21/11/2024 15:32
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P. Custodio Ballester. Sacerdote desde 1998. Coadjutor en la parroquia de San Sebastián de Badalona. Licenciado en Teología Fundamental. Preparando en la Facultad de Teología de Cataluña la tesis dirigida por el Dr. Miguel Navarro, de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia: «Benedicto XIII, el papa Luna: La defensa de su legitimidad a través de su obra».

¿Por qué una tesis doctoral sobre Benedicto XIII, más conocido como el Papa Luna?

Como decían los clásicos, Historia Magistra Vitae, la historia es maestra de la vida. El 23 de mayo de 2023 se celebrará con cierta solemnidad el 600 aniversario de la muerte de D. Pedro Martínez de Luna -abandonado de casi todos- en el castillo de Peñíscola. Y sería una lástima que estando en un momento histórico parecido en tantas cosas al momento en que vivió nuestro Papa Luna, desechásemos la lección de historia que él nos ofrece. La Iglesia está en un momento sumamente convulso, en el que tampoco faltan los sedevacantistas, es decir los que consideran ilegítima la elección del pontífice. Y proliferan además aquellos dispuestos a romper la unidad de la Iglesia o los que están preparados para toda clase de cambalaches con las herejías, dicen que para salvaguardar la unidad eclesial.

En este aspecto es apasionante la apología que hace Benedicto XIII del “Estado de derecho” en la Iglesia; es decir del respeto riguroso al Derecho Canónico en algo tan esencial como la elección del Sumo Pontífice. El papa Luna fue uno de los protagonistas de lo que se ha venido a llamar el Cisma de Occidente cuando, tras el exilio de los papas en Aviñón, mediatizados por el rey de Francia, el ansiado retorno a Roma de Gregorio XI en 1377 se convierte en un fiasco. La turbulenta elección de Urbano VI (1378) lleva a que los mismos cardenales que lo escogieron declaren nulo el cónclave, depongan al papa y unánimemente elijan a Clemente VII, cuyo sucesor fue Benedicto XIII, el papa Luna. Al no aceptar Urbano VI la decisión, surgirá entonces un cisma no doctrinal, sino jurisdiccional, que durará la friolera de casi cuarenta años, con dos papados: en Roma y Aviñón.

¿Cuáles han sido las principales fuentes que ha utilizado en su estudio?

En primer lugar, los escritos del mismo Benedicto XIII, todos ellos editados por el jesuita Franz Ehrle a principios del siglo XX. En primer lugar, el Tractatus domini nostri Pape super subschismate contra eum per cardinales facto (Tratado de nuestro señor el papa sobre el subcisma hecho contra él por los cardenales), escrito poco después de su elección en Aviñón en 1394. En ese momento, las presiones del rey de Francia provocan que gran parte de los cardenales electores lo abandonen y el papa Luna permanezca sitiado en el palacio pontificio varios años hasta que, con la ayuda del rey Martín el Humano, puede huir en 1403 y dirigirse hacia Roma para entablar conversaciones con Gregorio XII. Cuando éstas fracasan, cardenales de las dos obediencias se reúnen en Pisa en 1409, deponen a los dos papas y eligen a un tercero en discordia: Alejandro V. La cristiandad se convierte entonces en tricéfala.

Para responder a este nuevo desafío a la maltrecha unidad de la Iglesia el papa Luna escribirá De novo subschismate: Tractatus domini Benedicti, pape XIII, contra concilium Pisanum (Sobre el nuevo sub-cisma: tratado del señor Benedicto, papa XIII, contra el concilio de Pisa).

Sin embargo, Benedicto XIII no se detiene en los contraataques (documentos de réplica a los hechos cismáticos que se están produciendo en la Iglesia y luego la traición del rey de Aragón), sino que aborda la doctrina general al respecto, fuera de las contingencias del momento, pero con la clara idea de reafirmar su legitimidad única como papa. Por ello, escribe su Tractatus de Concilio Generali (“Tratado sobre el Concilio General”), donde establece la doctrina canónica sobre la naturaleza eclesial de los concilios (obviamente los ha de convocar la Iglesia en la persona del papa, no los príncipes de este mundo, por muy cristianos que sean). La doctrina católica es expuesta por Benedicto XIII con sencillez y firmeza.

Finalmente, visto como el reino de Aragón en la persona de Fernando de Antequera abandonaba su obediencia en 1416, publicó Super horrendo et funesto casu obediencie pape subtracte in Regno Aragonie (Sobre el horrendo y funesto caso de la obediencia sustraída al papa en el Reino de Aragón). En él reconviene al rey con afabilidad, pero con firmeza y le insta a volver a la obediencia de aquel que es el único y verdadero papa.

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¿Qué es lo que viene a demostrar su tesis?

Lo primero que demuestra no precisamente mi tesis, sino la del papa Benedicto XIII es que su destitución como papa y su excomunión (1417) en el concilio de Constanza (mecanismo definitivo para excluirlo no sólo del papado, sino también de la Iglesia) adolecieron de defectos tan graves contra el Código de Derecho de la Iglesia, que incurrían en absoluta nulidad. No sólo eso, sino que el sometimiento de la Iglesia al poder político tiene consecuencias gravísimas: Sería el emperador Segismundo el que engañará a Juan XXIII, sucesor de Alejandro V, con la falsa promesa de reconocerle como único pontífice, para que convoque un concilio en Constanza que acabará con la deposición de los tres -Juan XXIII, Gregorio XII y Benedicto XIII- y la elección de Martín V como papa indiscutido. Lección de rigurosa actualidad en este momento en que el poder político intenta influir en la Iglesia en la forma más peligrosa: antes imponiendo concilios, ahora obligándole a sancionar doctrinas que llevan a su destrucción. Es la forma más peligrosa de intromisión del poder político en la Iglesia: la pretensión de que ésta abrace las doctrinas del mundo.

Por lo tanto, ¿no habría duda sobre la legitimidad del Pontífice?

El mismo Benedicto XIII lo argumenta perfectamente: la elección de Urbano VI en Roma (1378) bajo la presión del populacho romano, que amenazaba la integridad física de los cardenales, si no elegían “un papa romano o al menos italiano”, está totalmente fuera del derecho de la Iglesia. El mismo cardenal Giacomo Orsini se negó a votar una vez iniciado el cónclave, alegando falta de libertad.

El problema es que algunos dicen que aceptando la nulidad de la línea sucesoria de Urbano VI quedaría también fuera del derecho su línea sucesoria (Bonifacio IX, Inocencio VII y Gregorio XII), a no ser que se quiera legitimar (aunque sólo sea por una vez) la elección papal bajo la presión de la violencia.

¿Por qué el papa Luna ha estado tanto tiempo en el ostracismo?

Es un tema muy delicado aún ahora. Parece evidente que, si se han legitimado las sucesiones papales a partir de una elección obtenida mediante la violencia, la línea sucesoria de los papas quedaría en entredicho: con lo cual, lo más práctico es echar tierra encima del papa caído y de su excomulgada memoria, a fin de eludir el espinoso tema de la legitimidad de la línea sucesoria papal. Sería muy duro reconocer, tras tantas excomuniones, que la legitimidad del pontificado romano vendría dada por el sucesor del Papa Luna, Clemente VIII, que acabó abdicando (1429) y convocando inmediatamente un cónclave que eligió a Martín V, el papa del concilio de Constanza. Ese fue el fin del Cisma de Occidente.

¿Por qué es importante rehabilitar hoy la figura del Papa Luna?

Yo diría que lo más importante en este caso, no es rehabilitar la figura del Papa Luna, sino darles total vigencia a sus argumentos de legitimidad a fin de rehabilitar el Derecho Canónico tal como conviene. Especialmente en un momento, el de hoy, en que sufrimos la tentación de laminarlo cada vez más, hasta abandonar irresponsablemente la seguridad jurídica. Una seguridad que con tanto celo cultivó la comunidad eclesial desde que se dio una organización tan resistente, y que sirvió de modelo a los Estados que fueron creándose en Europa.

¿Percibe en la Iglesia un interés real en hacerlo?

Pues no lo veo claro, la verdad. Esto es como las fichas de dominó: cae una y hace caer a todas las demás. En este caso, la rehabilitación del primer Benedicto XIII (el Papa Luna), supondría la revisión de bastantes más cosas que fueron ligadas a su inhabilitación. Y no brillan en estos momentos los ambientes eclesiales por su afición al estudio y al trabajo. La Agenda 2030 se lo come todo… se diría que hoy, en ciertos mentideros eclesiásticos, no hay tema más importante que la legitimación de la homosexualidad y cosas por el estilo.

¿Cuál fue su aportación a la Iglesia al defender el Código de Derecho canónico?

Bueno, no es precisamente que podamos hablar de ninguna aportación del Papa Luna en este sentido; más bien hemos de referirnos justamente al empeño que pusieron los cardenales de la época en menospreciar el Derecho Canónico para lograr la unidad a cualquier precio (hoy es sobre todo la doctrina la que se está dispuesto a sacrificar por preservar la unidad); lo cual le ha representado a la Iglesia un alto costo no sólo en la elección papal, sino en muchos otros capítulos, creando entre los miembros jerarquizados de la Iglesia una inseguridad jurídica que le pasará factura, del mismo modo en que la inseguridad jurídica de los Estados les está pasando factura a efectos económicos y sociales.

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¿Por qué hoy en día es importante reflexionar sobre esto, al estar puestas en tela de juicio la Doctrina y el Derecho?

Hoy es vital reflexionar sobre lo que está ocurriendo con la antigua seguridad jurídica de todos los miembros de la Iglesia, empezando por la del mismo papa y terminando en el más humilde cura o el último bautizado. Tenemos hoy un ejemplo de cómo a cuenta de los abusos de pederastia y del delito de encubrimiento del que fue acusado injustamente hasta Benedicto XVI; a cuenta de todo esto, y para dar satisfacción a los que pedían urgentemente respuestas ejemplificantes, a cuenta de todo eso se ha ido laminando el Derecho Canónico hasta límites peligrosísimos.

Y resulta que no es muy distinto esto, del roto que se le hizo al derecho eclesiástico, como tan brillantemente explicó Benedicto XIII, en lo que a elección del Sumo Pontífice y a la convocatoria del concilio se refiere: por querer arreglar mediante atajos extra-jurídicos e incluso antijurídicos una cuestión, la del Cisma, que no se podía resolver -como se hizo finalmente y con muy buena intención, eso sí- por el método expeditivo de saltarse el Derecho Canónico. Aún nos falta ver hoy cómo se resolverá la disidencia de los que se opongan al tremendo sacrificio de la doctrina, que seguirá al empeño por acomodar la doctrina católica a las propuestas heréticas y mundanas de una parte de la clerecía. Tremendo sacrificio en el altar de la unidad de la Iglesia. Corremos el riesgo de que defender la ortodoxia basada en el Evangelio, el Magisterio y la Tradición, es decir, ir contra la corriente dominante, se convierta en el peor delito de un católico. El remedio al cisma puede acabar siendo mucho peor que la enfermedad.

Y es que, desde siempre, la misma Madre la Iglesia -afirmará dolorosamente el “excomulgado” papa Luna en su testamento- por todas partes miserablemente es combatida por las infructuosidades externas de las persecuciones y los conflictos interiores de los vicios. A la vista está la perenne verdad que acompaña a la comunidad eclesial a lo largo de los siglos…. Sin embargo y a pesar de todo, el anciano pontífice expresará su confianza de que quien nos eligió para este ministerio nunca abandona a la Iglesia, su esposa, sino que siempre la gobierna e instruye, y a vosotros, fieles padrinos (cardenales y eclesiásticos leales), os confía su custodia en los conflictos de las presentes guerras, para que, siendo él mismo quien la dirige, si se presenta el caso, la conservéis y entreguéis sin mancha al verdadero Esposo.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Hakenkreuz

Por eso, la política o ejercicio de la seducción demoníaca, la mentira, el engaño y la hipocresía farisea, debe ser rechazada desde el corazón de todo católico verdadero. Abandonen ya de una vez la herejía de suponer que en las urnas se ganan las almas y no en los corazones, con evangelización, como enseñó el Verbo encarnado. Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre Verdadero, fue crucificado porque «convenía que muriese antes un hombre a que pereciese una nación entera», es decir, que no se tuvo en cuenta sus milagros, se fue totalmente ciego a ellos (incluso el que realizó con su amigo Lázaro devolviéndolo a la Vida), más numerosos que los granos de arena del desierto, no. Se tuvo en cuenta que todos le seguían, y eso era «sumamente peligroso» para su sistema político y de poder, para su futura re elección como políticos del sanedrín de Judea.

Jesucristo Nuestro Señor fue víctima mortal de la política de su tiempo, ciega, obstinada, cerril, que no atendía las innumerables bondades del Hijo de Dios, que no abrió sus corazones a la Palabra y sí maquinó sobre las repercusiones políticas que su Palabra podía tener para el futuro equilibrio de poder político. Solo interesaba el poder mundano político, no la Bondad Infinita y la Misericordia Infinita de Dios hecho Hombre. De hecho, el hecho de que Nuestro Señor no colmase las expectativas políticas de unos y otros, los que querían que expulsase a los romanos, los que le querían en lugar de Herodes, los que le querían para desahuciar del Sanedrín a escribas y fariseos, etc., según la conveniencia mundana de cada cual, fue lo que condujo a la ceguera total de su crucifixión. Y hoy se repite con esos católicos que no confían en la oración, la vida sacramental, la penitencia, etc., sino que solo creen en el «compromiso político».

El próximo Viernes Santo se comenzará el rezo de la Novena a la Divina Misericordia, hasta el sábado antes del domingo de la Fiesta de la Divina Misericordia, que este año cae el próximo 16/4. Lo que el Señor le revela a Sta. Mª Faustina Kowalska (1905-1938), canonizada por San Juan Pablo II (1920-2005), respecto al rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia, su Novena y la confesión absolutoria del Domingo de la Fiesta de la Misericordia, es vital para todos, fieles y pecadores, por muy abyectos que estos sean, para la Santa Iglesia Católica Apostólica, para los que no conocen a Dios, para la conversión generalizada, para nuestra querida y católica patria, España y para todas las almas sin excepción. Es Santísima Voluntad de Dios, que no de políticos progresistas o conservadores. Y quien no atiende la Santísima Voluntad de Dios, ya sabe lo que le espera, por muy alta que sea su «dignidad» en este mundo pasajero. Dios puede TODO. Si no se confía exclusivamente en Dios para que nos salve de tantas cosas satánicas que han traído los políticos y sus adláteres (mercaderes, sindicalistas, masones, medios de manipulación, burócratas, etc.), piérdase toda esperanza en cualquier «milagrero» mediático o de partido «nuevo». JESÚS, EN TÍ CONFÍO.

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Con el actual (si es que realmente es papa), ya ha habido 264 papas y 37 antipapas. De los primeros, tan solo unos doce de ellos santos (que son los que verdaderamente hacen bien a la Iglesia y al mundo entero). Y eso que, a partir de los sacerdotes, solo deberían ser obispos, arzobispos, cardenales y papas, los que son probadamente santos, nadie más.

La inmensa mayoría de obispos desde la institucionalización de la fe católica en el año de gracia del Señor de 380, con el emperador español Teodosio, los sacerdotes y religiosos de clausura han sido, como siempre, llamados por vocación de Dios, manteniéndose como tales si esa vocación era auténtica y sincera.

Pero los obispos y, consecuentemente, los cardenales, papas, priores, abades superiores, madres superioras, abadesas, etc., es decir, la jerarquía, ha sido elegida mayoritariamente primero por emperadores romanos (de hecho, la escisión de la Iglesia en latina occidental y ortodoxa oriental fue una decisión política inicial con la escisión del imperio romano, entre Roma y Constantinopla, que se agravó con el patriarca ortodoxo Focio y que se consolidó definitivamente con Cerulario hacia mediados del siglo XI. El origen de los cismas, pues, no viene de la gente sencilla y humilde, del rebaño del Señor, ni viene por la falta de fe generalizada, no, sino la política, se reconozca o se niegue. Por eso no hay política buena. La Palabra del Señor, los Evangelios, no se discuten, no se opinan. La soberbia no es de Dios, la humildad sí. Y Dios quiere una sola Iglesia, la suya, la Católica Apostólica, fundada sobre san Pedro, primer papa y obispo de Roma). Y frente a los elegidos de este modo, Dios elige a los santos, santas y mártires de todos los tiempos, constructores de la Iglesia, reformadores y reparadores de la misma y verdaderos promotores de bien y santidad de todos los tiempos. Así surgieron los Padres de la Iglesia.

Después del imperio romano, dado que los templos estaban en propiedades de señores feudales y nobles, la elección de obispos fue cada vez más competencia de nobles, aristócratas, terratenientes, príncipes, reyes y emperadores, independientemente de la sinceridad de su fe y de su vida moral (simonía y elección laical). Así durante toda la Edad Media, con los horrores de los papas del Siglo de Hierro y, aún peor, los papas, cardenales y obispos ministros de los reyes de Francia en Aviñón, que fueron el germen de las rebeliones y herejías posteriores, empezando por la albigense o cátara que, cómo no, neutralizó un santo español, Santo Domingo, creador de la Orden Mendicante de Predicadores o dominicos. Y como santo Domingo, toda la Edad Media vio sostener la Iglesia en los pilares de sus santos y santas (san Benito, san Benito Aniano, san Bernardo, san Francisco de Asís, santo Tomás de Aquino, etc.), el Cluny, los benedictinos, los dominicos, los franciscanos, los cartujos, etc. Luego vendría la corrupción renacentista que desembocó en la rebeldía a Dios (que no «reforma». Reformadora fue Santa Teresa de Jesús de Ávila y San Juan de la Cruz, entre otros muchos santos y santas) de Lutero, Calvino y Enrique VIII, que redujeron la «fe» a mera subjetividad política como bien patente quedó en las guerras campesinas de Alemania y en UK con el gordo adúltero inglés y como, por desgracia, hoy es más frecuente incluso entre católicos politizados o mundanizados.

Más tarde, los papas y sus altos prelados, serían de uno u otro modo elegidos por reyes y emperadores, luego la contaminación galicana, jansenita, josefinista y regalista fue clara (especialmente tras la traición al bando católico en la guerra de los treinta años, la primera mundial, del ministro francés Richelieu, cardenal del demonio y traidor al servicio del protestantismo, que no de Jesucristo) y dirigió la Iglesia hacia la catástrofe de la satánica Revolución Francesa, madre de la actual democracia y apoyada por clero galicano engañado por la política moderna, que desembocaría en dos papas rehenes de Napoleón, Pío VI y Pío VII.

La restauración de la Iglesia después de Napoleón, tuvo que luchar contra la pérdida total de influencia católica, el satánico liberalismo-conservadurismo y la aún más satánica masonería, primer perseguidor de fieles y furibundamente anticristiano (incluso hoy, aunque no lo reconozcan), que esquilmó la Iglesia y su patrimonio (que también era el de los más pobres) en favor de los más ricos y acaudalados «porque convenía a los intereses generales de los Estados liberales decimonónicos», ateos recalcitrantes, condenando a la esclavitud a los desheredados, previamente católicos fervientes que amaban a Jesucristo, pobre como ellos y célibe, privando a la Iglesia de la educación, la sanidad y de tantas atribuciones que le son propias.

Posteriormente se liquidaron militarmente los estados pontificios, dejando al papa Pío IX como rehén de liberales-conservadores masones en unos edificios en Roma, el actual Vaticano (que sería cedido por el fascista Mussolini en 1922, un gesto que no se quiere reconocer ni en la Iglesia actual). Aún hasta Pío IX se luchó contra todas las ideologías políticas de derechas (liberalismo-conservadurismo) y de izquierdas (marxismo) mediante el católico verdadero «non expedit», es decir, alejando a los católicos de la satánica política por el bien eterno de sus almas. Y, por supuesto, se condenó sin paliativos la masonería y su régimen, la democracia.

El advenimiento de satanás bajo el pontificado de León XIII (reconocido por él mismo, que afirmó que al demonio se le daría un siglo para destruir la Iglesia), con su desafortunadísima y política mundana Rerum Novarum, que ha conseguido embaucar a la inmensa mayoría de fieles y consagrados, ha supuesto una claudicación total a la política, una llamada a la perdición eterna de las almas mediante la llamada al compromiso con la política, al voto como «deber moral», es decir, con la mentira, el engaño, la manipulación y la hipocresía, que son la definición correcta de la política, nunca enseñada ni obrada por Nuestro Señor Jesucristo. Y así se ha llegado hasta hoy. El origen del mal actual es esa encíclica de 1891 bien intencionada, pero falsa y maligna para la fe, que ha engañado a tantos por medio de lo que llaman con falsedad doctrina social de «la Iglesia» (nada que ver con Dios y no revelada, sino impuesta desde fuera de la Iglesia por políticos y mercaderes nada fieles, ávidos de instrumentalizar la Iglesia en bien de sus intereses materiales y políticos), y no el Vaticano II, que no fue más que su consolidación en medio del engaño del anticristo socialista y comunista, acercando la Santa Iglesia Católica Apostólica, la de Jesucristo Nuestro Señor, a un mero instrumento político al servicio de conservadores o progresistas, revoltijo de herejías con el «ecumenismo» (el todo vale para la salvación), ni uno solo fiel a Dios, incoherentes con el NT. No hay más que constatar que ese concilio no logró ninguno de los tres propósitos que fundamentaban su convocatoria: 1) lograr la unión de los cristianos con ecumenismo (nunca han estado más divididos, obispos contra obispos, cardenales contra cardenales. La política divide, la fe une. Y lo que se ha implantado es un letal para las almas «todo vale», por supuesto que protestante), 2) apertura al mundo con diálogo (no ha habido apertura, sino mundanización, con destrucción masiva de la doctina de Jesucristo, sustituida por falsas teologías y doctrinas políticas todas, la peor la de la «liberación» marxista inequívoca. Tampoco ha habido diálogo, sino engaño por seducción hasta de las más altas jerarquías, seducidas por hablar con satanás y sus vástagos. Hoy, por desgracia, son inmensa mayoría los que creen que el autor del manifiesto comunista, perseguía el «bien» de los pobres. Ojo. ¿Bien del «pobre» abolir la familia, socializar la mujer (prostitución pública o violación a capricho), suprimir la patria y la religión?. Pues eso es lo que se «enseña» en innumerables facultades de teología y seminarios. Que Dios nos ampare si esto no cambia radicalmente para bien) y 3) revitalización de la Iglesia, con más vocaciones (están por los suelos en todas las naciones católicas, de las demás, mejor ni hablar) y más fieles en misa (templos vacíos y cerrados en innumerables pueblos, por falta de párrocos y fieles. Una auténtica catástrofe para la salvación de las almas. Una debacle propia de la escatología de Mt 24 sobre la abominación de la desolación).

La Santa Iglesia Católica Apostólica es, en Verdad, la Iglesia de Dios, la de Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero, pues bien ha quedado patente que ante tanta politización e intento de instrumentalización, ante tantísima persecución, masacre, martirios, desprecios, y maldades contra sus miembros, ha sobrevivido dos milenios, nada menos, contra toda lógica, contra todo raciocinio o ciencia, contra todo pronóstico, contra todo agorero y falso profeta. Nada puede con la Iglesia, porque así lo sentenció el Señor: ni las puertas del infierno prevalecerán sobre ella. Y es así porque la Iglesia vive en los corazones de los católicos, que aman a Dios incluso por encima de sus propias vidas, que tienen sentido solo por Él y con Él, católicos que aman al Padre, aman al Hijo, Jesucristo Nuestro Señor, Camino, Verdad y Vida, aman al Espíritu Santo Paráclito, Verdad que prevalece sobre toda mentira, Luz que prevalece sobre toda tiniebla. Y lo que vive el los corazones, no morirá jamás, aunque desde la propia Iglesia (desde los «nuestros», como escribió el Apóstol amado San Juan en su segunda epístola católica) se intente mitigar ese amor incondicional a Dios, al que nos ha amado infinitamente dando incluso su Preciosísima Sangre y Vida en la Cruz por nosotros, por todos, desviando a los fieles hacia el mundo con su política progresista y conservadora, por supuesto que sin Dios.

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