19/09/2024 23:15
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De su hipócrita condición amoral no puede esperarse nada bueno. Es de ella misma desde los extremos hasta el final, el que se augura trágico para su salud a tenor de esa cara deformada en la que algo más que el tiempo hace sus estragos. A saber qué puede destrozarla de ese modo inmisericorde.

La última ha sido desdeñar a una víctima de intento de violación en Dos Hermanas. Llamó zombi a Jesucristo mofándose en las redes sociales, aprovechando un comentario de su hija. Presume de irreverente, de iconoclasta , la muy peñazo. De la patulea del circo podemita conformado de mamarrachos, Cristina Fallarás es un histrión por sí misma, valiente necia cuya osadía no se asocia con la valentía personal, sino con la estimulación de una mente desgastada y maltratada, quizá por ella misma. Va de original por la vida y no debería confundirse la personalidad con otras presuntas deficiencias psíquicas. Cualquiera diría, al escuchar a esta demagoga acelerada, que no está en sus cabales aquejada de un delirium tremens permanente.

Cristina Fallarás es el ejemplo perfecto para seguir el proceso de involución personal en quien, saturada de egocentrismo, con la vejez deriva en un desorden mental y de comportamiento que no pueden ocultar presuntos procesos de adulteración que siempre acaban pasando factura a la salud. El declive de este engendro de la demagogia es a ojos vista acelerado  y quizá por ello el sentido de la vergüenza lo ha ido perdiendo hasta el punto de presumir públicamente de indecencia,  por aquello de lo perentorio de la prioridad inmoral que le aconseja la falta de honradez si la corrupta voluntad lo estima correcto. Un poco retorcido lleva el concepto de la honestidad. Es toda una relativista moral cuya esencia personal, al margen del desodorante que se eche en los sobacos, atufa.

A Cristina Fallarás el sentido de la honestidad se le escapa con repugnante visión de oportunista sin conciencia. Así lo da a entender. Una voluntad retorcida que lo mismo defiende a los agresores de Alsasua, el intento de exterminio  de media España por el Frente Popular, como intenta ofender a la Virgen María, a la que considera indigna por gozar la miserable mundana con los placeres de sus vanidosas vergüenzas, nada virginales a saber desde qué tierna edad.

Cuando se expresa, pareciera que se va a caer de bruces en cualquier momento, ebria de egotismo y vaciedad, pero milagrosamente mantiene el equilibrio corporal y mental en cuanta intervención presume de comunicadora para, después de cada trastada periodística, dejar a ras del suelo el listón de su profesionalidad edulcorada y el patetismo inherente a su personal manera de ser que, lejos de ser provocativa, es ejemplo de vergüenza ajena.

Y esta charlatana cuyo engreimiento está asociado con la facilidad para argumentar con demagogia, arrimada a la mesa del amo a ver qué cae a cuenta de sus argumentaciones, tan  evanescentes como las neuronas que se le gastan después de cada esfuerzo pseudo intelectual, era una de las candidatas a consejeras de RTVE para despolitizar la televisión pública.

En la cara, en el papo que gasta esta individua que parece ejercer cierta parcialidad de consciencia cuando habla, se atisban los excesos de un ego intrascendente, una artificial arrogancia probablemente sustanciada con multiplicadores artificiales de ingenio fracasado.

No cayó la breva de consejera. Así de bien pudo ejercer el cargo inmerecido , como Irene Montero de rodillas, después de babear por la injusta prebenda. Que se sostenga mientras las piernas la aguanten con el deseo de que practique una vida sana y moralmente equilibrada, porque da la sensación de que un día se le cae la cabeza sobre la mesa y no la levanta. Tanto será que le pesan las ideas a la frenética Fallarás.

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Que encuentre paz y equilibrio, con semejantes esfuerzos intelectuales en su poltrona de arribista, es un deseo frustrado. Y cada día se le nota más en la cara desencajada, cada vez más desahuciada de la vida. Cristina Fallarás caerá redonda como un fardo enfermo de ideas vacías, más pronto que tarde; la cara es el espejo del alma. Los excesos de la amoralidad y la atrofia de la conciencia, se pagan.

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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Geppetto

Hay veces en que la gente se felicita de ver en antalla como alguien, en este caso el general de división jefe de la Infanteria de Marina(r) Juan Chicharo la metio en su casa con una gran sonrisa recordandole quienes son sus familiares y el poco aprecio que le tienen.
Esta moza es chatarra pasada de rosca

Carlos

Felicitaciones por decir las cosas claras.
Soy de Zaragoza, y aquí conocemos bien a la «pájara».
Es, como mínimo, de moral distraída, y politóxicomana, como ella ha declarado públicamente.
Separada, divorciada, o madre soltero -comprendo perfectamente que no la aguante nadie-, okupa en su día de su piso, del que no pagaba la hipoteca, etc.
En fin, para que seguir…

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