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“¡Francia vale más que la cabeza de un Rey!”
“Luis debe morir porque es necesario que la Patria viva”
“A los Reyes solo les queda dos salidas cuando pierden: el Exilio la Guillotina… y una cuando ganan: la Dictadura (Monarquía Absoluta)”
Discurso de Robespierre
No hay aquí juicio por hacer. Luis XVI no es ningún acusado. Ustedes no son ningunos jueces. Ustedes no pueden ser más que hombres de Estado y los representantes de la nación. No tienen que dar ninguna sentencia en favor o en contra de ningún hombre, sino que una medida de salvación pública por tomar, un acto de providencia nacional por ejercer.
Luis fue rey y la República ha sido fundada. Luis ha sido destronado por sus crímenes. Luis denunciaba al pueblo francés como rebelde: él ha llamado, para castigarlo, las armas de tiranos colegas suyos, la victoria y el pueblo han decidido que él solo era rebelde. Luis no puede entonces ser juzgado: ya ha sido condenado o la República no ha sido absuelta. Proponer someter a juicio a Luis XVI, de cualquier forma que ello pudiese acontecer, es retrogradarse hacia el despotismo real y constitucional; es una idea contra-revolucionaria, puesto que sería someter a la Revolución misma a litigio.
En efecto, si Luis puede todavía ser objeto de un juicio, puede todavía ser inocente: ¡Qué digo! Es presumido serlo hasta que sea juzgado: pero si Luis es absuelto, si Luis puede ser presumido inocente, ¿ qué se convierte la Revolución?
Los pueblos no juzgan como las cortes judiciales; no emiten sentencias, fulminan; no condenan a los reyes, los reducen a la nada: y esta justicia bien vale la de los tribunales. ¿Si es para su bienestar que se arman contra los opresores, cómo se les obligaría a adoptar un modo de castigarles que pudiera convertirse para ellos mismos en un nuevo peligro?
Cuando un rey ha sido aniquilado por el pueblo, ¿ quién tiene el derecho de resucitarlo para convertirlo en un nuevo pretexto de agitación y rebelión, y qué otros efectos puede producir este sistema? Abriendo una arena a los campeones de Luis XVI, estarán renovando las querellas del despotismo contra la libertad, están consagrando el derecho de blasfemar contra la República y contra el pueblo; ya que el derecho de defender al antiguo déspota conlleva el derecho de argumentar todo lo relacionado con su causa…
Para mí, aborrezco la pena de muerte prodigada por sus leyes; y no tengo por Luis ni amor, ni odio; yo no odio más que sus crímenes. Pronuncio arrepentimiento ante esta fatal verdad, pero Luis debe morir porque es necesario que la patria viva. Yo pido que la Convención Nacional lo declare desde este momento traidor a la nación francesa, criminal ante la humanidad.
Discurso de Danton
Ciudadanos, sí, quitaos ya las caretas para que los franceses reconozcan a los traidores, porque traidores fueron los que pidieron que se juzgara al corrupto y fimosítico Luís XVI, porque traidores son los que hoy quieren evitar su muerte y defienden el destierro. ¡Franceses! No permitáis que la traición acabe con nuestra República y nuestra Revolución. No permitáis que los corruptos nos arrastren a todos a la corrupción.
Dije y defendí en esta Convención que el Rey no se merecía un juicio, porque era culpable. Los Reyes son culpables desde su nacimiento. ¿Por qué se va a juzgar a un culpable de traición a la patria? La Revolución no se ha hecho para celebrar juicios, la Revolución la estamos haciendo para darle al pueblo francés Libertad, Igualdad y Fraternidad.
¡Y quien no quiera la Libertad es un traidor… y quien no quiera la Igualdad es un traidor… y quien no quiera la Fraternidad es un traidor! Ciudadanos, ¿para qué seguir discutiendo más sobre la vida o la muerte del gran traidor? El ciudadano Luís Capeto debe morir porque ha sido vencido. La Revolución acabó con la Monarquía y trajo la República… y los verdaderos patriotas, yo el primero, debemos estar dispuestos a ofrecer nuestras cabezas antes de rendirnos.
¡Francia vale más que la cabeza de un Rey!
Así que no dudemos más y mandad directamente al vencido a la guillotina.
¡Guillotina, guillotina, guillotina!
¡Franceses, desenmascarar a los traidores!
Últimas palabras de Luis XVI
Ricardo Gullón
El Mercure de France (noviembre, 1793), publica un interesante artículo en el que Roger Goulard, basándose en documentos inéditos y particularmente en una carta de Charles-Henri Sanson, verdugo de París y ejecutor de Luis XVI, precisa con dramáticos detalles cómo se desarrollaron los últimos momentos del infortunado monarca.
El rey fue llevado en carroza hasta el lugar en donde se alzaba la guillotina y se negó enérgicamente a dejarse atar las manos a la espalda no cediendo sino ante los ruegos del Abbé Edgeworth, que le asistía en aquel trance. El verdugo le cortó los cabellos, que le caían sobre el cuello, y le llevó hasta la guillotina, haciéndole marchar hacia atrás para que no viera el tremendo aparato.
«El príncipe -escribe Roger Goulard-, forzando la voz, dijo en ese momento: «Pueblo: muero inocente». Después, volviéndose hacia Sansón y los dos ayudantes, añadió: «Señores, soy inocente de cuanto se me imputa. Deseo que mi sangre pueda cimentar la felicidad de los franceses».» Tales fueron las «últimas y verdaderas palabras de Luis Capeto», escribió Charles-Henri el 20 de febrero, al director del periódico El Termómetro del día, donde su carta se publicó en la síguiente jornada.
Charles-Henri y su hijo y ayudante tumbaron vivamente al rey boca abajo sobre la báscula, y necesitaron emplear toda su fuerza para sujetarlo, porque se debatía enérgicamente. Aunque sólidamente atado con cuerdas, aún se movía, pese a los consejos del sacerdote, que le recomendaba se calmara.
Unos segundos después, a las diez y veinte exactamente, cayó el cuchillo, «ahogando un gran grito de la desventurada víctima».
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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