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Cuando el genio de Málaga pintó “Las señoritas de Avignon” ya había conocido al pintor cordobés y había visto su obra “Las vividoras del Amor”
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“No te lo vas a creer, pero todas esas influencias que me achacan no son ciertas, la única obra que, en verdad, me inspiró fue la del cordobés Romero de Torres”
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Hoy, 10 de mayo, y estando en Córdoba no tengo más remedio que hablar de Julio Romero de Torres porque hoy, precisamente, se celebra un aniversario más de su muerte, cosa que sucedió el 10 de mayo de 1930. O sea, hace exactamente 93 años… y necesito hacerlo porque en este tiempo y siguiendo los consejos de mi amiga y admirada Mercedes Valverde (la mujer, creo, que más sabe en el mundo del pintor cordobés) me he preocupado de buscar, como un ratón de biblioteca, lo que soy, si había algo de verdad o no en la influencia mutua que tuvieron Picasso y Julio Romero casi al comienzo de sus carreras. Hoy quiero demostrar que doña Mercedes, la Directora tantos años del Museo Romero de Torres, tenía razón: no fue Romero quién hizo su obra “Las vividoras del Amor” después de ver “Las señoritas de Avignon” de Picasso, fue ciertamente al revés.
Romero pintó su obra el año 1905 y Picasso la suya en 1907.
Pero antes, tengo que dar la nota biográfica que yo mismo he publicado alguna vez llegado este día:
“Tal día como hoy del año 1930 murió Julio Romero de Torres, el gran pintor que elevó Córdoba y la mujer cordobesa al más alto de los escalones del arte. Hace de ello 93 años y su cotización sigue subiendo y alcanzando el lugar que en su tiempo no le reconocieron. Romero de Torres era hijo del también pintor Rafael Romero Barros y hermano de otros dos pintores. Gracias a su afán por aprender y al ambiente en el que nació y se crió fue un artista que conoció ya desde muy joven todos los movimientos artísticos dominantes de los principios del siglo XX. En 1908 saltó a la fama nacional al conseguir la primera medalla de oro en la Nacional de Madrid con su cuadro “ La musa gitana”. Tres años más tarde obtuvo el primer premio en la Exposición de Barcelona con el “Retablo de amor”. Y fue a partir de su viaje de estudios a Francia, los Países Bajos e Italia cuando conoció a Picasso y se enamoró de Leonardo Da Vinci, a quien desde ese momento consideró su maestro. Sin embargo, el mayor éxito de su vida se produjo en 1922 en Buenos Aires, donde había viajado con su hermano Enrique. Durante su estancia en Madrid se hizo gran amigo de Ramón María del Valle – Inclán y de los intelectuales que acudían todas las noches a la tertulia del Nuevo Café de Levante, que había creado el escritor de los “Esperpentos”. En 1930 volvió a su Córdoba natal, ya enfermo y agotado por el exceso de trabajo, y entre los meses de enero y febrero realizó la que sería su obra final y más célebremente conocida: “ La chiquita piconera”.
Picasso y Romero de Torres
Escribí en su momento cuando hice una pequeña biografía de Picasso (y que va incluida en el Tomo XIV de estas O.C.) que si había alguna persona que hubiera conocido a fondo, y sobre todo en sus últimos años, al pintor había sido el periodista español Antonio D. Olano y a su obra he vuelto para indagar y tratar de descifrar qué hubo de verdad en lo de la influencia de Romero en Picasso o de Picasso en Romero… y afortunadamente en mi archivo encontré un artículo del “todísimo terreno” gallego, muerto en la plenitud de su vida profesional, que venía a aclarar definitivamente este “pleito” entre artistas.
Es este el artículo que les reproduzco: “Reconozco que Picasso, como todos los hombres grandes, o como cualquier hijo de vecino, tenía sus puntos débiles o su talón de Aquiles, y yo me aprovechaba de esos momentos de debilidad para que me hablase de lo que normalmente callaba.
Era cuando ya rebosaba Percebes y Ribeiro, de los que yo le llevaba de mi Galicia natal, cuando iba a visitarle.
Por entonces, aquel día, yo le pregunté cuál de sus obras había significado de verdad su gran triunfo.
- — Oh, Antoñito, mi gallegiño, ¿cuál quieres que yo te diga? ¿la verdadera, la mía, o la de mis amigos los comunistas? já, já, já… si me oyen hablar así de ellos me matan.
- — Por favor, Pablo, no me digas que a estas alturas de tu vida les sigues teniendo miedo.
- — No, Señorito Olano, es la realidad. Para ellos, y tal vez ya para el mundo entero, la obra más importante de Picasso haya sido, y sea, “El Guernica” (por aquello de que Franco era un tirano y un asesino).
- — Sí, Pablo, eso ya lo sé, pero yo quiero saber cuál fue para ti tu mejor obra.
- — “LAS SEÑORITAS DE AVIGNON”, sin duda.
- — ¿Y eso por qué?
- — Primero porque realmente es una gran obra, después por el momento que llegó, cuando yo luchaba, pero no alcanzaba la fama y luego, “Las Señoritas” fueron para mí como un manantial de dólares, ya que a partir de ella mi firma comenzó a ser como una varita mágica de oro.
- —- ¿Y cómo se te ocurrió? ¿Es cierto, que te inspiraste en Hodler, Leightion, Whistler, Burnes Jones o Brancusi
- —-Bueno, todos los cuadros que ves (en el Louvre, en el Prado) pueden servirte de inspiración o tú puedes ver en un personaje o en un paisaje lo que otros no ven o lo ves de otro modo. Ya sabes que yo no pinto lo que veo, que yo pinto lo que siento
Pero si hubo una obra y un pintor que me motivaron más que otros para hacer “Las Señoritas” , fue la del cordobés Romero de Torres, que como sabes estuvo aquí en Paris conmigo.
- — No, no lo sabía. ¿Y eso?
- — Sí, vino con un hermano suyo que también era pintor quiso conocerme y nos conocimos e incluso quedamos en ir juntos al Louvre porque quería ver “La Gioconda”, la obra de Leonardo y al ver la mirada y los ojos de la famosa entró como en éxtasis, se quedó prendado de la mirada y los ojos de Leonardo y su “Gioconda”. Por cierto, que luego, muchos años después, vi una exposición suya y noté que la maestría con la que pintaba los ojos de sus mujeres recordaban la de Leonardo.
- — Pero, ¿hubo alguna obra en cuestión?
- — No recuerdo bien, pero sí que entre las que me mostró había una que era un burdel y que llamaba “Las vividoras del Amor” y esa, y los mil burdeles que yo ya conocía en París, me despertó la idea de hacer yo algo parecido.
Y así nació mi obra. Así de simple. Naturalmente no tenía nada que ver con la obra de Romero.
Bueno pues hasta aquí llegaron aquel día los Percebes y el Ribeiro, creo que nunca más volvió a hablar del tema.
Pero no contento con la exclusiva declaración del propio Picasso seguí buscando y me encontré un estudio exhaustivo del Catedrático Javier Pérez Rojas sobre “Las vividoras” de Romero y “Las Señoritas” de Picasso. Un estudio que se centra en la paradójica relación entre el cuadro Vividoras del amor de Julio Romero de Torres y Les Demoiselles d’Avingon de Picasso, así como sus contextos y circunstancias en el ámbito artístico de una época. Es también una historia de mujeres, de mujeres marginales y caídas, de censura, de provocación y de libertad.
Naturalmente no es este el lugar para publicar el largo y extenso estudio del Catedrático, pero sí es muy interesante reproducir algunos párrafos con las dos obras por delante para ir entendiendo las “coincidencias” y las “diferencias” que este hombre encuentra entre ambas obras.
“Las vividoras del Amo”
“Las vividoras” de Romero y “Las Señoritas” de Picasso
frente a frente
Romero de Torres es un ejemplo preciso en este sentido, pues aparte de que ser uno de los pintores españoles que mejor refleja la existencia de un eros fatalista, de una sensualidad refinada, sabe crear también esa atmósfera un tanto perversa y fetichista que late en la mayor parte de su producción. Vividoras del amor es un cuadro cuya temática es de clara herencia naturalista, sin embargo su tratamiento estilístico y el estado de ánimo que refleja se orientan decididamente en otra dirección, hacia el modernismo, pero en 1900 no eran raros esos cruces. Zueras, al referirse a la obra de Romero de Torres posterior a 1906, observaba como el artista va abandonando “un realismo simbolista-dramático de intención social” en pos de un mayor esteticismo.
La pintura social había comenzado a desbancar a la de historia a finales de los años ochenta
. No es por ello nada raro encontrar algunos hilos argumentales y actitudes compartidas entre artistas que, andando el tiempo, observarán opuestas trayectorias, tal los casos de Romero de Torres y el joven Picasso, con la intención de adelantar algunas hipótesis. A tal respecto no es preciso acudir a los ejemplos de las obras Vividoras del amor y Les demoiselles d´Avignon (Fig. 4), sino tan sólo recordar los cuadros “Ciencia y Caridad de Picasso” (1897) y “Horas de Angustia” de Romero de Torres c.1904. Ambos, realizados con anterioridad a las obras antes citadas y piezas juveniles de sus autores (sobre todo la de Picasso), muestran distintas aproximaciones a un mismo tema.
Pero volvamos al caso del polémico cuadro de “Vividoras”, ya que se trata sin duda de una de las obras más radicales de Romero de Torres a la hora de abordar la expresión más extrema de la marginalidad: la prostitución. Sin embargo, la prostitución ya había sido representada en más de una ocasión en la pintura española de la Restauración, incluso por alguien afectado por los rechazos de la Exposición Nacional de 1906: tal es el caso de Antonio Fillol,
Tras el estudio de los personajes de la obra que hace sigue diciendo: “En conjunto, a pesar de la belleza de algunas de las jóvenes, como la que está sentada junto al brasero y la recostada, en el cuadro prima una imagen de desaliño y suciedad, de rusticidad. Lo bárbaro y primitivo se dan la mano con cierta tristeza y fatalismo en un choque de fuerzas y sentimientos opuestos que gravitan en la obra. Romero de Torres elabora aquí una peculiar imagen de la España Negra cuya continuidad a lo largo de estas décadas podría incluso llevarnos a Buñuel”.
Respecto a las “coincidencias” entre una y otra obra, la de Romero y la de Picasso, Pérez Rojas escribe:
“La muchacha asomada a la puerta del cuadro “Vividoras del amor” encaja con facilidad en el lienzo de Picasso; sin embargo, la mujer sentada de “Las señoritas de Aviñón”, presenta una mayor dificultad de relación, pues remite también más a la posición de la figura del extremo derecho de “Las mujeres de Argel de Delacroix”, cuya postura ya hemos visto en “El harén”; aunque también citamos antes a Carpaccio con relación a Romero de Torres. Se nota que la postura del hombre de El harén de Góssol se ha sintetizado o asumido aquí, sin que ello signifique anular por completo el modelo de Romero de Torres.
Aparentemente, las diferencias más acusadas entre ambos cuadros vendrían con las figuras intermedias, o con la que irrumpe por la derecha en el lienzo de Picasso, que no aparece en el de Romero de Torres. Si admitimos el hecho de que Picasso hubiese visto el cuadro del cordobés y le hubiese despertado su curiosidad o llamado la atención, ello no significa que esté planteando influencias directas o mimetismos, sino miradas y percepciones que estimulan la imaginación poniendo en marcha otras respuestas que des- encadenan expresiones más radicales y rupturistas que parten de muy distintas fuentes. Picasso podría ver la obra del cordobés como un punto de referencia compositivo, que luego un artista como él, no falto de recursos, se encargaría de hacer propia. El fenómeno de la apropiación ha sido común en la historia de la pintura y en Picasso es sobradamente conocido, pero es una actitud igualmente desarrollada por Romero de Torres, que toma cuanto le interesa de las obras del pasado, sean de Carpaccio, Rafael o Bronzino.
En este sentido, las figuras antes aludidas del centro, tan distintas en Las señoritas de Aviñón con relación a las de Vividoras del amor, si se analizan más detenidamente se podrían considerar como el resultado de una reflexión de orden compositivo, a la que el artista llega por una vía de manipulación y alteración para volver a integrarlas potencian- do su presencia. Se ha observado que la segunda figura de la izquierda de Las señoritas de Aviñón, que aparece con las piernas cruzadas, es en realidad una mujer recostada, con lo cual tendríamos otro elemento próximo en ambas composiciones. Picasso ha realizado la ironía y arbitrariedad caricaturesca de presentar de pie esta figura, elevándole más el brazo y realizando una hibridación con los modelos de Ingres”
Pero no puedo terminar esta pincelada de Romero de Torres sin mencionar el caso de “La Cartulina”. Aquella modelo que fue asesinada por su novio, por celos, de un navajazo en el cuello. Llegó a creerse que su amor estaba liada con el pintor.
“El pintor supo de la noticia estando en Madrid –escribe Pilar Redondo en uno de sus libros—tan consternado quedó que lo reflejó en el cuadro “Cante jondo” (1922-1924). En este cuadro, al fondo aparece llorando a la difunta un joven y una muchacha, son Rafael y María de los Ángeles, los hijos del pintor. Conocido era que Julio llevaba a las escenas pictóricas sus hermanas, sus hijos, y hasta al personal de servicio y, en ocasiones, a él mismo.”
“Cante jondo”
“La Cartulina” la plasmó Romero en varias de sus obras. Ella fue la modelo que le sirvió para hacer “La musa gitana”, la joven que aparece calentándose con un brasero en “Vividoras del Amor”, la “Solitaria Carmen”, la joven que aparece a la derecha envuelta en un mantón rojo en la obra “Nuestra señora de Andalucía” y, naturalmente, la protagonista de “Cante jondo”.
Y no sigo. Aunque me quedan en el tintero las otras “cosillas” que quería recordar de Romero de Torres. Por ejemplo, el intento de “plagio” que quiso hacer de la mirada y los ojos de “La Gioconda” de Leonardo en “La Sibila de la Alpujarra” o sus famosos desnudos. 10 tenía seleccionados pero quedan para otro día.
“La chiquita piconera”
Hoy me conformo con recordar al pintor que conmovió a Córdoba entera el día de su entierro (solo igualado por el de “Manolete”) y que hoy sigue siendo un ídolo, un Dios, para los cordobeses… y como demostración los miles de personas que acuden cada año al museo para ver sus obras y especialmente la última: “La chiquita piconera”.
Autor
-
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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