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Comienzo este artículo impulsado por la indignación que me ha producido la lectura, en los periódicos, del incidente que culminó en la agresión física sufrida por el Alcalde de la Villa y Corte, a manos de un energúmeno que va por la vida de “più feroce” y perdonavidas, haciendo ostentación de la chulería barriobajera fruto de sus orígenes inciertos. El “pequeño saltimbanqui” no es culpable de haber nacido bajito y tirando a enclenque, pero no por ello falto de genio. Lo que no comprendo es como no respondió rompiéndole la cara al “hotentote machirulo”. Su actitud pasiva me genera indignación. ¡A buena hora me lo iba a hacer a mí!, en mi época de plenitud, y aún ahora que, falto de equilibrio, ya no estoy dispuesto a perder mi tiempo en bagatelas verbales y, sin pestañear, me siento con ánimos para meter un objeto punzante en la garganta del macarra o pegarle un tiro “entre cejas”. Por eso digo que en mi estado actual soy más peligroso que en mi pasada juventud, pues dada mi corta esperanza de vida, mis principios, sólidamente asentados, y el pensar que debo morir como viví, haciéndome respetar por mis enemigos y querer por mis amigos.
A lo largo de mi vida lo que era un niño pacífico, obediente y estudioso se trocó, tras muchas reflexiones, en lo que podríamos llamar un individuo de “armas tomar”. Entre mis peleas más sangrientas destaco una que culminé metiendo la cabeza de mi oponente en un retrete atascado. Todavía recuerdo su cara llena de esputos y cáscaras de “pipas colegiales” que resbalaban dulcemente sobre los detritus ajenos. No me he arrepentido jamás y aún siento placer al recrear aquel rosto odiado de tal guisa. Luego, las circunstancias y los viajes aventureros me han ido poniendo a prueba en situaciones “difíciles”, con peligro de mi vida, en las que actué con frialdad y firmeza. Gracias a eso, estoy aquí, sin considerar que, en más de una ocasión, en mi etapa sudamericana vi a algún malandro de rodillas, sobre sus piernas temblorosas, con los ojos desorbitados, orinándose por encima, ayudado por algún milico que participaba en la escena introduciendo, al aludido, el caño de su revolver en la boca ¡inmenso placer de dioses! que difícilmente mujer alguna te podría procurar. Siempre me decanté por el lado del débil, jamás abusé de mi fuerza física, y cuando le auguré a un posible enemigo un mal futuro, me empeñé, en cuerpo y alma, en hacer realidad mi augurio. Yo respeto a todo el mundo, pero jamás perdono una afrenta y, tarde o temprano, la cobraré con funestos resultados para el oferente. Desprecio profundamente a todo aquel que, esgrimiendo la convivencia pacífica, ofende de palabra y calumnia a algún ser que la recibe pasivamente escudándose en la vieja tontería de “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”. Por el contrario, mi lema es: ¡ante la agresión injusta, respuesta inmediata, cuanto más contundente mejor! Por eso me sentí interesado cuando un gran amigo uruguayo me contó que, en su país de origen, durante muchos años imperó la ley del duelo para reparar el daño recibido, cuando una persona digna era víctima de las insidias proferidas por algún cretino del partido opositor y, respetando la tradición, los responsables del orden miraban para otro lado. Como se decía popularmente: “Dios creó a los hombres; Samuel Colt los hizo iguales”. Gracias a este hombre genial cualquier alfeñique pudo superar la crueldad del destino, al procurarle por obra y gracia de unos genes estúpidos un cuerpo enfermizo. Por eso admiro la mansedumbre responsable del mastín y el genio indomable del Yorkshire.
Sobre esto, recuerdo que un día, de los muchos, en que motivado por un tumulto irrumpí sorpresivamente en la sala de juegos de mis hijos, la escena que se mostró ante mis ojos era como mi hijo Ramón, un mastín bondadoso, aplastaba literalmente con su corpachón a mi hija Carolina, un yorkshire enano con carácter, que, aplastada contra el suelo, después de haber provocado la pelea, por el sencillo método de tirar de una patada el edificio de Lego que su paciente hermano había construido con notable esfuerzo, la aludida ya vencida y a punto de purgar su culpa, al verme venir en su ayuda, con el trozo de boca que le quedaba disponible entre el suelo y la manaza vengadora, profirió un grito de batalla diciéndole: ¡Ríndete mamón! No pude por menos que sentirme orgulloso, pues gracias a la escena vivida rememoré un aserto que me dijo mi padre cuando era un niño reposado y gordinflón: “El deber de un caballero no es ganar, sino batirse”. Por ello, lo que más admiro de las personas es: la reflexión y la determinación.
Siempre he sostenido que un arma no es más que un ingenio mecánico carente de principios en manos de un maleante, o lo que es peor, de un blandito, pero adquiere un nivel mágico y sobrenatural si quien la empuña se funde con ella, inoculándole el esperma de la firmeza. Por eso defiendo la violencia intelectual, que hace al género humano capaz de protagonizar grandezas y miserias, y me gustan las reses bravas que tienen la dignidad de ¡MORIR MATANDO!
Siento conmiseración por este energúmeno, que va por la vida “arrancando cabezas” a los tíos bajitos que se cruzan en su camino, y pienso: ¡Habías de dar conmigo! Aunque una vez conocido por su currículum su amistad juvenil con el canalla, lo comprendo todo, y una vez rumiado este conocimiento, sólo me resta decir al bravucón: ¡Pobre hombre! Dime con quién andas y te diré quién eres.
Y concluyo confesándoles, que desde que vi a este individuo tan “macho” y tan “viril”, tengo pesadillas nocturnas hasta el extremo que, como Santa Teresa, “vivo sin vivir en mí”.
La venganza es el bálsamo que alivia las heridas del alma.
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Lo que es una vergüenza es que el cobarde Almeida, tan valiente para ponerse un pin de una agenda criminal, dejase que un izquierdoso le cruzase la cara tres veces.
Una puede ser un descuido. Tres es símbolo de cobardía. Además de mentiroso, cobarde.
¡Que se vaya ya!
Como decimos en mi tierra ! HAY HOMES Y HOMIÑOS¡
Miren Vds
Este monton de enormes dientes que Madrid tiene por Alcalde es un mierda con todas las letras y como tan se ha comportado cuando un menda lerenda la ha dado unos tortacitos
O se los devuelves corrigendos y aumentados de inmediato o te va a a tu casa por cagon
Esta lección me la enseñó a mí mi madre cuando yo era bien pequeña: «Yo sólo he dado tres bofetadas en toda mi vida; fueron mano de santo».