A Nacho H, blanco
de la racialización.
«El neologismo “racializar” procede del inglés “(to) racialize”, que tiene sentidos como ‘imponer una interpretación racial a algo’ y ‘clasificar o identificar algo o a alguien en función de su pertenencia a un grupo étnico’ y otros cercanos» (RAE).
Cuando ya el tragacionista hispanoblablablante de raza caucásica había asimilado su condición de “incoloro” por inducción de la denominación (de origen) de cualquier otra raza “de color” —que, de modo experimental, ponía a prueba la capacidad de absorción del absurdo lingüístico-referencial que lo invisibilizaba con un eufemismo provisional de escasa fortuna—, los técnicos de la neolengua totalitaria, agentes del anglobalismo y lexicólogos del NOMbre de la Agenda 2030 preparaban propedéuticamente el camino a la versión corregida y aumentada de la discriminación racial positiva de cualquiera raza que no fuese la “blanca” mediante la “imposición” de otra entrada léxica: “racializado”.
Y si ya el pasatiempo infantil, de cuaderno de colorear, de “ciudadano o ‘persona’ de color”, manipulaba el espectro cromático racial de la múltiple antonimia gradual con la polarización dualista (y duelista, de paso) de la antítesis “de color” de los “seres de luz” (y más claro, agua) vs. “blanco”, decolorado, descolorido, translúcido, del terrible Hombre (sea mujer o varón) Invisible, la antítesis que proyecta el palabro “racializado”, troyano de neocolonialismo cultural —troll ideológico de la Inteligencia Artificial y bot de automatismo psíquico de la cIA—, supone un salto cualitativo (perdón por el marximalismo) en la estigmatización del blanco en el oscurantismo de la foto en blanco y negro.
Del mismo modo que “racializar” “impone una interpretación racial” (RAE dixit), el término entra en español como “préstamo” impuesto (préstamo forzoso y/o impuesto formal) desde las terminales mediáticas de la Hydra globalitaria, asentándose, con ese prestigio de la lengua pseudo-oficial mundial y la neopatía del hablablablante, sobre el sustrato verbal hispano del sufijo “-izar” (‘convertir en’), según el cual, y por analogía con “nacionalizar” o “españolizar”, significaría (¡y sigue significando, para el hablante sin alienar!), en el caso de inmigrantes —que no “migrantes”, pues la migración de las aves es de (ven-)ida y vuelta, aunque esta especie de patos bípedos implumes se hace sedentaria con tocar tierra española)—, de “migrantes racializados” (antes “de color”), significaría, decíamos, ‘naturalizarse’ como españoles, ‘españolizarse’ confundiéndose racialmente con ellos, en virtud del principio de la igualdad racial proclamada, mucho antes que por la declaración de los DD.HH., por las Leyes de Indias de los RR.CC. y valor social indiscutible hasta anteayer —habiéndose llegado a negar, incluso, en un exceso de celo, la existencia biológica de las razas, reconocidas en las otras especies.
Pues bien, ahí es donde lo racial se hace racialista, y por arte de birlibirloque, la raza no sólo existe sino que, en el caso de cualquiera raza que no sea la blanca caucásica, se interpreta como rasgo distintivo, digno de (dis)criminación positiva extensiva de oficio a todos sus individuos con carácter genérico, mediante la colectivización racial. Y aún diría más, de todos los individuos de todos las “colectividades racializadas” cuyo rasgo pertinente es el racial (étnico, cultural local), rasgo diferencial racializador que, por la misma regla, convierte mediante el reduccionismo a un dialéctico por no decir bipolar juego de opuestos, la raza blanca en la antítesis de la racialización global, carente de rasgo racial pertinente (si acaso, impertinente), irracial, arracial, irracializable y, por ende, en virtud de la inferencia implícita del cordón racialista, no racial, sino ¡racista!
Y ese trilerismo de la corrección política que envuelve un referente tabú en el papel de regalo del eufemismo, que pega el cambiazo de los significados en vivo y en directo para poder decir una cosa y la contraria a la vez, es norma del “lenguaje políticamente [socialmente] correcto” (y nunca mejor dicho, pese a la tan españolísima como errónea traducción del calco) de la neolengua anglobalitaria, de la jerga del buenista que invita y al primer tapón, zurrapa (por la solidaridad entra la peste, dirá el panoli escarmentado), de la jerigonza del filántropo del ojete multicolor del arco iris que blasona “del rey abajo”…, casi todo el mundo, y se remonta, más allá del doblepensar de 1984 de Orwell (otro anglosajón más, a fin de cuentas), a siglos de manipulación de la relación entre el pensamiento y la realidad por parte de la Anglosfera —históricas “leyes de tolerancia” para nombrar sus decálogos de prohibiciones, p. e.—, el gran timo de la hipocresía que padecen sin enterarse desde tiempos de la Leyenda Negra los primos de la Hispanidad.
Así, uno entre los 1001 fraudes de (neo)lengua que hacen de sus correspondientes minorías inflacionarias—raciales, sexuales, lingüísticas y demás colectivos de riesgo— la “mayoría social” estadística que “minoriza” la mayoría natural y electoral española, el de la “racialización” clama al cielo, muy en especial en lo tocante a la condición de especie “protegida” de ánades norteafricanos aclimatados a la península en una jornada de puertas abiertas que dura ya demasiado tiempo mientras el blanco (España) oriundo, nativo de origen autóctono sigue in albis, sin capacidad de reacción (¡ojalá!) ni menos de racionalización (¡Oh, Alá!) de una invasión programada —en plan Kalergi, diría el chaval avisado—, durante el último decenio, por el magnate colaboracionista filo-nazi húngaro rebautizado en esperanto como Soros, cuyo fin es la propagación del principio de cristianofobia por medio de la islamofobia (en sentido originario del “temor a…”) de principio a fin, lo que se compadece bien con su apellido palíndromo y capicúa a la vez.
Más allá del quintacolumnismo de prensa de medios (y fines) afines al Gobierno (1), es el quintacolumnismo islámico, oportunamente “racializado” y naturalizado español con regalo de bienvenida de una nacionalidad con pensión vitalicia y todos los gastos pagados por los paganos (o infieles), anfitriones en el inmenso consulado marroquí de este país merced a la deslocalización, a cargo del erario español, de Servicios Sociales. Nada de lo cual sería posible sin la cooperación necesaria del quintasocialcomunismo del felón que es/conde Don Julay, el colaboracionista y muy cómplice (p)residente de la (mon)Cloaca: ese “inescindible” tahúr cartógrafo y e-pistolero que apunta la última carta al “Sr. Juez” con sus últimas voluntades, como un suicida de tebeo. Ni mucho menos todavía, la trata de presuntos menores enajenados a la custodia familiar —¿o se ha reventado el hospicio y hay que ser inclusivos con los “niños” de la inclusa o tragarse la autopercepción de su edad biológica de los fugados del reformatorio?—, con pasajes de precio astronómico de los traficantes conchabados con las pseudo-oenegés y que huyen dizque “de la guerra” —¿desertores, en edad (para)militar desde los 16 años, de alguna “guerra sucia” contra la etnia saharaui (o sahariana), a cuyo proceso descolonizador ha renunciado España en favor del monarca opresor?— “y del hambre” —nadie lo diría, menos cuando su Comendador de los Creyentes es titular de una de las mayores fortunas de la realeza mundial—, “refugiados” tutelados en criaderos de la casta subvenida con un tourismo de “todo incluido”, mientras se auspicia la turismofobia nacional. Menas (¿y dónde están las nenas?) o jenas (¿y las hennas, propias o ajenas?): pezqueñines expósitos del Estrecho, que rehúyen el reagrupamiento en su hogar recomendado por la Ley de protección del menor ¿o la UNICEF? Patitos mudéjares en el moisés de una patera nodriza con motor fueraborda, emboscados entre escaraMuzas y razzias en avanzadilla del “Gran Reemplazo”, que razzializan al acomplejado “patito feo” mozárabe que osa alzar la voz frente a una importación de moruecos sementales de raza beni/merina venida para cruzarse velis nolis —en Yihad vs. Cruzada ovina— con forzadas corderas autóctonas —¿o con bovinas borregas autóntonas?—, mestizando churras con merinos.
Y, así pues, la dichosa “racialización” —planta invasora transgénica recién RAEcializada y enredada en el rodrigón del castellano parasitándolo como cizaña— echa raíces en español inspirada por los vientos (k)alérgicos del “calentón climático” raCIAlizador.
El globo está racializado. ¿Quién lo desracializará? El desracializador que lo desracialice buen desracializador será.
(1)NOTA AL (PUNTA)PIE
El buscador Google, puesto al servicio adoctrinador del globalitario Gran Reinicio y convertido en diccionario enciclopédico del Nuevo Orden Mundial de la Agenda 2030, cita en posición ineludible de la búsqueda “racializado” la definición de Moha Gerehou, “especializado en informar sobre racismo y que escribe en eldiario.es” —dirigido por el pseudo-periodista Ignacio (pre-)Escolar, indocumentado al punto de haber sido incapaz, si no me falla el soplo, de acabar la carrera y obtener el título de C. de la Información.
“Alguien que recibe un trato favorable o discriminatorio en base a la categoría racial que la sociedad le atribuye” (29 mar 2024)”, afirma el improvisado léxicógrafo —en un estado sociológico permanente y, por ende, ajeno a toda psicología que no sea social—, quien al margen de la jerga neolingüística empleada —“categoría racial” ¿o social? del racializado. Aanglosajones, pues, o “transparentes” en general, racializados ¿u objeto de un racismo leucófobo y anti-supremacista con todas las de la ley?—, demuestra haber normalizado la reducción de “discriminación” a “desfavorable” por antonomasia, como si “trato favorable” fuera su antónimo y no la dichosa “discriminación positiva”.
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