
Las enseñanzas de Jesús sobre el perdón constituyen un avance sin precedentes en la manera de responder a aquellos de quienes recibimos cualquier tipo de agresión. Así queda de manifiesto cuando el Maestro respondió a la pregunta de Pedro: «Señor, ¿ cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando peque contra mí? ¿Hasta siete?». «No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete», le respondió Jesús (Mt 18, 21-22). Con esta doctrina, el Señor enseña a sus discípulos a superar por elevación el mandato del “ojo por ojo” (Levítico 24:20).
Son abundantes las enseñanzas recogidas en la Biblia sobre el perdón. Aquí, apoyándonos en una pequeña parte —ni siquiera la mejor selección, con seguridad— repasamos lo más sustancial del mensaje de Jesús sobre este tema fundamental del cristianismo.
El perdón es la remisión de la ofensa recibida; queda totalmente borrada. Cabe distinguir entre el perdón de Dios, que es su amor misericordioso que sale al encuentro del hombre que acude a Él, arrepentido por haberle ofendido, y el perdón entre las personas, que es renovar la concordia entre quienes se sienten ofendidos por un agravio real o presunto.
1. El perdón de Dios.
Hablar del perdón presupone la existencia del pecado. Solo si reconocemos que ofendemos a Dios —que pecamos—, podemos llegar a entender la grandeza de Dios que nos perdona.
1.1 Jesús perdona a Pedro y le confirma en su misión.
Aquella memorable mañana —nos lo cuenta san Juan, testigo de todo, en el capítulo 21 de su Evangelio—, Jesús, ya resucitado, se presentó en la ribera del lago de Tiberíades cuando un grupo de sus discípulos volvía de vacío, tras haber pasado toda la noche de pesca. Sin saber ellos quién era, les preguntó:
— Muchachos, ¿tenéis algo de comer?
— No —le contestaron—.
— Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
Lo hicieron y las redes se rompían por la abundancia: 153 peces grandes.
Después, estando ya todos en la playa, el mismo Jesús hizo unas brasas, asó algunos peces y distribuyó entre ellos el pan y los peces. Ya “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor.
Después de comer, tiene lugar una entrañable conversación entre Jesús y Pedro:
— Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
— Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
— Apacienta mis corderos.
Por tres veces dirige Jesús a Pedro la misma pregunta. Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero». Y Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».
Es imposible no volver la mirada a otro episodio ocurrido unos días antes, en el atrio de la casa del Sumo Sacerdote, cuando Pedro negó tres veces conocer a Jesús, y después, tras oír el canto del gallo, se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres». Y rompió a llorar.
Pedro, entristeciéndose porque Jesús le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?», demostró públicamente su arrepentimiento por la triple negación y su gran amor a su Maestro y Señor. Y Jesús, con su respuesta, le está diciendo a Pedro que le perdona su traición, que todo quedará borrado y sigue en pie la promesa que le hiciera tiempo atrás en la región de Cesarea de Filipo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18).
He aquí los tres elementos esenciales del perdón de Dios: una culpa que el hombre reconoce como suya; hay arrepentimiento y petición de perdón a Dios, que es a quien se ha ofendido; y Dios que perdona siempre, totalmente y para siempre.
Constante de la Revelación es el perdón de Dios, manifestación de su infinito amor por los hombres —por cada hombre—. Ejemplos en toda la S. E. y en la Liturgia:
«Dios manifiesta su poder, no creando, sino perdonando», reza la Iglesia (Domingo XXVI T.O.).
«Tú arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados» (Miqueas 7, 19).
«Y una vez perdonados, Yahveh ya no se acordará más de tus pecados» (Isaías 38, 17).
1.2. Qué hacer para recibir el perdón de Dios.
En la parábola del “hijo pródigo” (Lucas 15, 11-32), queda bien ilustrada la infinita misericordia de Dios, deseoso siempre de perdonar al hombre que se le acerca arrepentido a pedirle perdón por sus pecados: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros». El padre, feliz, organizó un banquete para celebrar el regreso a casa de su hijo. Y cuando el hijo mayor volvió del campo, e indignado por el motivo de la fiesta, no quería entrar en ella. El padre salió a su encuentro y, tras escuchar sus quejas, le dijo: «Hijo, había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».
Jesús instituyó el sacramento de la Penitencia en su primera aparición a los Apóstoles en la tarde del mismo día de Pascua: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Juan 20, 22-23).
Cristo confió el ministerio de la reconciliación a sus Apóstoles, a los obispos, sus sucesores, y a los presbíteros, colaboradores de los obispos. Ellos ejercen el poder de perdonar los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; es decir, son los instrumentos de la misericordia y de la justicia de Dios.
La Iglesia, como madre que es, nos manda a los católicos que confesemos todos los pecados graves aún no confesados que se recuerden después de un diligente examen de conciencia. La confesión de los pecados graves es el único modo ordinario de obtener el perdón. Y debemos confesarnos al menos una vez al año, y de todos modos antes de recibir la sagrada Comunión (Compendio del CIC, nn. 304 y 305).
1.3. Beneficios que recibimos con el perdón de Dios.
San Lucas, en el capítulo 23 de su Evangelio, nos cuenta que cuando llegaron al Calvario, crucificaron allí a Jesús y a otros dos malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Uno de ellos injuriaba a Jesús; en cambio, el otro le reprendía y hacía público su arrepentimiento por las fechorías que habían cometido ambos: «Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero éste no ha hecho ningún mal», le decía a su compañero. Luego le pidió a Jesús, asumiendo su realeza: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Y Jesús, respondiendo, le aseguró: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso». [Lucas 23, 42-44]
Cada confesión contrita es «un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro en la propia verdad interior, turbada y transformada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo, y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo han dejado de gustar» JUAN PABLO II, Reconciliatio et Paenitentia.
2. El perdón entre las personas: necesidad, beneficios y deber.
Es una experiencia común que en nuestra vida cotidiana nos encontramos con situaciones tensas en el trato entre unos y otros —en la familia, en el trabajo, en el colegio, en el deporte, con los vecinos, etc.—, debido a roces por los que unas veces nos sentimos ofendidos y otras ofendemos a otras personas. Por lo general, se trata de detalles de escasa importancia, pero que pueden abrir pequeñas o no tan pequeñas heridas en el alma, que es necesario reparar para preservar la concordia; por lo general, basta con una sonrisa o un gesto de buena voluntad.
El papa Francisco, en su discurso en la Fiesta de las Familias en Irlanda, sugirió la necesidad de aprender tres palabras: «Perdón, por favor y gracias». Hermosa enseñanza para practicar en nuestra vida de relación con los que nos rodean.
2.1 Pedir perdón y perdonar en la vida cotidiana.
En “Las Crónicas de Narnia” de C. S. Lewis, encontramos muchas escenas en las que alguno de los protagonistas se excusa o pide perdón por su mal comportamiento.
—Me disculpo por no haberte creído —le dijo Peter a Lucy, su hermana pequeña—. Lo siento. ¿Nos damos la mano?
—Desde luego —asintió ella, y le dio la mano.
Este sencillo episodio es un buen ejemplo de cómo debemos actuar en esas situaciones en las que alguien ha podido quedar ofendido por una actuación nuestra incorrecta.
2.2. Corregir y perdonar. Sanar
Ante las faltas y malos comportamientos de los hijos/alumnos, los padres y educadores debemos ser claros y positivos. El chico o la chica han de asumir que lo sucedido estuvo mal y hay que reparar; también hay que ofrecerle la esperanza de que se puede superar, que vamos a olvidar lo ocurrido —queda perdonado— y empezaremos de nuevo —tendrán otra oportunidad: transmitirle nuestra confianza en que lo va a superar.
Eso —corregir, perdonar y animar— es también lo que nos enseña Jesús con su actuación en el episodio de la mujer que algunos escribas y fariseos le trajeron tras haberla sorprendida en adulterio, con intención de forzarlo a condenarla a lapidación como exigía la ley de Moises.
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra», sentencia Jesús. Cuando todos se han ido ”empezando por los más viejos”, Jesús pregunta:
—«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»
—«Ninguno, Señor».
—«Tampoco yo te condeno —concluyó Jesús—. Anda, y en adelante no peques más».
Para los cristianos, no obstante, además de estos motivos humanos, importantes, sin duda, y por encima de ellos, está el mandato de Dios.
2.3. Jesús nos enseña y nos manda que debemos perdonar a quienes nos ofenden.
En el Padrenuestro, el Maestro parece condicionar el perdón divino a que el hombre perdone a sus semejantes: «perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (San Mateo 6, 12).
Y una última enseñanza de Jesús (San Mateo 5, 23-24), para terminar:
«Por lo tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda»; es decir, Jesús nos enseña el querer de Dios: que nos comportemos con los demás con la misma misericordia que tiene con nosotros.
Consideraciones finales
– Por muy grandes que puedan ser nuestros pecados, el Señor nos espera siempre para perdonarlos y cuenta con la flaqueza humana, los defectos y las equivocaciones. Además, ante las tentativas que acaban en fracaso, debemos recordar que Dios más que el éxito en cada intento, nos pide la humildad de recomenzar siempre, sin dejarse llevar por el desaliento y el pesimismo; es decir, ejercitar la virtud teologal de la esperanza, contando con la ayuda de la gracia que Él nos ofrece para alcanzar finalmente el éxito.
– Educar para el perdón exige de los padres y los educadores corregir cuando hay que hacerlo, de acuerdo con la naturaleza de la ofensa y con las condiciones del que necesita esa ayuda. Pero también es importante que la chica o el chico a quien corregimos perciba que lo hacemos con cariño, que ella o él nos importa tanto o más que nosotros mismos y que tendrá otra oportunidad, porque confiamos en que va a mejorar.
– Pedir perdón y perdonar contribuye a sanar el alma de quien ha fallado, ayuda a preservar el buen ambiente, puede mejorar el bienestar emocional y la salud mental. En resumen, generar felicidad, paz y tranquilidad, es una buena vitamina para la persona –cuerpo y alma–.
Julio Íñiguez Estremiana
Colaborador de Enraizados
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