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Durante los siglos XV y XVI se desarrolló en la ciudad de Florencia, en buena medida gracias al mecenazgo de la dinastía de los Medici, un movimiento cultural conocido con el nombre de Renacimiento gracias al escritor y pintor italiano Giorgio Vasari. El Renacimiento supuso un punto de inflexión en la historia de la humanidad ya que tanto desde el punto de vista intelectual como artístico se puede decir que marcó el comienzo de la modernidad. Así, en el ámbito intelectual el Renacimiento dio lugar a la eclosión del “Humanismo”, básicamente consistente en una vuelta a un paradigma cosmovisivo basado en los parámetros y postulados propios de la cultura clásica grecolatina. De esta forma, se abandona el teocentrismo y el pensamiento mágico-religioso medieval, para situar al ser humano en el centro del universo y al pensamiento racional como principal fuente de conocimiento. Ambas consideraciones, antropocentrismo y pensamiento racional, están perfectamente representadas en el “Hombre de Vitruvio” dibujado por Leonardo da Vinci con la intención de mostrar al mundo el canon renacentista.

Este cambio de paradigma cultural tuvo su continuación en las llamadas Revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII, acaecidas en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, y alcanzó su culminación de la mano de la Ilustración francesa. Así, el movimiento ilustrado liberó definitivamente al ser humano de la creencia en la existencia de fuerzas sobrenaturales a la hora de intentar explicar las leyes que rigen en el universo físico observado, produciéndose de esta forma lo que Max Weber con fino ingenio tuvo a bien describir como “un desencantamiento del mundo”. Evidentemente, este posicionamiento cultural tuvo una enorme repercusión tanto a nivel político como social.

Así, en el ámbito estrictamente político se produjo la sustitución de las monarquías absolutistas por el Estado democrático, esto es, se pasó del gobierno de uno al gobierno de todos. Sin embargo, esta nueva estructura de poder adolecía del inconveniente de la imposibilidad práctica de llevarse a cabo de manera estricta, ya que técnicamente no resulta factible que todas y cada una de las decisiones políticas sean tomadas de manera conjunta por el grueso de unas sociedades cuyo número excedía las posibilidades de reunión y subsiguiente discusión y toma de decisiones. Obviamente la única solución posible era el establecimiento de democracias representativas, es decir de un sistema de gobierno en el que los ciudadanos elegían a aquellos que habrían de dirigir y gestionar los asuntos de interés público. De esta forma ya no son los reyes por la gracia divina los que rigen el destino del pueblo, sino que es el propio pueblo, entendido éste como el conjunto de la ciudadanía, el que, al menos aparentemente, toma las riendas del poder. Y digo aparentemente porque en realidad, como ha señalado Joseph A. Schumpeter, en su obra “Capitalismo, socialismo y democracia”, son los políticos los que realmente han asumido el poder y luchan los unos con los otros por obtener el voto del pueblo, de tal forma que los ciudadanos más que gobernarse a sí mismos lo que hacen es escoger, entre la oferta existente, que partido político ha de implementar la acción de gobierno.

A su vez, en lo que hace referencia al ámbito social, con la aparición de las democracias parlamentarias, surge la necesidad de que las personas adquieran una serie de conocimientos que no solo les permitan sobrevivir, sino que también les sitúe en disposición de dar un sentido racional a su voto. En definitiva, como señala Agustín Laje, en su obra “La batalla cultural”, “Las masas ahora necesitan ser educadas en lo político”, si bien resulta evidente que el resultado del proceso educativo no puede en ningún caso ser homogéneo porque cada uno de los seres humanos presenta unas aptitudes intelectuales concretas y una determinada capacidad de esfuerzo, que inexorablemente los diferencia tanto en el punto de partida como en el resultado final del proceso educativo. De hecho, José Ortega y Gasset ya advirtió, en “La rebelión de las masas”, del problema que suponía la llegada al escenario político del hombre masa, es decir de un gran número de personas que sin cualificación alguna tenían el denuedo de afirmar su derecho a ser vulgares y arrollar todo lo egregio y selecto. En cualquier caso, resulta evidente que actualmente vivimos en una época en la que la opinión pública, es decir, el sentir mayoritario de la población, tiene un peso específico importante en el ámbito sociopolítico, de tal forma que los políticos construyen sus relatos ideológicos y establecen sus ofertas electorales teniendo en cuenta el contexto cultural en el que se desenvuelven. Desde este punto de vista un buen político sería aquel que es capaz de conectar con la opinión pública y desarrollar un discurso que responda a las creencias y expectativas de una mayoría de la población. En realidad, esto que acabamos de describir es en cierta parte ficticio, ya que lo que realmente sucede es que los partidos políticos, particularmente cuando la izquierda alcanza el poder, se convierten en máquinas perfectamente engrasadas de adoctrinamiento y manipulación de masas. Así, la educación en las escuelas, la propaganda oficial, el control de los medios de comunicación por medio de subvenciones directas y publicidad institucional y la censura ya sea por parte del Estado o las plataformas digitales actúan conjuntamente para establecer un relato que acaba por sentar las bases de lo que se ha dado en llamar “pensamiento políticamente correcto”, viéndose de esta forma condicionando en gran medida el discurso imperante en el seno de la sociedad.

Particularmente desde que el comunista italiano Antonio Gramsci planteara que no solo era necesaria la toma del poder, sino que también resultaba fundamental para los intereses de la clase obrera alcanzar la hegemonía ideológica en el conjunto de la sociedad, la izquierda ha entendido mucho mejor que la derecha la importancia de la batalla cultural, de tal forma que desde sus albores no ha hecho otra cosa que intentar que la opinión pública concuerde con sus postulados.

España es un caso paradigmático de esta situación en la que la izquierda ha conseguido imponerse en la batalla cultural, debido en gran parte a que la derecha, condicionada por sus seculares complejos, no ha sido capaz de contrarrestar con un discurso poderoso y persuasivo la permanente propaganda socialcomunista. Así, ya en la Transición española las Cortes franquistas, de forma podría decirse que beatífica, se hicieron el harakiri, para dejar el destino de la nación española en manos de unos políticos más preocupados en garantizarse su propia cuota de poder que en establecer una marco que garantizase la unidad de la nación española y la libertad y prosperidad de sus pobladores. Así, políticos de toda laya y condición parieron una Constitución que esencialmente no consistía en otra cosa que el esbozo de un programa de deconstrucción progresiva de la nación española y eliminación de la monarquía parlamentaria. Así, se admitió la existencia de nacionalidades en referencia a Cataluña, el País Vasco y Galicia, cuando las regiones catalana y vasca jamás en su Historia tuvieron tal estatus, lo cual ha propiciado que sus aspiraciones separatistas hayan ido progresivamente en aumento, con el consiguiente riesgo de fractura nacional; a su vez no se establecieron las competencias exclusivas del Estado, de tal forma que la Educación pasó a depender de las Comunidades Autónomas, posibilitando dicha situación que se fomentara tanto en Cataluña como en el País Vasco, el odio a España, vehiculizado por la imposición ilegal en todo ámbito público de las lenguas vernáculas en detrimento del español y asentado en una falsificación de la Historia basada en la injustificada magnificación de la leyenda negra española y en la ridícula invención de supuestas hazañas exclusivamente regionales. A todo ello debe unirse una Ley Electoral que imposibilita de facto el desarrollo de un programa de gobierno realmente nacional por parte del partido político más votado, debido a la necesidad de llegar a acuerdos con diferentes formaciones políticas que, a pesar de su carácter independentista y abiertamente antiespañol, pueden presentarse a las elecciones generales con la única intención de dificultar la gobernabilidad de la nación española y sacar provecho de la debilidad parlamentaria del presidente de turno.

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Han pasado más de 40 años desde la promulgación de la Constitución y los malos augurios que su contenido presagiaban se han ido cumpliendo sistemáticamente, con la inestimable colaboración de una izquierda incapaz de desprenderse de sus prejuicios antiespañoles y de una derecha tan solo interesada en cuestiones de índole económica y ajena a todo planteamiento ideológico de carácter cultural y político. Con la llegada a la Presidencia del Gobierno de un psicópata como Pedro Sánchez, tan solo ocupado en satisfacer sus ansías de poder para así poder disfrutar de sus prebendas, España ha cruzado su particular Rubicón y se encuentra en una situación de confrontación social abierta, debido fundamentalmente a la reconfiguración de un Frente Popular que, como en el siglo pasado, da cobijo a socialcomunistas de carácter autoritario y mente perturbada y a nacionalistas de naturaleza xenófoba y raigambre supremacista.

A nadie debe sorprender, por tanto, el que en las pasadas elecciones vascas, después de 40 años de adoctrinamiento en el desprecio a todo lo español junto al ensalzamiento de la inexistente Arcadia vasca y tras el blanqueamiento de la banda terrorista ETA llevado a cabo por el Gobierno del psicópata monclovita durante los últimos 5 años, casi un 70% de la población haya votado a partidos separatistas, por más que su apoyo al legado etarra sea indiscutible tanto en el caso de Bildu (heredero directo de los asesinos que movían el árbol) como en el caso del PNV (afanoso recolector de las nueces caídas).

En definitiva, parece evidente que después de muchos años de sinuoso recorrido el pueblo español ha llegado a un cruce de caminos que le obliga a elegir entre enfrentarse valerosamente o someterse sumisamente al yugo totalitario socialcomunista y al intolerante racismo independentista.

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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SIGFRIDO

ESE CONTROL DE LA OPINION PUBLICA POR PARTE DEL GOBIERNO CON LOS PERIODISTAS VOMITIVOS Y ESTOMAGOS AGRADECIDOS DEL GOBIERNO REGADO CON SUBVENCIONES QUE ES UNA FORMA DE ROBO LEGALIZADO QUE SON :
Maruja Torres, Silvia Intxaurrondo, Pilar del Río, Cristina Fallarás ETC. ETC., que firman un manifiesto en favor del Sánchez. Porque los que le siguen no se les puede llamar gente, si no, chusma porque votan lo que votan. LO CONTROLAN TODO. SE PROSTITUYEN DE ESA FORMA.

Aliena

bueno, bueno, no exagere, porque esta situación no es nueva, ni es nuevo el histerismo de la farándula, la clase periodística y la judicial a favor de un gobierno socialista ( vaya, todavía me acuerdo yo del «Prestige», el «No a la guerra» y «España no se merece un gobierno que miente» con violación de la jornada de reflexión en el paquete ). Y como si Felipe González no hubiera estado arropado por el Grupo PRISA con sus Polanco y Cebrián, y con su adoradora Mª Antonia Iglesias. en cuanto a jueces, nadie parece recordar la desvergüenza que tuvieron creando «Jueces para la democracia» ( como si los demás lo fueran para el absolutismo ) y con Bacigalupo destruyendo a Gómez de Liaño por un lado y salvando a Felipe González por otro, doctrina sobre unos estigmas mediante.

Orate

Si la Constitución tampoco vale ¿qué nos queda, Rafael?

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