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Aquella revolución que se puso en marcha, nada tuvo de improvisada ni de espontanea, tras el volumen, como oportunamente veremos, del armamento requisado anteriormente a los insurrectos.
Portada de El Socialista 3 de enero de 1934. ¡Atención al disco Rojo!
El día 3 de enero del recién estrenado año 1934, el diario “El Socialista” publicaba en portada un suelto que con el título “No puede haber Concordia ¡Atención al disco rojo!, donde exponía de forma exaltada, malévola y mentirosa, toda una declaración de intenciones lo que sigue: “El periódico del señor Gil Robles, lamenta la exaltación del señor Companys a la Presidencia de la Generalidad. Porque el señor Companys tiene un defecto: es hombre de partido. Esta circunstancia crea ya la imposibilidad de una concordia. El concurdiófilo colega, órgano de la Inquisición y partidario del Estado corporativo, se desvive ahora por lubrificar con la miel de los jesuitas la política nacional. ¡Concordia a todo pasto! Lástima que cuando gobernaban los republicanos a ciencia y paciencia de un Parlamento respetuosísimo con las minorías de oposición, no hubiera pregonado «El Debate» la necesidad de que los suyos se condujeran, no como horda levantisca, sino como adversarios leales de una política de izquierda. Lástima, sí. Porque entonces no se hubiera insurreccionado un cardenal, ni los púlpitos hubieran sido tribunas políticas de donde salía a diario la difamación y el aliento para la insurgencia, ni la prensa clerical hubiera calificado, en alguna ocasión con todas las letras, de ladrones a los ministros, ni un general hubiera poseído estímulos para alzarse contra el Poder público inmolando a unos cuantos soldados mediante el engaño y la orden conminatoria”.
“Quienes tanto se esfuerzan hoy por sugerir una concordia que sirva exclusivamente a tus intereses políticos, con absoluto desprecio para las conveniencias de España, piensen que hasta ayer fomentaron en todos los tonos la guerra civil, desafiaron a las masas con gritos monárquicos a los pocos días de nacer la República, ocultaron su dinero o la trasladaron a otros países, cambiaron pesetas a la par en la estación de Hendaya para producir el pánico financiero, negaron trabajo con el fin de concitar al proletariado contra los gobernantes, quemaron conventos, si no todos, muchos—este asunto no ha quedado claro, ignoramos por qué—, destruyeron fincas para provocar represiones contra los obreros. Talaron árboles que iban a dejar de pertenecerles, calumniaron en la prensa propia y en aquella otra que lograron fácilmente sobornar ; la emprendieron a tiros contra pacíficos proletarios, incendiaron archivos y bolsas de trabajo, injuriaron a republicanos y socialistas utilizando poderosos medios de difusión y escándalo. Hasta hacerles al Parlamento constituyente y al Ministerio de coalición una atmósfera que, si no llegó a ser asfixiante, sí tuvo la suficiente capacidad de extensión para adentrarse en salones no siempre cerrados a los enemigos de la República.
Y ahora piden concordia. Es decir, una tregua en la pelea, una aproximación de los partidos, un cese de hostilidades. Eso antes, cuando el Poder presentaba todas las ejecutorias de la legitimidad. Pero en estos momentos en que la República se halla indefensa, ¿qué quiere decir? A los trabajadores: que se crucen de brazos mientras los caimanes plutocráticos se deslizan hacia los últimos rincones del régimen, y disminuyen los jornales, y se acorrala por hambre a los campesinos, y se arman las derechas, y se codicia la amnistía, no sólo para los presos políticos, sino también para los contrabandistas y estafadores de alto copete, y el clero se dispone a vivir de nuevo a costa del Estado, como si no tuvieran dinero los católicos para mantenerlos, esos católicos que han tirado millones en la campaña electoral.
¿Concordia? No. ¡Guerra de clases! Odio a muerte a la burguesía criminal. ¿Concordia? Sí, pero entre los proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y librar a España del ludibrio. Pase lo que pase, ¡atención al disco rojo!”
El 27 de enero de 1934 era presentado ante el Comité Nacional de la UGT el programa redactado por Prieto, que sustentaría una hipotética sublevación, el cual fue aprobado desencadenando la dimisión de la ejecutiva besteirista, Un programa que constaba de diez puntos y que proponía, entre otras cosas, la nacionalización de todas las tierras, la reforma de la enseñanza pública, la disolución del Ejército y la reorganización del mismo sobre bases populares; la disolución de la Guardia Civil creando en su lugar una milicia popular y el cese en sus funciones del presidente de la República. En la misma ejecutiva, Largo Caballero fue elegido secretario general. En un discurso, pocos meses después, afirmó: “La república es una etapa de nuestra labor. La etapa se ha cumplido. Hay que pasar a otra cosa”. Mientras tanto, Azaña intentó un acercamiento a los socialistas. En el periódico “El Socialista” escribió: “La República está perdida. Tiene el daño en el tuétano ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Nosotros decimos esto: que se muera. Y hacemos esto otro: prepararnos para la nueva conquista”.
Titular del diario El Socialista de 5 de febrero de 1934
De seguido, el 4 de febrero, en el cine Pardiñas de Madrid, Indalecio Prieto arremetió de manera furibunda contra todos. Llegó a asegurar que “si los socialistas iban a la lucha, triunfarían”. Allí, en uno de sus mítines más agresivos, expuso todo su programa de medidas revolucionarias que pensaban llevar a cabo cuando se hiciesen con el poder, entre ellas que “todos los órganos de la administración habrían de ser intervenidos por comisarios del pueblo”.” En el poder aplastaremos a la burocracia”. Igualmente arremetió contra el ejército al que consideró anquilosado y que debía ser democratizado y depurado “Hay que democratizar el ejército hasta llegar al pueblo llano”; defendió la socialización de la tierra al afirmar aquello de que “se ha acabado el poderío de los dueños de la tierra·; e hizo un llamamiento a los obreros para que “el proletariado se hiciese cargo del poder”.” Cerraremos la universidad a los señoritos”.
Indalecio Prieto en su discurso del Cine Pardiñas. Madrid 4 de febrero de 1934. Titulares en prensa.
Inmediatamente después de aquella reunión y de las encendidas manifestaciones públicas, los socialistas se decidieron a preparar en condiciones a las milicias de sus juventudes, que adquirirían su máximo esplendor a partir de la llegada al poder del frente popular en febrero de 1936 y a las que van a dotar de uniforme, proveer de armas cortas y de granadas de mano, comenzando a ser adiestradas por oficiales del ejército y de las fuerzas de seguridad con un reconocido sentir y militancia marxista, como era el caso del capitán de ingenieros, destinado en las compañías de Asalto del cuerpo de Seguridad, Carlos Faraudo de Micheo, afiliado al PSOE desde el advenimiento de la II república, en abril de 1931; el teniente de la Guardia Civil, ascendido a capitán, tras las fraudulentas elecciones de febrero de 1936, que encaramarían al poder al frente popular, Fernando Condés Romero, militante también del PSOE, instructor posteriormente, desde marzo de 1936, de “La motorizada” del propio PSOE, como hemos apuntado; el teniente de Infantería, destinado con posterioridad, desde marzo de 1936, en compañías de Asalto del cuerpo de seguridad, miembro de la masonería José del Castillo y Sáez de Tejada y el también Teniente Máximo Moreno Martin, miembro de PSOE, quien también se encargaba de la instrucción paramilitar de las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesina)s y con destino en las unidades de asalto de cuerpo de seguridad.
Aquellas milicias juveniles socialistas, cuyo embrión en Madrid fue conocido como “Los Chiviris”, protagonizarían un gravísimo suceso, que desencadenaría la reacción de las escuadras de la Falange Española.
Capitán de Ingenieros Carlos Faraudo de Micheo, instructor de las milicias de las Juventudes Socialistas.
Desde su fundación por José Antonio Primo de Rivera, el 29 de octubre de 1933, en el teatro de la Comedia de Madrid, de la Falange Española, esta había sufrido los asesinatos de José Ruiz de la Hermosa, primer caído de la Falange Española, acaecida el día 1 de noviembre en Daimiel (Ciudad Real); el de Manuel Baselga de Yarza, estudiante del SEU, en Zaragoza, el 2 de noviembre. Tomas Polo Gallego, en Villanueva de la Reina (Jaén), el día 26 de diciembre. Francisco de Paula Sampol, el 11 de enero en Madrid. Vicente Pérez Rodríguez, el 27 de enero en Madrid. Felipe Pérez Alonso, estudiante, el 3 de febrero, también en Madrid.
1933. 29 de octubre. Fundación de Falange Española. Teatro de la comedia Madrid. Alfonso García Valdecasas, Julio Ruiz de Alda y José Antonio Primo de Rivera
El también estudiante Matías Montero y Rodríguez de Trujillo, cuando vendía en Madrid el periódico de la Falange FE, el día 9 de febrero: Ángel Montesinos Carbonell, el 8 de marzo en Madrid. Jesús Hernández Rodríguez de Oviedo. Estudiante de 15 años, el 27 de marzo, en Madrid, cerrando esa lista el asesinato de José Hurtado García, el día 6 de junio en Torreperogil (Jaén), sin que hubiese habido por parte falangista ninguna acción de represalia, ante tanta sangre vertida. Hasta llegar a la fecha del domingo 10 de junio de 1934.
Esa mañana tendría lugar en Madrid, un suceso trágico que vendría a marcar, hasta su fin, la vida cotidiana de la II república española.
En la mañana de ese día, un joven muchacho de dieciocho años edad, estudiante, llamado Juan Cuéllar Campos, militante de Falange Española de las JONS, se hallaba, junto a otros camaradas falangistas, en la orilla izquierda del rio Manzanares, pasando la jornada matinal del domingo, bañándose en el rio y resguardándose del sol primaveral bajo los árboles de la zona de Somontes-La Zarzuela, en el Monte de El Pardo.
Milicias paramilitares de las Juventudes socialistas desfilan en Madrid en 1934
En la zona se encontraban también miembros de los conocidos “Chiviris”, unos batallones que se habían organizado dentro de los Partidos socialista y comunista, que se reunían los domingos en las zonas periféricas de Madrid, para realizar ejercicios de combate militar, con formaciones incluidas. En sus marchas paramilitares, en formación, entonaban una zafia cancioneta cuyo estribillo decía: “Ay chiviri, chiviri, chiviri / Ay chiviri, chiviri, chon”. De ahí que en lenguaje popular se les conociese por tal nombre.
Estos batallones, que se identificaban por su vestimenta, -los socialistas llevaban camisa azul celeste y corbata roja y los comunistas camisa roja y pantalón blanco-, se formaron, en varios barrios madrileños, con un número variable de militantes de ambos sexos. Entre 300 y 600 miembros compusieron aquellos batallones “Chiviris”, que tenían como asesores e instructores militares a los miembros del ejército, de reconocidas ideas marxistas, que hemos apuntado.
Capitán de infantería Fernando Condes Romero, Instructor de las Milicias de las Juventudes Socialistas
El partido socialista y el comunista decidieron instruir a sus milicias con mandos militares, afines a su ideología, dispuestos a asaltar, a cualquier precio, el poder, como así lo harían en octubre de ese año 34, al estallar la revolución en toda España, produciéndose una auténtica guerra en Asturias, a fin de derribar al gobierno legal la II república, que ellos ya acusaban de “burguesa” y “reaccionaria”.
Teniente de Infantería José Castillo y Sáez de Tejada, Instructor de las Milicias de las Juventudes socialistas
Por aquellos sucesos revolucionarios el capitán Faraudo ingresaría en la Cárcel Modelo de Madrid, donde pasaría varios meses, por negarse a hacerse cargo del servicio de tranvías de la capital, con motivo del estallido de la huelga revolucionaria en la madrugada del 5 de octubre de 1934. El capitán Condés y los Tenientes Castillo y Moreno, serían expulsados de las Fuerzas Armadas y encarcelados, por su máxima implicación en aquel golpe de estado, perpetrado por el partido socialista. Todos regresarían al ejército con el triunfo fraudulento del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Condés a la Guardia Civil y Castillo y Moreno al Cuerpo de Seguridad y Asalto.
Tras la instrucción, “los Chiviris” se reunían a comer en un tono festivo en diferentes zonas de las afueras de la capital como la Casa de Campo o el Monte de El Pardo.
Aquella mañana del domingo día 10, Juan Cuellar y sus camaradas se toparían con un grupo de “Chiviris” que retozaban y se bañaban muy cerca de donde se encontraban Cuellar y sus amigos falangistas.
El joven falangista Juan Cuellar Campos, asesinado por milicianos y milicianas socialistas en el Monte de El Pardo (Madrid), el 10 de junio de 1934
Al comprobar que los jóvenes falangistas no se integraban en el regocijo festivo de hombres y mujeres, comenzaron a cantar “La Internacional” con el puño en alto. Ante tal actitud los jóvenes falangistas silbaron el himno.
Uno de los “chiviris”, como dejó escrito Felipe Xímenez de Sandoval en su obra “José Antonio. Biografía apasionada”, se acercó al grupo falangista preguntándoles: “Y vosotros ¿Cómo no cantáis la Internacional?”. Cuellar y los otros jóvenes falangistas repusieron; “Porque no nos da la gana”. El “Chiviri”, molesto con la contestación añadió “Ah sois de la CNT”. “No. Somos Falangistas”, contestaron de forma resuelta los muchachos
De seguido Cuéllar y sus camaradas se vieron rodeados de una turba de tíos y tías, que comenzaron a insultarles y agredirles con inusitada violencia a puñetazos, patadas y navajazos. Los muchachos falangistas se batieron en retirada en busca de ayuda. Sonaron dos disparos y el joven Juan Cuellar cayó a tierra mal herido, quedando desprotegido ante la furia marxista socialista que arremetió contra él.
Los “chiviris”, sobre todo las mujeres componentes del grupo, se cebaron con el herido. Le pisotearon, le arrancaron el pelo, le machacaron el rostro con una vasija llena de vino, le insultaron, y una de ellas llamada Juanita Rico, una modistilla que también ayudaba a sus padres en un puesto de verduras situado en el mercado madrileño de Olavide, abrió sus piernas, se colocó en cuclillas y orinó encima del joven Cuellar, que ya se debatía entre la vida y la muerte.
Socialistas y comunistas huyeron al comprobar que al lugar de la reyerta llegaron otros jóvenes falangistas y varias parejas de la Guardia Civil. Los miembros de la Benemérita detuvieron a los jóvenes falangistas que horrorizados tuvieron que contemplar el cadáver de su camarada Juan Cuellar.
El juez de El Pardo, Víctor Hernández de Deza, ordenó el levantamiento del cadáver de Juan y su traslado al depósito judicial, donde fue identificado por su padre, Inspector del Cuerpo de Vigilancia, que tuvo que soportar la cruel imagen de ver a su hijo casi irreconocible. A la madre, no se le permitiría el acceso al Depósito Judicial, a fin de no tener que presenciar tan dantesca escena.
Juan Cuéllar había recibido dos impactos de bala y presentaba también heridas de arma blanca, por varias partes de su cuerpo, incluso en la boca, así como desgarros en una oreja producidos por navajazos. Sus camaradas Casto Castro, Manuel Arredondo Souza, resultarían heridos de carácter reservado, siéndolo de gravedad Manuel Roldán Vallejo.
José Antonio Primo de Rivera, Jefe Nacional de La Falange Española, llamado urgentemente, se personó en el depósito de cadáveres, acompañado por Juan Antonio Ansaldo, Manuel Groizard, Luis Arredondo y Agustín Aznar, entre otros. José Antonio quedó impresionado al comprobar el estado en que había quedado el joven Cuéllar. Sus labios, ante la indignación propia y de sus camaradas musitarán: “Esto se tiene que acabar”. Juan Cuéllar era el décimo primer falangista asesinado, desde la fundación de Falange Española, el 29 de octubre de 1933, por elementos socialistas y comunistas.
La acción de represalia, con el visto bueno de José Antonio, abrumado por el asesinato de su joven escuadrista, se organizó y coordinó por medio de Juan Antonio Ansaldo, Manuel Groizar Montero y Agustín Aznar.
Hermanos Lino y Juanita Rico. Miembros de los “Chiviris” de las milicias de las juventudes Socialistas, que participaron en el asesinato del joven Falangista Juan Cuellar, en el Monte de El Pardo el 10 de junio 1934
Esa misma noche, sobre la nueve y media, un vehículo con varios falangistas en su interior, se dirigió a la calle Cardenal Cisneros, esquina con la de Eloy Gonzalo. Allí quedó estacionado a la espera de la llegada de varios militantes del grupo socialista, que había atacado y asesinado a Juan Cuellar, y a los que los falangistas conocían perfectamente y tenían de sobra localizados.
Al ver la llegada del grupo de militantes socialistas, el vehículo hizo una pequeña maniobra hacia atrás, tropezando su guardabarros con una de los jóvenes socialistas, que iba con el grupo. Con ese motivo, los acompañantes de la muchacha comenzaron a dar y gritos y proferir insultos dirigidos al chófer del automóvil Tras ello, los ocupantes de vehículo abrieron fuego contra el grupo, hiriendo a cuatro, entre ellos Juanita Rico. Todos ellos eran activos militantes socialistas.
Tras el tiroteo, el automóvil emprendió una veloz marcha por la calle del Cardenal Cisneros hacia la glorieta de Bilbao y desapareció, sin que ninguno de los testigos presenciales pudiera tomar la matricula del mismo, ya que llevaba las luces apagadas. Sólo se pudo determinar que el coche era de color gris, de tipo moderno, con capota de lona y el número de matrícula era un 38 o 39.000 de Madrid. En el lugar de los hechos se encontraron siete casquillos del 7,65
Juana Rico fallecería varios días después de su ingreso en el equipo quirúrgico.
El Gobierno radical, presidido por Ricardo Samper, prohibió que los entierros de Juan Cuéllar y Juana Rico fuesen conocidos, obligándoles a ser enterrados en la clandestinidad, pero con horas distintas. Mientras el joven falangista será inhumado con las primeras horas del amanecer, el cadáver de Juana Rico lo sería a mediodía, con el consiguiente quebranto del secreto impuesto por el cobarde gobierno radical, siendo despedida entre un mar de puños en alto de los numerosos componentes de aquellos batallones “chiviris”.
1934. José Antonio Primo de Rivera a la salida del entierro de otro joven falangista asesinado: Matías Montero
Aquel asesinato de Juan Cuéllar y la consiguiente represalia por parte de la Falange “de la sangre” constituiría un punto de no retorno. Las escuadras falangistas contestarían, desde ese instante, a todo tipo de agresión marxista a sus militantes con la misma virulencia. Desde ese instante una espiral de violencia, se apoderaría de las calles de España, de forma trágica y habitual, teniendo su primer capítulo en la revolución marxista, de octubre. La mecha trágica, encendida por las milicias socialistas y comunistas, envalentonadas y seguras de su impunidad tras el robo fraudulento por parte del Frente Popular de las elecciones de febrero de 1936 desembocaría en la gran explosión de la primavera trágica, y el Alzamiento Militar de la “media España que no se resignaba a morir” del mes de julio y la consiguiente guerra de liberación Española 1936-1939.
Regresando a aquel incendiario mitin de primeros de febrero de 1934, tratando de llevar a la práctica sus palabras, Indalecio Prieto, se integraba en el Comité Revolucionario para encargarse de las relaciones con los militares, y, desde ese mismo momento, su mente empezó a urdir el plan para armar a los revolucionarios asturianos y «otros» para derribar por la fuerza a través de la revolución, al gobierno legal de la II república. ¿Quiénes eran entonces los enemigos de la II república?
Reseña del discurso de Indalecio Prieto en el cine Pardiñas de Madrid, reflejado en la portada de Vida Nueva, órgano de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista Obrero de Zaragoza, el día 10 de febrero de 1934. “Nuestro deber es ir a la revolución con todos los sacrificios”
Para no quedar marginado como Besteiro, Prieto, a pesar de que odiaba hasta el tuétano a Largo Caballero; que era un anti leninista convencido, decidió convertirse en el motor del golpe de estado contra el gobierno republicano, y buscó ayuda para su preparación, en una comisión Mixta de PSOE, UGT y juventudes socialistas, presidida por el propio Largo Caballero e integrada por dos representantes del PSOE (Juan Simeón Vidarte y Enrique de Francisco), dos de la UGT (Pascual Tomás y José Díaz Alor) y dos de las Juventudes Socialistas (Carlos Hernández Zancajo y Santiago Carrillo. Largo Caballero les comunicaría que la UGT y el PSOE habían resuelto declarar en toda España la huelga general revolucionaria contra el gobierno radical apoyado por la CEDA. La Comisión Mixta encargó a Indalecio Prieto la preparación militar del movimiento revolucionario, con el avituallamiento de armas y la captación de la oficialidad en los cuarteles como principales cometidos.
El seis de junio, funcionarios de Cuerpo de Investigación y Vigilancia, descubrían en la calle San Enrique de Madrid, un deposito con 516 pistolas y 80.000 cartuchos, Los detenidos “cantaron” a la policía, que aquel arsenal había sido transportado por orden del diputado socialista Juan Lorenzo Ruiz, al cual se le intervendrían en su casa 54 pistolas y 500 cartuchos. En agosto elementos socialistas realizarían gestiones en Paris, con agentes comerciales checos, la compra de armas. Continuará….
Carlos Fernández Barallobre.
Autor
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Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.
En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.
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