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Raúl Rodríguez, escritor y director de cine, reflexiona sobre su libro Hermana muerte
El libro “Hermana Muerte” fue publicado por la editorial Lluviacaballo con muy buena acogida por parte de la crítica y del público. Su autor, Raúl Rodríguez (Villeza, León, 1959), es escritor y director de cine. Este libro ha sido presentado en muchos lugares de la geografía española a lo largo de diez años. “Una experiencia muy enriquecedora donde cientos de personas me contaron sus experiencias relacionadas con la muerte”, según palabras del propio autor. Se puede realizar pedidos del libro en el siguiente correo electrónico: lluviacaballo@gmail.com
¿Por qué decidió escribir un libro titulado Hermana Muerte con ocasión de la muerte de su madre?
En el proceso de enfermedad y muerte de mi madre fui tomando notas en un cuaderno. Se asemejaba a un diario, pero ni siquiera era un diario, era algo mucho más humilde y sin pretensiones, diría que era un dietario. A veces anotaba frases sueltas, a veces eran descripciones de cómo se encontraba mi madre, también hacía anotaciones sobre mi propio estado de ánimo que recuerdo había días era como una montaña rusa; también tomaba nota de mi padre y de mis hermanos pues todos estuvimos arropando a la madre en su última enfermedad. La verdad es que nunca pensé en publicarlo. Pero cuando lo leyó mi amigo Manuel Sebastián, que por entonces era también mi socio, me animó a publicarlo. Él me hizo consciente de que en lo que yo había escrito había algo que podía interesar a más personas. El impulso fue suyo. Y con respecto al título, siempre leí con devoción a San Francisco de Asís, he recordado a lo largo de los años lo que él solía decir: “Bienvenida sea mi hermana la muerte”.
¿Es que acaso antes no era consciente de la muerte?
Yo hasta entonces temía la muerte, pero no la amaba. Hasta que no murió mi madre no comencé a amar la muerte. Amamos algo cuando lo conocemos. Estando al lado de mi madre enferma, pero sobre todo estando al lado de mi madre recién fallecida, comprendí lo que era amar la muerte. Cuando murió mi madre me di cuenta de que la muerte la trae Dios y no una enfermedad, una desgracia, o algo derivado de la mala suerte. Cuando vi a mi madre muerta, las circunstancias de la muerte de mi madre ya no me importaban, lo que me importaba era abrazar el sentido que esa muerte tenía para mí. La muerte es algo importantísimo que hay que saber apreciar. Si comprendemos de forma profunda que la muerte es algo que está en los planes de Dios, entonces ya no volveremos a ver la muerte como la veíamos antes. Eso fue lo que me pasó a mí, es decir que hasta cierto punto la muerte de mi madre fue para mí una revelación. En el momento de morir mi madre, algo se reveló ante mis ojos. Para muchos la vida acaba mal porque acaba con la muerte, pero no se dan cuenta de que precisamente la muerte es la que nos salva de tantas y tantas cosas. Si la vida no se renovara a través de la muerte, sencillamente no se podría vivir porque todo estaría viciado.
¿Fue, por tanto, la muerte de su madre la que más le impactó?
Me costó unas cuantas semanas asumir que mi madre se estaba muriendo. Lloré mucho, recuerdo que hubo días que no podía parar de llorar. No eran lágrimas de amargura, eran lágrimas para comprender y aceptar lo que Dios me estaba ofreciendo. La muerte de una madre nos marca profundamente. También la muerte del padre la vivimos de una forma muy especial, pero la muerte de la madre tiene un significado tremendo. La persona que nos dio la vida física, nuestra madre, de pronto ya nunca más la van a poder ver nuestros ojos, y eso marca un antes y un después en nuestra vida. Tuve la suerte de ver morir a mi madre, y eso también es muy importante. Las madres que nos dieron la vida física de alguna manera también nos enseñaron a morir. La muerte de una madre es una catequesis, y si estamos atentos y entregados a esa catequesis, comprenderemos muchas cosas.
¿Por qué decidió dividir el libro en tres partes, dándole una estructura teatral?
Las notas que yo iba tomando no tenían en principio una estructura, pero cuando mi amigo me animó a publicarlo, de pronto me di cuenta de que había tres partes, además eran tres partes muy claras. La primera la formaban los cuatro últimos meses de la enfermedad de mi madre, cuatro meses duros e intensos. La segunda era el día de la muerte y del entierro. La muerte y el entierro son muy importantes cuando alguien fallece, y es que en el velatorio y en la misa de cuerpo presente, el difunto se despide de sus seres queridos. Y la tercera parte la componían los cinco meses posteriores. En total sumaban 9 meses. El número 9 es un número muy importante. Porque 9 meses está el bebé en el vientre de la madre. El 9 es la Trinidad tres veces. El electrón vibra a 9 veces la velocidad de la luz, es gracias a ello que se compone esta realidad que vemos. El 9 es la antesala del 10 que es la perfección. Esto que digo del número 9 no es numerología ni nada cabalístico, es pura observación que llevo haciendo desde que era niño.
¿La primera parte podría asemejarse al Calvario, al ser los últimos cuatro meses de una cruel enfermedad?
Tenemos que comprender por qué y para qué aparece una enfermedad en nuestra vida. Una enfermedad no es fruto de un fallo genético, tampoco es fruto de un designio oscuro ni de la mala suerte. La enfermedad viene a purificar mentiras, egoísmo, purificar también muchos aspectos que no estaban bien. La mayoría de las enfermedades son bendiciones que Dios envía. La muerte significa siempre purificación. Mi madre fue purificada por un cáncer de 7 años. De forma muy especial en esos últimos cuatro meses de su enfermedad, se veía cómo estaba siendo purificada. Mi madre ofreció su enfermedad a Dios, se lo pregunté un día mientras la grababa en vídeo. Cuando se ofrece una enfermedad, ese ofrecimiento tiene un valor inmenso ante los ojos de Dios.
Al ofrecer una enfermedad no es que ésta desaparezca, sin embargo adquiere un nuevo sentido. Cuando ofrecemos nuestro dolor, estamos dando la vida por muchos. De las peores cosas que puede haber es padecer una enfermedad y no saber qué hacer con ella. La manera de liberarse del dolor y del sufrimiento no es a través de la indagación psicoanalítica, ahí no hay ningún tipo de liberación, la liberación ni siquiera pasa por la comprensión racional sino que tiene que ver con el ofrecer, con el ofrecimiento, el ofrecer es la base del sacrificio. Tampoco vale con hacer aflorar ese dolor y ese sufrimiento a través de la expresión artística, no vale con pintar un cuadro, con hacer una película o con escribir un libro, es algo mucho más profundo, quizás de las cosas más profundas que le puede suceder a un ser humano. Cuando en medio de una enfermedad alguien ofrece a Dios esa enfermedad, está propiciando la salvación de su alma y las de muchos más.
La segunda parte es propiamente la muerte y el entierro…¿Podría considerarse una despedida?
De una madre que ha muerto nunca nos despedimos del todo, si acaso lo más que llegamos a formular en el interior de nuestro corazón es un tímido “hasta luego”. No sé muy bien por qué, pero cuando una madre muere sabemos íntimamente que sigue viviendo, es algo que se percibe con total claridad. Mi madre era muy devota del Sagrado Corazón de Jesús. Siempre hacía la novena los 9 primeros días del mes de junio, el mes dedicado al Sagrado Corazón. Ella murió el domingo día 10 de junio a las 10 de la mañana, justo al acabar la novena, y eso que pasó los últimos días en coma debido al agravamiento de su enfermedad. Yo me di cuenta de esto muchos años después de su muerte.
A mi madre le gustaban mucho las flores. El día del entierro, que fue el lunes 11 de junio, la iglesia estaba totalmente repleta de flores porque el día de antes se había celebrado el Corpus Christi. Quiero decir con esto que Dios no deja ninguna cosa al azar, es como si todo estuviera calculado al milímetro. Para el que cree, todo son milagros.
Y la tercera parte, ¿hasta qué punto vendría a ser una meditación sosegada y serena sobre la muerte y la ausencia?
Los cinco meses posteriores a la muerte de mi madre fueron muy importantes para mí. Fue ahí donde hice el duelo. Ese duelo, ese luto, comenzó justo en el instante en el que murió mi madre. Cuento en el libro que pocos minutos después de morir mi madre me di cuenta de que yo no sabía casi nada de la muerte. Al morir ella, en ese momento, algo nuevo se abrió ante mis ojos. Eso que pude percibir al lado de mi madre tuvo lugar sin que mediaran las palabras, fue una comprensión directa que sucedió en el corazón, no sucedió en la mente.
Es muy importante hacer bien el luto. Tener la posibilidad de hacer un buen luto no es regodearse en aspectos puramente sentimentales. Un buen luto es comprender, por ejemplo, el valor de la oración por el alma de esa persona que acaba de morir. El que muere ya no puede rezar por sí mismo, por eso tiene tanto valor esta vida que estamos viviendo, y es que nosotros sí que podemos rezar y ofrecer misas por los que murieron. Todo esto tiene un valor inmenso. La fe no es algo que tiene que ver con viejas abuelas trasnochadas, la fe es algo vivo que nos pone en contacto directo con Dios.
Si a pesar de la tristeza lo considera un libro alegre, es por qué está impregnado de esperanza en la resurrección…
Por supuesto. La clave es la resurrección. Mi madre estaba llena de una fe verdadera. Dios le había dado a mi madre señales muy claras de su existencia, me consta que es así. Los cristianos no contemplamos la reencarnación porque tenemos la resurrección. Los cristianos no necesitamos reencarnarnos porque Cristo nos ha ofrecido un premio mucho mayor. El que resucita ya ha trascendido, por eso no es necesario repetir curso como sucede con la reencarnación. Los católicos creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo resucitó de entre los muertos, y que además vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él nos resucitará en el último día. Este es el discurso más revolucionario que se puede ofrecer hoy en día a la sociedad actual.
Aunque no lo parezca, la mayor prueba de la existencia de Dios es la muerte. Podemos constatar que Dios existe porque después de nacer tenemos que morir. La muerte nos está diciendo que éste es un viaje temporal y que al final de ese viaje vamos a estar en las manos de Dios que todo lo ve, que todo lo sabe y que todo lo perdona.
Por algo dice San Pablo que si Cristo no hubiese resucitado seríamos los más desgraciados de los hombres…
Sin la resurrección de Cristo estaríamos muertos, y nunca mejor dicho. Para poder resucitar, primero hay que morir. La muerte es un examen que si no cae en junio cae en septiembre, por eso es bueno que ese examen lo tengamos bien preparado. Si nos preparamos para un viaje, si nos preparamos para un encuentro en familia, lo suyo es prepararse también para la muerte, y esa preparación no puede consistir en aspectos puramente externos como si nos vamos a enterrar en un nicho o en una tumba convencional. La muerte es algo muy serio, por eso la preparación espiritual para la muerte ha de ser una prioridad en nuestra vida.
La muerte no es tanto un acontecimiento que ocurre al final de la vida, como algo que tenemos que ir ensayando día a día, y es que cada día morimos un poco, por eso cada día nos hemos de preparar para bien morir. Así como las madres que van a dar a luz desean tener un buen parto, también nosotros le hemos de pedir a Dios una buena muerte, porque de una buena muerte dependen muchos aspectos de la vida eterna que nos espera.
¿Por qué además del libro quiso rodar un mediometraje y homenajear a su madre como director de cine además de como escritor?
Casi todas las imágenes para la película las tenía ya grabadas. Desde que murió mi madre apenas grabé nada nuevo, lo que hice fue una recopilación de imágenes de los últimos diez años. La película complementa al libro. La película que acompaña al libro apenas tiene que ver con mi madre física, con su voz, con su cuerpo y con su expresión en el mundo, y sí que tiene que ver con el alma de mi madre. El cine tiene esa posibilidad, y es la de mostrar el alma de las personas y de las cosas. Yo como director de cine estoy muy interesado en la dimensión mística del ser humano y en su relación con Dios. Cuento en el libro que mi madre no era exactamente ama de casa, mi madre era más bien ‘el alma de la casa’. A mí me interesa mucho indagar en ese aspecto del alma, y el cine permite llevar a cabo algo tan difícil y complejo como es mostrar el alma, será por eso que tantas veces se dice que una imagen vale más que mil palabras.
Autor

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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Cuando Dios permite que la enfermedad u otras tribulaciones se ciernan sobre nuestra vida, pone grandes esperanzas en que eso sirva para nuestra conversión. Y la verdad es que es mucho más frecuente encontrar conversiones profundas originadas en la enfermedad, que en la prosperidad. Es que el reconocerse enfermo obliga a darse cuenta que no somos nada, es un camino a la humildad. Y de este modo, por el sendero de la pequeñez, se nos abre el corazón para poder pedir ayuda al Señor. También es cierto que la enfermedad suele provocar el efecto contrario: que la persona se enoje con Dios, y se aleje aún más de lo que estaba. Pero este es un riesgo que Dios toma, porque siempre es nuestra la opción, nuestro el libre albedrío. El pone las llamadas y los signos en nuestra vida, somos nosotros los que debemos reconocerlos y torcer el rumbo de nuestro destino.
De este modo, quienes sufren enfermedad tienen en el sufrimiento un camino de purificar no sólo las propias faltas, sino las de muchas otras almas también. Son Cruces que, si se llevan con entrega al Señor y no con enojo hacia El, son tomadas por Dios como un regalo que agrada a Su Corazón amante. El Beato Don Orione solía rezar de este modo: “Señor, envíame más Cruces, quiero sufrir más en expiación de la poca disposición de los hombres a llevar Tu Cruz”. En realidad todos los grandes santos tuvieron esta actitud de entrega al sufrimiento, a las tribulaciones que Dios permitía en sus vidas.