24/11/2024 14:09
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Luciano Nicolás Gallardo es esposo y padre de seis hijos. Es miembro de la Venerable Orden Tercera de Santo Domingo de Guzmán. Tiene 42 años. Vive en San Carlos de Bariloche, Río Negro, Argentina. Es Profesor de Lengua y Literatura, Licenciando en Letras con especialidad en Literatura e historiografía medieval castellana por la Universidad Nacional de Río Negro. Ha realizado ayudantías en la Cátedra de Literatura española de la Universidad Nacional de Río Negro y trabajó en varios proyectos de investigación en la misma institución. También es Diplomado en Humanidades y Ciencias Sociales (UNRN) y Diplomado en Pensamiento Tomista (UFASTA); ha recibido formación Filosófica y Teológica (SSMMD). Hace más de diez años que se dedica a la enseñanza en nivel secundario, impartiendo clases de Letras, Historia y Humanidades en general. También es creador y director de la Academia Amor a las Letras cuyo objetivo es promover el estudio de las buenas y bellas Letras.

¿Cómo nace la Academia Amor a las letras y con qué objetivos?

La Academia Amor a las Letras surge principalmente como una moción de Dios. Decidí ponerle ese nombre inspirado en el famoso libro de Dom Jean Leclercq OSB: El amor a las letras y el deseo de Dios. Hacía tiempo que venía pensando la posibilidad de poder brindar cursos principalmente inspirado en el lema dominicano que también enuncia Santo Tomás en la Suma: contemplata aliis tradere; poder transmitir aquello que he contemplado en mi vida.

Es también una forma de hacer llegar a otras personas aquello que he recibido de otros, de grandes maestros, de grandes personas. Así que principalmente creo que surge como una obra que busca transmitir una herencia, un legado. Es lo propio de la tradición, el famoso tradere paulino. Es un poco lo que los monjes hicieron para levantar las murallas de la cultura cristiana.

A mí, como a muchos católicos, se me ha confiado, gratis date, una riqueza inmerecida, por parte de Dios, y creo que Él mismo me pide que pueda también transmitirlo a otras personas. Todo es fruto de mis circunstancias de vida, de mi formación, y como dije antes, de los grandes maestros que he tenido, como asimismo de mis lecturas y relecturas. Todo es fruto de haber contemplado, rumiado y saboreado, tantos textos valiosos que conforman nuestro patrimonio cultural.

Ciertamente la Academia Amor a las Letras surge también como una obra familiar; esto no es una obra personal, es una obra de toda mi familia en la que colabora mi esposa, siendo un pilar fundamental que me sostiene en mi labor. Sin ella no podría tampoco realizar esto. Yo soy docente y gran parte del tiempo lo paso dando clases en un colegio secundario. Por las tardes estoy en casa, con mi familia y es allí donde me hago de tiempo para preparar mis cursos.

Creo que también humildemente puedo contribuir con lo que he recibido difundiendo el bien, la verdad y la belleza; los famosos trascendentales.

¿Por qué detrás del amor a la lectura va implícito el amor a las buenas lecturas?

Cómo se suele decir, hoy en día se lee mucho, se lee de todo. Pero no da igual qué leer. Estoy convencido de que es importante retornar a los clásicos, o como decía John Senior “los buenos libros”. Estas obras son un pórtico para ingresar a lo mejor de nuestro patrimonio cultural.

Claro que es bueno leer, pero lo más perfecto es leer y releer los buenos libros. Ante la pregunta de qué leer, dicen que el Padre Castellani respondió: -No hay tiempo, lea los clásicos.

¿Somos conscientes los católicos del gran caudal que los miembros de la Iglesia han aportado a la cultura universal?

Los católicos desconocemos el invaluable aporte que ha realizado la Iglesia a la cultura universal. La Iglesia colaboró en la edificación de la cultura occidental, siendo su periodo de esplendor la denominada Cristiandad. Tal como afirma León XII en su famoso texto Inmortale Dei: “Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad”. Y eso redundó en las artes, las ciencias y las escuelas del pensamiento filosófico y teológico.

¿Cuáles son los principales cursos que ha dado hasta ahora?

Los cursos que he dictado tuvieron como punto de partida un ciclo de doce clases dedicadas a una aproximación a la literatura medieval española (s. XII-XV). Hemos recorrido brevemente las principales obras de ese período, entrelazando la literatura con la historia y con cuestiones filosóficas y teológicas.

Ese primer curso dio lugar a otro breve, dedicado a la institución de la caballería. Luego le siguió un curso sobre El principito. Ambos de cuatro clases cada uno. Ahora tenemos a las puertas un ciclo de doce clases dedicado al magnífico Siglo de Oro español. El mismo va a estar dividido en tres bloques, de cuatro clases cada uno, que se podrán hacer individualmente pero que componen una gran unidad temática.

¿Por qué han dedicado un curso al clásico El principito, al que considera maestro de humanidad?

La idea es poder impartir cursos sobre clásicos literarios de todos los tiempos. El Principito es uno de ellos. Es un libro que contiene una riqueza magnífica y que proporciona la posibilidad de trabajar lo humano, que es un tema bien saintexuperiano. No entiendo la humanidad como un fin en sí mismo, sino como la base sobre la cual actúa la gracia. Por eso es importante trabajar en la naturaleza humana, porque es el humus, la tierra, sobre la que ha de brotar la obra de la gracia.

El curso sobre El Principito buscó abordar cuatro ejes: El Principito como modelo de educador y de educando; El Principito y la filosofía; El Principito como maestro de amor; por último, El Principito y la infancia espiritual.

El laicismo, que también invade la literatura, ha querido despojar a la obra de Saint Exuperý de su aspecto religioso, que por cierto es evidente. Todas las obras del escritor francés se entrelazan entre sí de manera magnífica. Creo que es un autor que está pendiente de profundizar por parte de la crítica literaria de los intelectuales católicos.

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También ha dedicado un curso a la literatura medieval española…¿Dónde está su principal riqueza?

Hemos decidido dictar un curso sobre la literatura medial española considerando que la mayor riqueza reside en ser una de las fuentes del legado que hemos recibido aquí en América por parte de España. Sabemos que ese período que por mera convención denominamos medieval, de alguna manera se extendió por la obra de los conquistadores y de la Iglesia, al paso de la Cruz y de la espada, en estas tierras y han sembrado los fundamentos de nuestra cultura, civilizada por la mejor España de la historia.

Por otra parte, también dedicar un curso de literatura medieval española significa poder detenerse en los albores de nuestra lengua, y con ella todo lo que se transmite, no solo la literatura, no solo la fe que desborda por todas las obras literarias de dicho periodo, sino también una forma mentis, una forma de ver y comprender el mundo. Es, especialmente, una clave para comprendernos también a nosotros mismos. También podemos pensar que la riqueza de la literatura medieval española está en ese ideal, en ese espíritu que transmite y que ha sido el espíritu y la impronta de la Iglesia por mucho tiempo; es justamente el espíritu militante solventado en la oración, en la fe, en la devoción a Nuestro Señor Jesucristo, a su Santísima Madre, a Santiago y a tantos santos.

Es muy difícil desdoblar la literatura de la historia y de nuestra fe, por eso creo que conocer o aproximarse a las letras medievales castellanas nos da la posibilidad de conocer justamente ese mundo, nuestras fuentes, nuestras bases culturales, que son propiamente las que tenemos que recuperar en pleno Siglo XXI.

Relacionado con ello ha impartido otro curso sobre la caballería medieval…¿Qué valores de la misma están vigentes en nuestros días?

Quizás pueda parecer anacrónico hablar en pleno siglo XXI de una institución ya en desuso, ya desaparecida. Sin embargo, consideramos que hoy más que nunca es preciso hablar de la caballería otra vez como un ideal de vida, como un estilo de vida, como una forma de vida real, alcanzable y necesaria. La caballería, tal como la conocemos, surge de esa fusión de la cultura germánica con el Imperio Romano desmembrado y con la fuerza de la savia cristiana que comenzaba poco a poco a encender un auténtico foco de cultura.

Muchos consideran que es justamente la Iglesia la que comienza a darle forma, a educar este vigor, esta fortaleza propia de los pueblos germánicos. Va a surgir de ese trabajo, como enseña Chesterton en la Breve Historia de Inglaterra, el brazo armado del caballero y el culto a la Señora, la devoción a la mujer, la exaltación de la mujer por parte del caballero cristiano. Y esto ciertamente va a ser un distintivo propio del catolicismo. De allí también derivará la devoción por excelencia, el arquetipo devocional del varón cristiano: Notre Dame, Nuestra Señora, la Santísima y Bienaventurada siempre Virgen María.

Por eso, entre los impulsores fundamentales, encontramos a aquel varón, aquella llama de Occidente, como se lo llamó a este monje ardoroso y dulce a la vez, San Bernardo. Fue él quien le dio forma a una de las órdenes más importantes y con mayor influencia: la Orden de los Templarios o la Orden de los Pobres Caballeros de Jesús del Templo de Salomón. Fue el encargado de escribir su Regla, obra que se conoció como la Loa a la nueva Milicia. Y así, San Bernardo nos va a desgranar una especie de tratado Místico, una espiritualidad de la caballería, no solamente marcando las obligaciones y los deberes del caballero cristiano, sino por sobre todo, nos va a mostrar la importancia, la prioridad de la contemplación por sobre la vida activa, la importancia de una vida interior que ha de encender el alma y el corazón del caballero cristiano. Por eso San Bernardo los convertirá en auténticos monjes caballeros. La designación de estos nombres, el orden sintáctico, nos marca también una profunda semántica, como diría Carlos Disandro, que es la prioridad de la contemplación por sobre la acción.

Algunos enseñaron también que cuando los Caballeros hablaban de las Cruzadas, se referían a ella en dos modos. Primero, como la Gran Cruzada, que era aquella que se libraba en el corazón del caballero cristiano, donde debía aprender a dominarse a sí mismo, ser señor de sí mismo. En eso consistía ser noble y establecerse una jerarquía que se debía cumplir, antes que nada, en la propia persona. Y esa era la Gran Cruzada. Y una vez que eran capaces de dominarse a sí mismos, estaban preparados mediante la disciplina, la ascesis y la ejercitación para la Pequeña Cruzada, que era aquella que buscaba combatir al infiel, recuperar las tierras de veneración cristiana, Tierra Santa por excelencia, y custodiar los caminos de los peregrinos de aquella Europa medieval.

Cuando uno mira el mundo moderno, el mundo contemporáneo, vemos que no hay ideales, vemos que la figura del varón está debilitada, vemos que parece que no existieran arquetipos. Por eso la necesidad de volver a recuperar este espíritu de la caballería cristiana, que ha de ser a la vez remedio para las dificultades y los problemas del mundo actual. El varón necesita nuevamente ser educado, necesita nuevamente ser señor de sí mismo, necesita ser, como decía al padre Castellani, un noble que sepa aplicar a sí mismo el rigor de la ley para exigirla después a los demás. El varón debe volver a mirar a Cristo como su arquetipo principal. El Varón debe aprender a amar como Cristo ama a su Iglesia, y sólo de esa forma el varón, ordenado por la vida de las virtudes, va a poder hacer frente a los avatares de las tempestades modernas, las ideologías, las impugnaciones contra la fe, la lucha y la repulsión que siente el mundo por la Iglesia en la modernidad. Esto es necesario, hay que volver a las fuentes, hay que recuperar los arquetipos, los modelos, las causas que operan como ejemplo para que el varón cristiano vuelva otra vez a ser un noble caballero. Ese orden también viene dado por la devoción Nuestra Señora, aquella devoción típica que se extendió por toda Europa, en cada iglesia, cada monasterio, cada catedral, pero por sobre todo, en el corazón de cada caballero.

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Por eso veo necesario también dar a conocer la caballería medieval. Ella es el antídoto, el bálsamo que puede sanar al hombre enfermo. Por eso, más que nunca, considero que, en serio, volver a los arquetipos, volver a los clásicos que nos educaron de niños, los cuentos de hadas, las sagas medievales. Allí tendremos nuestros arquetipos, pero por sobre todo, también retornar a la figura de los grandes héroes y los grandes santos. Como esos versos del poeta Leopoldo Marechal: hemos de trazar la cruz vertical de los santos, atravesada por el peregrinar y el accionar horizontal de los héroes. Ellos han de ser nuestros modelos, estos han de ser nuestros arquetipos. Debemos restaurar la fe en el mundo y esa restauración viene también por la restauración personal de cada uno. Y el varón, en tanto cabeza, tiene la misión de restaurar también la sociedad.

Considero que es importante conocer las raíces de la caballería, cómo surge, dónde surge, con qué finalidad. Debemos conocer la obra de San Bernardo y los Caballeros Templarios, las grandes órdenes militares, las grandes obras de la caballería como las Cruzadas. Y hay que aprender también de ese triunfo que brota de la derrota, paradojalmente tal como enseñó Castellani en la Oración por nosotros los vencidos. Tenemos también que mirar cómo la literatura reflejó a la caballería, en nuestro caso particular, la literatura castellana, plagada de ejemplos magníficos de obras bellísimas sobre el obrar del caballero. Pero también volver a esas obras universales, clásicas, que eran los cantares de gesta, Beowulf, El Rey Arturo, Roldán, El Cid que contienen modelos y arquetipos. Se ha de recuperar todo ese mundo, toda esa imaginería, para que, junto a Chesterton, podamos decir que lo importante consiste, más allá de demostrar que existen los dragones, por sobre todo, tener la certeza de que los dragones pueden ser vencidos.

No podían faltar varios cursos sobre el glorioso siglo de oro español…¿Por qué van a empezar con los grandes místicos?

Comenzaremos por los místicos porque estamos firmemente convencidos de la primacía de la contemplación por sobre la acción. Ellos fueron el alma de la auténtica reforma de la Iglesia frente a la herejía protestante. La mística de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, de Fray Luis de León y de Fray Luis de Granada fue una mística sustentada por la mejor teología católica. Gozó de una absoluta ortodoxia y fidelidad a la Tradición. En los místicos se concilia de manera sublime lo mejor de nuestra lengua y de nuestra literatura con las alturas más sublimes de la vida espiritual. En estos místicos tenemos a grandes maestros, ancoras seguras para nuestro camino al cielo. Es un tesoro que no nos podemos permitir desconocer y desperdiciar. Son una gracia para toda la Iglesia.

Igualmente fueron muy importantes los poetas, los dramaturgos, autores de actos sacramentales…

En un momento donde el hombre se encontraba golpeado por el antropocentrismo renacentista, por la herejía y la relajación de las costumbres, surge un grupo de escritores que supo poner lo más noble y lo más sublime mediante la expresión poética. Pensemos en tantos versos inmortales dedicados a Nuestro Señor Jesucristo o a Nuestra Madre, la Bienaventurada Virgen María.

El teatro se elevó, poniéndose al servicio de la predicación de las grandes verdades de nuestra Fe. Y así, de pronto, culturizar persona podía escuchar las mismas verdades predicadas por los clérigos, presentadas en los autos sacramentales o inmortalizadas en los versos de un soneto. Las letras se ennoblecieron al ponerse al servicio de la Verdad, el Bien y la Belleza. Las palabras eran un eco del Verbo eterno; las palabras hablaban de eternidad.

¿Por qué Cervantes y El Quijote merecen un curso específico?

Cervantes y especialmente su obra Don Quijote de La Mancha, es el culmen del Siglo de Oro español. Por eso le dedicaremos un curso específico. Hablaremos de la vida de Cervantes, de las características de El Quijote, del ideal de caballería cervantino y por último un aspecto un tanto sui generis: nos referimos a la lectura y a la recepción del Don Quijote en la obra y persona del Padre Castellani.

Esta obra de Cervantes ha sido objeto de múltiples lecturas, en su inmensa mayoría erróneas y afectadas por cuanta ideología brota en estos tiempos. Nosotros proponemos una lectura integral arraigada en lo mejor de la tradición literaria.

El quijotismo es también un modo elevado de vida, muy necesario para los tiempos que corren. Esperamos que no se pierdan estos cursos que prometen.

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Este jueves en el canal La posada Errante estará Luciano y tendrá una gran charla sobre libros, escritores, y la búsqueda de la Verdad.
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Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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