24/11/2024 01:18

Si las izquierdas rojas fueran de veras superiores a sus adversarios admitirían sin recelo el dictado de la naturaleza, esa armonía consustancial al universo que trasciende que el orden y la justicia exigen que lo inferior se someta a lo superior, una proclama natural, y por tanto accesible a la noble razón, que los rojos jamás querrán entender, precisamente porque saben que el destino ha hecho de ellos algo subalterno e insalubre. Y es esa conciencia de su inferioridad lo que les hace envidiosos de la excelencia, y resentidos en consecuencia contra el mundo y su majestuosa eufonía.

De ahí que, para blanquear sus crímenes y su odio a la vida y a los individuos moralmente bien formados, el agitprop socialcomunista ha escrito siempre su historia de espaldas a la realidad. Y como justificación de sus fantasías ha tenido que inventarse una impostada superioridad moral con la que fingir la posesión de cualidades especiales para enaltecer y conducir a las masas al progreso. Justo lo contrario de lo que dicen la experiencia y las crónicas y que los ciudadanos sin anteojeras pueden observar en esa realidad histórica que se pretende abolir. Y ello por una razón muy simple: el mal y el rencor, que aceptan regalos secretos para torcer el curso de la verdad y de la justicia, nunca pueden llevar al bien y al afecto.

Mas ignorando siempre la testaruda realidad y amparándose en esa pretendida condición distintiva, las izquierdas rojas quieren convencer al mundo de que los períodos en los que no gobiernan son paréntesis de anormalidad, de ahí que tengan que retorcer la coyuntura, perdonándose a sí mismo sus crímenes, para retornar al poder y mantenerlo eternamente como sea. Pero, gracias a sus infinitos atropellos a la verdad y a esa porfiada realidad, es fácil advertir que en la índole del socialcomunismo está abominar de la democracia, aniquilar la libertad de expresión y oponerse a la convivencia mediante la transformación de toda estructura sociopolítica con el fin de adaptarla a sus intereses ideológicos, suprimiendo de paso a sus oponentes.

Esa ausencia de principios y de respeto a las leyes de la que se sirve para alcanzar sus objetivos ha conferido al socialcomunismo sus características violentas, abusivas y sanguinarias, agravadas, además, por el sadismo más inhumano. El rancio espectro rojo, que ansía robustecerse por cualquier medio ilícito para administrar el Estado a su medida y en su propio provecho, siempre se ha jactado de ello, mientras que a los demás les discuten todo lo discutible, y se lo niegan, incluidas sobre todo la religiosidad, la propiedad privada, la libertad y la vida.

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Y con tales convencimientos diabólicos, más sus policías políticas, sus jueces venales y sus medios apesebrados, pueden justificar insidias, devastaciones y agravios sin cuento, y creer que tienen derecho a gobernar contra toda razón y toda experiencia histórica. Lo malo de esta lacra sociopolítica es que ha sabido vender su impostura a una derecha bardaje que, incapaz de enfrentarle a las hemerotecas y oponerle el adecuado argumentario, ha llegado a la humillación de aceptar sus cuentos e incluso de comprárselos y reproducirlos con frecuencia. Una derecha servil que, acostumbrada a hacer trabajos sucios a favor de sus teóricos adversarios, ha llegado incluso a reivindicar a Azaña y a otros tantos ejemplos de discordia como paradigmas de concordia.

Sólo de unos partidos profundamente embrutecidos y perversos, carentes de civismo, moral y virtud, pueden salir monstruosidades como las que alumbran permanentemente las izquierdas rojas en todos sus ámbitos, ya sean económicos, culturales, intelectuales, educativos, sociales o políticos. Partidos con «putos amos», a los que sus sectarios idolatran y palmean, envidiosos y esperanzados en sustituirlos algún día, e ignorantes de que la adulación es uno de los más insidiosos, peligrosos y libidinosos males humanos, porque quien se deja adular, se ama a sí mismo desordenadamente.

Estos defensores del pueblo, al que no dejan de llevar día tras día al desastre cuando gobiernan, son como tigres en un corral de cabras, pero, de vez en cuando, según esté el patio, envían a los pensionistas y a los paupérrimos algunas migajas amplificadas por la propaganda oficial, y quieren que con esto se les tilde de generosos. Pero no hay nadie más avaro que ellos a la hora del reparto de lo que se han apropiado y debiera ser de todos, porque tienen la audacia de llamar a sus trampas, solidaridades, y a sus arbitrariedades, diálogos. Es así que un cebo engañoso, uno más, embauca a las estúpidas ovejas y también a numerosas fieras tertulianas de derechas.

Lo cierto es que las izquierdas rojas, tan pagadas de sí mismas, la única superioridad que tienen sobre la virtud es su falta de escrúpulos, esa carencia que les hace chantajear y atemorizar a las instituciones u ocuparlas para conseguir la impunidad de sus atroces delitos, y que luego su trompetería divulgativa la convierte en superioridad moral. Lo único importante para ellas es saber dónde está el poder y quién lo tiene. Para usurparlo. Y una vez expoliado y consolidadas en él, depredar al pueblo mediante la obscena exhibición de su poderío y su codicia.

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Los políticos rojos, soberbios y envidiosos por antonomasia, sólo son la caricatura representativa de una farsa trágica, de un engaño colectivo logrado mediante el abuso de la malevolencia. Sin invadir la justicia ni adueñarse de los encargados de ejercerla; sin utilizar las chusmas incendiarias pagadas para sus campañas de agitaciones callejeras; sin utilizar sus comisarios políticos extrayéndolos de la propia policía o del mismo pueblo delator, sin invadir las otras instituciones importantes para sus fines (ejército, educación, intelectualidad, sobre todo), las temidas hordas rojas serían tigres de papel, meras babosillas.

Simple mala gente, aunque siempre difícil de combatir, porque el mal nunca descansa, y menos aún el mal exacerbado. Pero que cualquier Gobierno firme y patriota, que actuara en consecuencia, podría controlar sin mayores problemas. Previa culturización del pueblo y previa reversión de la dignidad esquilmada y del antifranquismo sociológico que tan metódica y alevosamente le han inoculado.

Pero, claro, para luchar contra ese mal obsceno se necesitan almas fuertes y virtuosas, porque los grandes riesgos no aceptan a los cobardes. Espíritus convencidos de que, en la hedionda realidad de Occidente, sólo espera la esclavitud o la muerte. Y si este es el tenebroso horizonte que acecha a la humanidad occidental, «¿a qué vivir sentado en la tiniebla y consumir en vano una vejez sin nombre?», como ya advirtió Píndaro, en sus Olímpicas, hace veintiséis siglos.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Surreal

Elloe mismos creen que imponen dictaduras en pro del bien común y la igualdad pero no se han enterado que desde que aparecieron trabajan realmente para sus creadores y protectores: los usureros y genocidas grandes banqueros que ya mandan ladinamente en el mundo y están a punto de diezmarnos (incluidos los goyim de izquierdas) a jeringazos y de imponer su Nueva Dictadura Mundial 2030

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