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Imagínese el lector que Josef Menguele (el “carnicero de Auschwitz”) se nos presenta mañana, con 112 años, y delante de las cámaras, con la boquita pequeña, dice que “cree haber cometido un pequeño error”, pero que lo lamenta mucho.
Los que conozcan la historia de este señor, probablemente no se vean muy animados a concederle la indulgencia plenaria, con tan tibia confesión.
Pues en Burgos ha pasado una muy parecida.
La comisión deontológica del Colegio de Médicos ha emitido una nota en la que lamenta “haber recibido más quejas de las deseables en relación con el fallecimiento en soledad de los pacientes”.
Nos preguntamos cuántas son las quejas deseables, y cuándo se rebasa el límite.
La causa que explica la misma nota es «el excesivo rigor por parte del personal sanitario en la interpretación de las diferentes normas elaboradas por cada institución». Tal cual, lo mismo que le ocurrió al pobre Mengele. Que obedeció las órdenes.
Los señalados han puesto el grito en el cielo, y el Colegio ya se ha retractado. Ahora matizan que no querían culpar a nadie, y que tampoco se referían a las primeras fases de la plandemia (ellos, impropiamente, dicen pandemia), donde, según ellos, todo estaba justificado y permitido. Incluso echan una de jabón a “la profesionalidad de los compañeros que estuvieron en primera línea, a los que reconocemos su inmenso trabajo en una situación muy dura”. Ridículo ditirambo.
Donde dije digo, digo Diego.
No nos confiesan que esa situación no la hizo dura un virus que no existe, sino, precisamente, ellos y sus protocolos, que fueron los que produjeron esa mortalidad que nos asustó a todos.
Pues va a ser que no. Que no los perdonamos. Una confesión coja, manca y tuerta, y encima se retractan. El colmo.
Para que los perdonásemos, lo primero que deberían hacer es asumir todos sus crímenes (decir errores sería impropio), y no sólo uno.
Sin intención de ser exhaustivos se nos ocurren otros, como:
1) condicionar la asistencia sanitaria a aceptar timotest;
2) condicionar la asistencia sanitaria al uso de lesivas e infamantes mascarillas, incluso a pacientes con dificultad respiratoria;
3) inocular sustancias tóxicas sin consentimiento informado ni receta médica;
4) el silencio cómplice de los terrible efectos adversos de esas inoculaciones tóxicas;
5) la atención médica telefónica tercermundista, irracional e inhumana;
6) la aplicación de tratamientos innecesarios y lesivos, pero que reportan beneficios a los médicos prescriptores, generosamente premiados por las farmafias;
y así hasta el infinito.
Todo esto no se resuelve con un escrito de lamentación muy, muy limitado y que viene con la fecha de caducidad ya puesta.
Esto sólo se resolvería con una querella presentada por el propio Colegio de Médicos contra todas las autoridades que “propusieron” (que nunca impusieron) esos demoníacos protocolos, y contra los médicos que, violando sus más elementales obligaciones profesionales y humanas, los defendieron y aplicaron.
Y como eso no lo verán nuestros ojos, se pueden meter los médicos de Burgos su falso “arrepentimiento” -y de paso el comunicado y la nota aclaratoria, hechas un canutillo- por donde les quepa.
Y que no dejen de ponerse la pauta completa, y les haga el efecto deseado por los fabricantes.
Amén.
Autor
- Guerrillero insurgente. El sistema lo describe como negacionista, conspiranoico, anticientífico, egoísta e insolidario. Él se cisca en el sistema y no ceja esfuerzos para derribarlo. No usa trabuco, pero a su ordenador lo llama “La MG-42”.
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