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Jorge Soley ha traducido del inglés el libro de Edward Feser «Que todos sean uno en Cristo». Soley es escritor y traductor, mantiene diversos blog y colabora en el título de experto en liderazgo y compromiso cívico de CEU-CEFAS.
¿Qué supone para usted traducir al español el libro Que todos sean uno de Edward Feser?
Como en toda traducción, una responsabilidad y una exigencia: ser fiel al estilo del autor pero volcándolo en un español que se lea con agrado. Pero sobre todo la oportunidad de acercar al lector español una cuestión, un debate importante que afecta a los fundamentos de nuestra civilización, de nuestro modo de vida, y que aunque a priori pueda parecernos algo lejano, ya ha llegado a España.
¿Qué importancia tiene este autor y por qué es importante su aportación intelectual a la hora de refutar el racismo desde el pensamiento católico?
Feser reúne dos características. En primer lugar es un tomista que destaca siempre por su rigor, algo que se ve en el libro, por ejemplo, en el esfuerzo que hace por definir bien lo que luego va a criticar, la Teoría Crítica de la Raza.
Además, es un temible polemista, que sin necesidad de descalificar y armado del arma de la lógica, disecciona la ideología estudiada mostrando todas y cada una de las falacias en que incurre.
¿Cuáles son los principales documentos eclesiásticos de condena al racismo?
La verdad es que la Iglesia católica ha condenado siempre el racismo, entendido como la creencia de que no todas las razas tienen los mismos derechos y deberes básicos ni el mismo destino sobrenatural. En el magisterio contemporáneo aparece en numerosas encíclicas: Octogesima Adveniens de Pablo VI, Ad Beatissimi Apostolorum de Benedicto XV, la célebre Mit Brennender Sorge de Pío XI o la Pacem in Terris de Juan XXIII. Pero ya encontramos referencias en la encíclica de Pablo III Sublimis Deus, de 1537, o en la bula de Urbano VIII, Commissum Nobis, de 1639. Se puede decir que lo que la Iglesia enseña sobre esta cuestión no es ninguna novedad ni un “ponerse al día” para adaptarse a la cosmovisión secular ilustrada dominante en la actualidad. Por el contrario, es simplemente lo que la Iglesia lleva enseñando de forma consistente desde hace más de cinco siglos.
¿Qué nos puede decir acerca de los derechos y deberes de las naciones y de los inmigrantes?
Contra lo que muchos piensan, lo que enseña la Iglesia católica siempre va en un doble sentido. Por una parte, el deber de las naciones de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero. Esto suele ser recordado frecuentemente, a menudo eliminando esa cláusula, “en cuanto sea posible”, que hace referencia al bien común de la comunidad de acogida. Pero se olvida que la Iglesia también enseña la obligación del inmigrante de “respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas”. ¿Quién se atreve hoy en día a recordar la obligación de quienes llegan a nuestro país de respetar con gratitud nuestro patrimonio espiritual católico?
¿Qué es la Teoría Crítica de la Raza y cuáles son sus principales ideólogos?
La afirmación fundamental de la Teoría Crítica de la Raza es que el racismo impregna absolutamente todos los recovecos de todas las instituciones sociales y la psique de todos los individuos, especialmente de los blancos, pero también de quienes no lo son pero han estado expuestos a este sistema de “supremacía blanca” o “racismo estructural”. Así, estos ideólogos ven racismo en cualquier “desigualdad” o “disparidad” que exista entre los blancos y los miembros de otros grupos raciales. Como afirma Ibram X. Kendi, ante cualquier situación la pregunta no es si existe o no racismo, sino dónde se esconde el racismo. Siempre hay racismo, todos somos racistas, y quienes niegan ser racistas, según estos autores, sólo confirman que lo son precisamente por negarlo. De esta manera, además, esta ideología se blinda ante cualquier crítica que pasa a ser considerada automáticamente como un intento de proteger el sistema de racismo imperante.
¿Qué problemas filosóficos suscita?
Múltiples. En realidad no es exagerado decir que la Teoría Crítica de la Raza es esencialmente una reformulación en términos raciales de algunos de los temas principales del marxismo y del posmodernismo. Donde el marxismo habla del conflicto en el capitalismo entre la burguesía opresora y el proletariado oprimido, la Teoría Crítica de la Raza habla de la lucha en el “racismo sistémico” entre una “blancura” opresora y la “gente de color” oprimida. Mientras que el posmodernista considera que todas las normas y pretensiones de verdad son culturalmente relativas y enmascaran los intereses creados del poder, la Teoría Crítica de la Raza identifica este poder con la “supremacía blanca”.
Las falacias en que incurre la Teoría Crítica de la Raza son numerosas, tantas que Feser sostiene que “no es exagerado afirmar que si se eliminaran todas las falacias lógicas elementales de los libros de escritores como Kendi y DiAngelo, apenas quedaría argumentación alguna en la que apoyar sus afirmaciones”.
¿Qué objeciones se hacen a esta teoría desde las ciencias sociales?
La Teoría Crítica de la Raza trata siempre las disparidades económicas y sociales como si no pudieran tener otra explicación más que el racismo, pero economistas y sociólogos demuestran que esta pretensión no resiste un análisis riguroso.
En realidad los resultados económicos y otros resultados sociales suelen ser complejos, consecuencia de un gran número de factores: geográficos, históricos, pero sobre todo, culturales, entendidos como los valores, creencias, costumbres y hábitos compartidos por un pueblo y transmitidos de generación en generación.
Feser se hace eco de diversos estudios que concluyen que los grupos sociales en los que el matrimonio y la familia son débiles están abocados a funcionar peor que aquellos en los que son fuertes, es menos probable que transmitan eficazmente valores morales, religiosos y culturales y es también menos probable que produzcan hijos que hayan interiorizado la responsabilidad social y la solidaridad. Todo ello producirá como resultado disparidades de todo tipo, también económicas.
¿Es por tanto una nueva forma de racismo?
Sin duda. Se autodesignan “antirracistas” pero en realidad son racistas, sólo que pretenden que la raza discriminada sea ahora la blanca (y los asiáticos, que por culpa de su éxito social, consideran como “adyacentes a los blancos”). Acusan a quienes defienden una sociedad que trate a todos por igual, con independencia del color de la piel, de ser cómplices del “racismo estructural”. Además lo dicen sin tapujos: “sólo los esfuerzos agresivos y concienciados en favor de las personas que no son blancas lograrán su objetivo”, escriben Delgado y Stefancic, y Kendi afirma que “el único remedio a la discriminación racista es la discriminación antirracista”.
¿Cuáles son los principales argumentos desde la moral católica contra esta teoría?
De forma directa y explícita la Iglesia no se ha pronunciado mucho por lo reciente de esta ideología, pero Feser aplica a la Teoría Crítica de la Raza las enseñanzas relativas a otras ideologías similares, en concreto, y tal y como hemos señalado, el marxismo y el postmodernismo. Así, Feser recuerda que la Iglesia rechaza el igualitarismo radical o la afirmación de que todas las culturas son igualmente buenas, según la tesis relativista de que no existen criterios objetivos en base a los que éstas puedan ser juzgadas. Además, no hay forma de poner en práctica la visión de la Teoría Crítica de la Raza sin un control totalitario sobre las sociedades.
¿Por qué están extendidas ciertas actitudes racistas entre algunos católicos?
Puede haber casos particulares, pero no creo que realmente estén hoy en día extendidas actitudes racistas entre los católicos. En nuestro entorno, basta pasarse por casi cualquier parroquia un domingo para ver cómo es precisamente en la Iglesia donde es posible la convivencia entre diferentes razas. En cualquier caso, esas actitudes se vienen abajo a poco que se estudie el Magisterio.
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Racismo. Prejuicio con personas de otra raza.
En España, tradicionalmente, el racismo, ahora desaparecido «milagrosamente», lo teníamos con los gitanos, del mismo modo que los gitanos tenían un racismo mucho más violento con la población por ellos llamada «paya» y, más tarde, no digamos ya con los gitanos procedentes de Rumanía, Bulgaria y demás países del este de Europa, con los que acabaron a batallas de puñalada limpia en las barriadas periféricas de las ciudades donde suelen habitar, a veces en chabolas.
El Domingo de Ramos es ya costumbre ampliamente difundida que familias gitanas en furgonetas nada baratas acudan a los templos católicos cargados de ramas de olivo para vendérselas a los fieles que acuden a misa, insultando gravísimamente, cuando no amenazando de muerte y agrediendo, a los sacerdotes y sacristanes que pretenden entregar gratuitamente los ramos previamente almacenados en la sacristía. Esto lo silencian habitualmente los obispos por no malmeter, pero es así. Siempre igual, se denuncia el mosquito, se traga el camello.
Los gitanos han sido objeto de discriminación y rechazo porque despiertan desconfianza en el resto de la población, pues se les atribuye engaño en el comercio (uso de dinero falso, reclamar cambio superior al debido, reclamar haber pagado ya cuando no lo han hecho, etc.), venta ambulante de productos robados (incluidas frutas y verduras de a saber qué procedencia), conducir sin carnet de conducir, no respetar las normas de circulación ni las de comercio ambulante de las que suelen quedar impunes, robar, estafar, engañar casi como los políticos, etc. Ahora tienen en los manteros unos competidores tan duros que les han echado de las calles. Incluso les han batido en su arma fundamental, el suculentamente rentable victimismo.
Los gitanos, además, han sido acusados de traficar con drogas, de beneficiarse de la chatarra, de ser quiromantes estafadores de lectura de manos, de enganchar la luz gratis, de ocupar ilegalmente viviendas amenazando y apuñalando a todo el que se acerque a deshauciarles legalmente, de carreras ilegales de coches a altas horas de la madrugada, de molestar a la vecindad durante toda la noche sin importarles el daño al sueño de los demás, de hacerse ricos con la droga mostrando coches de alta gama y relojes de oro y demás horteradas, etc. La desconfianza en ellos ha llegado al extremo de que no quiera contratarles nadie en trabajos (salvo el privilegio que tienen de ser funcionarios sin oposición en ayuntamientos y otras administraciones, a modo de compra de votos) y que nadie quiera vivir en edificios donde ellos habitan, pues hacen bajar mucho el valor de los inmuebles allí donde se acumulan, aparte de la violencia, la suciedad y la inseguridad que a su presencia se asocia, cierta o exagerada. Además, se les acusa de obtener vivienda pública gratis como población privilegiada, a diferencia del resto de población que debe pagar alquiler o hipoteca. ¿Está justificado el prejuicio racial contra ellos? Que cada cual conteste. Seguro que los gitanos afirman que los «payos» son ultra racistas extremos fascistas y exterminadores de honrados y pacíficos gitanos y demás bestialidades por nuestra parte, que los discriminamos sin razón alguna y que somos unos ultra racistas hitlerianos fascistas sin solución día tras día y hora tras hora. Los que solo los han visto en calles céntricas dirán que no, que no hay racismo contra ellos (aunque habría que ver si vivirían voluntariamente en una barriada de mayoría gitana o les contratarían como tesoreros en su empresa, especialmente esos «antirracistas» de los que habla en el libro) y estamos los que decimos depende. Depende si son católicos verdaderos o no, pues hay gitanos católicos ejemplares. Es decir, depende si su conducta es conforme a la Santísima Voluntad de Dios o no, como con cualquier otro tipo de raza, etnia, grupo, familia, individuo, etc. La confianza, hay que ganársela. Por eso, si hay conversión, habrá confianza independientemente de la raza de la persona, grupo, nacionalidad o cualquier otra circunstancia. Si uno se mantiene en el contra Cristo, entonces, que no espere, en absoluto, confianza alguna, pues la desconfianza se la habrá ganado. Y esto vale para toda raza o condición.
Por otra parte, ¿por qué son diferentes las razas si Dios creó a nuestros predecesores comunes, Adán y Eva?
Aparte de la complicada tarea teológica de descifrar las consecuencias de Babel, las prescripciones que Dios Nuestro Señor entregó a Moisés, pueden dar la clave a la explicación de la diferencia de razas. Una clave de fe, no biológica, aunque con consecuencias sobre la biología.
En concreto, Dios prescribió ya desde un principio la monogamia y la estricta fidelidad conyugal. Pero el pecado contra la castidad, la impureza, ha sido la constante en toda la humanidad desde entonces, incluso en el pueblo elegido:
Abrahán, sin tener en cuenta en absoluto a Dios y sí con la complicidad de Sara, estéril por entonces, comete adulterio con Agar para tener un hijo, más importante para él que cualquier otra cosa.
Jacob tuvo dos mujeres, Esaú tres.
Gedeón y Saúl tuvieron muchas mujeres.
David, en Hebrón, tuvo seis mujeres y llegó a asesinar al marido de una con la que cometió adulterio.
Salomón tuvo 700 princesas y 300 concubinas…
La fidelidad plena de Dios a su esposa, el pueblo elegido, solo obtuvo como correspondencia, infidelidad tras infidelidad, ultraje tras ultraje, desprecio tras desprecio, herida tras herida, especialmente en las élites de poder, en los poderosos, los que debían dar ejemplo a la población, pues la norma, hasta fechas recientes, siempre fue la monogamia, pues un hombre solo ama a una mujer de verdad, aunque le guste la belleza femenina de muchas mujeres por su naturaleza.
El Deuteronomio ya prescribe penas de lapidación (lo que da idea de la gravedad del pecado) ante atentados contra la castidad o pureza, particularmente el pecado de incesto o consanguinidad. Y éste pecado tiene unas consecuencias devastadoras en sentido social (por quienes lo cometen y el ejemplo espantoso que dan a toda la población y el daño a los más humildes y fieles a Dios) y biológico como por desgracia han podido comprobar dolorosísimamente las naciones europeas desde hace muchos siglos, especialmente entre los poderosos (emperadores, reyes, nobles, aristócratas, etc.). Este pecado de incesto o consanguinidad ha llevado a la extinción de casas reales debido a la incapacidad mental, física y espiritual que han padecido los descendientes herederos de corona o de poder diverso de varias generaciones incestuosas, como no podía ser de otra manera, pues un emperador, un rey, un noble o aristócrata, sea lo grande que sea y sea lo poderoso que sea, sea la gesta que haya conseguido la que sea, también está sometido a la Santísima Voluntad de Dios que no tolera la impureza. Y desafiar a Dios acarrea consecuencias horrorosas (no solo en tiempos de Abrahán con Sodoma, Noé y el diluvio, Moisés y los egipcios perseguidores, etc.). Consecuencias horrorosas para el que, en lugar de adorar a Dios en todo momento, le desafía cegado por su soberbia y para quienes le siguen fanáticamente. Y en el caso de personas que tienen tanta influencia sobre el pueblo, muchísimo más grave, pues de haber sido simples ciudadanos, su culpa no sería tan grande, dado su poca influencia. Si un rey, noble o poderoso peca de cualquier manera de modo impune, ¿qué moral en justicia se le puede exigir a la muchedumbre de súbditos o subordinados?
Si el incesto o consanguinidad ha acarreado pésimas consecuencias en el orden de poder europeo durante siglos, qué decir cuando esa transgresión contra la castidad o pureza se extiende a una parte creciente de la población (hoy, tal vez, mayoría a tenor de las estadísticas sobre intención de casarse y tener hijos y sobre la promiscuidad generalizada). De hecho, ese ha sido precisamente el fin de civilizaciones enteras, como san Pablo constató de los griegos en el siglo I, pervertidos en sus élites hasta límites verdaderamente infernales y, cuyo crimen contra el alma trasladarían a la idolátrica Roma imperial por medio del anticristo Nerón en adelante, convirtiendo a la élite romana en una auténtica piara de cerdos sin la menor dignidad humana a la que voluntariamente renunciaron.
El atentado contra la pureza o castidad que supone el incesto o consanguinidad fue particularmente intenso en civilizaciones ajenas a la Buena Nueva del Reino de Dios que el mismo Cristo mandó difundir a toda criatura. Ese atentado marca la diferencia entre la barbarie, la animalización de la criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, frente a la pureza connatural a la civilización cristiana o Cristiandad, que es la que ha dotado de verdadera dignidad suprema al hombre y a la mujer, por la Gracia infinita de Cristo Nuestro Salvador y Redentor, extendida santamente por el mundo por los misioneros y soldados de Cristo, especialmente los españoles en América, Asia, África y Oceanía durante siglos.
Pues bien, en esos lugares donde el Evangelio no ha llegado, el elevado grado de consanguinidad de la población se debe a que los hombres y las mujeres han mostrado un comportamiento más propio de animales que de criaturas dotadas de alma y corazón para amar. La norma en la barbarie es que los hombres de modo coactivo o violento tienen hijos con varias mujeres según capricho del momento y sin importar nada la mujer o su parecer, y las mujeres con muchos hombres, por medio de pura y simple violación o sometimiento pacífico o de conveniencia al modo a como se domestica un animal salvaje o doméstico. Algo análogo como tener sexo con ordeñar una vaca o domar un caballo salvaje. Esa ha sido la desgraciada norma durante generaciones. Así ha sido durante generaciones en Asia, Oceanía, África y América previamente a su cristianización.
Con esa conducta tan ególatra y bárbara, aparte de salvajemente violenta, pues las luchas entre hombres por mujeres acaban en verdaderos exterminios, conducta propia de animales, no es de extrañar que las taras físicas (propensión a padecer enfermedades y deficiencias del sistema inmunitario, aparte de las devastadoras enfermedades de transmisión sexual), mentales (incapacidad para alcanzar un nivel adecuado de educación primaria, secundaria y universitaria o para aprender un oficio con cierto nivel de destreza) y espirituales (incapacidad de amar a Dios y por Dios al prójimo al estar absolutamente centrados en sí mismos) se generalizasen tanto que costaría varias generaciones volver a la pureza inicial de la inmensa mayoría de individuos. Y eso si se valora la pureza y la castidad por la sensatez de los que más influencia pueden ejercer en los demás, algo que hoy es desgraciadísimamente impensable, pues el mundo que antaño fue, de modo aplastantemente mayoritario, católico y, por tanto, de matrimonio monógamo, de fidelidad conyugal, de familia, de pureza y de castidad, con toda las consecuencias buenas que esto tuvo durante generaciones, está desapareciendo de un modo fugaz («los buenos serán suprimidos», nos advirtió la Santísima Virgen María por vidente de Fátima), incluso entre las familias más fieles y devotas. Es como si hoy la castidad y la pureza fuesen, repentinamente, algo verdaderamente odioso (fascista, franquista, retrógrado, racista, xenófobo, etc.), el rechazo y desafío más absoluto a Dios, el enloquecimiento generalizado…. Hoy actúan contra la castidad, en un macro «ejército» mundial de la soberbia luciferina contra un cada vez más reducido grupo de resistentes pro pureza y castidad, católicos verdaderos, todas las fuerzas políticas sin excepción, todos los medios de comunicación, todos los juzgados del mundo, todos los burócratas (lo quieran o no), todos los sistemas judiciales, todas las universidades, todos los sistemas financieros de la tierra, todas las bolsas y mercados de valores, todas las agendas y planes 2030 etc., todos los organismos internacionales, todos los gobiernos de uno u otro modo, con mayor o menor intensidad y una aplastante mayoría de empresas (para sobrevivir, pues la castidad no vende, no tiene «cuota de mercado»). Hoy, lo que antaño fue Cristiandad, es decir, Europa, América y Oceanía, además de África de dominio europeo hasta el siglo pasado, es el nuevo imperio de la barbarie contra la pureza, el imperio de la degradación total, el suicidio del alma generalizado.
¿Y qué papel juegan los «antirracismos» (entre comillas, pues en realidad son los que más gasolina echan al fuego del racismo, los que más lo alimentan, pues su política vive del odio racial y la siembra de cizaña racial) en todo esto? Un papel prioritario total con todas esas fuerzas infernales citadas, hoy aplastantemente superiores en poder. El «antirracismo» es uno de los principales promotores de la destrucción en cuerpo, mente y alma de la criatura de Dios. Por supuesto que es marxismo (socialismo o comunismo) puro y duro disfrazado de oveja inocente victimista. Su cometido es enfrentar razas, la «lucha de razas», hasta lograr su exterminio total, como Stalin exterminó pueblos, etnias y razas enteras, millones de personas, en su imperio infernal soviético, aunque se le haya atribuido sus crímenes a otros (antirrevolucionarios, enemigos del «pueblo», kulaks, saboteadores, reaccionarios, fascistas, capitalistas, burgueses, nazis, etc.), con la ayuda de la potentísima propaganda democrática aliada angloparlante, cómplice total de sus interminables genocidios y su propagación por toda la tierra, lo cual no es extraño, pues los países de habla inglesa (UK, USA, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc.) son el imperio de la pornografía, del divorcio y de todo tipo de perversión contra Dios mismo a lo que ellos llaman «libertad» («liberty») de empresa y de negocio.
Simplemente, pregúntesele a uno de estos «antirracistas» si está a favor de salvar del genocidio abortista triturador y carnicero sangriento a niños y niñas no nacidos negros, orientales, judíos, americanos, indios, etc. Pregúntesele, pregúntesele. Y verán la extrema ultra hipocresía farisea de esa facción roja de la «lucha de razas»: ODIAN todas las razas, que no les engañen.