21/11/2024 13:12

Con la intención de dejar atrás un pasado caracterizado por el fracaso político, social y económico el socialcomunismo decidió cambiar de nombre para pasar a llamarse socialismo del siglo XXI. A la luz de los acontecimientos, dicho cambio tan solo ha constituido un recurso retórico de carácter meramente ornamental, ya que, aparte de la sustitución de la lucha de clases por la lucha de identidades, el objetivo último de dicho socialismo de nuevo cuño ha continuado siendo la construcción de una sociedad distópica donde la exigencia de igualdad en todos los ámbitos de la vida resulta incompatible con el ejercicio de la libertad individual. En consecuencia, el socialismo del siglo XXI desde su irrupción ha venido caracterizándose por la implementación de unas políticas esencialmente totalitarias, represivas y colectivistas.

Un ejemplo paradigmático del socialismo del siglo XXI lo constituye la Venezuela chavista. Así, echando la vista atrás, tras un intento fallido de Golpe de Estado contra el Gobierno de Carlos Andrés Pérez en febrero de 1992, Hugo Chávez, al frente del Movimiento Quinta República, alcanzó la presidencia del Gobierno de Venezuela en las elecciones celebradas el 6 de diciembre de 1998. Ya en sus primeros meses en el poder H. Chávez impulsó una serie de reformas sociales como parte de un programa de gobierno al que denominó “Revolución Bolivariana”, la cual presentaba evidentes connotaciones socialistas. En el ámbito político el chavismo se ha caracterizado por la eliminación de la oposición democrática, el abuso de poder mediante el continuo recurso a las “leyes habilitantes”, el control de los medios de comunicación y la corrupción gubernamental, militar y policial. A su vez, en el ámbito económico, la revolución bolivariana trajo consigo la economía planificada acompañada de un desmesurado aumento del gasto público y un progresivo e inasumible endeudamiento del Estado, la nacionalización de la mayor parte del tejido industrial del país y la dependencia absoluta del petróleo. Todo ello supuso un notable aumento de la represión ciudadana y una notoria disminución de la calidad de vida de una gran parte del pueblo venezolano.

Tras la muerte de H. Chávez en 2013, accedió al poder Nicolás Maduro, un personaje semianalfabeto con aspecto y modales de orangután, el cual antes de convertirse en lugarteniente del fallecido dictador tan solo había alcanzado el cargo de conductor de autobuses, lo cual viene a poner de manifiesto que no podía ser de ninguna manera la persona idónea para ostentar el cargo de presidente de Venezuela. A pesar del notable fracaso de las políticas chavistas, N. Maduro, incapaz de enmendar la plana a su predecesor en el cargo, en parte por su apego al poder y en parte por su falta de sustancia gris en la corteza cerebral, continuó por la senda del totalitarismo y el estatalismo asistencialista propios del socialismo del siglo XXI. Como las desgracias nunca vienen solas aconteció en 2015 la crisis del precio del petróleo, de tal forma que la industria petrolera venezolana, que era lo único que sostenía el PIB del país, se derrumbó al pasar el precio del barril de crudo de 107,95 dólares a 26,18 dólares en cuestión de unos pocos meses, deteriorando aún más la ya depauperada economía venezolana. Así, debido a la crisis socioeconómica en la que estaba sumido el país, en las elecciones parlamentarias de 2015 la oposición democrática obtuvo una incontestable victoria. Para corregir la paupérrima situación en la que estaba inmersa Venezuela, la Asamblea Nacional recién conformada decidió iniciar los trámites para llevar a cabo un “referéndum revocatorio” que permitiera expulsar a N. Maduro de la Presidencia del Gobierno, ateniéndose en todo momento a los pasos marcados por la Constitución venezolana. Sin embargo, la iniciativa de la nueva mayoría parlamentaria no cuajó debido a que N. Maduro lo impidió de forma tan ilegítima como ilegal, gracias a tener en sus manos el Poder Ejecutivo a través de la Presidencia del Gobierno, el Poder Judicial, mediante el control del Tribunal Supremo de Justicia, y el Poder Militar, en virtud de las prebendas otorgadas a la cúpula de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. De hecho, la Asamblea Nacional fue inhabilitada, abriendo el chavismo un proceso para conformar una Asamblea Nacional Constituyente. Dicho proceso se desarrolló con las cartas marcadas debido a que los líderes políticos enfrentados al régimen fueron encarcelados o exiliados, lo cual propició que la oposición democrática decidiera no participar en una elecciones adulteradas de partida, dando todo ello como resultado final el triunfo absoluto del oficialismo chavista.

Para que nos hagamos una idea del grado de represión llevado a cabo por N. Maduro un informe de la Organización de Estados Americanos señala que el régimen chavista ha llevado a cabo más de 10.000 ejecuciones extrajudiciales y ha encarcelado a miles de venezolanos por oponerse al régimen. Si a ello unimos que más del 50% de la población vive en la pobreza extrema y que la delincuencia se ha disparado hasta convertir a Caracas en una de las ciudades más peligrosas del planeta, no es de extrañar que Venezuela se haya convertido en un auténtico polvorín a punto de explotar, explicando todo ello la huida del país de más de 7 millones de venezolanos.

En este estado de represión, violencia y miseria y el pasado 28 de julio se celebraron unas elecciones generales en las que se enfrentaba el oficialismo chavista liderado por N. Maduro contra la Plataforma Unitaria Democrática (PUD) liderada por María Corina Machado, si bien, al no poder presentarse a las elecciones por estar inhabilitada por el chavismo, el cabeza de cartel del grueso de la oposición democrática fue Edmundo González Urrutia. Cabe destacar que ya antes de las elecciones N. Maduro amenazó directamente a los venezolanos con “un baño de sangre y la guerra civil” si no ganaba las elecciones, lo cual viene a demostrar la absoluta falta de convicciones democráticas y las pulsiones asesinas que impulsan el quehacer político del líder del socialismo venezolano. No es de extrañar, por tanto, que tras la celebración de las elecciones el Centro Nacional Electoral (CNE), controlado por el chavismo, diera como vencedor del proceso electoral a N. Maduro, sin mostrar, como es preceptivo, las actas electorales, consumándose así un fraude electoral en toda regla. De hecho, el grupo de observadores independientes del Carter Center, tras analizar lo acontecido, emitió un comunicado en el que dejaba patente la falta de transparencia en el proceso de recuento de los votos y la manipulación de los resultados electorales por parte del CNE. Contrastando con este posicionamiento, el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, siempre dispuesto a ponerse del lado de los dictadores latinoamericanos -debido probablemente a una codicia parangonable a la de Dómine Cabra, pero sin el atenuante de la necesidad- dio por buenos los resultados, demostrando con ello que además de mediocre es un personaje absolutamente corrupto.

En cualquier caso, con la sana intención de poner de manifiesto el colosal fraude electoral de la CNE Mª Corina presentó las copias del 81,7% de las actas electorales, demostrando con ello que mientras E. González había obtenido el 67% de los votos, N. Maduro tan solo había logrado el apoyo del 30% de los electores. A partir de tan esclarecedores y contundentes datos, tanto la ONU como la gran mayoría de las democracias occidentales e incluso algunos líderes socialistas del Grupo de Puebla dieron como vencedor de los comicios a E. González, mientras que el “eje del mal”, constituido por China, Rusia, Corea del Norte, Irán, Cuba, Nicaragua y Bolivia, mostraron su apoyo explícito a N. Maduro.

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A pesar de todo el líder bolivariano continúa aferrado al poder sin dar hasta el momento ningún viso de aceptar la derrota, razón por la cual los venezolanos se lanzaron en masa a las calles pidiendo que se respetara la voluntad del pueblo expresada en las urnas. Frente a las ansias de libertad del pueblo venezolano el sátrapa bolivariano ha respondido con una represión brutal, de tal forma que a día de hoy las fuerzas policiales han asesinado a más de una decena de manifestantes y ha detenido a miles de venezolanos, demostrando con todo ello el carácter totalitario del régimen chavista.

Tan descomunal exhibición de violencia gubernamental desencadenó el pasado 17 de julio una ola de protestas en 300 ciudades del mundo que congregó no solo a millones de venezolanos, sino también a millones de personas de muy diferente nacionalidad, todos ellos unidos por el ferviente deseo de expulsar del Palacio de Miraflores a N. Maduro y así posibilitar la restauración de la democracia en Venezuela.

Ya en clave nacional, entre los millones de personas que se manifestaron a lo largo y ancho del planeta destacó la presencia en Madrid de Isabel Díaz Ayuso, la cual, tan poderosa como siempre, no quiso dejar pasar la oportunidad de mostrar su apoyo sin reservas a la liberación del pueblo venezolano de las ataduras impuestas por la dictadura bolivariana. En contraste con tan encomiable posicionamiento, P. Sánchez ha mostrado un ominoso silencio cómplice, probablemente por estar más pendiente, por un lado, de destruir a la nación española a base de concesiones y prebendas al independentismo catalán y vasco y, por otro lado, de tapar la corrupción que afecta a su entorno familiar y político mediante el ataque permanente a la independencia judicial y a la libertad de prensa. Y es que, como dice el refranero español, “Dios los cría y ellos se juntan”.

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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