
El pasado sábado 25 de enero la Iglesia Católica celebra el milagro de la conversión de San Pablo, a quien también denominan “apóstol de los gentiles” o “apóstol de las naciones” porque recibió directamente de Cristo resucitado la misión de anunciar el Evangelio a todas las naciones. En el arte medieval y el primer renacimiento la conversión de Pablo (Hch 9; Hch. 22, 6-16; 26.12-18) tuvo algún tratamiento (Lorenzo Veneziano, grabado de Alberto Durero), pero es a partir del manierismo que se convierte en un tema muy tratado.
Les indico mis predilectos
– La conversión de san Pablo (Parmigianino), 1527.
– La conversión de San Pablo (Bonifazio Veronese).
– La conversión de San Pablo (Miguel Ángel), 1549, en la Capilla Paulina del Vaticano, encargada por Paulo III para esa advocación específica, por ser de su particular devoción (la arquitectura es de Antonio da Sangallo el Joven).
– La conversión de San Pablo (Brueghel el Viejo), 1567.
Caravaggio que, inaugura la pintura barroca, tiene dos versiones, ambas fechadas en torno a 1600-1601 y ambas conservadas en Roma: una en la colección Odescalchi Balbi; y otra en Santa Maria del Popolo. El atrevimiento de Caravaggio en la representación de esta escena originó una singular porfía. Se preguntó al pintor: ¿Por qué has puesto al caballo en medio y a San Pablo en el suelo? ¿Es acaso el caballo Dios? ¿Por qué? El artista respondió: «No, pero el animal está en el centro de la luz de Dios».
Caravaggio y más
A partir de Caravaggio, muchos otros pintores han representado el tema. Otra vez mis preferidos.
– La conversión de San Pablo de Peter Paul Rubens (ca. 1620), de la Gemäldegalerie de Berlín, se perdió en 1945 y se desconoce su paradero actual.
– La conversión de San Pablo de Pietro de Cortona (1630), que tiene como tema la imposición de manos de Ananías.
– La conversión de San Pablo de Francisco Camilo (sito en el bellísimo Museo Provincial, Segovia).
– La conversión de San Pablo de Bartolomé Esteban Murillo, 1680 (Museo del Prado)
– La conversión de San Pablo de Lucas Jordán (ca. 1690).
– La conversión de san Pablo de Vincenzo Camuccini (1834), para la basílica de Basílica de San Pablo Extramuros en Roma.
Católicos, falsos conversos: la gran mayoría, un contraejemplo
Muchos obispos han demostrado ser incapaces de proteger a sus ovejas de abusadores y depredadores. Otros muchos han demostrado ser meros gestores de la hodierna decadencia, luchar contra un diabólico sistema, incapaces de atraer a la fe a nuevas generaciones o mantener a las generaciones nacidas en familias cristianas. Lo mismo se puede decir de párrocos, líderes eclesiales y grey media con acceso a recursos, personal e instalaciones. Y sin acceso a ella. Timoratos, inoperantes, cobardes. Y un altísimo porcentaje de ellos, trastorno narcisista de personalidad, dizque. Auténticos psicópatas. Ellas, preferentemente. ¿Atrae la vida clerical o eclesial a personas con este destrozo psicológico que solo deja insuperable maldad en todo lo que tocan? Evidentemente, sí…
…Y cito Gaudium et Spes, número 21. «El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo».
Esto se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto del necesitado.
Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del Evangelio y se alzan como signo de unidad«…
…Pues eso, en su inmensa mayoría, lo contrario a lo transmitido por la Tradición. Falsos conversos, creadores de apostasía y ateísmo, forjadores de desesperanza, paradigmas de impiedad. En fin.
Autor

- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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Bueno, tenga ud. en cuenta, don Luys Coleto, que los Apóstoles huyeron por miedo a morir del Huerto de los olivos el Jueves Santo cuando el Maestro fue apresado, que Pedro sacó valientemente su espada para defenderlo, que le obedeció (con lo que cuesta obedecer en esa situación) cuando le ordenó envainarla para poder cumplir la infinitamente santa Misión Salvadora y Redentora de toda la humanidad por la que se encarnó en María Santísima, pero que acabó negándole tres veces. ¡Negar a Cristo tres veces! después de haber sido testigos de tantísimos milagros y después de haber confesado que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Mesías, el Verbo Encarnado, Dios mismo hecho Hombre. ¡Qué dolor, Dios!¡Qué mayor horror que los mejores hombres que han existido, fallaron a Dios, Infinita Bondad, por amor propio, por querer salvar sus vidas!
Si estos 11 hombres santos y puros como pocos en muchas generaciones (excluyo de ellos al traidor Iscariote, no por odio, sino por pena tremenda de su apostasía), los Apóstoles, de los que los católicos de hoy, del siglo XXI no somos dignos de llevarles las sandalias, le fallaron de esta manera al Señor, aunque todos ellos fueron perdonados por el mismo Señor (no se olvide esto, especialmente los más inmisericordes endurecidos como la más dura roca, que no pasan ni una), ¿qué se puede esperar de una chusma miserable como nosotros, los católicos de hoy, acosados por tanto materialismo, tanta vanidad, tanto consumismo, tanta política, tanto medio de manipulación, tanta ley y reglamentación diabólica, tanta persecución sutil y encubierta, tanto reclamo, tanta concupiscencia, etc.?¿Puede acaso alguien hoy vivir sin cometer ni un solo pecado? Nadie es lo suficientemente fuerte para resistir todas y cada una de las tentaciones a las que cada hora nos vemos sometidos por el demonio, actualmente muy activo en todo orden, como si le apremiase más que nunca llevarnos a todos al infierno, a la vista de lo extraordinariamente pecaminoso que se ha vuelto el mundo en el que vivimos, sin apenas oposición a tanto mal, como si la gente ya da por hecho que el mal es lo normal. Por eso necesitamos la gracia de Dios como los niños bebés o pequeñitos necesitan el cuidado de sus padres, porque sin Dios no podemos hacer nada. Los políticos de derechas y de izquierdas y sus votantes necesitan el Estado, y nosotros los católicos necesitamos a Dios para que nos ayude a no pecar más, ni siquiera en lo más venial.
Tal vez los de la «Tradición» esa de la que usted escribe, sr. Coleto, entiendo que diferente a la tradición farisea de los judíos asesinos de Cristo e hijos del padre de la mentira (Jn 8, 44), sí y sean perfectos como Nuestro Padre celestial es Perfecto y no cometan nunca y en ningún lugar y momento pecado alguno porque «ellos lo valen y lo merecen», sean totalmente fuertísimos contra todo tipo de tentaciones a las que siempre vencen y sean siempre valientes, castos, puros, santos, dispuestos siempre a rechazar a satanás y su sistema, y capaces de hacer milagros para atraer a Cristo a legiones de conversos en un mundo, repito, que está sometido a un diluvio de hedonismo, materialismo, amor al dinero y las riquezas, venta de almas por un plato de lentejas, deseo de protagonismo o visibilidad, deseo de fama, deseo de ascenso social, reputación académica, científica, profesional y social, acción política, egolatría, «derechos» a capricho a todo lo malo, obligación ninguna, yo, me, conmigo, etc. Tal vez hay católicos fieles a esa «Tradición» mejores que los mismísimos Apóstoles que se puedan permitir el lujo de ser jueces y de reprochar a los demás que somos una chusma que merecemos el infierno y que somos todo lo peor y más falsos que el Iscariote, cuando en realidad el demonio es capaz de engañar a los mismos elegidos (Mt 24, 24). Quizá el problema sean los falsos doctores y profetas, como los políticos, que han seducido a los mismos sucesores de los Apóstoles y con ellos al resto del rebaño de Dios. Pero creo que no somos los únicos en no divisar por parte alguna este tipo de fieles a la «Tradición» de la que usted escribe. Tal vez lo que para los hombres es aceptable y deseable, para Dios es también abominable.
En efecto, somos una generación perversa y adúltera los católicos de hoy día, aunque tampoco somos muy diferentes de los que había en España en los años treinta del siglo pasado, incluso los que murieron en Paracuellos del Jarama y en multitud de chekas, fosas, paredes de cementerio, cuadras, bosques y paseos en la parte de la patria que controlaron los rojos y antiespañoles, por ir a misa, a manos de los que nos tildaban de pro sistema burgués y reaccionario y enemigos del progreso y la revolución proletaria. De hecho, hoy día, a diferencia de entonces, estamos pero que muy señalados con la X del IRPF (los de los sindicatos, patronal y partidos políticos, ¿lo están?), que determina donde vivimos, nuestro teléfono, nuestra dirección y nuestros datos personales, incluso bancarios (que ya no son secretos, como todo el mundo sabe por el asunto del novio de la Ayuso. Y si eso hacen con los poderosos, qué harán con los mindundis católicos que son la chusma que no pinta nada en ningún lugar), para cuando vuelvan a sacarnos a punta de pistola y violentamente de madrugada de casa como hacían entonces los milicianos o como hacía el NKVD con incontables ciudadanos de la URSS desde Lenin a Gorbachov, algo de lo que no estaremos muy lejos con tanto «amigo de los católicos» como los que hay hoy día.
El Señor no vino a llamar a justos, sino a pecadores. Comía con prostitutas, con ladrones (recaudadores de impuestos o publicanos) y con pecadores, para escándalo de la tradición farisea. Y eso somos todos los que acudimos al Señor, pecadores. Porque cuando uno tiene una dolencia, acude a quien puede curarla en verdad. Vamos a misa porque amamos a Cristo más que a nadie y a nada y porque queremos que Él nos trasforme en santos, es decir, hombres que hagan su Santísima Voluntad en nuestras vidas de chusma social cada vez más marginal y despreciada, aunque hacernos santos sea imposible en términos humanos, pues creemos firmemente que Dios lo puede todo, que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios que nos ama hasta el extremo a todos, hasta el punto de haber pasado por toda desgracia y dolencia el mismo hasta la muerte en Cruz, para salvarnos a todos, incluso a los que odian la Iglesia y a sus fieles católicos o para sus «amigos» que tanta buena prensa vierten sobre nosotros.
Que no endurezcamos nuestros corazones y que seamos misericordiosos, pues de otro modo, no podremos alcanzar la Misericordia de Dios.