23/11/2024 10:53

Era un precioso barco a la venta y lucía deslumbrante frente al horizonte del amanecer agosteño. Trasladado hacia un viaje al pasado y con la memoria del trato entre caballeros que se zanjaba con un apretón de manos, corrí presto hacia el puerto donde aguardaba un hermoso bajel capitaneado hasta entonces por un viejo lobo de mar. Inspirado por un cambio de aires, vendía al mejor postor la nave que había navegado durante diez años en los procelosos océanos de la aventura incierta, tomada la medida a las tormentas para confrontarlas allá donde hubiese que sortear las suertes del infortunio o la confrontación con los peligros del mar. Conocía el flamante exterior, pues me había embarcado como marinero en alguna singladura. Llegaba la oportunidad de tomar mi propio rumbo a los mandos de un timón legendario. Rebautizado el objeto de mi compra, se garantizaba que su potencial seguía intacto y muchos eran los haberes que contenía para salir a la mar y seguir navegando con aquella sólida estructura mantenida durante dos lustros. En la venta entraba un inventario saneado, la tripulación afamada, los combustibles y hasta una santabárbara repleta de fuegos de artificio para celebrar el cambio de propietario.

Con ese romanticismo confiado que procura obviar los fríos números matemáticos, me abstuve de conocer el estado del corcel de los mares, teniendo como única referencia la palabra del vendedor. Así pues, puse sobre la mesa y sin rechistar los dineros que se demandaban y no sólo los previamente acordados sino los añadidos impositivos y otras cuitas pecuniarias que se fueron sumando a medida de que iba conociendo el verdadero precio de la adquisición que sobrepasó con mucho lo calculado. Acordamos entre caballeros el pacto de intercambios a través de conversaciones amigables y no me opuse a ninguna demanda de pago añadido que surgía con novedades de las que se me fue informando en un gota a gota, con petición de más dinero.

No presté atención a la suma del precio inicial en la confianza de que las prestaciones del bajel compensarían el suma y sigue derivado de la transacción. Contaba en el buen estado del barco, aunque no contemplara todavía sus velas al viento y me satisfacía compartir navegación con una tripulación de fama consolidada; avezados navegantes en los mares complejos de la aventura nacional.

Llegado el momento de salir del puerto noté ciertas modificaciones en los acuerdos de la compra-venta siendo notable la diferencia entre el antes y el después, el interés por el barco y las condiciones reales con las que se me entregó definitivamente. Nada era del color con que se había pintado. El barco estaba vetusto, ajado, adolecía de una putridez interior que convertía sus maderas en un material dispuesto para la rehabilitación. Las velas al viento resultaron estar deshilachadas y sus grandes boquetes exigían un cambio de las telas para, incluso, ofrecer una imagen decente todavía arribada a puerto la embarcación. El motor auxiliar carecía de combustible y las bodegas estaban vacías. Además, se me hizo pagar por una carga que después se retiró. Cuando me quise informar de los antecedentes, no encontré información porque la habían borrado. Y como colmo de la fidelidad, gran parte de la tripulación se había marchado para enrolarse en otro de los barcos que el lobo de mar mantenía deshaciéndose del vetusto que había vendido al precio de una simulación de buen negocio. Además, también habían desaparecido los donantes que estaban dispuestos a ayudar para sufragar los viajes y aventuras en defensa de los mares.

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Reconozco que a medida que fui conociendo el resultado de mi adquisición me sentí indignado por el estado calamitoso del buque, pero como soy un luchador perseverante frente a los peores embates del destino y me fortalezco con tenacidad ante los golpes del enemigo, procuré delinear un plano de situación para trabajar y  compensar la trastada, reinvertir y sacar partido de mis buenas intenciones al mando del navío y prepararlo con el fin de que pudiese navegar junto a una leal tripulación que permanecía y los nuevos marineros que se acercaban cuando más lustre podía sacar barnizando las maderas, arreglando las velas, disponiendo de víveres en las bodegas y aportando combustible al motor auxiliar. Me costó más que lo pensado en principio pero merecía verlo con las velas al viento y con nueva bandera que no iba sobre fondo negro. En el puerto comenzó a agolparse la buena gente con los mejores deseos en nuevos viajes. Incluso había críticos que con sus sugerencias ayudaban a que el buque mejorase. Todo era bien recibido después del espejismo para convertirlo en una realidad.

Dediqué mi aventura a mi padre y algún degenerado, miserable vanidoso, decidió desembarcar en desacuerdo con el nuevo rumbo que todavía no se había tomado. Vaya fiasco de gentuza…y yo callado. Bien conozco esta colonia de ingratos, cretinos y vanidosos patrioteros que se les escapa la honra y la dignidad como arena entre los dedos regurgitando España. Así nos va. De algún modo debía expresarme ante aquellos que pensaban haber dado con un zoquete, para dar gato por liebre, y no dejarlo en el tintero . Mi pecado había sido el exceso de confianza en el llamado pacto entre caballeros. Y ahora que las tempestades azotan y la zozobra está al acecho, el barco remozado, flamante, sin importar el precio pagado, sigue su singladura para llegar a nuevos puertos. De la experiencia aprendo que la apariencia de la gente es sólo una apariencia cuando oculta las intenciones para ganar dinero. De modo sibilino, con añagazas potenciadas por el exceso de confianza en la caballerosidad inexistente, no todo el que se dice lobo de mar merece el título, al menos los buenos marineros que son nobles cuando navegan o desembarcan a  tierra. Dios es mi brújula más allá de la desorientación de los hombres.

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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Simplicio

Ánimo, señor Fernández Candela. Algunos apreciamos su dedicación y entrega. Somos de esos nuevos viajeros que se suben a su barco recién remozado.

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