huyendo de los anarquistas y nació ‘Juanito’ en plena Guerra Civil, le permitieron, siendo un niño, sentarse con los pies colgando de la silla en los cafés de Montmartre junto a Juliette Gréco, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, engullir patatas ‘chips’ con el escultor Giacometti o merendar chocolate con lonesco.
Lo que, sin duda, imprime carácter. De ahí ese halo de suficiencia. Su aire de perdonavidas.
Cuando viajaba con su familia a Madrid se hospedaban en el Palace y su padre se reunía en el bar del hotel con Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Julio Camba.
Aunque estudió Derecho en Deusto con el propósito de hacerse diplomático, pronto comprendió que ni las leyes -era un anarco individualista- ni las relaciones públicas -no tenía pelos en la lengua- eran lo suyo.
De manera que al morir su padre en el 61 -justo después de haber recibido la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio de Franco-, abandonó el piso que habitaba con su madre en la Bonanova y, apadrinado por Josep Tarradellas, entonces presidente de la Generalitat en el exilio, partió a París para estudiar artes escénicas en La Sorbona.
¿Son los críticos de teatro unos dramaturgos frustrados que por eso exudan bilis?
No lo sé ni me importa.
Al regresar a Barcelona comenzó a colaborar en la prensa local: el Noticiero Universal, Tele/Express…
Fue precisamente en las páginas del diario dirigido entonces por Manuel Ibáñez Escofet donde acuñó el término ‘Gauche Divine’ para etiquetar a esa grey de pijos-progres que repantingados en los sofás aterciopelados de Bocaccio arreglaban el mundo con un whisky on the rocks en la mano.
Y fue también él quien bautizó como la ‘Cultureta’, la política excluyente de Jordi Pujol con los escritores barceloneses que se expresaban en castellano: Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Félix de Azúa, Jaime Gil de Biedma, los hermanos Goytisolo y tantos otros, siendo a su vez uno de los abajofirmantes del Foro de Babel.
Con sus críticas acerbas, crueles y despiadadas, se granjeó la enemistad de las ‘vacas sagradas’ del teatro catalán. Tanto es así que Boadella llegó a fusilarlo simbólicamente sobre las tablas; Flotats le vetó la entrada en el teatro; y Josep Lluis Bozzo, de Dagolm Dagom, dijo de él que era la peor obra de su padre.
Hasta un actor lo escupió en plena calle. ‘Fen amics’, diría un catalán.
A decir verdad, a mí Joan de Sagarra siempre me recordó a Addison de Witt, el crítico de teatro cínico y mordaz, encarnado por George Sanders en ‘Eva al desnudo’ -la obra maestra de Joseph Leo Mankiewicz-, que con su lengua afilada y viperina rasga el velo de las miserias de Anne Baxter. Es más, pienso que secretamente le divertía parecerse a él. Como si le resultara estimulante suscitar esa animadversión en los demás.
Ya lo dijo Vargas Vila: ‘El odio da vida al que es odiado’.
‘Bon vivant’, sibarita, refinado y hedonista, era fácil hallarlo en sus abrevaderos favoritos de Barcelona: el Morrison, el Alaska, el Adonis, el Michael Collins -donde veía en la tele los partidos de rugby- o la coctelería Boadas y, sobre todo, en la terrazas del Zurich o del Bauma, paladeando un buche de Jameson, su destilado irlandés preferido, con la prensa del día sobre la mesa.
Leía hasta media docena de periódicos diarios, entre ellos, Le Monde y el Corriere de la Sera.
Por algo era políglota. Pero no solo de alcohol vive el hombre…
Al whisky y a las mujeres -decía Umbral- hay que ir bien comido porque si no te marean.
Por eso no perdonaba la paella del Set Portes ni los pies de cerdo de Casa Leopoldo ni el rabo de toro del Sepúlveda y, aún menos, las sobremesas entre puros y licores, elevando la conversación a la categoría de una de las bellas artes.
Hosco y huraño, casi un misántropo, daba la impresión de haber cavado un cortafuegos alrededor suyo para que nadie se le acercase demasiado, con la excepción, claro está, de sus íntimos amigos: Óscar Tusquets, Marcos Ordoñez, Enrique Vila Matas…con los que compartió mantel cada jueves en el Giardinetto hasta el fin de sus días.
Con la muerte de Joan de Sagarra también muere algo de mí y de aquella Barcelona abierta, mundana y cosmopolita que parece derrumbarse como un castillo de naipes y de la que él era una de las pocas cartas que todavía permanecía en pie.
Miguel Espinosa García de Oteyza

Autor

Miguel Espinosa Garcia de Oteyza
Miguel Espinosa Garcia de Oteyza
Miguel Espinosa García de Oteyza es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.
Ha desarrollado su actividad profesional en la Bolsa, la Banca y la Empresa.
Hijo del que fuera ministro de Hacienda de Franco, Juan José Espinosa San Martín, Miguel es también autor de tres libros. El más reciente, "Mi tío robó los diarios de Azaña y otras historias familiares".
LEER MÁS:  «Jo, tía»....El Congreso gastará más de 1 millón de euros en renovar los móviles de sus señorías...
Últimas entradas
Suscríbete
Avisáme de
guest
0 comentarios
Anterior
Reciente Más votado
Feedback entre líneas
Leer todos los comentarios
0
Deja tu comentariox