20/09/2024 13:46
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Fernando Romero Moreno es abogado por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y Profesor Superior Universitario por la Universidad Católica Argentina (UCA). Está dedicado desde hace 30 años a la Educación, tanto en cargos docentes como directivos. Actualmente trabaja en el Colegio Los Caminos (APDES-Pilar). Es autor del libro “La Nueva Derecha-Reflexiones sobre la Revolución Conservadora en la Argentina” (Grupo Unión, Buenos Aires, 2021). Está casado y tiene 4 hijos.

¿Por qué un católico hoy debe luchar por el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo?

No es un combate que deba librarse hoy sino siempre. Lo fue para nuestros antepasados, lo es para nosotros y lo será para nuestros descendientes, hasta la Parusía. Nuestro Señor Jesucristo es Rey, como enseñaba el Papa Pío XI, por derecho de naturaleza (es Dios) y por derecho de conquista (nos redimió y nos liberó del poder de Satanás). Esa Realeza no es de este mundo en un sentido político-prudencial (su misión en la tierra no fue liberar a los judíos de los romanos ni es en la actualidad, por ej. ocuparse directamente de terminar con la desnutrición infantil a nivel mundial) pero sí lo es en cuanto a que todo el orden social y político debe reconocer a Jesucristo como Rey y subordinarse a la ley natural (que se conoce por la razón) y a la ley-divino positiva (a la que llegamos gracias a la Revelación).

Por lo tanto, no es Rey en un sentido meramente retórico, ni reducido sólo a lo espiritual o a la vida privada, sino en sentido real, referido a lo espiritual y a lo material, y que se extiende a lo individual como a lo social. Negar la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo fue considerado un grave error por todos los Padres de la Iglesia e incluso herejía por San Juan Crisóstomo. Como bien decía Jean Ousset, esta Realeza no “es de este mundo” sino sobre este mundo.

¿Por qué el catolicismo debe impregnar el orden temporal, es decir instaurar o restaurar lo que se conoce como Cristiandad?

Porque es una exigencia que se desprende de la propia Fe católica. Así lo explica el actual Catecismo de la Iglesia Católica al tratar sobre el Primer Mandamiento. En el número 2105, afirma: El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado. Esa es ´la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo´ (DH 1). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan ´informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive´(AA 13). Deber social de los cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión (…) en la Iglesia católica y apostólica (cf DH 1). Los cristianos son llamados a ser la luz del mundo (cf AA 13). La Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas (cf León XIII, Carta enc. Immortale Dei; Pío XI, Carta enc. Quas primas)”.

En cuanto al término Cristiandad y como bien lo ha explicado el Padre Alfredo Sáenz, S.J, “no hay que confundir Cristiandad con Cristianismo. Cristianismo dice relación con la vida personal del cristiano, con la doctrina que éste profesa. Cristiandad tiene una acepción más amplia, con explícita referencia al orden temporal. La Cristiandad es el conjunto de los pueblos que se proponen vivir formalmente de acuerdo con las leyes del Evangelio de las que es depositaria la Iglesia. O, en otras palabras, cuando las naciones, en su vida interna y mutuas relaciones, se conforman con la doctrina del Evangelio, enseñada por el Magisterio, en la economía, la política, la moral, el arte, la legislación, tendremos un concierto de pueblos cristianos, o sea una Cristiandad”. Conviene sí aclarar que la doctrina del Evangelio en relación a la economía, la política, la cultura, etc., es de naturaleza moral y no se refiere a materias que de suyo son opinables en relación al depositum fidei. Por eso, fundados en las mismas verdades, todos los bautizados deben proponer y defender principios e instituciones de naturaleza universal y permanente, mientras que a la vez gozan de una lógica y sana libertad acerca de cómo llevarlos a la práctica o qué proponer en materias de suyo contingentes.

Para que Cristo reine hay que combatir la Revolución anticristiana. ¿Deben ser, por lo tanto, contrarrevolucionarios todos los católicos?

En ocasiones se utiliza la palabra Revolución para referirse a cambios de gobierno, reformas culturales o rebeliones ocasionadas por el lícito ius resistendi o derecho de resistencia a la opresión, que poco o nada tienen que ver con el sentido laicista y anticristiano de Revolución. En esos casos, el haber sido revolucionario o contrarrevolucionario, es algo opinable. Hecha esta aclaración, cuando hablamos de Revolución anticristiana nos referimos, en sentido amplio, a la rebelión de Satanás contra Dios y a la guerra que eso supone (como lo explica San Agustín en La Ciudad de Dios o San Ignacio de Loyola en la Meditación de las Dos Banderas), que terminará con la Parusía y, en sentido estricto, al proceso histórico de la Modernidad ideológica y secularista, cuyos hitos históricos más significativos son la Reforma Protestante de 1517, la fundación de la Masonería moderna en 1717, la Revolución Francesa de 1789, la Revolución bolchevique de 1917, la Revolución de la “Iglesia conciliar” a partir de 1965 (no necesariamente relacionada con los documentos magisteriales del Concilio Vaticano II) y la entrada al llamado Nuevo Orden Mundial en 1989. Esa Revolución anticristiana tiene sus ideologías (liberalismo, nacionalismo, socialismo), sus tropas regulares (Judaísmo talmúdico-cabalístico y Masonería) y su Quinta columna (liberalismo católico ideológico, americanismo y modernismo teológicos, progresismo cristiano, neoconservadorismo, etc).

Frente a esa Revolución, que Albert de Mun definió como el intento de fundar la sociedad sobre la voluntad del hombre en vez de hacerlo sobre la Voluntad de Dios, todo católico debe oponerse y por lo tanto, ser contrarrevolucionario, en el sentido expresado por el Papa San Pío X:“la Iglesia que jamás ha traicionado la felicidad del pueblo con alianzas comprometedoras, no tiene que desligarse de lo pasado, antes le basta anudar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la revolución, y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano de que estuvieron animados, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad contemporánea, porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas”. Esto no implica identificar tradicionalismo con una determinada corriente política en aquello que sea de suyo contingente y por lo tanto, opinable.

De hecho, han existido católicos ortodoxos y contrarrevolucionarios en distintas corrientes, movimientos y partidos políticos. Basta recordar, en el caso de España, a referentes católicos de sana doctrina y que tuvieron opciones prudenciales distintas como sucedió con Ramón Nocedal (integrista), Félix Sardá y Salvany (carlista) y Marcelino Menéndez y Pelayo (conservador). No siempre esta sana pluralidad de opciones ha sido respetada o bien entendida y no han faltado católicos que, en cuestiones opinables o prudenciales, han querido defender que las suyas eran las únicas “soluciones católicas”. Tampoco los Papas ni la Secretaría de Estado del Vaticano, han sabido conservar un sano equilibrio al respecto, pues en no pocas ocasiones forzaron la legítima libertad de los laicos en estos asuntos. Por último, hay que recordar lo que bien decía De Maistre: La Contrarrevolución no es una Revolución contraria sino lo contrario de la Revolución. Sin embargo, fruto de un agere contra desordenado, no pocas veces hubo católicos que exageraron esa postura contrarrevolucionaria, poniendo el combate en el mismo plano que los enemigos de la Cristiandad, con daño para la Causa de la Tradición.

El padre Leonardo Castellani lo explicó con su habitual sabiduría, a propósito de la Contrarreforma (en un análisis que, por analogía, puede aplicarse a la Contrarrevolución): “Una gran parte del Catolicismo moderno (sobre todo en España y aledaños) se ha edificado sobre el Concilio de Trento más que sobre el Evangelio; es decir, se ha configurado en contra del Protestantismo, lo cual comporta una especie de imitación subconsciente. No se mueve libre­mente el que esgrime contra otro: depende del otro en sus movi­mientos. El Protestantismo se llevó cautivas una cantidad de nociones, o di­gamos más bien de esencias-cristianas, que el Catolicismo necesitaba y que el Catolicismo abandonó y aun combatió, viéndolas convertidas en «herejía»: como por ejemplo, la lectura y el estudio de la Biblia, tan intensos en los Santos Padres, sustituidos por la lectura de obras de autores devotos de más en más chabacanas y deleznables; y otra lista de cosas excelentes, que por haber vivido en países protestantes, podría yo hacer fácilmente (…) Esto es la faz negativa de la «Contrarreforma»; no quiero negar aquí su inmensa faz positiva, que otros ya ponderan bastante”. Mutatis mutandi, algo similar ha sucedido en ocasiones con la Contrarrevolución católica.

¿Cuáles son los principios básicos no negociables para un católico?

Todo católico que quiera ser fiel al Orden Natural y Cristiano debe aspirar siempre al Bien mayor, es decir, a la Cristiandad con todo lo que esto implica para la política, la sociedad, la cultura, la familia, las libertades concretas, las relaciones internacionales, etc. Pero en tanto y en cuanto esto no sea posible, los católicos deberán elegir el Bien posible en el grado más cercano al Bien mayor, teniendo en cuenta las circunstancias de tiempo y de lugar, sin dejar de poner los medios ni de remover los obstáculos para que, llegado el momento, se pueda restaurar el Bien mayor. El Bien mayor es la Cristiandad y el grado más alto la Unidad Católica de la comunidad política. Cuando hay minorías religiosas no católicas, la prudencia política indicará si el Bien mayor es o no posible, y de no serlo, qué grado de Cristiandad menor se puede conservar (confesionalidad católica formal y substancial con libertad o tolerancia religiosa o confesionalidad sólo substancial o de hecho con libertad o tolerancia religiosa). Sólo si el Bien Mayor y los Bienes posibles que conservan la confesionalidad católica de la comunidad política son imposibles de mantener o de instaurar, será lícito aceptar el modelo de laicidad aconfesional respetuosa de la ley natural, de la libertad civil en materia religiosa y de la libertad de la Iglesia Católica.

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Pero este modelo (la hipótesis, en terminología previa al Concilio Vaticano II) no será nunca el ideal, y por lo tanto jamás podrá convertirse la hipótesis en tesis, que es precisamente uno de los errores del liberalismo católico ideológico, condenado por los Papas. León XIII lo explicó bien a propósito del ejemplo de los Estados Unidos y del pedido hecho por los Obispos de dicha nación. Además, sería un error engañarse al respecto. Si con la Gracia, aún sigue siendo difícil vivir de acuerdo a la Ley Natural (tanto a nivel individual como social) mucho más lo es si no se reconoce la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo ni se le da culto público a través de la Iglesia Católica. Como bien decía Chesterton, quitad lo sobrenatural y sólo quedará lo que no es natural.

Teniendo en cuenta todo esto, no se puedan dar normas universales en el tiempo y el espacio respecto al bien posible, aunque sí orientaciones que ayuden a juzgar y actuar de acuerdo a una conciencia recta dentro de ciertas circunstancias. Lo que no hay que confundir es la lícita opción por el bien posible con el llamado mal menor, pues nunca se puede elegir un mal para lograr un bien. Lo que sí puede hacerse es, al realizar un acto de suyo bueno o indiferente (objeto), con intención honesta (fin) y en situaciones moralmente lícitas (circunstancias), elegir un bien del que se siga inmediatamente un efecto bueno, aunque pueda producirse un efecto malo no querido. De todo esto se sique la gran importancia que tiene el conocimiento por parte de los católicos de lo esencial y definitivo en materia de Doctrina Social de la Iglesia y también de los principios morales de uso más frecuente (elementos del acto bueno, actos intrínsecamente malos, voluntario indirecto, voluntario in causa, diferencia entre cooperación formal y material con el mal, errores de la llamada moral de situación, etc).

En cuanto a los principios no negociables en la vida política y teniendo en cuenta lo anterior, las exigencias de la Iglesia han variado según lo que era posible o no en distintas épocas, lo que no dispensó nunca a los católicos de estudiar si, en algunos casos, era posible exigir más. Pero lo que no era negociable hace cien años sigue siéndolo ahora, aunque ciertas realidades deban tolerarse (no reprimir un mal menor para evitar un mal mayor), más nunca tenerlas por lícitas. Es así que, respecto de las elecciones, era común antes del Concilio Vaticano II que el Papa y los Obispos exigieran no votar a partidos políticos que fomentaran la separación Iglesia- Estado, el laicismo escolar, el divorcio vincular, la co-educación, etc., además de recordar las ideologías que estaban condenadas total o parcialmente por el Magisterio de la Iglesia (liberalismo, socialismo, comunismo, fascismo, nacional-socialismo) o las sociedades secretas enemigas de la Fe católica y de la Cristiandad (sobre todo, pero no exclusivamente, la Masonería).

Hoy, ante un mundo que, en general, no sólo ha rechazado la Fe sino también en muchos casos la misma Razón natural, el Magisterio de la Iglesia exige a los católicos no votar ni cooperar con partidos o candidatos que se opongan a defender la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, que equiparen la familia fundada en matrimonio heterosexual a otro tipo de convivencias inmorales que el Estado no puede tutelar, que nieguen la libertad de enseñanza de los padres respecto de sus hijos y que no procuren la primacía del bien común político. Como puede advertirse es “el mínimo de los mínimos”, por debajo del cual estaríamos convalidando un tipo de sociedad salvaje que viola sistemáticamente la ley natural mediante la legalización y promoción del aborto, la manipulación de embriones, la eutanasia, la homosexualidad y la ideología de género, el estatismo educativo y fines contrarios a la naturaleza propia de la comunidad política (razón de estado, voluntad general, libertades individuales absolutas, raza, etc.).

¿Es lícito colaborar con movimientos semi-contrarrevolucionarios?

En relación a este punto, vale la pena seguir lo enseñado por el Dr. Plinio Correa de Oliveira en su clásico libro Revolución y Contra-Revolución:“Ciertos espíritus marcados por esa Revolución interior podrán tal vez, por algún juego de circunstancias y de coincidencias, como una educación en un medio fuertemente tradicionalista y moralizado, conservar en uno o en muchos puntos una actitud contra-revolucionaria. Sin embargo, en la mentalidad de estos ´semi-contrarevolucionarios´ se habrá entronizado el espíritu de la Revolución. Y en un pueblo donde la mayoría esté en tal estado de alma, la Revolución será incoercible mientras éste no cambie. Así, la unidad de la Revolución trae, como contrapartida, que el contra-revolucionario auténtico sólo podrá serlo totalmente. En cuanto a los “semi-contra-revolucionarios” en cuya alma comienza a vacilar el ídolo de la Revolución, la situación es un tanto diversa (…) Fuera de la Iglesia no existe auténtica Contra-Revolución.

Pero podemos admitir que, por ejemplo, determinados protestantes o musulmanes se encuentren en el estado de alma de quien comienza a percibir toda la malicia de la Revolución y a tomar posición contra ella. De personas así es de esperar que lleguen a oponer a la Revolución barreras a veces muy importantes: si correspondieren a la gracia, podrán volverse católicos excelentes y, por tanto, contrarevolucionarios eficientes. Mientras no lo fueren, en todo caso crean obstáculos en alguna medida a la Revolución y pueden hasta hacerla retroceder. En el sentido pleno y verdadero de la palabra, ellos no son contra-revolucionarios. Pero se puede y hasta se debe aprovechar su cooperación, con el cuidado que, según las directrices de la Iglesia, tal cooperación exige. Particularmente deben ser tomados en cuenta por los católicos los peligros inherentes a las asociaciones interconfesionales, según sabiamente advirtió San Pío X (…) El mejor apostolado llamado ´de conquista´ debe tener por objeto esos no católicos de tendencias contra-revolucionarias».

En un sentido similar se pronunció Jean Ousset en Para que Él reine, aceptando como excepción la cooperación con ciertos heterodoxos honestos, pero siempre que sea realizada en función de objetivos moralmente sanos, con medios lícitos y bajo el marco axiológico de la Doctrina Social de la Iglesia, que es normativa para los católicos y una autoridad moral cualificada para los no católicos. Fuera de esos criterios, toda acción se torna moralmente peligrosa y a la larga, además, ineficaz. Como sostenía el Dr. Héctor H. Hernández, representante egregio de la Escuela Argentina de Derecho Natural y Cristiano, acuerdos prácticos sin la aceptación de un fundamento filosófico y teológico común, terminan en fracasos, dado que dicho fundamento tiene un carácter constitutivo y configurador de los bienes a defender. Basta recordar que, aun si el marco axiológico común es el mínimo, el de la Ley Natural, su comprensión y alcances no serán los mismos si los iusnaturalistas son individualistas, personalistas o solidaristas de corte tomista clásico.

De todos modos, y en tanto esos acuerdos se refieran a bienes concretos, la prudencia política iluminada por la Fe e informada por la Caridad es la que nos indicará en cada caso la licitud o no de la cooperación. Por eso es que la Iglesia no ha prohibido la actuación de los católicos en movimientos o partidos cuyas ideas habían sido parcialmente condenadas (explícita o implícitamente) como sucedió con ciertas corrientes liberal-conservadoras, con el “nacionalismo integral” de la Acción Francesa, con el Fascismo italiano, con el Justicialismo y ciertos nacionalismos de tercera posición, con la Democracia Cristiana, entre otros. El Papa Juan XXIII hizo además una sabia distinción: “Es también completamente necesario distinguir entre las teorías filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre y las corrientes de carácter económico y social, cultural o político, aunque tales corrientes tengan su origen e impulso en tales teorías filosóficas. Porque una doctrina, cuando ha sido elaborada y definida, ya no cambia. Por el contrario, las corrientes referidas, al desenvolverse en medio de condiciones mudables, se hallan sujetas por fuerza a una continua mudanza. Por lo demás, ¿quién puede negar que, en la medida en que tales corrientes se ajusten a los dictados de la recta razón y reflejen fielmente las justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos moralmente positivos dignos de aprobación?” Pero esa cooperación, en el caso de ser necesaria, exige por parte de los católicos una buena formación doctrinal-religiosa, una vida cristiana virtuosa y una cuidadosa prevención frente a los errores que en tales corrientes políticas puedan subsistir.

¿Por qué es ingenuo pretender restaurar la Cristiandad desde la democracia moderna?

La democracia en su formulación moderna, sea la individualista de Locke, la relativista de Rousseu, la igualitarista de Le Sillon, la personalista de Maritain, la comunista de Lenin o la neo o post marxista de la Nueva Izquierda, es incompatible con el Orden Natural y Cristiano. Sea por los mencionados errores teóricos y por el laicismo (moderado o radicalizado) común a todos, así como por sus condicionamientos históricos, mediáticos, financieros y geopolíticos, sólo un ingenuo, un ignorante o un cómplice, podría pensar que se pueda “cambiar el sistema desde adentro” o que sea un intrumento útil para la restauración de la Cristiandad.

La soberanía popular que niega el origen divino de la autoridad, el indiferentismo religioso y la explícita negación de la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo, el monopolio de la representación por parte de los partidos políticos, la negación de derechos de representación ante el poder político a los cuerpos intermedios, el electoralismo que induce fácilmente a la corrupción, el sufragio moderno (calificado o universal), la no obligatoriedad de cumplir con las plataformas electorales, las decisiones tomadas por disciplina partidaria aún contra la propia conciencia, la ausencia de vínculos directos entre representantes y representados, la primacía de la cantidad sobre la calidad, la ausencia de requisitos de idoneidad concretos para ocupar cargos públicos, la tendencia a la demagogia y a convertir la democracia en regla según la cual exigir cambios en instituciones y comunidades de suyo jerárquicas (como la familia, la patria o la Iglesia), entre muchas otras cuestiones, impiden pensar con seriedad en que tamaña perversión política pueda servir para alcanzar el bien común político.

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Es verdad que la Doctrina Social de la Iglesia no ha condenado en el plano de las instituciones la democracia constitucional, la división de poderes, el control de constitucionalidad, los partidos políticos o el sufragio, pero sí ha exigido una enorme serie de condiciones que nada tienen que ver con la democracia moderna tal como de hecho o de derecho se la practica, sea en regímenes monárquicos o republicanos, desde 1688 en Inglaterra hasta la actualidad. Basta leer al respecto lo enseñado por Papas como León XIII, San Pío X, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Pero estos problemas de la democracia, sea liberal (Locke- Tocqueville) o totalitaria (Rousseau- Marx) no han impedido que la Iglesia permita o aún aliente a los católicos a participar dentro de este sistema para defender las libertades concretas (de las personas, las familias y los cuerpos intermedios) así como también los derechos de la Patria, de la Cristiandad y de la Iglesia.

Pero cualquiera que tenga un mínimo conocimiento teórico y práctico de este asunto, sabrá que lo máximo que se puede esperar de esta participación es frenar ciertos males parciales o alcanzar algunos bienes también parciales. Más allá de hecho, si la democracia moderna retorna alguna vez a los principios y normas de un régimen político respetuoso del Orden Natural y Cristiano, no será por aplicación de sus mecanismos sino como fruto de una profunda batalla cultural y teológica que la elimine en la modalidad ideológicamente moderna que ahora tiene.

¿En qué medida se podría entrar en el juego de la democracia moderna, siendo un sistema intrínsecamente perverso? ¿Estaría permitido que los católicos luchen dentro de este sistema para alcanzar algunos bienes y frenar algunos males?

Una participación responsable (justificada como cooperación material, no formal, respecto de la perversión democrática), motivada por fines honestos y realizada con medios lícitos, puede ayudar a conseguir victorias en asuntos importantes y de allí la insistencia del Magisterio de la Iglesia en que los católicos participen dentro del sistema, aunque no hacerlo como manifestación explícita de repudio al mismo en el marco de una acción concreta por el bien común político también puede ser una opción lícita. En ambos casos, el empeño principal debe estar puesto en trabajar por la restauración del Orden Natural y Cristiano dentro de instituciones naturales como son la familia, el municipio, la corporación profesional y todo el mundo de la educación y la cultura, procurando “ordenar según Dios los asuntos temporales”, misión específica de los laicos, como bien enseña el Concilio Vaticano II.

Por eso decía San Pío X: “Lo bueno y lo honesto que hagan, digan y sostengan los afiliados a cualquier partido y las personas que ejerzan autoridad puede y debe ser aprobado y apoyado por todos los que se precian de buenos católicos y buenos ciudadanos, no solamente en privado, sino en las Cortes, en las Diputaciones, en los Municipios y en todo el orden social. La abstención y oposición a priori están reñidas con el amor que debemos a la Religión y a la Patria (…) «En las elecciones (actuaremos), apoyando no solamente nuestros candidatos siempre que sea posible vistas las condiciones del tiempo, región y circunstancias, sino aun a todos demás que se presenten con garantías para la Religión y la Patria», teniendo siempre a la vista el que salgan elegidas el mayor número posible de personas dignas, donde se pueda, sea cual fuere su procedencia, combinando generosamente nuestras fuerzas con las de otros partidos y de toda suerte de personas para este nobilísimo fin.

«Donde esto no es posible, nos uniremos con prudente gradación con todos los que voten por los menos indignos», exigiéndoles las mayores garantías posibles para promover el bien y evitar el mal. Abstenernos no conviene, ni es cosa laudable, y, salvo tal vez algún rarísimo caso de esfuerzos totalmente inútiles, se traduce por sus fatales efectos en una casi traición a la Religión y a la Patria. Este mismo sistema seguiremos en las Cortes, en las Diputaciones y en los Municipios en los demás actos de la vida pública (…) Cuando las circunstancias nos lleven a votar por candidatos menos dignos, o entre indignos por los menos indignos, o por enmiendas que disminuyan el efecto de las leyes, cuya exclusión no podemos lograr ni esperar, una leal y prudente explicación de nuestro voto justificará nuestra intervención. En las cosas dudosas que directa o indirectamente se refieren a asuntos religiosos, consultaremos nuestras dudas con los Prelados” (San Pío X, Mensaje a los católicos españoles, El Siglo Futuro, 30 de enero de 1909).

En continuidad con estas enseñanzas y aplicándolas a las circunstancias actuales, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (en tiempos de Juan Pablo II y con la firma del entonces Cardenal Ratzinger) publicó una Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y a la conducta de los católicos en la vida política. Se afirmaba en la misma: “La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Sobre esta enseñanza los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades temporales (…) Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella (…) Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad.

Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (…), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable (…) Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución).

No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio». Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz (…) La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la caridad»; exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política (…) La frecuentemente referencia a la “laicidad”, que debería guiar el compromiso de los católicos, requiere una clarificación no solamente terminológica. La promoción en conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con (…) la intolerancia religiosa (…)

Una cuestión completamente diferente es el derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás, de buscar sinceramente la verdad y promover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida y todos los demás derechos de la persona (…) Sería un error confundir la justa autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia”. Sobre una recta noción de sana laicidad (en línea con lo enseñado por Pío XII y que no se identifica necesariamente con la llamada “laicidad aconfesional”), así como la mejora que el Catecismo de la Iglesia Católica hizo respecto del discutido concepto de libertad religiosa y sus límites (remitiendo en gran parte a los documentos magisteriales más antiliberales y antimodernos), podemos escribir otro día, pues son temas que exigen más espacio que el permitido para un reportaje como el presente.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Bien en general por hablar de Cristiandad y el deber del católico de procurar su implantación en todo el mundo en la medida de la posibilidad que pueda aportar a toda la comunidad cristiana.

Por si ustedes pudieran tener alguna duda, hubo un período en Europa feudal, entre el papa alemán San Gregorio VII y el papa sometido por los franceses bajo tiranía de Felipe el Hermoso de Francia, Bonifacio VIII, es decir, entre mediados del siglo XI y comienzos del siglo XIV, que resultó ser el modelo perfecto y pleno de Cristiandad.
Pues bien, hoy ni los economistas más serios pueden negar que el PIB per cápita en términos reales (la población se triplicó en este período, ojo) creció a tasas acumulativas incluso superiores a las que se han producido en los últimos 250 años desde la llamada Revolución industrial en Inglaterra. El legado de la Cristiandad entonces fue incomparablemente benigno en todo el cómputo de la historia de los dos últimos milenios, en fe y devoción generalizadas (con innumerables santos surgiendo en aquella brillantísima época), en arquitectura, en obras públicas, catedrales, monasterios, creación de escuelas, colegios, institutos y universidades (antes no existían estas instituciones), acceso de los humildes a la educación (cristiana, de lo contrario no hay educación), en logros como suprimir la esclavitud y la servidumbre en su totalidad, destruir la simonía y la designación real de obispos, otorgar propiedad privada a los pobres defendida con fueros ante los abusos de nobleza y aristocracia, libre circulación y actividad económica tanto en el ámbito rural como en el de las ciudades (en ésta época aparecen innumerables innovaciones tecnológicas, comerciales y económicas. En esta época surge la economía de mercado, que supone la prosperidad generalizada sin privilegios), así como libre uso de los medios de producción, reducción descomunal de tasas e impuestos (si acaso a satisfacer solo en las ferias de productos agrícolas y ganado), prácticamente desaparecidos, pues los monasterios, órdenes y templos cubrían sus gastos sobradamente con las donaciones, harto generosas de los propios feligreses, que amaban a Dios entonces como nunca y, por supuesto, a las almas consagradas. Fue una época de prosperidad que sentó las bases de la prosperidad posterior hasta hoy. En aquella época, el poder estuvo como nunca en manos de santos, elegidos de Dios. Hasta aquella Cristiandad no se conoció lo que era la seguridad jurídica, la letra de cambio, los seguros de navegación, el crédito, el aval, etc. Y las órdenes católicas de caballeros templarios tuvieron un papel decisivo en tanta prosperidad, de ahí el gran amor que despertaban en las gentes humildes y sencillas. Nunca volvió a haber una época como aquella, destruida por la maldad del rey francés, Felipe el Hermoso, que impuso sus papas, cardenales, obispos y ministros en Aviñón, instrumentalizando la Iglesia en beneficio de su corona y destruyendo las órdenes militares cristianas por afán de codicia.

Ahora bien, recuperar ese brillantísimo período reclama relegar el magisterio en beneficio de recuperar directamente la Palabra, el Nuevo Testamento, los Evangelios, como muy bien ha afirmado este señor. Trento no puede sustituir los Evangelios. Hay que recurrir directamente a la Palabra del Señor y aplicarla y hacerla aplicar, porque o manda la Palabra de Dios con cetro de hierro o la de los políticos con su maldad y destrucción de almas.

Lo que no es correcto es lo que afirma este señor de «prudencia política», «tolerancia religiosa» y «libertad religiosa». No se puede estar al 95% con Cristo y al 5%, por «prudencia política», por respeto a la «libertad religiosa» o por respeto a la «tolerancia religiosa», contra Cristo.
El ser católico exige radicalidad, entrega total en cuerpo, alma y corazón hasta la muerte, independientemente de cuales sean los peligros políticos o de cualquier índole. A los mártires siempre les fue ajeno eso de la «prudencia política». ¿A cuántos se les exigió renunciar a su culto para salvar la vida en el pasado, o blasfemar, o renegar de Dios? ¿Aconsejaban las circunstancias de persecución «prudencia política» para apostatar transitoriamente? Si pensáis así no sois católicos, quitaros ese disfraz. Un católico no anda midiendo su fe con los peligros. Apañados estaríamos si no siguiésemos el ejemplo de apóstoles martirizados como Santiago, San Pedro, San Pablo, San Andrés, solo por «prudencia política», como tampoco tuvo «prudencia política» el Señor en Jerusalen ni en toda Judea. La Santa Iglesia Católica Apostólica es indestructible porque su Cabeza la defiende de todo enemigo terrenal o infernal y prometió su prevalecencia incluso sobre las puertas del infierno. Solo los tontos no creen en Dios y sus promesas, pero no pueden negar que la existencia hoy de la Santa Iglesia Católica Apostólica es algo imposible en términos humanos, y más durante más de 2 milenios, luego algo tendrá la Iglesia que pervive a todo. Y ese algo es que la encabeza Dios mismo. Y con confianza pleno en ello, ¿a quién o a qué temer? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Debemos temer a nuestra propia muerte personal?. Un católico ha de tener la plena seguridad del triunfo de Cristo en todas las circunstancias. No hay lugar para andar con miramientos políticos, sino, como afirma el recientemente fallecido teólogo español José Antono Sayés, aprovechar los talentos que Dios nos ha dado, aunque solo sea uno, y no andarlos enterrando por «prudencia política» o «porque no aconsejan las circunstancias su uso». Si es preciso, mejor hacer el ridículo por Cristo, que enterrar nuestro talento. Eso es propio de siervos de satanás, es decir, de políticos, que no saben hacer otra cosa que mentir, manipular, engañar y ser hipócritas fariseos que todo lo hacen para ser vistos por los demás a son de trompetas. Pero un católico no hace eso.Para un católico hay sí o no, a secas. No hay medias tintas ni tibieza posible. Al pan, pan, y al vino, vino.
Por otra parte, no hay libertad religiosa si se persigue, de uno u otro modo, sutil o manifiesto, a los católicos y su culto. Solo hay un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Santísima Trinidad, luego solo hay un culto a Dios, una única religión, un solo bautismo para el perdón de los pecados, una sola Santa Iglesia Católica Apostólica que fundó el mismo Señor en San Pedro. ¿Por qué se sigue erre que erre hablando en plural de «religiones»? ¿No es esto herético? ¿Es por ser diplomático, por «prudencia política», por ser políticamente correcto o por no enfadar o irritar a idólatras, esto es, protestantes, anglicanos, ortodoxos, musulmanes, judíos, induístas, budistas y miembros de todo tipo de sectas? Pues cuidado no vayas a enfadar a Dios con tu conducta de «prudencia política». A lo mejor lo lamentas toda la eternidad. Mejor enfadar al demonio y sus vástagos, que enfadar al Señor por ser un siervo cobarde e indolente «políticamente prudente» ¿Acaso no se está siendo panteísta si se habla de religión en plural, esto es, si se reconoce la existencia de muchas «religiones»? ¿Quién rinde culto a Dios sino solo y exclusivamente los cristianos católicos? ¿O es que se está tratando de enseñar con engaño diabólico a los católicos del mundo que da igual la forma en que se de culto a Dios, que los sacramentos, Eucaristía, Penitencia, etc., son redundantes, que no hacen falta en absoluto para dar culto a Dios porque todos dan culto a Dios vayan a misa, a una sinagoga, a una mezquita, a un salón protestante, etc.? Menuda sarta de incoherencias elementales, que no de eminentísimos teólogos de todos los tiempos, que ha introducido la política y la «prudencia política» con los que ni conocen, ni aman, ni sirven a la Gloria de Dios, sino que tratan de aprovecharse de ella para sus fines terrenales y mundanos. Los que no son católicos rendirán culto a un ídolo, pero no a Dios. Y hay que hacérselo ver, se pongan como se pongan, que la tarea de un católico no es ganar votos en la política, que eso es propio de demonios, sino ganar almas para Dios, para que se conviertan, se arrepientan, hagan penitencia, conozcan y amen a Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero, su única forma de ser eternamente felices reconciliados con el único Dios verdadero infinitamente Bueno y Misericordioso. Nuestra misión es avisar, para que luego nadie diga que nadie le habló de los Evangelios ni de Jesús. Quien rechaza al Hijo, rechaza al Padre y al Espíritu Santo.
Y, por último, con respecto a la «tolerancia religiosa», ¿qué tolerancia tienen los de las miles de sectas de Lutero, Calvino, el rey de Inglaterra, el zar o presidente ruso, el zar o presidente ucraniano, el jefe de estado de un país del este, el príncipe Krisna, Buda, Confucio, Mahoma, los rabinos, etc., con respecto a Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero? ¿Lo conocen y adoran? ¿No? ¿Lo rechazan? Si una persona rechaza o, lo que es peor, odia a Jesucristo, ¿qué clase de «amor» alberga su corazón sino idolatría de cualquier objeto inanimado, ideal vano o critarura idolatrada, objeto todo ello de su mente descarriada? Si una persona no ama a Dios, a Jesucristo Nuestro Señor, no ama a nadie, ni conoce el amor, pues Dios es Amor. Que nadie se engañe, que no es moralina, ni sermón, ni consejo, ni nada que no sea la pura y dura verdad. Es imposible amar si no se adora por encima de toda persona o cosa a Dios. Para que una persona ame al prójimo, primero tiene que conocer y adorar a Dios, de lo contrario, lo suyo no será más que buscarse a sí mismo en los demás. Y no digamos ya el mandamiento nuevo y lo de amar al enemigo y rogar por quienes nos persigan. Y, por desgracia, hoy la tolerancia a Jesucristo, está en niveles ínfimos. Jesucristo ha sido expulsado de colegios, institutos, universidades, juzgados, hospitales, lugares públicos, empresas, industrias, talleres, calles (cada vez derriban más cruces), edificios históricos, incluso iglesias católicas «modernas» y no tan modernas (por ejemplo, la basílica de Meritxell en Andorra no tiene ni una sola cruz exterior. Menudo mérito el del obispo de la Seo de Urgell…). Hoy se cumple plenamente la Palabra del Señor según Jn 15, 18-27. Si uno es verdaderamente católico, es odiado, despreciado, vilipendiado, perseguido, indeseado e incómodo. Y si no es odiado y despreciado, incómodo e indeseable en todo ámbito, si es apreciado en círculos políticos por su prudencia y está bien relacionado y posicionado socialmente, no es católico, no es fiel a Cristo ni le conoce ni le ama. Dios no miente ni se equivoca jamás. Los falsos profetas políticos mienten hasta callados.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Es totalmente delirante que una minoría exigua -que además se bate hoy en retirada como son los católicos y los cristianos en general- estén ahora hablando de una contrarrevolución. No tienen ni los números, ni la masa crítica, ni la cohesión, ni los recursos materiales o de diverso tipo para ello ni de lejos. La civilización cristiana ha sido derrotada. Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás os será dado por añadidura. Hasta ahí, de acuerdo. No obstante, eso no se traduce en una dictadura católica como aquella con la que el artículo veladamente amenaza. Mejor que entiendan que la regeneración de la sociedad planetaria después de la catástrofe total y apocalíptica que se avecina no se dará en los términos que les resultan familiares. Incluso el propio Joseph de Maistre dice que la contrarrevolución supondrá el adviento de un cristianismo superior y que la satánica Revolución Francesa no se sustrae a los designios divinos en última instancia. También que entiendan que, por bien intencionados que sean, por más razón que lleven aquí y allá, están desfasados y su misión histórico cósmica cumplida y superada. Tampoco han trasladado las buenas palabras de la doctrina social de la Iglesia a una teoría jurídica que permitiese ir deduciendo preceptos concretos, generales o particulares.

Además, se puede llegar a algunas conclusiones y propuestas similares a las de ellos sin partir exactamente de los mismos supuestos o de supuestos confesionales. Simplemente, desde una óptica meramente jurídica iusnaturalista o de filosofía del derecho de la buena. Eso de la «legitimidad democrática» es una burrada de pe a pa por más que esté en boca de hordas de cabezas de chorlito porque los fines fundacionales de la sociedad política y los bienes jurídicos que presiden o deben presidir sobre todo el armazón legal son vida, propiedad, dignidad y libertad; no el autogobierno. El autogobierno, si es que es posible o en la medida en que sea posible, no es un nunca un fin en sí mismo. Podrá ser útil a los fines mismos de la sociedad política y, por tanto, legítimo sólo en función del grado de cultura y conciencia política, incluso de vergüenza, del votante. Por eso, si es que verdaderamente queremos que siga habiendo elecciones sin destruir economías, naciones y civilizaciones, es necesario un voto censitario donde sólo vote el que supere una prueba psicotécnica, otra de conocimiento de economía y otra de conocimiento de derecho. No queremos votantes piadosos en cuanto tales sino inteligentes. Un Estado es legítimo sólo en la medida en la que él y su legislación garanticen el respeto y la prioridad efectiva de los bienes fundacionales de la sociedad. De otro modo, tenemos una dictadura de la chusma de altos vuelos por medio de masas obtusas, ofuscadas y manipuladas interpuestas. Es decir, el régimen globalista judeo-satánico anglosangrón. Menudos bárbaros horripilantes y falsarios.

El problema de fondo es la inversión trágica del orden natural y eterno ario-platónico universal -del cual el cristianismo ha sido una manifestación cultural exitosa pero particular y perecedera-, de la philosophia perennis, del sanatana dharma. La decadencia de Occidente, su kali yuga in crescendo, se resumiría en la siguiente secuencia: 1) La filosofía al poder (Platón), 2) La fe más o menos ilustrada al poder (cristiandad), 3) la nobleza militar al poder 4) el progreso material al poder (revoluciones burguesas y era contemporánea, incluso despotismo ilustrado y, finalmente, marxismo clásico), 4) la imaginación al poder (Mayo del 68) y, finalmente, 5) el cretinismo tullido al poder (podemitas, Sumar, woke, sorosianos, etc.). Entiendo que este esquema se puede desarrollar más y mejor pero sirve para mostrar que el pez se pudre primero por la cabeza, como se dice en Rusia. En el bendito esquema social de Santo Platón, así como en el del noble hinduismo, el cuerpo social está constituido, además de por la cabeza, por partes menos pensantes o no pensantes. Pues bien, la chusmocracia actual no sería sino la de una sociedad que hace lo que le pide el cuerpo, al margen de consecuencias, justificaciones y principios. Las revoluciones que la han precedido han sido un descenso por etapas, otorgando poder a estratos o castas cada vez menos pensantes o desligadas de los fines transcendentes de los individuos que componen la sociedad.

Hakenkreuz

La denominada blasfemamente «Doctrina Social de la Iglesia» no viene de Dios, no es revelación en absoluto, sino instrumentalización de la Palabra de Dios en beneficio de políticos y mercaderes. Viene de políticos y mercaderes. No tiene raíz en los Evangelios ni en la Palabra de Dios y sus mandamientos y es toda una doctrina vana que se ha añadido a las Sagradas Escrituras con horribles consecuencias para las almas que se dejen enredar por ella. Es una herejía satánica que pretende instrumentalizar la Iglesia Católica, la de Jesucristo, en beneficio de intereses políticos y mundanos.
La Iglesia Católica debería condenar el conservadurismo también, pues es contrario a Jesucristo Nuestro Señor y a su mensaje de renuncia, de negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguirle. El mismo Señor nos enseñó que no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero, y los conservadores, ateos y materialistas, solo sirven al dinero. Además, la Iglesia Católica debe condenar sin paliativos todo tipo de democracia, liberal conservadora o popular marxista, pues un católico no puede defender la Santísima Voluntad de Dios, que es uno y trino, y al mismo tiempo dar su consentimiento a la voluntad de una mayoría en las urnas, como la que liberó a Barrabás y crucificó al Señor. Si muchos van por el camino ancho y espacioso de la perdición, ¿qué sentido tiene ser demócrata siendo católico? ¿Se pretende engañar a los católicos para arrastrarlos al infierno con tanta mentira e incoherencia? ¿Acaso porque la inmensa mayoría defienda el divorcio, por poner un solo ejemplo, ha de admitirse el divorcio, contrario a la Santísima Voluntad del Señor expresada en Mt 19, 3-9? No creo que se salve ni una sola alma defensora de la democracia. La democracia es un ídolo abominable. No se puede defender el Reino de Cristo y a la vez pretender alcanzarlo con elecciones. Eso es engañar como satanás.

Jesucristo Nuestro Señor jamás entró en política, no aceptó ser nombrado Rey de Israel tras quererle instrumentalizar el pueblo judío al constatar el milagro de los panes y los peces. Jesucristo fue víctima de la política y de las expectativas políticas de manipularle según conveniencia de los intereses de los que querían que les librara de las legiones romanas, de los que querían que les librara además de Herodes, de los fariseos, etc. Y como no satisfizo expectativa política alguna, fue crucificado. No entendieron que el Reino de Cristo no es de intereses mundanos políticos. Y, hoy, el papel de los judíos escribas y fariseos hipócritas es el de los de la «Doctrina social de la iglesia» por un lado y los teólogos de la liberación por otro. Por supuesto que ni unos ni otros conocen, aman o defienden al Señor, sino que lo ultrajan gravísimamente, provocando vaciado de templos, seminarios, conventos y monasterios. Jesucristo Nuestro Señor dio testimonio de la verdad. Los políticos dan testimonio del engaño, la mentira, la falsedad y la hipocresía.

Pío XI y Pío XII debieron librar al mundo del comunismo en lugar de limitarse a condenarlo «teológicamente» o intelectualmente, consagrando Rusia al Inmaculado Corazón de María y exigiendo el rezo diario del Santo Rosario y la Comunión reparadora de los cinco primeros sábados de mes a toda la cristiandad, pero no obedecieron a Dios, que se expresó por medio de Nuestra Señora en Fátima (Portugal). Las consecuencias siguen siendo devastadoras para la perdición eterna de torrentes de millones de almas. ¿Quién responderá por ellas ante el Señor? La obediencia a Dios, además de su santidad, es lo que se espera de papas, cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes, que sean pastores y no asalariados, no su soberbia rebeldía a la Santísima Voluntad de Dios. ¿Qué hubiese costado tal consagración mundial en 1925, 1926 ó 1929, cuando se exigió para librar al mundo de la 2ª Guerra Mundial y de la propagación de los errores de Rusia por toda la tierra que hoy padecemos con plena virulencia? En eso consiste traer la Cristiandad, en obedecer a Dios y no en despreciarle e ignorarle porque se cree en la política y la diplomacia, dando además explicaciones insinceras, necias, ingenuas y arrojando oscuridad en lugar de luz sobre estas cuestiones no queriendo abordarlas bajo ningún concepto, eludiendo responsabilidades.
Juan XXIII y Pablo VI, prohibieron el culto a la Divina Misericordia tal como el mismísimo Señor Jesucristo exigió a todos los católicos, empezando por los sacerdotes, por medio del Diario que exigió escribir y difundir a su apóstol de la Divina Misericordia Santa Faustina Kowalska, canonizada por San Juan Pablo II, su compatriota. ¿Cómo es posible que estos dos papas, conocidos por sus simpatías con el anticristo marxista socialista, prohibieran el rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia exigido por el mismo Señor para la salvación de las almas, incluso las agonizantes, y el culto a la Imagen que Él mismo ordenó pintar y exhibir en templos, casas, empresas, etc., entre otras muchas prácticas de piedad, ejercicios espirituales, modo de comulgar, modo de confesarse, instrucción para la lucha contra el demonio, novenas, jaculatorias, pasajes del Evangelio de San Juan que el mismo Señor exige meditar, como su Santísima Pasión, etc., siendo consciente ya Pío XII de las innumerables gracias que ambos traen para vivos y agonizantes y del milagro imposible que obró el mismo Señor de mantener la fe en Polonia bajo infierno comunista perseguidor del que pleno testigo fue Karol Wojtila, futuro San Juan Pablo II? ¿A quién sirvieron esos papas? A Dios desde luego que no.

La soberbia de muchos cardenales, arzobispos, obispos, teólogos y sacerdotes, les ha llevado a desobedecer y desoír los mensajes de Dios dados por medio de personas humildes (niños fundamentalmente. Parece que Dios tiene predilección por los corazones más puros y humildes) conforme a lo que enseña el Señor en Evangelio de San Mateo, que oculta su Sabiduría a los sabios de éste mundo y se la otorga a los humildes y pequeños. Y esa soberbia tiene consecuencias eternas para millones de almas que se pierden por culpa de los que no creen, ni esperan, ni aman, ni adoran a Dios, sino que utilizan la Iglesia como instrumento de su política, conservadora o progresista, una lacra de herejes, blasfemos, traidores a Cristo, mercaderes de almas y demonios infiltrados que los papas no pueden, no se atreven o no quieren excomulgar, pues llevaría un diluvio universal de excomuniones. Con razón san Pablo se planteaba si el Señor encontraría fe en la tierra cuando vuelva.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Interesante pero no me atrevo a darle un punto.

Ramón

Usted no sólo parece tonto; lo es.

Ramón

Pues yo a usted le doy uno, pero negativo, por imbécil.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Pues diga Vd. porqué. Yo creo que los tontos, por lo pronto, son los que no saben explicarse.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Aprenda a ser más elocuente. Edúquese.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Esa conjunción adversativa no debe estar precedida de una coma como se hace en inglés.

Hakenkreuz

Pues, humildemente, sí hay respuesta para lo que usted ha escrito:

1) Los católicos nunca fuimos mayoría. Recuerde ud. que el Señor nos dijo que nos esforzásemos por entrar por la puerta estrecha, que ancha y espaciosa es la senda que lleva a la perdición y muchos son los que la siguen (lo cual no quiere decir que se arrepientan a última hora. Hay esperanza, aunque no conviene dejar las cosas del alma para el final. Mejor estar vigilantes). Por otra parte, a los pies de la cruz del Señor había cuatro almas. Pero fíjese que estamos en el Año de Gracia de Nuestro Señor de 2023. ¡Vaya franca retirada! Nos vamos a reír a reventar como alguien intente cambiar la fecha del Año de gracia. Ni los bolcheviques pudieron.

2) Escriben «contrarrevolución» porque por desgracia muchos se han tomado la Iglesia como una facción política. Así hoy hay conservadores de esa herejía que han dado en llamar «doctrina social de la Iglesia» y otros progresistas que son teólogos de la liberación. Si supiesen lo que les conviene, leerían bien 2 Jn 9-11. A no ser que prefieran correr la suerte que ya nos anticipó el P. Pío de Petrelcina, que «creerán, pero cuando sea tarde». Está muy mal, en efecto, utilizar términos políticos para tratar de instrumentalizar la Palabra de Dios, que es lo que el Señor nos mandó guardar, en beneficio de partidos u opciones políticas, todas satánicas.

3) En la Roma de Nerón, la situación en cuanto a números, cifras, recursos, cohesión, etc., era muchísimo peor que ahora. Incluso con muchos otros emperadores sucesores se repitió la misma desesperada situación. Por eso la Iglesia Católica es indestructible, porque cuando más hundida parece estar, justamente es cuando más triunfante aparece. Por eso es la Iglesia de Dios. A los católicos no nos amilana ser pocos para amar a Dios. Recuerde que aquí en España, no se conoce un caso de apostasía entre los católicos capturados por los milicianos rojos. Si entonces no pudieron con nosotros, nadie, ni el mundo entero y el infierno entero podrán. Los ateos tendrán que reconocer que a Dios no lo vence nadie. Que cuanta más sangre católica derraman, más poder otorgan a la Iglesia.

4) Dios se caracteriza por lograr lo que es imposible de lograr para el hombre. Por eso sobrevive y sobrevivirá la Iglesia Católica hasta el final. Fíjese que Dios derrota a los poderosos con los débiles, a los orgullosos con los humildes, a los pretenciosos con los avergonzados. Recuerde que la piedra que desecharon los arquitectos, en piedra angular se ha convertido. Lea también las bienaventuranzas con espíritu humilde y sin prejuicios (Mt 5, 1-12). Por eso amamos a Dios hasta que nos duele el alma. Por eso le adoramos, porque no se puede conocer a Dios y no arder de amor por Él. El que conoce a Dios no cuenta si somos muchos o si somos ricos, o si disponemos de muchas armas, medios, recursos, etc. El amor a Dios no conoce el miedo, se lo aseguro. Si Dios está con nosotros, no hay nada que nos haga temblar. Y no es temeridad ni locura, es don de Dios que todo lo puede. Ojalá todo el mundo se esforzase, por su propio bien, en comprenderlo.

5) Jesucristo es el alfa y el omega. Nunca está desfasado, ni pasado de moda, ni es carcamal, ni es desconocido, aunque todos sus enemigos así lo quieren. Que pierdan toda esperanza. Jesucristo triunfará sobre todos sus enemigos. No han podido con Él y con su Santa Iglesia hasta hoy y pretenderán sobrevivir a su Segunda Venida. Pobres necios. Quien niega a Cristo no sabe lo que hace o está cegado por la soberbia. Cielo y tierra pasarán, más su Palabra no pasará jamás. La Palabra y los mandamientos del Señor son eternos. Su Palabra es Palabra de Vida Eterna, no de esta vida mortal y terrenal, no, sino de Vida Eterna. Jesucristo Nuestro Señor es para ayer, para hoy y para toda la eternidad. Jamás estará desfasado. Es más, diría que hoy está más presente que nunca pues la desesperación de sus enemigos es palpable. Parece como si tuviesen prisa porque el tiempo se les agota y ya no podrán hacer mal mayor. Es como un torrente que ya nadie puede detener, en esos términos se expresaba San Agustín.

6) Evidentemente, el derecho y las teorías jurídicas no son más que preceptos de hombres y refieren al punto 2). Y respecto al «autogobierno», es otro término sumamente anticristiano, pues sin Dios nada podemos hacer. Él es la vid, nosotros sus sarmientos. Eso de «autogobierno» suena a autosuficiencia, una mera ilusión atea de soberbios que no entienden que hasta los pelos de su cabeza están contados, que no entienden que no pueden añadir latidos de su corazón a la medida de su vida.

7) Lo de hacer una selección de votantes según ciertos criterios «psicotécnicos» está fundamentado en que hay muchas personas que no tienen ni idea de lo que hacen al ir a votar, no tienen cultura, en realidad es gente que se prostituye votando a cambio de un plato de lentejas (gran ramera de Babilonia, comúnmente llamada democracia). Lo malo es que esas personas no van a estar de acuerdo con que unos puedan votar y ellos no porque son inmorales, necios, analfabetos, lobotomizados, drogados, etc. Es algo así, en sentido inverso, como lo que en la URSS se hizo con ciertos disidentes como Alexander Solzenytsin, que al rechazar toda forma de marxismo, incluso la socialdemocracia, se le calificó de loco y se le expulsó del infierno soviético. Podría ocurrir que se prohibiese el voto a todos los conservadores, por ejemplo. Y no es que esto fuese algo nefasto en el orden moral cristiano, pues la salvación de España y de toda nación está en Dios, y no en gobiernos conservadores ni en ningún otro (incluso de la bestia satánica marxista).
Por otra parte, es ingenuo pensar que los más «preparados» no puedan ser engañados por los políticos o falsos profetas. Los sabios o inteligentes de este mundo, como nos escribe san Pablo, son también necios a los ojos de Dios, quizá no a los ojos conservadores, pero sí de Dios. Eso es una presunción totalmente ingenua.
Votar es un pecado mortal, porque es respaldar la mentira, cuyo padre es satanás. Y no hay mentiras mejores que otras mentiras como no hay aborto conservador más «piadoso» que el aborto izquierdista, aunque así lo afirmen algunos obispos al servicio de la política a la que califican «caridad», que no al servicio de Dios como debieran. Además, votar, supone suplantar a Dios mismo, Rey de reyes y Señor de señores. Votar es un acto de idolatría.
Como católicos, no podemos, por ejemplo, admitir el divorcio, por muy amplísima que sea la base social de su apoyo y admisión, por mucho que todo el mundo se haya acostumbrado enfermamente a él. El divorcio es adulterio, es algo diabólico, satánico. Y negarlo es apuñalar a Cristo en su Sacratísimo Corazón. Y si algo sobra en este mundo, es vástagos de satanás, que son los que con cuestiones como el divorcio, por ejemplo, han llevado el mundo a donde se encuentra ahora. El adulterio ofende gravísimamente a Dios. Y no porque la mayoría esté a favor del divorcio, vamos a renunciar a nuestra fe y «adaptarla a los tiempos» (menuda estupidez propia de cobardes miserables). Este es un ejemplo de los miles que confirman que no se puede adorar a Dios y ser demócrata a la vez. O lo uno o lo otro. Son dos cosas totalmente incompatibles. Si se es cristiano verdadero, no se discute la Santísima Voluntad de Dios contenida en el NT y revelaciones de santos y santas. El católico solo atiende a la Santísima Voluntad de Dios, incluso sublimando la propia (negarse a sí mismo. Sobran ejemplos de santos que enseñan al respecto) y no a voluntad de mayorías, seleccionadas «psicológicamente» o no, que berrean ¡crucifícale! porque no ha satisfecho sus conservadoras o progresistas expectativas mundanas.

8) Por tanto, muerte a la democracia. Sí, muerte a la democracia, que no ha traído más que males sin tasa, crímenes, locura, latrocinio, corrupción ilimitada, muerte, miseria, odio a todo lo bueno y santo. Muerte a la democracia, sistema de la mentira, sea del tipo que sea, comunismo o liberal conservadurismo. Y, por supuesto ¡Viva Cristo Rey!. Que venga la Cristiandad. Que no haya otra Ley que los mandamientos del Señor contenidos en el NT. Un mundo católico con cetro de hierro, sin cizaña sobre la tierra, cual nos lo muestra el apóstol San Juan en el capítulo 19 del Apocalípsis.
Que la culpa de la democracia es de los que ni creen, ni esperan, ni adoran, ni aman a Dios, que lo que sobra en el mundo son ateos, agnósticos, herejes, blasfemos, idólatras y toda suerte de enemigos de Jesucristo Nuestro Señor. Que se conviertan o que perezcan en la gehenna de fuego que nunca se apaga.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Al menos estamos de acuerdo, según parece, en que eso de la cacareada «legitimidad democrática» es una engañifa y una añagaza. Alentar o dejar que los subhumanos, los imbéciles, los incapaces, los enfermos morales participen en política ocupando cargos o eligiendo quienes los ocupan es un suicidio social a cámara lenta, que sólo beneficia a los más pérfidos. Atenta directamente contra los derechos inalienables de las personas, sus fines existenciales, contra todo progreso material y, en último análisis, si se puede utilizar la expresión, contra los derechos de Dios con respecto a su creación. La respuesta a esta infamia es la implacable racionalidad jurídica y el gobierno aristocrático, no más y más sermones.

Dios no está ni puede estar desfasado. Bien, de acuerdo. Sin embargo dese cuenta de que incurre en una identificación arbitraria entre su confesión y la idea de Dios mismo. Tampoco parece ser consciente de que su concepción de Dios es una forma cultural más entre otras posibles, pasadas, futuras o contemporáneas en otras culturas. En toda sociedad clásica -no sólo la cristiana- el orden político y jurídico es una consecuencia y se debe a lo sagrado y a lo divino; sean monoteístas, politeístas, o henoteístas. Por tanto, la posición cristiana al respecto no tiene nada de excepcional aunque sí algo de extrema sin llegar tampoco a lo del islam. La cuestión clave diferenciadora es cuál es el papel de la razón humana y el derecho natural, que es lo que ha hecho de la cristiandad, como heredera de Grecia, superior a otras civilizaciones. Por tanto, las teorías jurídicas no son una mera creación humana sino expresiones más o menos afortunadas y útiles -siempre necesarias- de la conciencia moral y social que Dios imprimió en la conciencia humana.

Desde una óptica histórica, desde lo que sería un ciclo histórico, el cristianismo tuvo una expansión formidable aunque no fulgurante, ha durado muchos siglos y ahora mismo ha comenzado a morir lentamente si no a retroceder de golpe en Europa y América. Creer que su propia iglesia y doctrina durará hasta el final del mundo es infantil pero, además, debiera resultarles indiferente porque las verdades eternas reaparecen en su debido momento bajo mitos y formas culturales nuevas. Hoy, los suyos, no están en posición de conformar el orden político como lo estuvieron antes y el artículo este parece estar redactado para el autoconsumo ilusorio de una minoría real que se resiste a admitir su nueva posición.

Hakenkreuz

1) ¿Identificación arbitraria entre mi confesión (católica, la de miles y miles de santos, santas, mártires, etc., independientemente de mi carácter de miserable pecador indigno del Señor) y la «idea» de Dios mismo? Qué barbaridad. Qué salvajada. No hay otro Dios que el que es Santísima Trinidad, Padre Creador Todopoderoso, Hijo unigénito Jesucristo, Salvador y Redentor del mundo, y Espíritu Santo Paráclito, Espíritu de la Verdad, Dios uno y trino. No hay «dioses» ni divinidades alternativas. Lo otro son engaños e idolatría. La cultura no determina a Dios, ni Dios es producto de ninguna cultura. A Dios no lo ha creado nadie. Son los ídolos o falsos «dioses» los creados para engañar a la población de modo político, por ejemplo. Dios es el Creador, no ha sido creado por nadie. Y Dios creo toda criatura y todo el universo, no los ateos, que sufren muchísimo por no ser ellos mismos Dios y porque nadie les adore y les reconozca como «dioses» postrándose ante ellos, porque no admiren por sus «supercapacidades mentales», su «supersabiduría» de la que están encantados de exhibir por ahí y de encontrarse a sí mismos, y de «superinteligencia» que creen ellos que está, por supuesto, «por encima de Dios mismo» al que desprecian como si fuera una mera «invención» de la cultura de turno. Hasta creo que hay un teólogo protestante que también piensa así, un tal Bultman. Es la cultura la que viene determinada por su Revelación en el caso de la Cristiandad. No hay otro «dios» o ídolo que haya revelado la verdad al hombre, ni Confucio, ni Buda, ni el príncipe Krisna, ni Mahoma, ni los rabinos, ni los emperadores de Japón, ni Enrique VIII y sus sucesores, ni Lutero, ni Calvino, ni Zwinglio, ni Marsilio de Padua, ni Ockam, ni Wiclef, ni Hus, ni ningún otro hereje o blasfemo ha revelado nada de nada, ni ha vencido al mundo (al revés, han sido mundanos a más no poder), ni ha vencido al pecado (al revés, lo han extendido), ni han vencido al demonio (más bien lo han servido fielmente), ni han vencido a la muerte con su Gloriosa Resurrección (ni uno solo de aquellos resucitó), que judíos y ateos niegan obstinadamente con cada vez mayor desesperación, como negaban sus milagros (que, por cierto, se producen todos los días y por miles) incluso la resurrección de Lázaro, no porque fuera mentira, sino porque creían que ponía en peligro su poder político si todos seguían al Señor. Por eso, la lectura y la meditación de los evangelios dota al creyente de un conocimiento de la naturaleza humana que ningún otro libro o pensamiento puede otorgarle. Fíjense en ese pasaje de la resurrección de Lázaro para explicar el ateísmo. Ahí tenemos la fuente de la negación de Cristo, no hecho ninguno.
¿Qué clase de «razón humana» es la de los ateos o la de los herejes, blasfemos o apóstatas? Pues una razón profundamente enferma de soberbia y de egolatría, una razón capaz de negar lo evidente, una razón que no es capaz de captar la verdad, como los judíos (Jn 8, 44). Una razón corrompida. No cabe otra.

Si por derecho natural se entiende la aplicación de la Palabra de Dios contenida en los santos Evangelios, el derecho natural es creación de Dios, pero no es así. De hecho, el derecho natural es un concepto aparecido en la escolástica medieval si no lo citó antes san Agustín. Es un concepto puramente humano, no divino. Y mucho menos en las cuestiones de poder terrenal. Recuérdese que Jesucristo mismo orientó los fundamentos del poder terrenal cuando enseñó a sus apóstoles aquello de que el primero entre nosotros, tendría que ser nuestro esclavo, porque Él no vino al mundo a ser servido (diferencia fundamental con cualquier otra creencia de la tierra. Dios sirvió a la salvación de la humanidad entera, aunque muchos no la acepten y se encaminen al infierno) sino a servir. ¿Y en qué civilización de la tierra se ha dado esto, con la única excepción acaso del período citado arriba de la Cristiandad (mediados del siglo XI hasta comienzos del XIV. Ejemplo en España, aunque no único en aquella época, fue san Fernando III)? Y si el hombre se ha alejado de ese precepto divino de que los jefes deben servir, ya me dirá usted y quien quiera si el derecho humano no son más que preceptos que pretenden, a veces de modo blasfemo, engañar a la humanidad para tenerla sometida a intereses mundanos y no para que de gloria a Dios, que ese debería ser el sentido de la vida de todos y cada uno.
El Cristianismo es Jesucristo. Y Jesucristo no ha muerto, vive y vivirá siempre en los corazones de los que le aman. No hay posibilidad ninguna de acabar con el amor a Dios. Jamás podrá agotarse ese amor. Lo que ocurre es que muchos creen que la Iglesia son los papas, cardenales, obispos, políticos y mercaderes que tienen poder sobre asuntos de la Iglesia terrenal. Y no es así. Y siguen sin comprenderlo. Si esto hubiese sido cierto, la Iglesia ya hubiese muerto hace muchos siglos. La Iglesia se encuentra en los corazones de centenares de millones de fieles que aman al Señor por encima de todo, lo expresen abiertamente o tengan miedo de expresarlo. Por eso la Iglesia es indestructible. Será destruida toda institución y potestad, pero la Iglesia pervivirá siempre. Que ahora estamos en una crisis tremenda de fieles y de vocaciones. Sí. Que nunca en la historia se dio nada igual. Tal vez. Pero remitámonos a los evangelios. Léase el capítulo 24 del de san Mateo: «…y si aquellos días no se abreviasen, no se salvaría nadie. Pero en atención a los elegidos, aquellos días se abreviarán». Las llamadas de Señor a que los últimos tiempos serán tiempos durísimos, con muchas defecciones, con muchas acusaciones mutuas, traiciones, etc., son continuas en todo el Nuevo Testamento. Pero eso no significa que la Santísima Voluntad de Dios no se vaya a cumplir. De hecho, lo que hoy vivimos es la plena constatación de que se está cumpliendo (véase p. ej. Rm 1, 1-32, ó 2Tm 3, 1-5). Pero por mucho deseo que muestren los ateos (esas personas que no creen en Dios porque no son ellos mismos Dios y no pueden soportarlo) en ello, el Cristianismo no morirá jamás, de hecho será eterno. Lo infantil es pensar en términos mundanos, pasajeros. Jesucristo NO MORIRÁ JAMÁS, porque Él venció a la muerte, Él resucitó y nos resucitará a todos, para la vida eterna o para el eterno oprobio. Jesucristo vive, vivirá y reinará para siempre a pesar de que sean muchos quienes le ningunean porque no soportan ser ellos el centro de la adoración de los demás, porque no soportan tener una mente limitada, porque no soportan ser como san Agustín, incapaces de meter un océano infinito de sabiduría de Dios en un hoyo de arena en la playa, y que tratan de inducir un absurdo complejo de infantilismo e incluso de poca hombría en quienes le conocen y le aman a pesar de todas las adversidades.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Totalmente irracional y algo peor.

El absoluto incondicionado no es una creación humana o cultural pero su comprensión sí lo es; incluyendo en ella la suya y la de los suyos. Toda la teología es lo que en inglés se dice «mumbo jumbo». Por contra, la ontología no lo es y, por cierto, es esta misma ontología la que está íntimamente ligada a la idea de derecho natural y la que hace su afirmación al respecto de la historia de éste falsa. Ya hay derecho natural con Aristóteles, con los estoicos también. Es más, el derecho natural es una idea universal. El taoísmo es derecho natural, además de metafísica.

Decir que Buda no resucitó es lo mismo que decir que Jesús no alcanzó el nirvana. Es una proposición pueril y algo peor. Es cerrilidad de los que se engañan a sí mismos queriendo hacer de su hostilidad hacia los negritos o hacia los chinitos una especie de virtud. Está Vd. preso de un monumental mecanismo de defensa psicológico que tiene por objeto la represión de sus peores sentimientos hacia los demás suplantándolos a nivel consciente con una devoción inauténtica.

Todas las grandes religiones históricas son buenas. Algunas de las menores también lo son. Contendrán errores parciales a lo sumo. Lo serán en una medida u otra o serán adaptaciones a pueblos y culturas concretas. Los cristianos en general, ante la opción de integrar y sublimar hermeneúticamente creencias no cristianas dentro de un cristianismo místico y no dogmático, por desgracia, han optado por negarles a todos los pueblos de la tierra no cristianizados el pan y la sal y arrogarse una revelación en exclusiva. Eso es totalmente absurdo y un insulto para la dignidad y la inteligencia de la humanidad.

También es un grave pecado intelectual y moral negarse a ver los orígenes del cristianismo en los cultos de muerte y resurrección griegos o de negar que el excelso mito de Jesús tiene sus concomitancias en cultos solares, en el culto mitraico, etc. o que la Sagrada Familia es Horus, Isis, Osiris. Hay que ser muy imbécil o muy judío para negar que toda esta serie de religiones históricas occidentales tiene como fuente principal la religión persa de la alta antigüedad.

Jesucristo, para su información y reflexión, es muy real pero no es lo que los niñatos de la teología dicen que es. Tampoco lo es el Santo Evangelio. Hay varios niveles de significado y de comprensión. El que tenga las entendederas más finas que las utilice. Le recomiendo la lectura que hace del Evangelio como texto simbólico y profundo la Rosacruz de Oro. En general, todos los libros interesantes de esa colección llamada Biblia son simbólicos. Por ejemplo, Daniel en la cueva de los leones es el alma frente a sus pasiones y como la presencia en la conciencia de Dios, con la serenidad consiguiente, hacen que ese alma no sea devorada por sus pasiones. Aprendan a leer leer, lo que se dice leer.

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