18/12/2024 06:39

Yo no sé si el estado de entontecimiento de los españoles les impide darse cuenta de que los partidos dominantes has secuestrado el poder soberano del Estado que con tanto trabajo construyó –de la nada- el General cuyo nombre ya no se puede pronunciar. Y ello pese a que ambos partidos dominantes no se dedican a otra cosa que a mamar de las generosas ubres del presupuesto público de ese Estado que ellos no han creado ni saben gestionar.

Pues bien; un secuestro no es otra cosa que mantener inerme a alguien, de tal modo que las amenazas que se hacen a su familia, a su organización o a la sociedad misma en la que vive, les permitan a los secuestradores obtener ellos todo lo que deseen.

Que el poder soberano español ha sido secuestrado por los partidos es algo que cada día se va viendo con mayor claridad. El proceso se da de un modo cristalino en los Estados comunistas en los que se llega a decir sin pestañear que el derecho público no tiene necesidad alguna de prever un control de la discrecionalidad ya que por principio el partido político siempre usa del poder conforme a la ley.

El problema es un poco diferente en los casos de democracias liberales en las que, como ocurre en España, se favorece el nacionalismo para debilitar el poder del Estado. Ya empezamos mal se podría decir. Si además de ello resulta que en los estudios superiores de esos países no se cultiva en absoluto la formación de los cuadros directivos y que por tanto, de un modo inevitable, se va logrando que, como advierte Hayek en su obra “Camino de servidumbre”, los peores se pongan a la cabeza, ya tenemos todas las papeletas para que dos partidos dominantes de esa sociedad fragmentada se concierten para, por turno más o menos pacífico, secuestren la soberanía para mantenerse en el poder, lo que es tan sólo una primera etapa, porque al final siempre se llega a la hegemonía del partido más agresivo, que es el socialista.

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Y caben dos modos de secuestro del poder soberano; uno, si se aprovecha la debilidad institucional para dar el golpe, como ocurrió en 1931, como ocurrió en la crisis de los GAL o como se preparó el golpe electoral tras el atentado del 11 M. Pero también cabe que se lleve a cabo en el propio ejercicio del poder, como ocurrió cuando se aprovechó el montaje mundial de la pandemia para someter al pueblo soberano, o como se está ahora haciendo para someter al pueblo de una Comunidad Autónoma. En estos casos está claro que el poder no se ejerce para servir al interés público y al bien común, sino para mantenerse en el gobierno. Y en eso están concordes los dos partidos dominantes en España, sin que su pertenencia a la U.E. sea garantía alguna para que se respeten los límites que debería imponer el respeto al Estado de Derecho. La benevolencia del PP hacia la UGT sea suficiente para demostrarlo.

Procédase pues ahora a valorar en todo su horror lo que está ocurriendo en España con motivo de la Gota fría que ha asolado Valencia el pasado mes de octubre. Porque lo horrible que ha ocurrido con la Gota fría, con serlo, no llega al nivel de horror que supone el comportamiento del poder político que, encastillado en su prepotencia, primero ha estado descuidando de modo imprudente el control y cuidado de las cuencas hidrográficas, para después negarles a los ciudadanos del Valencia toda la ayuda que tiene la obligación de ofrecerles, sancionándolos por así decirlo por el hecho de que se trataba de una Comunidad gobernada por el partido rival.

Pero es que el horror no se detiene ahí, ya que toda España parece estar sufriendo “el síndrome de Estocolmo” al soportar franciscanamente ese atropello, sin ningún tipo de acusación pública al poder, algo que, en un Estado que merezca tal nombre, en modo alguno debe hacerse por medio de manifestaciones multitudinarias sino a través de las herramientas políticas de resistencia. Pero todo da a entender que el socialismo liberal (esto es, el pacto entre los dos partidos dominantes) ha maniatado ya suficientemente a las instituciones de modo que la resistencia empieza a ser imposible: España está políticamente anestesiada con el veneno de la moderación que tacha de extremismo al único Partido político que está gritando libertad.

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 No sé si lo que ha ocurrido es suficiente para que los españoles se despierten y comprendan que cuando el poder arrolla todos los límites que le impone el Derecho llegando al extremo al que ya hemos llegado, lo que resulta totalmente suicida es que el rechazo ciudadano se limite derribar al Gobierno en el poder, desconociendo que el otro partido dominante se encuentra exactamente en la misma disposición de ánimo, es decir que es parte del proceso que inevitablemente está llevando a España al socialismo.

Es imposible no parafrasear aquí a Santiago Posteguillo: si en el decadente Imperio Romano eran los políticos los que se asesinaban unos a otros, son ahora entre nosotros las dos Españas de Machado –entiéndase aquí el citado bipartidismo de turnos— las que, juntas, asesinan al pueblo.

Javier Montero. Licenciado en Derecho

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Surreal

El enemigo, que también manda en nuestros políticos, nos la ha metido mafiosamente a traición

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