Con motivo de los hechos ocurridos el día 7 de Octubre del año pasado, es decir, el ataque terrorista de Hamas, así como la reacción brutal e injustificable de Israel a la misma, que ya ha sido calificada como genocidio por instancias judiciales internacionales, han vuelto a la palestra, por aquellos que toman partido incondicionalmente por Israel, conceptos que son esgrimidos sin ton ni son, mezclando churras con merinas, confundiendo al público, en especial al español que sufre, entre otras varias, también de una epidemia de ignorancia monumental.
El pueblo judío, los judíos, fueron el pueblo elegido por Dios para traer a la Tierra al Mesías. Su alianza con Él fue turbulenta debido a su dura cerviz, siendo castigado por su deslealtad múltiples veces, las mismas que fue luego perdonado. Pero el pueblo elegido dejó de serlo cuando no reconoció al Mesías, cuando prefirió a Barrabás, cuando se maldijo a sí mismo y para siempre al afirmar ante Poncio Pilato, que no vio culpa alguna en Él, que “Su sangre caiga sobre nosotros y nuestros hijos”. Ahí se quebró para siempre la alianza con el pueblo elegido. Ahí cayó sobre él la maldición de la destrucción del templo de Salomón y consiguiente dispersión de ese pueblo deicida que con acto el más vil jamás cometido ni que se pueda cometer, crucificó a Jesús. En ese instante el pueblo elegido dejó de serlo para pasar a serlo la Iglesia católica, fuera de la cual no hay salvación.
Tanto es así que el ya verdadero pueblo elegido, la Iglesia católica, reza desde entonces por la conversión de los judíos, que fuera, pero ya no es, pueblo elegido. Y lo hace no sólo por caridad, sino porque hay profecía según la cual cuando los judíos se conviertan, cuando como San Pedro después de haber renegado tres veces, tuvo tres veces que afirmar su amor por el Maestro, vendrá la Parusía, la segunda, última y definitiva venida del Salvador.
Desde aquella diáspora del año 73, que fue castigo divino y además profetizada por Nuestro Señor, los judíos han vagado por la Tierra sin encontrar suelo, tras haber perdido para siempre el que se les dio, al igual tampoco paz, dos cosas que no podrán encontrar hasta que se conviertan.
Como su ya de por sí dura cerviz no fuera bastante, la ha seguido endureciendo con el paso de los siglos, y en vez de volver al redil, ha seguido en sus trece con el Talmud y con su obsesión por considerarse aún elegidos por Dios para gobernar el mundo –a pesar de que Nuestro Señor ya les dijo que Su reino no era de este mundo–; el cual, para más inri, afirman que gobernado por ellos nos hará a los demás, sometidos a ellos, claro, felices para siempre. A lo dicho se le llama sionismo. Para conseguirlo, claro, necesitaban como pilar y cuartel general un lugar, una estructura política y un reconocimiento mundial, para lo cual les urgió crear un Estado, Israel, y hacerlo en la tierra que se les dio pero que perdieron por su castigo y para siempre; también por el derecho de usucapión que ampara legalmente a sus habitantes tras veinte siglos de vivir en ella.
La creación del actual Israel es, por todo lo dicho, un grano Oriente Medio y en el mundo. Nació por arte y mala parte de las potencias que se habían repartido ese mundo con el único propósito de ordeñarlo en su beneficio, potencias en las que el poder financiero sionista había alcanzado, como hoy, cotas casi absolutas, y con él de influencia política y capacidad para imponer criterios a los demás –con la inestimable ayuda, en el caso norteamericano, que es el más importante, de las poderosas sectas protestantes que en su desvarío herético siguen creyendo que “los judíos”, que identifican con el actual Israel, son el pueblo elegido–; no hay que olvidar que también tuvo mucho que ver en ese alumbramiento el terrorismo sionista del Irgún y del Stern que en sus acciones nada tuvieron que envidiar a las del actual Hamas.
Nada justifica, bajo ningún concepto, la existencia del Israel actual. La permanente e irresoluble inestabilidad, tensión y violencia que asola al propio Israel –que no tiene ni tendrá paz–, a Oriente Medio y por extensión divide aún más al mundo, tiene su causa precisamente en ese Estado de Israel incrustado con calzador allí. Si no existiera, nada de lo que desde 1948 hemos visto con estupor y asombro, con indignación y dolor, habría sucedido. Incluso el pueblo elegido, la Iglesia católica, advirtió en su momento y después de los males que se iban a derivar de tal existencia; máxime en la que es Tierra Santa. La recalcitrante actitud y forma de proceder desde 1948 del Estado de Israel en todos los campos (del derecho, internacional, humanitario, etcétera) avalan y justifican, precisamente, su no existencia. Su victimismo se cae por su propio peso. Su pretensión ahora de moda de ser “escudo” de Occidente también, pues es incluso al revés toda vez que él es la causa del odio musulmán contra Occidente por ampararle y permitirle todos sus desafueros.
El rizo lo rizan también, aunque en realidad les deja todavía más en evidencia, cuando se estigmatiza y demoniza por “antisemita” (¿?) a cualquiera que no se pliegue y someta a la dictadura de “su historia oficial”.
La paz no es posible, ni lo será jamás. Por supuesto tampoco por la colaboración activa de la obsesión palestina por el uso del terrorismo como forma de reivindicar sus derechos; demostrado con ello absoluta falta de inteligencia y rebose de estupidez. Por eso, y a estas alturas, es imposible ponerse de parte de ninguno de ellos, lo que vienen haciendo mandatarios de uno y otro signo y de todos los países colaborando también a que como hemos dicho sea imposible la paz que sólo se conseguirá con la conversión de los judíos.
Nota del editor: aunque no se convenga en el argumentario de los colaboradores, se respeta la libertad de expresión, ya sea en la crítica o la aprobación, desde la ponderación y el respeto a la legalidad.
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Así es apreciado Sr. Bendala.
ESTAMOS EN LOS ULTIMOS TIEMPOS QUE NO ES EL FIN DEL MUNDO, LA UNICA ESPERANZA ES LA CONVERSION, QUIEN NO SE CONVIERTA SE CONDENARA PARA SIEMPRE, ASI DE SENCILLO ES.
El Caudillo nunca reconoció el Estado de Israel, decía que no tenía razón histórica ni religiosa. Suárez en cambio, perdió el culo para que España reconociera dicho Estado. Los judíos mandan, pero con esto no justifico ni a Hamas ni a los que aprovechan la situación.
«… reacción brutal e injustificable de Israel a la misma…»
En primer lugar, no es la misma, porque es el ataque, que es masculino. Y en segundo lugar, el anafórico el mismo / la misma / los mismos / las mismas sobra, porque no hace más que estropear el idioma.
A ver si aprendemos a respetar un poquito el español, caramba.
Eres antisemita sin lugar a dudas.
«Semita» (escribo de memoria): dícese de árabes, hebreos y otros pueblos!
A los defensores de Israel les hace falta mucha lectura de los pasajes más escabrosos y repugnantes del Talmud.
No Jázaros.
Siempre hemos visto a Jesús amable, bondadoso y compasivo con la gente; pero eso de que diga que viene a traer fuego a la tierra, pudiera sonarnos violento y descabellado. Escuchemos lo que dice el Evangelio de Lc 12, 49-53:
¡Hombre, por fin! Le ha faltado un matiz: «Sobre judíos, sionistas, israelís y semitas».