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Ante los próximos comicios, buena parte del electorado está convencida de «echar» por fin al doctor Sánchez. Sería conveniente recordarle, primero, que la mente del ambicioso y del malvado nunca descansa; y, segundo, que, si no elige bien al ganador, como parecen predecir las encuestas, huyendo del perejil tal vez le nazca en la frente.
Tras la muerte de Franco, con el señuelo de la democracia, los españoles, ignorantes y crédulos, se pusieron en camino con aventureros, sin comprender que quien camina con facinerosos acaba sometido a su ley.
La peste política parida por la democrática Transición ha despreciado a la ciudadanía desde el minuto uno. Y ya se sabe que cuando los gobiernos tratan a las personas como a rebaños de ovejas, los lobos se multiplican.
Además de su desesperada ansia de poder, al político, en general, y a las izquierdas resentidas, en particular, suelen impulsarles una obsesión, que es como el lema con el que se desayunan cada mañana: «Si no puedes joder al prójimo, ¿qué aliciente tiene esta vida? ¿Por qué hacer el bien pudiendo hacer el mal?».
¿Elecciones? O se dota al pueblo de educación, cultura y dignidad, pregonando con el ejemplo, o las elecciones sólo beneficiarán a los bandidos y demás gentuza.
Es de sentido común el que nadie debe estar por encima de la ley ni quedar impune ante la justicia. Ergo, esta democrática sociedad nuestra que no para de votar, ha perdido absolutamente el sentido común. Y eso, más pronto que tarde, se paga.
Quevedo: «Donde hay poca justicia es gran peligro tener razón». En nuestra judicatura, muchos han aspirado al puesto de juez sin tener fuerzas, voluntad, vocación ni sabiduría para suprimir la injusticia.
Cada vez que nuestros políticos prometen algo (que luego incumplen), lo hacen de forma que parecen ofrecerte de favor lo que es simplemente de justicia.
Siempre, pero especialmente al aproximarse unos comicios, nuestros políticos de la casta mienten recordándonos su absoluta sinceridad, es decir, nos mienten «con el corazón en la mano».
Resulta cansina la vulgaridad añadida que se respira en los días previos a las elecciones. Sonroja tanta triquiñuela del lenguaje puesta al servicio del engaño y de la corrupción.
No sólo quienes lo mantienen, también los que aceptan este Sistema son culpables de la corrupción que genera y cómplices de la injusticia que establece. Y hay muchas formas de aceptarlo sin que el aceptante crea, o quiera creer, que lo acepta.
Ahora, unos pocos seguidores del PP, valorando las actuaciones de sus ínclitos Feijoo, Rajoy, Aznar y similares, se van dando cuenta de que el melocotón tiene hueso. Pero, aun así, les seguirán entregando su confianza en las urnas. Sectarismo de derechas se llama eso. O voto útil, que en estas circunstancias es el más inútil.
Zelenski, y sus mentores y aplaudidores, están siendo muy valientes con las vidas de los demás. Están permitiendo la masacre del pueblo ucraniano para preservar los intereses de los poderosos. En la guerra de Ucrania unos mueren y otros trafican con los cadáveres. Cada muerto es el muerto de algún poderoso sin escrúpulos, y ese plutócrata, de la mano de su propaganda, hará el más oportunista uso posible de sus restos.
Contempla, amable lector, a los amos globalistas y a sus sicarios: todos ricos, todos codician más, todos quieren que el planeta Tierra sea sólo para su personal disfrute y provecho. ¿Lo lograrán?
Sed caritativos, amables lectores, y dad un vaso de sangre a los poderosísimos plutócratas otánicos, y a sus esbirros y cómplices, para calmar su sed.
Todos tenemos defectos, pero los malos políticos y demás parásitos extraen pingües beneficios de ellos.
La casta partidocrática y sus colaboradores nunca han tenido razón, pero sí razones.
«¡Cerdo!», le gritó el izquierdista pobre al rico. «Sí, soy un cerdo -respondió el rico-, pero tu aspiras a serlo».
Las izquierdas resentidas y su inagotable caravana de seguidores no dejan de recordarnos con sus comportamientos en general y con sus represalias en particular, que no hay nada más maligno que un codicioso de la riqueza ajena y, sobre todo, que un ignorante envidioso de la excelencia, del talento del prudente.
El hombre honrado y prudente no es más que un necio a los ojos del criminal.
Lo que está demostrando la tiranía LGTBI es que los débiles y los victimistas tienen alma de déspotas. Es hora de trazar la línea y decir: «hasta aquí hemos llegado». Hora de defender a los fuertes y transigentes de los débiles e intolerantes.
La explicación de las imposiciones y de las leyes dictadas por las izquierdas resentidas es que, al contrario de la verdad, que se defiende por sí misma, la mentira ha de imponerse por la fuerza.
Orgullo gay: rebelión contra la Naturaleza y su armonía. El ser humano transformado en bestia. Error ético y estético. Perversión, furia, grosería, ruido y exhibicionismo. Mientras que el exhibicionismo es siempre ruidoso, la dignidad y la prudencia, por el contrario, son silenciosas.
Lo peligroso no sólo radica en aquellas personas que hacen el mal; también, y, sobre todo, en las que viven despreocupadamente contemplando cómo lo hacen, y en las que no saben ni quieren distinguir la verdad de la mentira, ni lo bueno de lo malo.
Hoy día la verdad es lo que los amos te dicen que lo es. Tanto en política como en las contingencias informativas y sociales, la verdad, hoy, es lo que parece serlo. Y todos, salvo unos pocos renuentes, parecen creerlo o aceptarlo.
Estos no son tiempos para soñar. El hombre que vive y duerme en la guarida del tigre sueña muy poco. Te comeré o me comerás: esa es la ley aquí, en medio de este charco putrefacto. En general, la sociedad actual merece la injusticia. Arrastra la maldad y la ignorancia voluntaria como una enfermedad. Sólo la tumba o la esclavitud más atroz podrá ocultar su vileza en esta triste época de corrupción.
Puede haber honra si se es devorado por los leones, pero ¿qué honra puede tener aquél que, como el pueblo español, es coceado por asnos, corneado por bueyes y dentelleado por cerdos?
Durante la democrática Transición no han dejado de sucederse escándalos y abominaciones, todo ello bajo el paraguas del diálogo, del buenismo, de la igualdad y de la corrección. Pero cuando las propuestas dialogantes y correctas impiden decir la verdad, es necesario perder la tolerancia y la corrección.
A la sociedad la están dirigiendo charlatanes y rufianes. Y ya se sabe: discutir con charlatanes es echar leña al fuego y disputar con rufianes es suicida, porque para ellos nada cuenta la sangre. Ya no es hora de discusiones ni disputas -y menos de diálogos-, sino de decisiones drásticas. Hoy, el único paraíso de los dirigidos, al menos de los dirigidos de espíritu libre, sólo puede estar a la sombra de su espada.
Los verdaderos líderes o héroes, como los verdaderos poetas, son muy pocos y los que lo son, lo son de verdad muy pocas veces. Dicho lo cual, convendría recordar a los líderes alternativos y regeneradores del presente y del futuro (si los hay) que no es suficiente tener razón, se necesita, además, saber exponerla. Ítem más si te diriges a una plebe embrutecida.
También conviene recordar que no se trata de escribir o de comunicar. Se trata, primero, de hallar la prudencia y, después, de escribir a lectores o dirigirte a escuchantes más sabios que tú, para que enriquezcan lo que hablas o escribes.
Lo único bueno de esta época amarga es que nos ha enseñado la necesidad de desmitificar la democracia. La democracia se nos ha quedado en nada. En un «para poco», un imposible, cuando no una trampa mortal. La democracia es el hueso que los esbirros de los grandes poderes multinacionales echan al pueblo para que se rompa los dientes.
En estos momentos, dadas las circunstancias, sólo queda recordar lo sabido y olvidado: «Hay que tener coraje para cambiar las cosas que se deben cambiar; fortaleza para soportar lo inevitable, e inteligencia para distinguirlo.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Un 10 para este articulo
Resaltar este parrafo:
«¿Elecciones? O se dota al pueblo de educación, cultura y dignidad, pregonando con el ejemplo, o las elecciones sólo beneficiarán a los bandidos y demás gentuza.»
En una democracia liberal, como la que tenemos en España, vale lo mismo el voto de un sabio que el de un ignorante. Durante los 40 años en los que gobernó Francisco Franco no había «democracia» pero había orden, trabajo, respeto a la ley y educación universal que sacó del analfabetismo a millones de españoles. Pero el régimen del 78 acabó con todas las cosas buenas que tenía el régimen anterior y la sociedad española ha ido perdiendo sus valores, por culpa de las leyes nocivas aprobadas por los partidos políticos, de tal forma que lo que hay en España hoy día es una «oclocracia», es decir un régimen sometido al despotismo de un populacho corrompido y encanallado.
Muy buen artículo.
Y pocas esperanzas de cambiar, pues hay medios para informarse y saber con quiénes nos la jugamos y se cae una y mil veces en la trampa de lo bueno de la democracia». Controlan al Pueblo, se la pegan, les engañan y corren a votarles. Aún cuando se tenga la certeza de que, al final,son todos iguales.
El ciudadano se sigue ablandando cuando se le dice que es su responsabilidad y también sabemos que lo que verdaderamente es es su súbdito sin ningún poder de decisión. Por mucho que le digan que decide y pone y quita Gobiernos, mientras hacen acuerdos y forman coaliciones para cambiar el sentido de lo que ha votado. Pero nuestra Democracia es así y se debe acatar, porque es la menos mala de las formas de Gobierno, repiten…
Les han hecho sentir que sin ellos la vida organizada es imposible y se lo creen sin dudarlo, pensando que es mejor no mover un dedo y aguantar todo sin dignidad y jamás confiar en los Ciudadanos, en nosotros, bajo peligro de Caos y la Anarquía.
Así nos va…
Muy profundo, que no abstruso, pues toca muchos temas fundamentales y pulsa las teclas más adecuadas e inquietantes. Muchas veces me pregunto cómo pudieron los españoles dejarse engañar con la famosa «democracia» ( ¿prometían el Paraíso en la tierra? ) aunque el que esté libre de pecado… pues yo llegué a votar una vez a Mariano Rajoy casi con entusiasmo… una sobredosis de Federico Jiménez Losantos, a quien se escuchaba en mi casa, es lo que tiene. Un análisis demoledor de la naturaleza humana en general, e izquierdista en particular, entre la alegría de vivir que respiran tras «joder» al prójimo y la lapidaria afirmación «no hay nada más maligno que un codicioso de la riqueza ajena y, sobre todo, que un ignorante envidioso de la excelencia, del talento del prudente», que, insistentemente, me recuerda, ay, me recuerda a ciertas Medallas al Trabajo, nada menos que al trabajo, recientemente retiradas. Arreglar el desaguisado será más difícil que «Los trabajos de Persiles y Sigismunda» más los de Heracles – yo prefiero el nombre griego – juntos y sería mucho menos divertido que la «historia setentrional» ( sic ) y antes no sólo hay que hacer un gran trabajo en educación ( instrucción y valores ) sino que será necesario que demasiada gente cambie lo suficiente como para admitir la enseñanza.
Aunque me sorprende esa expresión tan anglosajona «el minuto uno», la cual, pese a haber hecho furor en nuestros lares, se me antoja absolutamente innecesaria pues, si tenemos «el primer momento», ¿para qué necesitamos «el minuto uno» que a mí me recuerda a cierto tipo de concurso: «Suitor number three» y demás; si bien reconozco que hubiera sido peor «el minuto cero» de los entusiastas.